"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







domingo, 19 de septiembre de 2010


TORNOS DE INSTITUTO
JOSÉ MARÍA ROMERA
"EL NORTE DE CASTILLA",
17-9-2010


Un instituto de Secundaria gerundense ha instalado en sus puertas tornos que controlan las entradas y salidas de los estudiantes. Con una tarjeta identificativa provista de un código de barras el alumno puede acceder a las aulas y pasar el control electrónico que en caso de inasistencia comunica de inmediato la falta a sus padres mediante un mensaje de móvil. Así de sencillo. ¿No es prodigioso? Además, el centro cuenta con detectores de movimiento en los servicios y sensores en las verjas del patio, un sofisticado sistema de seguridad que habría hecho las delicias de Norton, el alcaide de la penitenciaría de Shawshank en 'Cadena perpetua'.
La ensoñación tecnológica nos hace creer que vamos hacia adelante cuando a veces estamos retrocediendo. Vale que los padres, secuestrados por sus propios miedos, reclamen de la escuela mano dura y ojos despiertos antes que buena calidad de enseñanza. Se comprende también que los profesores y la dirección de los colegios traten de cubrirse las espaldas ante posibles denuncias por negligencia como las que engendra esta cultura de la queja en la que todos chapoteamos de una u otra manera. Pero tratar al estudiante como sospechoso por definición no es muy pedagógico que digamos. Hay un punto en el que el exceso de celo en el control se convierte en antipedagógico, un punto en que la escuela acaba traicionando el cometido que se le encomienda y, en vez de instruir, deforma. Si a alguien se le reconoce por su código de barras antes que por sus anhelos, ilusiones, capacidades o proyectos de futuro, no debe extrañar que luego no se haga responsable de sus actos. Si a unos muchachos se les transmite el mensaje del recelo, lo más seguro es que ellos también desconfíen de quienes dicen querer educarlos.
Que los tornos sean unos instrumentos de probada eficacia en los accesos al metro y en las cajas de los hipermercados no los hace válidos para todos los lugares, del mismo modo que los cuchillos cebolleros, tan valiosos en la cocina, no son recomendables para zanjar pleitos personales fuera de ella. Ni dentro, por supuesto. En una cosa hay que estar de acuerdo con la melonada de Zapatero cuando pontificó esta semana en Oslo acerca de la crisis: en lo pernicioso de la pérdida de confianza. Un chaval que todas las mañanas ha de pasar por el torno recibe el mensaje implícito de que ha de poner los cinco sentidos en buscar la manera de sortearlo. Su sentido del bien y del mal tenderá a confundirse con el de la ley y la trampa, de tal modo que no aprenderá a hacer lo correcto, sino a no dejarse cazar haciendo lo incorrecto. Algo muy nuestro, por otra parte. Pero en esta materia sería un error tomar como ejemplo las tradiciones. Ni la novela picaresca ni la filosofía de estacazo y tentetieso propia de los títeres de cachiporra son los mejores modelos de educación para la ciudadanía.

JOSÉ MARÍA ROMERA es periodista.

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