"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







lunes, 14 de febrero de 2011

COSMOS CERRADO POR AMOR


MANUEL CRUZ

EL PAÍS, 14-O2-2011


Cuesta poco, bien poco, estar de acuerdo con el filósofo norteamericano Harry Frankfurt cuando en su libro Las razones del amor señala que el amante no puede dejar de dedicarse con altruísmo  a su amado y, por tanto, no se puede considerar, en este aspecto, que sea libre. Por el contrario, la naturaleza misma de las cosas lo lleva a estar cautivado por su amado y su amor, hasta el punto que cabe afirmar que su voluntad se encuentra bajo una rigurosa coacción. En ese sentido, remata su razonamiento, el amor no es cuestión de decisión.

No cuesta el acuerdo, decíamos, porque semejante convencimiento no solo permite la inteligibilidad de la idea misma de amor (¿acaso no resultaría autocontradictorio hablar de un amor interesado?), sino, vayan ustedes a saber si sobre todo, porque lo habíamos incorporado, a título de premisa, en la mayor parte de las representaciones amorosas que constituían nuestro imaginario colectivo. Nuestra memoria está abarrotada de relatos literarios y cinematográficos en los que sus protagonistas se mostraban dispuestos a renunciar a lo más valioso para ellos (hacienda, intereses e incluso la propia vida) en el momento en el que se cruzaba en su camino lo que creían que era un genuino amor.

Era tal la eficacia alcanzada por este tipo de relatos (quiere decirse: por los relatos basados en los señalados supuestos) que, más allá de su capacidad para expresar, dar cuenta y reflejar nuestra experiencia, terminaban por alcanzar una dimensión casi normativa. Traduciendo esto mismo a la jerga filosófica se diría que lo característico de las buenas historias de amor era su performatividad o, con un lenguaje algo más sencillo, lo que podríamos denominar su específica voluntad de realidad.

No nos estamos limitando a abundar en las conocidas tesis según las cuales las buenas historias parecen reales (son verídicas), o incluso constituyen herramientas para cambiar la vida: ahora estaríamos sosteniendo que constituyen el canon, el modelo, la representación idealizada de cómo queremos vivir. O, más en concreto (para el caso de los relatos amorosos), de cómo queremos amar. Las grandes historias de amor son relatos que nos interpelan, convocándonos a su realización. Son historias que reclaman que alguien se haga cargo de tanta belleza, de tanta desmesura. De tal modo que quien se emociona ante ellas en cierto modo no está haciendo otra cosa que estar a la altura de un destino: responde a una invitación que resulta imposible declinar, a cuyo influjo ningún ser humano debería ser capaz de resistirse.

Pero ese destino -ay- al que es convocado quien se emociona ante una historia de amor (y seemociona -más ay- si y solo si conoce el amor, esto es, si está en condiciones de dar adecuada materialización a su emoción) ha pasado a entrar en conflicto con nuestra realidad actual, constituye un destino disfuncional con los nuevos imaginarios colectivos dominantes en el mundo de hoy, abandonados a la banalidad y el mercantilismo más desatados. Con un añadido que resulta imposible soslayar: el amor, que surge como contingencia, no puede pensarse a sí mismo bajo esta forma (de hecho, ningún amor es capaz de contemplar su propio fin). Pero, a nuestro alrededor, lo existente gusta de alardear de una contingencia incluso exasperada, fronteriza con la volatilidad. ¿Qué hacer entonces en semejante tesitura?

Tal vez aquel poema de Machado, Todo amor es fantasía, incluido en Otras canciones a Guiomar, nos proporcione una inestimable ayuda para salir del apuro. Escribe el poeta: "Todo amor es fantasía; / él inventa el año, el día, / la hora y su melodía; / inventa el amante y, más, / la amada. No prueba nada, / contra el amor, que la amada, / no haya existido jamás". Sin pretender hacer una hermenéutica del poema -tarea para la que debo declararme abiertamente incompetente- me permito llamar la atención sobre la reivindicación que en la última parte del mismo se hace del amor, reivindicación que, en todo caso, parece estar invitándonos más a pensarlo bajo una perspectiva distinta a la habitual que a renunciar a él (como a primera vista el título y los versos iniciales podrían hacerle creer a un lector apresurado).

El amor, vendría a sugerirnos Abel Martín, es al mismo tiempo la gran mentira y la gran verdad de los seres humanos. Es la gran verdad porque en él -y probablemente solo en él- los amantes encuentran el cobijo, el refugio según ellos seguro en el que guarecerse de la hipocresía y el fingimiento del mundo. En realidad, lo que hacen es construir un frágil nido de palabras y caricias, acurrucarse en su interior y, a continuación, con presuntuosa ternura, colocar a la entrada un cartel con la leyenda "cosmos cerrado por amor". Pero -último ay- ese diminuto universo propio también se ha construido con mentiras -delicadas y amorosas mentiras esta vez, pero mentiras al fin-. Ninguno de los dos es de verdad como el otro declara verlo. Probablemente ni siquiera lo cree realmente quien regala a su amor las más hermosas palabras, quien pone a sus pies la más rendida admiración. Pero seamos indulgentes: le va la vida en ello. ¿Cómo, si no, podría abandonarse, incondicional, en sus brazos?, ¿cómo, si no, podría confiar, sin reservas, en sus promesas?, ¿cómo, si no, podría creer, como le sucedía a Hannah Arendt, que la persona amada es el único y auténtico hogar que somos capaces de soñar?

Se trata de una desgarrada paradoja, qué duda cabe. No obstante, acaso no habría que descartar que buena parte de los problemas, confusiones y contradicciones que padecemos para pensar y vivir el amor sin demasiados conflictos, deriven de una decisión equivocada a la hora de elegir las imágenes tutelares por las que dejarnos guiar. Quizás en lugar de empeñarnos en recurrir a la figura de la propiedad -la persona que ha de ser para mí, que he de conseguir que me pertenezca de una u otra manera- nos resultara más útil, por clarificador, interpretar la experiencia amorosa bajo la figura del relámpago en medio de la noche, de esa explosión inesperada de luz que por un instante devuelve a la oscurecida y cabizbaja realidad todo el brillo e intensidad de cuando reinaba la claridad.

Aunque pensarla bajo esa otra figura tiene asimismo, todo hay que decirlo, su contrapartida. El relámpago (también el del amor) nos deja al tiempo expectantes y preocupados, ilusionados y tristes, ansiosos y derrotados. Porque no sabemos cuánto tardará en repetirse el próximo fogonazo -el próximo estallido de luz que iluminará el mundo por entero-. Porque tememos que no lo vuelva a haber en mucho tiempo. O, lo peor de todo, porque barruntamos que quizá ya no nos alcance a verlo.

MANUEL CRUZ es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y premio Espasa de Ensayo 2010 por su libro Amo, luego existo. Los filósofos y el amor.

domingo, 13 de febrero de 2011

¿CÓMO MUERE UNA DICTADURA?

MOISÉS NAÍM

EL PAÍS, 12-2-2011

¿Por qué Egipto y no Marruecos? ¿Por qué en China sigue mandando el Partido Comunista, pero se hundió la Unión Soviética? ¿Por qué Fidel Castro ha sobrevivido en el poder y Augusto Pinochet no? En fin, ¿qué determina que algunas dictaduras sean depuestas y otras se perpetúen? Las razones son tan variadas como la naturaleza misma de estos regímenes. Hay dictaduras que son totalitarias y brutalmente represivas. Otras son dictablandas que intentan hacerse pasar por democracias: organizan elecciones que nunca pierden, toleran una oposición anémica y permiten periódicos "libres" que pocos leen. Muchas necesitan del sostén de potencias extranjeras. Arabia Saudí depende de Estados Unidos, Bielorrusia de Rusia y Corea del Norte de China. Y claro está, la historia, la cultura y la religión fortalecen ciertas monarquías despóticas. Aunque cuando un pueblo se harta y sale a la calle dispuesto a morir por la libertad -y el Ejército no lo masacra- no hay cultura, historia, religión o potencia extranjera que salve a un déspota. Pero ¿qué hace que esto ocurra?

- El cambio. Los cambios económicos, sociales o internacionales pueden disparar procesos matadictaduras. Los autócratas no conviven bien con las reformas. Incluso los Gobiernos revolucionarios que inicialmente promueven grandes transformaciones terminan manejando mal los cambios. En la Unión Soviética, la liberalización económica, que comenzó siendo gradual, escaló hasta desbordar al régimen. El sah de Irán pagó las consecuencias de una modernización que resultó demasiado acelerada para su pueblo. En contraste, en la China de hoy un súbito freno a su veloz crecimiento económico es la principal amenaza al régimen.

- La vejez. Los Gobiernos también envejecen. Ver y oír a Hosni Mubarak pronunciando discursos totalmente desconectados de lo que estaba pasando en las calles de su país es el más reciente ejemplo de una dictadura aislada de su pueblo y del mundo, lenta en reaccionar y que, a pesar de sus costosos servicios de inteligencia, estaba patéticamente mal informada. Hay dictaduras que fallecen por "viejas" no solo debido a la avanzada edad o a la muerte de sus líderes, sino por la esclerosis de sus vetustas estructuras de gobierno.

- La pelea por el botín. A veces la caída de un régimen se produce por peleas entre las élites en el poder y no entre el pueblo y su Gobierno. Las dictaduras habitan en un ecosistema de privilegios, alianzas y codependencias con los más variados actores: los militares, líderes regionales, grupos económicos y políticos, medios de comunicación, líderes religiosos, aliados extranjeros, etcétera. A veces este delicado equilibrio de poderes se rompe, desencadenando enfrentamientos que pueden llevar al fin del régimen. Algo de esto pasó recientemente en Túnez.

- Errores mortales. Las autocracias pocas veces pagan altos precios por sus equivocaciones. Esto, en combinación con la propensión de los dictadores a rodearse de ayudantes que temen criticarlos o expresar desacuerdos, crea un ambiente donde los errores son frecuentes. Y alguno puede llegar a acabar con el régimen. Sadam Husein es un buen ejemplo de esto. O el general Leopoldo Galtieri, el jefe de la Junta Militar argentina quien, en 1982, decidió que era una buena idea invadir las islas Malvinas. Su derrota contribuyó a poner fin a la dictadura en Argentina.

- El contagio. La democratización de Portugal y España vinieron muy juntas. También la de los países del Cono Sur de América. Y la de Europa central. Ahora, después de Túnez, ha venido Egipto. No hay duda de que la muerte de una tiranía irradia esperanzas en otros países gobernados por dictadores, y sirve de ejemplo y estímulo para quienes se oponen al régimen. La libertad es contagiosa.

- La información. Un pueblo mejor informado de los abusos y la corrupción de sus autoridades, enterado de cómo se vive y se gobierna en otros países y que, además, se puede conectar y coordinar fácilmente con otras personas que, en su misma ciudad o en el otro lado del mundo, piensan igual, es un pueblo peligroso para una dictadura. Está claro que las tecnologías que informan y conectan a la población son un nuevo dolor de cabeza para los autócratas.

Esta lista no es exhaustiva y además siempre hay más de uno de estos factores en juego. También es cierto que estos elementos a veces no bastan y hay dictaduras que, a pesar de todo lo anterior, sobreviven. Pero, siempre, el actor determinante -y poco predecible- son los militares. Todas las tiranías dependen de ellos. A veces los militares están exclusivamente al servicio del tirano. En otros casos, cambian de parecer y deciden defender a su patria, y no al régimen. Al final, lo único que cuenta es si los militares están dispuestos a disparar contra sus compatriotas. Cuando se niegan a hacerlo, nace la libertad.

MOISÉS NAÍM es un escritor y periodista venezolano, especializado en economía y política internacional.

jueves, 10 de febrero de 2011

Una nueva tercera vía árabe

KHALED HROU

LA VANGUARDIA, 9-2-2011

No sólo los regímenes autoritarios árabes caen o ven sacudidos sus cimientos, también ocurre lo mismo con muchas falacias relacionadas con el mundo árabe. Durante décadas esos regímenes han manipulado el apoyo occidental utilizando la amenaza del fundamentalismo islámico: o nosotros o esos islamistas provocarán otro Irán (u otros Iranes). El tímido y temeroso Occidente aceptó de modo irreflexivo el razonamiento repitiendo el mantra: “Más vale diablo conocido que diablo por conocer”. Las calles árabes acaban de poner de manifiesto la falsedad de semejante afirmación al tiempo que ofrecen su propia alternativa. Quienes fueron marginados durante años han alzado ahora su voz y han sorprendido a casi todo el mundo, incluidos ante todo los islamistas. Son muchos los mensajes pregonados por la revolución popular de los millones de tunecinos y egipcios, pero cinco de ellos parecen ser los más destacados.

El primer mensaje de tipo general es que los ciudadanos árabes están ya hartos de sus dictadores y de quienes los respaldan. Han tolerado a sus gobernantes durante mucho tiempo por diversas razones. En la época poscolonial, la edad media del Estado árabe es de 60 años. Durante todo ese periodo, los ciudadanos cedieron lugar a las élites para completar el proceso de construcción estatal y nacional. Tras la independencia, las élites gobernantes se enfrentaron a la abrumadora tarea de fusionar las nuevas entidades territoriales con las identidades locales dentro de las fronteras coloniales heredadas, y ello en contra de un sentimiento panarabista y un deseo de unidad árabe muy arraigados. Para justificar la seguridad y el control autoritario, la mayoría de los regímenes árabes sostuvo que sus países necesitaban primero desarrollarse y que la democracia podía esperar. Otros recurrieron a la endeble noción de “especificidad cultural” y sostuvieron que la cultura árabe es diferente y que la democracia sólo es adecuada en un marco occidental. También se utilizó otro pretexto: la guerra con Israel. De ese modo, se denigró la apertura política y la democratización frente a las prioridades absolutas del desarrollo y el enfrentamiento con Israel. Sin embargo, el resultado final de todo ello fue la derrota contra Israel y el fracaso del desarrollo. Ocurrió que la mayoría de los estados árabes, ya fueran monarquías o repúblicas, se transformaron en corruptos negocios familiares, rodeados por pequeñas camarillas oportunistas, y protegidos todos ellos por unos draconianos aparatos de seguridad respaldados por un Occidente indiferente. El mal funcionamiento y la corrupción de esos regímenes no perdonó ningún aspecto de la vida sociopolítica y económica; y ahora las humilladas masas se han rebelado y consideran que ya se ha acabado el plazo concedido para alcanzar sistemas económicos y políticos viables.

El segundo mensaje de las actuales revoluciones echa por tierra la afirmación común de esos regímenes de que son la alternativa a una toma del poder por parte de los partidos islamistas. Aunque es pronto todavía para juzgar, existen múltiples señales que indican una tercera vía que sortea esa dualidad ineludible. Tanto en Túnez como en Egipto, las fuerzas impulsoras de la revolución han sido una nueva generación de jóvenes con estudios surgida del interior de la “mayoría silenciosa”. Su esfuerzo y su valor han llegado a todas las capas de la sociedad, saltando por encima de los ineficaces partidos de oposición tradicionales. El éxito logrado en la movilización de las masas ha demostrado que la mayoría de los ciudadanos está harta del statu quo y de cualquier posible futuro guiado por la religión.

No cabe duda de que los islamistas son fuertes en esos dos países y en el resto del mundo árabe; pero no dominan todo el panorama político, sólo una parte. Y en ambos casos han hecho declaraciones según las cuales no desean lanzarse a controlar el poder y prefieren compartirlo.

El tercer mensaje es que el cambio que surja al final de estas revoluciones está inspirado y efctuado directamente por el pueblo. No es un cambio que quepa atribuir a una élite o un grupo determinados, llegados al poder tras un golpe militar o tras una intervención o un apoyo extranjeros. Es un cambio sano cuyo padre legítimo es el pueblo y sólo el pueblo. Con un nacimiento tan vigoroso, la confianza de ser dueños por fin del propio destino alcanza en las sociedades árabes unos niveles nunca vistos. La nueva época estará marcada por el poder del pueblo. No por el de una junta revolucionaria que asalta el poder con sus tanques ni por el de un guardián monárquico que afirma su derecho de controlar tal o cual país y su población basándose en cualquier causa o pretensión.

El cuarto mensaje es que esa generalizada protesta árabe es, en la superficie y en sus profundidades, fundamentalmente política. Las peticiones de mejores trabajos y condiciones económicas o de vida no son más que los catalizadores, y las aspiraciones políticas no han tardado en pasar al primer plano. En Túnez, la principal consigna de la revolución de los jazmines ha sido: “Pan, agua, Ben Ali no”. Se afirmaba con ello de modo explícito que la gente estaba dispuesta a vivir con lo básico, el agua y el pan, pero que ya nunca volvería a aceptar a Ben Ali como presidente. Una consigna similar se oye en Egipto: “El pueblo quiere que caiga el régimen”. Se trata de un cambio de objetivos drástico y inflexible. Los ciudadanos no se esconden tras peticiones modestas y a corto plazo, quieren cambiar por completo los sistemas políticos.

El quinto mensaje, que debería haber sido comprendido hace tiempo por las élites gobernantes y sus apoyos exteriores, es que la estabilidad superficial basada únicamente en la seguridad y la opresión ha dejado de ser ya una opción. Aunque semejante estabilidad puede obtenerse y mantenerse cierto tiempo en algunos casos, al final se produce una implosión que tiene unas consecuencias perjudiciales incontenibles. La miope estrategia de respaldar durante décadas unos regímenes árabes estables y hacer caso omiso de su naturaleza autoritaria ha puesto al descubierto la vacuidad de las políticas y los valores democráticos occidentales. Bajo la superficie de una estabilidad engañosa, no dejan de acumularse todo tipo de problemas, que sólo esperan el momento oportuno para explotar.

Hay un sexto mensaje, que no es el último, y es que la otrora mano ágil y dura de los regímenes autoritarios y, entre ellos, los árabes se ha quedado tullida en un mundo globalizado muy interconectado por las redes sociales y la cobertura de los cadenas internacionales por satélite. Las revoluciones tunecina y egipcia, y las oleadas de los actuales movimientos de protesta que recorren los países árabes, han evolucionado organizativamente en las redes sociales, Facebook y Twitter. En cuanto su presencia es visible en la calle, las televisiones internacionales y por satélite se hacen eco de ellas y transmiten los acontecimientos al momento. Todo ello dificulta en gran medida la vida de los servicios de seguridad y de inteligencia, e incluso del ejército. No son competentes ni tienen práctica en la represión de los “movimientos electrónicos de resistencia civil”. Frente a una revolución desarmada y masiva, y bajo la mirada vigilante de todo el mundo, esos aparatos de seguridad y sus regímenes han quedado desenmascarados como simples tigres de papel.
Khaled HROU, profesor de Historia y Política Contemporáneas de Oriente Medio, Univ. Cambridge. Traducción: Juan Gabriel López Guix

jueves, 3 de febrero de 2011

AIRE FRESCO

ELVIRA LINDO

EL PAÍS, 2-2-2011

Poco a poco el español se tendrá que ir vacunando contra esa desconfianza que le produce el que se va a vivir fuera. Provocaba una simpatía lógica el obrero que se veía obligado a emigrar al norte de Europa en los años del desarrollo, y un resquemor torvo quien se marchaba por aburrimiento o porque buscaba nuevos horizontes en un tipo de trabajo cualificado. Hoy sigue siendo una experiencia común a aquellos jóvenes profesionales que trabajan en el extranjero que, al volver a su pueblo o a su barrio, se les desautorice cuando opinan sobre algo que sucede en España: "Tú es que como vives fuera ya no sabes de qué va esto".Ni tan siquiera se les concede la posibilidad de tener una visión más amplia o menos intoxicada sobre el propio país por haber probado otros sistemas de vida. Pero este mal tan arraigado que se llama mezquindad se tendrá que ir curando. La realidad se ha impuesto crudamente a algo tan difícil de cambiar como es la costumbre de respirar un ambiente poco aireado. Y los primeros que están empezando a pensar que en España no se vive mejor que en ningún sitio son esos padres que han luchado porque sus hijos tengan una preparación sólida y ahora ven cómo han de marcharse lejos de casa para labrarse futuro, o al menos, un presente digno. No es extraño que uno de aquellos hombres que se fueron a Alemania a trabajar con un mono vea ahora cómo es su hijo ingeniero o informático quien tiene que emigrar. Y si bien es cierto que lo hace en otras condiciones, con más experiencia y una dosis mínima de cosmopolitismo, también lo es que a nadie le gusta marcharse por obligación. O que a casi todo el mundo le gusta volver. Y que sería deseable que nuestro país pudiera albergar en un futuro a esa gente a la que formó. Nos aportarían la excelencia de su trabajo, pero también algo que nos falta: aire fresco. Aire fresco.


ELVIRA LINDO es periodista y escritora.

miércoles, 2 de febrero de 2011

GENERACIÓN PERDIDA
RAUL DEL POZO 

EL MUNDO, 2-2-2011


Siempre que voy al Casino de Madrid pienso que va a aparecer el duque de Osuna con alguno de sus 366 pantalones, uno para cada día del año. El casino de la calle de Alcalá es majestuoso, con sus salones del trono, sus vidrieras y sus escalinatas. No tropecé con el dandi del monóculo, sino con el neurocirujano. Me invitó a almorzar Carlos Revilla, aún más interesante que el duque.

El sabio que ve todos los meses a Adolfo Suárez fue presidente del CDS, y antes, uno de los organizadores del Partido Socialista en Alemania, cuando la primera emigración. Me habla de la cancillera Merkel, que llega mañana a Madrid. Según el doctor, la hija del pastor ha adoctrinado en la ética protestante a Zapatero y ahora le va a pedir emigrantes cualificados. Me explica, mientras come con sosiego la merluza, que los alemanes han sido los padrinos de nuestra democracia y respetan a los españoles, más aún que a los portugueses a los que ven melancólicos. «Ellos consideran que los trabajadores españoles son gente de honor».

Volvemos a ser emigrantes que es lo nuestro, cuando a la juventud le han taponado la salida. Es estúpido sentirse acabado a los 20 años, pero más de la mitad están parados. La juventud no es ni una maldición, ni una venganza, ni un tesoro, pero estos jóvenes no somos nosotros que, en los años 60, o caminábamos o reventábamos.

No digamos que cualquier tiempo pasado fue mejor, el nuestro fue o maleta o trena; había que coger el primer tren o el camión que te llevara a ninguna parte. A estos adolescentes les ha sorprendido la ruina cuando eran guapos y felices. Los rojos son sus abuelos de dominó. Nosotros escapábamos de casa, antes de que nos echaran, íbamos en autoestop a Europa y aprendíamos a vivir de milagro, como los gorriones. A los hijos de la abundancia y de los apedreadores se les podría aplicar aquella máxima socrática según la cual los jóvenes son unos tiranos que contradicen a sus padres, viven a su costa y se burlan de sus maestros.

Hoy mismo, les han dicho, perded toda esperanza, se apagaron vuestras estrellas. El diagnóstico de futuro del director del FMI, el jefe de la cueva de los buitres, puede resumirse así: en España hay una generación perdida cuando lo que viene para todo el mundo es agitación social violenta, inestabilidad e incluso guerra.

Vivían en una jaula dorada, mantenidos, motorizados, con ligue en casa, gozaban del mito del seno materno: abrir la boca y chupar de mamá o de la torda. Unos, los de los másters, que no valen; otros, los nis, ni de derechas ni de izquierdas. Así lo explica el neurocirujano: «Hemos llegado a este colapso, porque antes del déficit económico hubo un déficit político».

RAÚL DEL POZO es periodista y escritor.