"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







jueves, 30 de diciembre de 2010

2010: EL FIN DE LA NATURALEZA

SLAVOJ ZIZEK  

LA VANGUARDIA, 30-12-2010

El así llamado equilibrio de la naturaleza -que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia- es un mito | Si la ciencia no puede controlar la naturaleza, tal vez deberíamos centrarnos en cambiar cómo vivimos en ella | Los humanos no somos nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y Dependemos del delicado equilibrio de sus elementos

Los grandes desastres ecológicos del 2010 coinciden con el antiguo modelo cosmológico, donde el universo está compuesto por cuatro elementos básicos: aire (nubes de ceniza volcánica de Islandia inmovilizando el tráfico aéreo sobre Europa), tierra (avalanchas de lodo y terremotos en China), fuego (convirtiendo a Moscú en un sitio casi inhabitable) y agua (el tsunami en Indonesia, inundaciones desplazando a millones de personas en Pakistán).

Sin embargo, este recurrir a la sabiduría tradicional no permite ninguna comprensión real de los misterios de los caprichos de nuestra salvaje Madre Naturaleza. Es una forma de consuelo, realmente, que nos permite evitar la cuestión que todos queremos preguntar: ¿la agenda de la naturaleza para el 2011 incluirá más sucesos de esta magnitud?

En nuestra desencantada era posreligiosa y ultratecnológica, las catástrofes ya no se pueden considerar significativas de un ciclo natural o la expresión de la furia divina. Las catástrofes ecológicas - que podemos ver continuamente yde cerca gracias a nuestro mundo conectado las 24 horas, los siete días de la semana-se convierten en las insensatas intrusiones de una ira ciega y destructiva. Es como si estuviéramos atestiguando el fin de la naturaleza.

Actualmente buscamos que los expertos científicos lo sepan todo. Pero no es así, y ahí radica el problema. La ciencia se ha autotransformado en un conocimiento especializado que ofrece una inconsistente gama de explicaciones contradictorias llamadas "opiniones expertas". Pero si culpamos a la civilización científico-tecnológica de muchas de nuestras dificultades, en ausencia de esa misma ciencia no podemos solucionar el daño - sólo los científicos, después de todo, pueden ver el agujero de ozono-.O, como dice un párrafo de Parsifal,de Wagner, "la herida únicamente puede curarse con la lanza que la hizo". No hay regreso a la sabiduría holística precientífica, al mundo de tierra, viento, aire y fuego.

Aunque la ciencia puede ayudarnos, no puede hacer todo el trabajo. En lugar de recurrir a la ciencia para impedir que el mundo se acabe, necesitamos mirar hacia nosotros mismos y aprender a imaginarnos y a crear un nuevo mundo. Es difícil pertenecer a los observadores pasivos que deben permanecer inmóviles mientras se revela nuestro destino, al menos para los que vivimos en Occidente.

Entren al perverso placer del martirio prematuro: "¡Ofendimos a la Madre Naturaleza, así que recibimos lo que merecemos!". Estar dispuesto a asumir la culpa de las amenazas a nuestro medio ambiente es algo engañosamente tranquilizador. Si somos culpables, entonces todo depende de nosotros; podemos salvarnos simplemente cambiando nuestro estilo de vida. Desesperada y obsesivamente reciclamos papel viejo, compramos comida orgánica, lo que sea para asegurarnos de que hacemos algo, que contribuimos. Pero igual que el universo antropomórfico, mágicamente diseñado para la comodidad del hombre, el así llamado equilibrio de la naturaleza - que la humanidad destruye brutalmente con su arrogancia-es un mito. Las catástrofes son parte de la historia natural. El hecho de que las cenizas del modesto estallido volcánico en Islandia hicieran aterrizar a la mayoría de los aviones en Europa es un muy necesitado recordatorio del grado en que nosotros, los humanos, con nuestro tremendo poder sobre la naturaleza, no somos nada más que otra de las especies vivientes sobre la Tierra, y dependemos del delicado equilibrio de sus elementos.

Entonces, ¿qué nos depara el destino? Una cosa es clara: deberíamos acostumbrarnos a un estilo de vida mucho más nómada. El cambio gradual o repentino en nuestro medio ambiente, sobre el que la ciencia puede hacer poco más que emitir advertencias, podría forzar transformaciones sociales y culturales desconocidas. Suponga que una nueva erupción volcánica hiciera inhabitable un lugar: ¿dónde encontrará cabida la gente? En el pasado, los movimientos poblacionales grandes eran procesos espontáneos, llenos de sufrimiento y pérdida de civilizaciones. Actualmente, cuando las armas de destrucción masiva no sólo están en manos de estados sino incluso de grupos locales, la humanidad simplemente no puede darse el lujo de un intercambio poblacional espontáneo.

Lo que esto significa es que se deben inventar nuevas formas de cooperación global que no dependan del mercado ni de negociaciones diplomáticas. ¿Es un sueño imposible?

Lo imposible y lo posible explotan simultáneamente en el exceso. En los reinos de la libertad personal y la tecnología científica, lo imposible es más y más posible. Podemos cobijar la esperanza de mejorar nuestras capacidades físicas y psíquicas; de manipular nuestras características biológicas vía intervenciones en el genoma; de lograr el sueño tecnognóstico de la inmortalidad codificando las características que nos distinguen y alimentando el compuesto de nuestra identidad en un programa computacional.

En lo que respecta a las relaciones socioeconómicas, empero, percibimos nuestra era como una era de madurez y, por tanto, de aceptación. Con el colapso del comunismo, abandonamos los antiguos sueños utópicos milenarios y aceptamos las limitaciones de la realidad - esto es, una realidad socioeconómica capitalista-con todas sus imposibilidades. No podemos participar en actos colectivos grandes, que necesariamente terminan en terror totalitario. No podemos aferrarnos al antiguo Estado benefactor, que impide que seamos competitivos y nos lleva a crisis económicas. No podemos aislarnos del mercado global.

A nosotros nos resulta más fácil imaginarnos el fin del mundo que un cambio social serio. Como prueba, las numerosas películas taquilleras sobre la catástrofe global y la conspicua ausencia de producciones sobre sociedades alternativas.

Tal vez sea tiempo de revertir nuestro concepto de lo posible y lo imposible; tal vez debiéramos aceptar la imposibilidad de la inmortalidad omnipotente y considerar la posibilidad del cambio social radical. Si la naturaleza ya no es un orden estable confiable, entonces nuestra sociedad también debería cambiar si queremos sobrevivir en una naturaleza que ya no es una madre buena y protectora, sino una madre pálida e indiferente.

SLAVOJ ZIZEK , natural de Eslovenia, es un destacado filósofo y psicoanalista.


UNIVERSALIZAR LA EXCELENCIA

ADELA CORTINA

EL PAÍS, 29-12-2010

En un reciente congreso celebrado en la Universidad de Évora debatían los participantes sobre un asunto crucial para la educación. Dos modelos educativos parecían enfrentarse, el que pretende promover la excelencia, y el que se esfuerza ante todo por no generar excluidos. Parecían en principio dos modelos contrapuestos, sin capacidad de síntesis, esas angustiosas disyuntivas que se convierten en dilemas: o lo uno o lo otro.

Afortunadamente, la vida humana no se teje con dilemas, sino con problemas, con esos asuntos complicados ante los que urge potenciar la capacidad creativa para no llegar nunca a esas “elecciones crueles”, que siempre dejan por el camino personas dañadas. Por eso la fórmula en este caso consistiría -creo yo- en intentar una síntesis de los dos lados del problema, en universalizar la excelencia, pero siempre que precisemos qué es eso de la excelencia y por qué merece la pena aspirar a ella tanto en la educación como en la vida corriente. No sea cosa que estemos bregando por alguna lista de indicadores, pergeñada por un conjunto de burócratas, que miden aspectos irrelevantes, aspectos sin relieve para la vida humana, a los que, por si faltara poco, se bautiza con el nombre de “calidad”.

En realidad, el término “excelencia”, al menos en la cultura occidental, nace en la Grecia de los poemas homéricos. Recurrir a la Ilíada o la Odisea es sumamente aconsejable para descubrir cómo el excelente, el virtuoso, destaca por practicar una habilidad por encima de la media. Aquiles es “el de los pies ligeros”, el triunfador en cualquier competición pedestre, Príamo, el príncipe, es excelente en prudencia, Héctor, el comandante del ejército troyano, es excelente en valor, como Andrómaca lo es en amor conyugal y materno, Penélope, en fidelidad, y así los restantes protagonistas de aquellos poemas épicos que fueron el origen de nuestra cultura, al menos en parte, porque la otra parte fue Jerusalén.

Pero el excelente no lo es solo para sí mismo, su virtud es fecunda para la comunidad a la que pertenece, crea en ella vínculos de solidaridad que le permiten sobrevivir frente a las demás ciudades. Por eso despierta la admiración de los que le rodean, por eso se gana a pulso la inmortalidad en la memoria agradecida de los suyos.

Al hilo del tiempo esa tradición de las virtudes se urbaniza, se traslada a comunidades, como la ateniense, que deben organizar su vida política para vivir bien. Para lograrlo es indispensable contar con ciudadanos excelentes, no solo con unos pocos héroes que sobresalen por una buena cualidad, sino con ciudadanos curtidos en virtudes como la justicia, la prudencia, la magnanimidad, la generosidad o el valor cívico. Ante la pregunta “excelencia, ¿para qué?” habría una respuesta clara: para conquistar personalmente una vida feliz, para construir juntos una sociedad justa, necesitada de buenos ciudadanos y de buenos gobernantes.

A fines del siglo pasado surge de nuevo con fuerza la idea de excelencia al menos en tres ámbitos. En el mundo empresarial el libro de Peters y Waterman En busca de la excelencia invita a los directivos a tratar de alcanzarla siguiendo principios con los que otras empresas habían cosechado éxitos. En el mundo de las profesiones se entiende con buen acuerdo que el profesional vocacionado, el que desea ofrecer a la sociedad el bien que su profesión debe darle, aspira a la excelencia sin la que mal podrá lograrlo. Y también en el ámbito educativo florece de nuevo el discurso de la excelencia, al que es preciso dar un contenido muy claro para no confundirla ni con las supuestas medidas de calidad, un tema que queda para otro día porque requiere un tratamiento monográfico, ni con la idea de una competición desenfrenada en la escuela, en la que los fuertes derroten a los débiles. Conviene recordar que en la brega por la vida no sobreviven los más fuertes, sino los que han entendido el mensaje del apoyo mutuo, los que saben cooperar y por eso les importa ser excelentes.

La excelencia, claro está, tiene un significado comparativo, siempre se es excelente en relación con algo. Pero así como en las comunidades homéricas importaba situarse por encima de la media, el secreto del éxito en sociedades democráticas consiste en competir consigo mismo, en no conformarse, en tratar de sacar día a día lo mejor de las propias capacidades, lo cual requiere esfuerzo, que es un componente ineludible de cualquier proyecto vital. Y en hacerlo, no solo en provecho propio, sino también de aquellos con los que se hace la vida, aquellos con los que y de los que se vive. En esto sigue valiendo la lección de Troya.
A fin de cuentas, no se construye una sociedad justa con ciudadanos mediocres, ni es la opción por la mediocridad el mejor consejo que puede darse para llevar adelante una vida digna de ser vivida. Confundir “democracia” con “mediocridad” es el mejor camino para asegurar el rotundo fracaso de cualquier sociedad que se pretenda democrática. Por eso una educación alérgica a la exclusión no debe multiplicar el número de mediocres, sino universalizar la excelencia.

Por Adela Cortina es catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia.

lunes, 27 de diciembre de 2010

LA NAVIDAD DE LOS MUERTOS

ANTONI PUIGVERD

LA VANGUARDIA, 27-12-2010

Cada año, horas antes de que se ponga el sol y llegue la Nochebuena, acostumbro a salir de paseo por las afueras de Girona siguiendo un camino de tierra del que ya les he hablado otras veces. Dejo atrás la ciudad bordeando el río Onyar, cruzo un pequeño bosque y alcanzo, en los límites del municipio, el aislado vecindario de la Creueta, donde coexisten extrañadamente inmigrantes en pisos arruinados y universitarios en edificios de diseño. Después de salvar un enorme viaducto, el camino cruza el Onyar y atraviesa unos campos amenos en los que, en este húmedo final de año, despunta verdísimo el cereal de invierno.

No sé por qué no encuentro a nadie por el camino en este atardecer navideño. Generalmente, por esta ruta que en antaño fue vía férrea pululan deportistas de toda clase y condición: corredores que sudan la gota gorda, ciclistas tan ensimismados como veloces, mujeres andarinas y dicharacheras, lentos ancianos que sorben la miel del día. En vigilia de la Navidad, sin embargo, los caminos están vacíos, como si el tiempo cotidiano se detuviera y dejara paso a un tiempo más lento y profundo, para el que no valen las acciones normales y corrientes. Cuanto más intenso es, en el vacío de los campos, el ruido de mis pasos, más claramente percibo la presencia de los que me acompañan con pasos invisibles. Algunos de estos pasos son muy sonoros y persistentes (Artur, que murió de cáncer, como mis padres). Otros pasos son suaves como un pensamiento fugaz (la madre de Can Mutxera, que componía el belén más espectacular del barrio). Cuando más solo estoy, en este paseo navideño, más nutrida es la compañía. “¿Qué es para ti la Navidad?”, me pregunta Jordi Sacristán, delicado periodista que conduce el magazine finisemanal de ComRàdio. Navidad es el tiempo de mis muertos.

Así consta en un famoso cuento de Joyce. Después de la cena de Navidad en casa de las tías Kate y Julia, después de la abundante comida, de las discusiones políticas, de los brindis, cánticos y conversaciones, y después, claro está, de su aplaudido discurso literario, Gabriel se dispone a salir. Pero Gretta, su esposa, se detiene extasiada en el quicio de la puerta. Aduciendo ronquera, Bartell d'Arcy, que no quiso actuar en toda la velada, está finalmente cantando. Una antigua melodía: La joven de Aughrim. El rostro de Gretta cambia súbitamente y, en el coche, de regreso al hotel, se muestra ensimismada.

Quizás debido al extraño distanciamiento de su esposa, Gabriel siente un poderoso impulso sexual, pero no consigue atraerla. La conversación avanza penosamente hasta que, en un ataque de llanto, ella le cuenta que un joven murió por ella poco después de cantarle, en plena noche, La joven de Aughrim. Era un joven pretendiente de salud precaria. Desafiando la lluvia, se escapó de la cama en la que estaba recluido a causa de la tuberculosis, para cantar bajo su balcón con la esperanza de verla. Ella le dijo que se iba a morir con tanta lluvia, pero él respondió que no quería seguir viviendo. “¡Puedo ver sus ojos ahí mismo!”. Después de contarle la historia de Michael Furey, Gretta, finalmente, se duerme. Gabriel siente una punzada de celos y admira cómo su esposa ha guardado durante tantos años en su corazón la mirada de este joven. Supone que esto, que él nunca ha sentido, es verdaderamente amor. Mira por la ventana. Está nevando. Observa la nieve caer sobre la ciudad, sobre Irlanda entera. Sobre los vivos y los muertos. Cubre la calle y cubre las lomas del cementerio en el que está enterrado Michael Furey.

Nunca se marchan nuestros muertos, propiamente. Descansan en algún cementerio remoto y regresan justamente para estas fechas navideñas. Este es el verdadero significado del anuncio más tópico de estas fechas. Se reúnen en nuestras mesas, nos cuentan sus viejas historias, nos recuerdan sus olores y gestos, el sonido de sus voces, sus miradas. Cuestionan nuestros pasos. “¿Por qué?”. Preguntan por todo. Especialmente por aquello que ya no puede arreglarse.

El invierno también llega por Navidad. Deja en el campo una palidez morada. Durante mi paseo, los charcos cubren el camino y reflejan un cielo plomizo. De repente, un rayo de sol ilumina los árboles deshojados y el verde naciente del cereal. Es la luz de la tarde que se abre camino en el invierno plomizo: es la promesa de la primavera. Empieza el crudo invierno, pero la promesa está ahí.

De esto habla la Navidad: de la extraña manera que tiene el invierno de mezclarse con la primavera. El invierno representa a la muerte, pero empieza con la Navidad, que promete la luz. La luz es ahora corta y débil, pero triunfará dentro de unos meses. La Navidad promete esta luz no sólo a los que siempre ganan, sino a los que siempre pierden. Sobre esta promesa se funda nuestra civilización ahora en crisis. El humanismo.

ANTONI PUIGVERD es peridista y escritor en lengua catalana.
RELIGIÓN Y POLÍTICA


GUILLERMO FOUCE

PÚBLICO, 27-12-2010

Dice la Real Academia de la Lengua Española que la política es cualquier actividad que el ciudadano desarrolle para intervenir en los asuntos públicos; política es también la lucha por determinar qué es un asunto público y qué no, como bien nos demostró el movimiento feminista con su lema “lo privado es política” o como nos demuestran muchos movimientos sociales de hoy cuando intentar introducir en la agenda pública sus reivindicaciones. Política es establecer marcos de lenguaje, campos de juego donde discutir.

Política significa controversia, crítica y discusión. Aunque opinión y política sean hoy términos denostados y mal vistos, significan la ordenación de lo común. Por esta y otras razones, ciertas tendencias económicas que pretenden ser dominantes hoy se nos presentan como apolíticas, como científicas, como espacios pseudo religiosos, libres de toda controversia; y ciertas interpretaciones de la religión se presentan, a sí mismas, como únicas, doctrinales y apolíticas.

Pero ni la ciencia está libre de política, ni la economía puede entenderse sin la política que se juega en su interior y en su interacción con el espacio de lo público, con el terreno de lo político. Tampoco la religión, cuando trata de influir en el terreno de lo común está libre de política, ni puede, ni debe estarlo, y haríamos bien en reconocerlo. Tampoco están fuera de este campo de juego las formas en que se organizan las propias religiones –las iglesias– que, por sólo dar algún ejemplo, pese a compartir el cristianismo no comparten el mismo rol para la mujer en su seno o el papel del celibato, ni ahora ni en tiempos pasados.

Las creencias religiosas son individuales y respetables; no puede discutirse con ellas desde la razón. Pero, cuando la religión se utiliza para tratar de influir en las reglas comunes, se está haciendo política y hay, por tanto, que someterse a las reglas de la política que hoy nos damos en sociedades democráticas. Hay que someterse al debate, a la crítica, y no se pueden hacer trampas, como lamentablemente se hace con demasiada frecuencia planteando por ejemplo que, quien no comparte su opinión, su interpretación parcial del hecho religioso, está destruyendo la religión, la familia y persiguiendo el hecho religioso. Se pretende hacer política sin decirlo, sin reconocerlo, sin parecerlo, desde principios adulterados, con trampa, introduciendo principios morales, de autoridad, para tratar de imponer la propia opinión, la propia interpretación de la realidad y de cómo regularla.

Hay leyes sobre las que se puede opinar, por supuesto, pero en igualdad de trato que cualquier agente de la arena pública. Se deben respetar los principios básicos de la política en democracia, someterse a la crítica, estar bajo el paraguas de la ley sin esconder delitos tan deleznables o condenables como la pederastia en conductas meramente amorales o, como en tiempos pasados, desfalcos y desmanes económicos de la banca católica como meros pecados.
No es lo mismo, sin duda, la interpretación y aportación que hacen a la vida pública las comunidades religiosas de base o la teología de la liberación que la curia romana. No viven, además, con la misma coherencia y en las mismas condiciones. Unos están más cerca de los mercaderes del templo a los que echó Jesús en su momento como falsos adoradores y especuladores; los otros se comprometen con la pobreza y luchan por construir otro mundo posible y necesario. Que la alta jerarquía católica desde su boato y riqueza haga valoraciones y aportaciones fuera de lugar en estos momentos –como la condena del uso del preservativo– o retrógradas –como el intento de defender un único modelo de familia válido y real (y, al tiempo, según los datos, casi inexistente en nuestras sociedades de múltiples y muy ricos modelos familiares)– no puede servir para plantear supuestas persecuciones.

Nadie es independiente de la política, nadie es apolítico. Incluso el que pretende definirse como tal, no está más que dejando que otros decidan por él, es un idiotes en términos griegos. No se puede, por ejemplo, decir que uno pertenece a una organización apolítica si esta organización es religiosa. Este es un falso debate tremendamente maniqueo y erróneo, porque la religión, y sobre todo su interpretación mediada por las iglesias, trata de defender en el terreno público su modelo de sociedad, su forma de ordenar la vida pública, sus propuestas, todas respetables, todas discutibles, todas, como otras que vienen de otros terrenos, necesariamente debatidas y elegidas o no bajo el principio único y supremo de que cada hombre valga un voto.

Tratar de cuestionar leyes y principios legítimos como las del aborto, el matrimonio, la igualdad o la libertad sexual desde parámetros que pretenden escapar a la lógica política, presentándose como superiores, como apolíticos, como supremos, no es más que tratar de ejercer un gobierno de lo público dictatorial, autoritario, adulterado en sus términos, tramposo en sus principios. Tratar de defender por encima de cualquier evidencia científica que el aborto es, por ejemplo, un asesinato, o defender el creacionismo supone intentar imponer nuevamente criterios desde ópticas diferentes. La religión es política, lo fue siempre en la historia, la usaron los políticos y se posicionó políticamente con unos o con otros, las iglesias hicieron política y la hacen hoy, pero, con frecuencia, tratan de hacernos creer que lo suyo es otra cosa, otro terreno, otra temática. Ni siquiera en una misma religión, en una misma Iglesia, las interpretaciones de algo tan respetable y tan individualmente incontrovertible como la fe, como la creencia, son iguales, ni se llega a las mismas conclusiones para la gestión de lo público.

GUILLERMO FOUCE es Doctor en psicología. Profesor en la Universidad Carlos III.

domingo, 26 de diciembre de 2010

RÉQUIEM POR EL FUMADOR

FERNANDO R. LAFUENTE

ABC, 26-12-2010

No es hoy un buen negocio ir contra la corriente. Resulta una ruina personal y política. No dejan margen. Te vas al otro lado. Pero las mayorías a veces han olvidado el principio esencial de las democracias: el respeto a las minorías. Ahora, la minoría fumadora será aplastada, laminada, expulsada, perseguida, vilipendiada e insultada sin que haya posibilidad de nada. Esto, a lo largo del tiempo, se ha llamado persecución. Los grandes legisladores han demostrado, por ahora, su absoluta incapacidad para resolver los verdaderos problemas de los ciudadanos: hambre, guerras, deportaciones, exilios, racismo, seguridad o falta de trabajo, y han decidido ejercer su incuestionable autoridad tirando hacia lo más fácil: el placer.

Cuando uno contempla a gente fumando en las puertas de edificios de Roma, Londres, Nueva York, Dublín, Amberes, Buenos Aires, Reikjiavik o París parece como si asistiera a la procesión medieval de enfermos, de sombras que se arrastran condenadas por el resto de una población impoluta, limpia. Como si contemplara la procesión de mendicantes que buscan (como los relatados por Norman Cohn en su libro En pos del milenio o los mostrados por Ingmar Bergman en El séptimo sello) un hueco donde esconderse. Son los nuevos guetos, pero ahora, ventajas del progreso, tales guetos no se han legislado para ocultar, sino para exhibir, para celebrar la exhibición de los nuevos apestados en la plaza pública. Están ahí para solaz de un común ya limpio y desinfectado, la querida mayoría de progreso. El gueto como espectáculo. La nueva barraca de feria, la exposición pública de los manchados. La persecución es implacable: familias, partidos políticos, gobiernos, ayuntamientos, empresas, sindicatos, bares, restaurantes, cines, aeropuertos, autobuses, salas de concierto, estadios, universidades, galerías de arte, metros, aviones, trenes, parques, playas. Las miradas hacia la vieja raza impura que fuma se llenan de odio hacia el humo; de violenta conmiseración hacia el fumador. Se contempla con un rictus de incomodidad, como se contempla a un enfermo, a un desgraciado, a un desamparado; como se contempla, y se trata, a una raza aparte.

No hay piedad. Solo queda la condena. No hay compasión. La humillación subraya la ceremonia cuando uno contempla a esos seres expulsados que consumen sus cigarillos en las puertas de las empresas a cero grados en invierno o a cuarenta en verano. Son los que sienten la coz implacable de los seres puros o de los conversos. La faz que alberga y muestra la ira del puritano, el dies irae de las almas limpias frente a las almas sucias; el asco frente a las almas manchadas de nicotina, apestadas de humo, nauseabundas de olor. La consigna en marcha: tolerancia cero con los fumadores.

El tabaco mata, pero la pena de muerte también mata, y hay Gobiernos democráticos (EE.UU.) que no derogan la pena de muerte pero se apresuran a perseguir el hecho civilizado de fumar, aun cuando concedan importantes subvenciones al cultivo de tabaco (¿). Lo de América es curioso. Su empecinamiento, y obsesión, contra el tabaco tal vez sea una reacción inconsciente a su culpabilidad. Sí, el tabaco vino de América, de donde surgió la prohibición. Fue Pierre Louÿs quien escribió: «El tabaco es el único placer que no conocieron los romanos». Los fumadores son los nuevos apestados en el mundo feliz (Wells). Que los hijos, como en la revolución cultural de Mao, denuncien a los padres; que los vecinos persigan a sus vecinos; que las empresas expedienten a sus trabajadores; que la persecución no se detenga, no hay fronteras para el castigo. Todos convertidos en policías. Los apestados del mundo perfecto (curiosa metáfora de una sociedad herida) son los apestados de la biopolítica (Foucault). Sin piedad. Sin remisión. Sin perdón.

En las persecuciones con saña (esta lo es) subyace un desprecio hacia el otro difícil de disimular. El grado de humillación al que se somete al fumador dice poco de la sociedad libre, crítica y plural de la que se reclaman los legisladores y las autoridades dedicadas a aplicar la ley. En la nueva cruzada contra el fumador, el diálogo no es posible. Se ha decretado la extinción, sin pensar que se trata de la extinción, como en otros tiempos, de la búsqueda de ciertos placeres. Este placer, el de fumar, ya está proscrito. Por ley y refrendo. Es el metafórico exterminio por vías legales. La aniquilación es lenta pero implacable. Como en el totalitarismo, se borrarán las huellas. A la eliminación de Trotsky en la foto del mitin de Lenin, le sigue la eliminación del cigarrillo en los dedos de Sartre o en los labios de Humphrey Bogart, Clark Gable, Marlene Dietrich, Cary Grant, Lauren Bacall, James Stewart, Ava Gardner, Robert Mitchum, John Wayne. Los héroes de la pantalla de ayer, ahora resulta que eran una pandilla sarnosa de enfermos. La historia del cine, que es la historia del siglo XX, borrada de un brochazo. No hay que dejar huellas malsanas. Ni siquiera la gran literatura de los siglos XIX y XX. Ya nadie escribirá como Thomas Mann en su magistral La montaña mágica estas palabras de su protagonista, Hans Castorp: «No comprendo cómo se puede vivir sin fumar… Cuando me despierto me alegra saber que podré fumar durante el día y cuando como tengo el mismo pensamiento. Sí, puedo decir que como para poder fumar… Un día sin tabaco sería el colmo del aburrimiento, sería para mí un día absolutamente vacío e insípido, y si por la mañana tuviese que decirme hoy no puedo fumar creo que no tendría el valor para levantarme».

Sí, un mundo perfecto. Ni siquiera el recuerdo de que esto alguna vez existió. «Escribir es para mí —confesaría André Gide— un acto complementario al placer de fumar». La memoria borrada es el acto peculiar del totalitarismo (Todorov). Y no hay diferencias ideológicas, da lo mismo que lo decreten partidos de izquierda (los más propensos a prohibir) o de derecha (abotargados en lo políticamente correcto). La decadencia de una sociedad comienza con la paulatina persecución de los placeres. Pero ¿no habíamos quedado con Freud en que el hombre es, ontológicamente, un enfermo, cuya enfermedad culmina con la muerte? Fumar es un placer contra esa enfermedad inevitable. Un placer sublime, en el sentido que le da Kant al término «sublime»: «la satisfacción estética que incluye un indicio de mortalidad». Una vida sin placeres es una vida anestesiada. El tabaco es un objeto sagrado, erótico, forma parte de la modernidad y su valor cultural es innegable, lo fue, a lo largo de los siglos XIX y XX. Ahora la prohibición del placer le llega al tabaco, pero mañana serán otros los placeres a combatir. Como ayer fue el sexo. Ahora, la sacrosanta salud es el nuevo Dios. ¿Qué salud? Es el nuevo tótem de una sociedad ebria de hipocresías que busca un chivo expiatorio, y fácil, «un payaso de las bofetadas» (León Felipe), una víctima inútil, para no mirarse en el espejo de la podredumbre moral alcanzada.

Sin embargo, es tan larga la historia y tan corto el decreto. Queda la venganza de la Historia. No es la primera vez que se ha prohibido fumar, ya ocurrió antes, lo cuenta en su documentado libro Los cigarrillos son sublimes (Turner, 2008) un no fumador, Richard Klein: «Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial, cuando algunos grupos contrarios al tabaco reaparecieron valerosamente en Indiana para relanzar su campaña —los mismos cuyos triunfos llevaron a veintiséis estados en la década de 1890 a prohibir fumar en público— fueron procesados bajo la acusación de …¡traición!». Se equivocaron con la persecución del sexo; se equivocaron con el alcohol y se equivocan los neomoralistas biopolíticos con el tabaco: el placer no se legisla. La prohibición incita a la épica, a la resistencia (Rosset). El placer del individuo resiste las embestidas de la bestia, de los estados. Bendita la trompeta de la rebelión, aun cuando, como en Espartaco, esa rebelión termine en la aniquilación. Se sienten iluminados por la luz del progreso. Réquiem por el fumador a extinguir. Que el dios del progreso biopolítico proteja a los perseguidores. Y bendiga a las víctimas.

FERNANDO R. LAFUENTE es subdirector del diario ABC

sábado, 25 de diciembre de 2010

FELIZ NAVIDAD

MANUEL CASTELLS 

LA VANGUARDIA, 25-12-2010

Miro con un suspiro de alivio la mesa puesta, los candelabros a punto de luz, la cubertería para la ocasión, la envejecida vajilla regalo de boda y la procesión de turrones sobre el aparador. La cena familiar estaba casi lista, tras la carrera habitual para comprar, preparar, guisar y gestionar la estrechez de la cocina y la barahúnda de un piso alterado en su rutina. Apretado contra la tele el arbolito de Navidad con su menguada cosecha de regalos, signo de tiempos de penuria. En un rincón de la estantería, el portal de Belén superviviente de las grandes construcciones del tiempo en que los niños eran niños. Los ex niños se afanaban ahora puntualmente en los últimos preparativos mientras el padre deambulaba sin rumbo haciendo gestos de ayuda que mas bien estorbaban pero que nutrían su autoestima de buen marido.

Una ojeadita al cronómetro del horno le dio un margen de unos minutos hasta el comienzo oficial de los fastos. Cambiarse y pintarse un poco, tal vez un toque de Chanel. ¡Ah ¡pero antes, como de costumbre, una llamada rápida a su hermana. Fue a su cuarto, se acomodó en la cama y marcó el número. De inmediato percibió una voz inusual que pronto rompió en sollozo. El marido quería dejarla. ¿Precisamente en Navidad? Recordó un articulo de ese sabihondo de Castells en La Vanguardia comentando la estadística de que los periodos vacacionales son los más proclives a las crisis de pareja porque contrastan la felicidad oficial con la vivencia real.

¿Habría otra mujer? Sí, claro, ningún hombre se enfrenta a la soledad sin recambio. Pero lo peor, decía la hermana entre congoja y rabia, es que ni siquiera es más joven ni más guapa ni nada muy diferente. Sólo que había sido su primer amor y en la crisis masculina de los cincuenta eso cuenta mucho, es como volver a empezar. No supo cómo reaccionar, no podía articular ni consuelos tontos ni verdades profundas bajo la presión de la cuenta atrás de un horno programado. Dijo cualquier banalidad y, sobre todo, le pidió calma y prometió llamarla más tarde. Se desplazó hasta la silla frente al tocador del dormitorio y se sentó entre abrumada y reflexiva. Así que, de repente, todo podía cambiar, todo ese entramado cotidiano, todos esos planes, esos esfuerzos, esas componendas, esos ajustes, esas memorias, esas hipotecas y estos niños hechos a medias hasta que empezaron a hacerse por su cuenta.

Todo eso podía desembocar en un después que ni siquiera incluía un antes porque el recuerdo es inversamente proporcional a la querencia del recordar. ¿Le podía pasar a ella? No había síntomas y tal como era él, entre comodón y acomodaticio, no lo imaginaba yendo más allá del escarceo ocasional y mediocre en alguno de sus viajes con la empresa. No, su matrimonio parecía atado y bien atado. Y de repente le asaltó una tristeza inesperada. Se dio cuenta de que, precisamente, no había ni habría nada más. Hacía años que todo lo que en un tiempo llamó amor (terrible y ambigua palabra hecha de anhelo y miedo) se había ido convirtiendo en una sombra fugaz contrastada a la rutina de la convivencia negociada, el sexo ocasional de algunos fines de semana y una cierta ternura hacia esa imagen doméstica de su héroe en camiseta y calzoncillos (de punto en invierno).

En realidad, nunca fue su marido el destinatario del amor abstracto o el deseo concreto. Y poco más hubo en su vida, excepto aquel amor turbulento de sus años mozos. Recordó sus ojos negros, su risa franca, la gracia de su figura en el desgarbo corregido por una alegría natural, su conversación superficial pero nada tonta, su constante danza de seducción en torno a ella, la seria, la responsable, la que tenía la vida planificada tras los garbeos quinceañeros, y la decisión tomada de que ella iba a controlar su vida, empezando por ser una buena profesional, ganarse su dinero y tener niños cuando tocara. Y por tanto, un hombre cuando tocara para tener niños. Por eso no pudo ser, aunque le doliera.

Había visto demasiadas mujeres rotas por pasiones tempranas que las frenaron para siempre en sus capacidades. Y había visto a su madre, la más capaz y la más rota. Tuvo vergüenza de encontrarse pensando en la suerte que tenía el marido de su hermana. Volver a empezar. Si se pudiera… Porque ahora estaba convencida de que el amor no existía pero que sin el amor nadie existía, que todas las personas que la rodeaban, menos su marido, claro, cuando entreabrían una rendija de su ser, seguían soñando con lo mismo, con lo que pudo ser, con lo que nunca llegó, con lo que ya nunca llegaría pero que en un recóndito lugar de la mente seguía alumbrando una lucecita de esperanza.
Se miró al espejo. Aún era mujer. Sus ojos marrones y expresivos resaltaban en el óvalo de un rostro en el que las cremas aún contenían los surcos de la vida. Sus canas estaban bien teñidas con un agradable color indefinible que su peluquero (Manolo, como todos los peluqueros) aseguraba que iba bien con su pelo corto y atrevido de profesional sexy. Su tipo había casi sobrevivido su doble maternidad gracias a su disciplinada dieta. O sea que sí, aún estaba de buen ver. Pero ¿para qué? ¿Para quién?

Antes de que pudiera recriminarse su regresión a la adolescencia el zumbido del horno la devolvió a sus tareas. Cinco minutos más y ya estaba todo en la mesa, la familia expectante a su señal. Empuñó su copa de cava. Justo en ese momento una lágrima furtiva se deslizó desde el rabillo de su ojo dejando un sendero de rímel. La secó rápidamente con la servilleta mascullando algo sobre su alergia. La lágrima fue a desaguar en el mar negro de las penas embalsadas por el aburrimiento.

Y, ahora sí, levantó su copa, miró desafiante y espetó un latigazo que le soñó a promesa: ¡Feliz Navidad!

MANUEL CASTELLS, profesor de Sociología en la Universidad de Berkeley, es uno de los científicos sociales más citado del mundo.
NUEVOS PADRES, NUEVOS HIJOS


VICENTE VERDÚ

EL PAÍS, 24-12-2010


Probablemente todavía siguen vivas, y con salud, las salus, nombre que se dio a unas asistentas que se ocupaban de los hijos pequeños al despertar y al llevarlos por la noche a la cama. Los lavaban, los vestían, los peinaban y los llevaban al cole. Horas después los recogían del colegio, les daban de cenar, les ponían el pijama y los presentaban a los padres para darles el beso de buenas noches. Los padres tenían hijos, pero lograban que no les pesaran, los padres besaban a los niños, pero, como cuenta Proust en el célebre pasaje de su En busca..., ese gesto era un delicado regalo de oro.

¿Qué piensan los niños de todo ello? Hace aproximadamente un siglo, como tan detenidamente cuenta Marcel Proust, el padre y la madre eran intactas figuras sagradas. No había que desobedecerlas, pero incluso desobedeciéndolas no se las haría padecer porque el servicio se encargaba de absorber la travesura, taponar la pequeña rebeldía o encubrir el leve destrozo infantil.

Esta familia, claro está, hace tiempo que es polvo de biblioteca, pero la otra gran familia santa, la sagrada familia de la Iglesia católica de la segunda posguerra, esa que desvela todavía al Papa y se halla permanentemente amenazada, también se ha ido deshaciendo a pesar de los rezos. Y ha ido desintegrándose (desacralizándose) unas veces porque los padres y las madres se reúnen como fragmentos amorosos tras roturas o divorcios de otra relación. Y, otras veces, porque el motor paternofilial se plantea como un bricolaje afectivo de aquellos que en Nueva Guinea admiraba Lévi-Strauss.

La pérdida del viejo pegamento sagrado sería de por sí la causa de una libertad que aun manteniendo unido con su pringue al grupo nunca lo cicatrizaría de verdad. Quien haya visto la primera película de la serie Millenium y sus horrendas heridas de familia no necesitará complementos para saber que no solo los hombres no amaban a las mujeres, sino que las mujeres y los hombres sin amor fijo van creando una fuente heterogénea de vivir y de morir entre el turismo y el hogar.

Con o sin salus, preceptores, colegios de curas, coachs o nanis, los padres son padres y los hijos son hijos, efectivamente. La cuestión radica en la naturaleza que les corresponde a unos y otros hoy con o sin proceso biológico de gestación.

Una primera cuestión a tener en cuenta es que la democracia (corrupta o no) ha permeado las paredes domésticas y la superdemocracia o masacracia universal, vigente en la Red, se opone radicalmente a la jerarquía. Más aún: sin horizontalidad, sin superficialidad, sin pantallas no hay cultura. Sin Red no hay comunicación y sin colaboración igualitaria no hay vida.

Todos los lamentos que imploran el regreso de la autoridad paterna fracasan, de la misma manera que no hay trasvase de conocimientos en la escuela imponiendo la autoridad profesoral. El valle ha sustituido a la montaña para sembrar una briosa plantación de seres distintos donde todos, independientemente de su altura y su experiencia, tienen algo que decir.

Podría afirmarse que este modelo solo lleva a un confuso mapa y, ciertamente, no hay nada más contemporáneo que la confusión, el galimatías y la ausencia de segura orientación. En el pasado, un cabeza de familia, padre y señor, marcaba el punto de donde partía la orden y la organización.

Pero ¿quién es hoy la cabeza del hogar? Perdida la cabeza, ese hombre -como en otros ámbitos- ha perdido también la posibilidad de interpretar un papel. Pero, además, en cuanto a la madre que, como mujer, ha buscado su liberación siguiendo demasiado las huellas masculinas su función no termina de encajarse aquí o allá. Es tierna, cariñosa, detallista, eficiente, protectora en el mejor de los casos, pero también depende del tiempo y la fuerza que le deje libre su ocupación laboral. Pero encima, denostado el patriarcado, le toca la ardua tarea de reprender.

En definitiva, ni los padres saben cuál debe ser su cargo ni tampoco las madres su cargo y su carga. Unos y otros, hijos incluidos, improvisan esfuerzos y silencios, ensayan conjunciones y disyunciones en un medio donde ni la sangre que corre por las venas ni el apellido que marca el linaje son elementos clave. No es pues que la familia se encuentre en crisis, se trata más bien de no encontrarse al margen de la funcionalidad de comer y dormir.

¿El amor? Nunca como ahora los chicos han encontrado más abrigo en horizontal, con sus pandas, sus amigos, sus twitters. Y por algo será. El apego familiar no es desdeñable, pero tampoco ha de tomarse como el aglutinante crucial. Así como los alumnos menosprecian a los profesores que enseñan, en forma y contenido, materias ajenas a su curiosidad, los hijos ven desacreditarse a los padres despistados, descolocados o en trabajos sin demasiado interés.

Todo ello sin contar con que, en la actualidad, prácticamente todos los amores, en la pareja o en la familia, en el consumo de marcas o en el lazo profesional, son amores de quita y pon. De este modo, los dramas tremebundos, las tragedias familiares al modo de Dostoievski o Elia Kazan han ido cayendo desecadas a los pies de Freud.

No todos los niños son huérfanos, pero si Sergio Sinay llama a nuestra época La sociedad de los niños huérfanos es porque observa con melancolía que ni emocional, ni éticamente, ni espiritual o normativamente, los hijos son amparados por la presencia de los padres.

¿Ni falta que les hace? Les hace falta, pero esa falta en la casa paterna se corresponde con el Estado de Ausencia General. Ausencia de líderes, de valores, de intelectuales, de historia, de objetos y sujetos con peso.

Esta sociedad donde los artefactos pesan cada vez menos, son menudos, planos, polifuncionales y se desmenuzan hasta los extremos de la nanotecnología, se oponen a la férrea categoría del binomio padre-hijo, que va aflojándose sin remisión.

Si se piensa que para una gran mayoría de hombres de hace apenas medio siglo, el sexo era una fuerza de atracción muy decisiva para casarse de por vida, se comprenderá el gran abismo mental que separa aquellas trascendentes bodas de las volátiles bodas de hoy.

Pero el amor a un hijo, ¿no será lo mismo ayer que hoy? Pues no. A la idea sagrada de la familia pertenecía la idea sagrada del padre y del hijo, de la madre, el abuelo y el intachable honor del apellido en sociedad. Ser hijo de tal obligaba a mantener guarda y fidelidad a unos fundamentos, unos feudos y unas figuras. Formar parte de una familia conllevaba pertenecer a una historia esencial y su acarreo vital mediatizaba la buena o la mala imagen del linaje. Un pecado de los antepasados fluía de generación en generación y un aura heroica bañaba de orgullo una dinastía.

El individualismo y el superindividualismo terminaron, en la segunda mitad del siglo XX, con los efectos de esa cadena de chatarra u oro. Antes se quería a los hijos -se decía- como carne de nuestra carne. Se les quería intravenosamente. Pero ahora, liberados los hijos de los padres, avanzados los injertos, los trasplantes y las células madre, todos podemos llegar a ser hijos de extraños o los extraños llegar a ser padres, madres e hijos de uno o de dos. Los hijos no elegían a los padres al nacer, pero los padres, enseguida, debían hacer algo para hacerse dignos de esa elección teologal. Igualmente, los hijos debían hacerse dignos acreedores de los santos padres. Honrarlos incluso como súbditos siguiendo sus mismas carreras para cumplir así una vida "a imagen y semejanza" del progenitor tal y como Dios había escrito en su cerrada y virtuosa ecuación del mundo.

¿El mundo de hoy? Si se desea tener una familia habrá que montársela, como los muebles de Ikea, con las propias manos y sacándola del complicado almacén. Pero también, hartos de tragedias y de transfusiones, de débitos y culpas, puede decidirse no montarla en absoluto, tal como ya elige casi el 50% de la población en los países de democracia más avanzada.

El amor es democrático, el sexo es divertido, la boda es un juguete, los hijos una fórmula, los padres un mecano. ¿La comunicación familiar? De su historia hablarán los libros, si es que existen, los años que vienen. Hablarán, sin duda, de los tiempos en que la sociedad, gracias a su premiosa cadencia, su orden más o menos estable y su clase media con segura seguridad social permitían no estar parados o arruinados, y acudir todos para reunirse felizmente en los días de la Navidad.

VICENTE VERDÚ es ensayista y escritor.

lunes, 13 de diciembre de 2010

EL INFORME PISA

PELAYO MOLINERO GETE
EL PAÍS, (Cartas al Director), 11-12-2010

Una vez más el informe PISA sobre la educación señala que los adolescentes españoles no entienden bien lo que leen. Una vez más la interminable letanía de declaraciones de representantes políticos, sociólogos y pedagogos.

¿Cuándo nos vamos a centrar de una vez y plantear las cosas en sus términos? Yo lo repito una y otra vez en el departamento de lengua del instituto en el que trabajo: ni Unamuno, ni Antonio Machado, ni Alberti, ni García Lorca, ni seguramente el último Nobel de literatura, Vargas Llosa, perdieron el tiempo en la adolescencia estudiando la jerga de monemas, morfemas, lexemas, sintagmas, paradigmas, códigos, con que nosotros mareamos a los quinceañeros españoles. Posiblemente, estos escritores tendrían problemas para aprobar algún examen de los que aún se ven en nuestros institutos. No hay nada más que hojear cualquier texto de Lengua Castellana de ESO y Bachillerato para darse cuenta de que no hacen nada más que repetir los mismos conceptos año tras año.

Los adolescentes terminan hartos de sujetos, predicados, simples, compuestas, adjetivas y adverbiales. ¿Por qué no nos limitamos a dar, cuando corresponda, uno o dos cursos de gramática en condiciones, dejando, así, de repetir año tras año la misma copla y nos centramos después en leer, comprender y redactar?

Hace ya años que Luis Landero dijo que un alumno español puede ser capaz de descomponer un editorial de cualquier periódico en todas sus oraciones, simples o compuestas, decirnos si son sustantivas, de relativo o adverbiales propias o impropias, pero que posiblemente si le preguntamos por la posición del editorial ante el problema que se plantea se quede en blanco. Pues en esas estamos. Oscilando entre sesudos análisis oracionales-textuales y triviales lecturas "juveniles".

PELAYO MOLINERO GETE es profesor.

sábado, 11 de diciembre de 2010

LA CIBERGUERRA DE WIKILEAKS

MANUEL CASTELLS

LA VANGUARDIA, 11-12-2010


Como documenté en mi libro Comunicación y poder, el poder reside en el control de la comunicación. La reacción histérica de EE.UU. y otros gobiernos contra Wikileaks lo confirma. Entramos en una nueva fase de la comunicación política. No tanto porque se revelen secretos o cotilleos como porque se difunden por un canal que escapa a los aparatos de poder. La filtración de confidencias es la fuente del periodismo de investigación con la que sueña cualquier medio de comunicación en busca de scoops. Desde Bob Woodward y su garganta profunda en The Washington Post hasta las campañas de Pedro J. en política española, la difusión de información supuestamente secreta es práctica habitual protegida por la libertad de prensa.

La diferencia es que los medios de comunicación están inscritos en un contexto empresarial y político susceptible a presiones cuando las informaciones resultan comprometedoras. De ahí que la discusión académica sobre si la comunicación por internet es un medio de comunicación tiene consecuencias prácticas. Porque si lo es (algo ya establecido en la investigación) está protegida por el principio constitucional de la libertad de expresión, y los medios y periodistas deberían defender a Wikileaks porque un día les puede tocar a ellos. Y es que nadie cuestiona la autenticidad de los documentos filtrados. De hecho, destacados periódicos del planeta están publicando y comentando esos documentos para regocijo y educación de los ciudadanos que reciben un cursillo acelerado sobre las miserias de la política en los pasillos del poder (por cierto, ¿por qué está tan preocupado Zapatero?).

El problema, se dice, es la revelación de comunicaciones secretas que podrían dificultar las relaciones entre estados (lo del peligro para vidas humanas es una patraña). En realidad habría que sopesar ese riesgo contra la ocultación de la verdad sobre las guerras a los ciudadanos que las pagan y sufren. En cualquier caso, nadie duda de que si esas informaciones llegaran a los medios de comunicación, estos también querrían publicarlas (otra cosa es que pudieran). Es más: una vez difundidas en la red, las publican. Lo que se plantea es el control de gobiernos sobre sus propias filtraciones y sobre su difusión por medios alternativos que escapan a la censura directa o indirecta. Una cuestión tan fundamental, que ha motivado una reacción sin precedentes en Estados Unidos, con llamadas al asesinato de Assange por líderes republicanos y hasta columnistas de The Washington Post y una alarmamundial generalizada desde Chaves hasta Berlusconi con la honrosa excepción de Lula y la significativa reacción de Putin.

A esta cruzada para matar al mensajero se ha unido la justicia sueca en una historia rocambolesca donde el pseudofeminismo se alía con la represión geopolítica. Resulta que los ligues suecos de Julian Assange (¿alguien investiga su conexión con servicios de inteligencia?) lo denuncian porque en pleno acto (consentido) se rompe el condón, ella dice que no quiso seguir y Assange no pudo o no quiso interrumpir el coito y esto, según la ley sueca, podría ser violación. Lo cual no impidió que la violada organizara al día siguiente en su casa una fiesta de despedida para Assange. A partir de tamaño acto de terrorismo sexual, Interpol emite una euroorden de captura con el máximo nivel de alerta desmintiendo que sea por presión de Estados Unidos. Y cuando Assange se entrega en Londres, el juez no acepta fianza, tal vez para enviarlo a Estados Unidos vía Suecia.

Con el mensajero entre rejas, hay que ir a por el mensaje. Y ahí empiezan presiones que motivan que PayPal, Visa, Mastercard y el banco suizo de Wikileaks le cierren el grifo, que le cancelen el dominio y que Amazon les retire el servidor (lo que no impide a Amazon el ofrecer el juego completo de cables filtrados por 7 dólares). La contraofensiva internauta no se hizo esperar. Los ataques de servicios de inteligencia contra la web de Wikileaks han fracasado porque han proliferado las webs espejo, o sea, copias inmediatas de las webs existentes pero con otra dirección. A estas horas hay más de mil en funcionamiento (si quiere ver la lista googlee wikileaks.mirror y salen). En represalia al intento de silenciar a Wikileaks, Anonymous, una popular red hacker, coordinó ataques contra las empresas e instituciones que lo hicieron. Miles de espontáneos se unieron a la fiesta, utilizando Facebook y Twitter, aunque con crecientes restricciones. Los amigos de Wikileaks en Facebook han superado el millón y aumentan en una persona por segundo. Wikileaks ha distribuido a 100.000 usuarios un documento encriptado con secretos sedicentemente más dañinos para los poderosos cuya clave se difundiría si se intensifica la persecución.

No está en juego la seguridad de los estados (nada de lo revelado pone en peligro la paz mundial ni era ignorado en los círculos de poder). Lo que se debate es el derecho del ciudadano a saber lo que hacen y piensan sus gobernantes. Y la libertad de información en las nuevas condiciones de la era internet. Como decía Hillary Clinton en su declaración de enero del 2010: “Internet es la infraestructura icónica de nuestra era... Como ocurría en las dictaduras del pasado, hay gobiernos que apuntan contra los que piensan de forma independiente utilizando estos instrumentos”. ¿Se aplica ahora a sí misma esa reflexión?

Porque el tema clave está en que los gobiernos pueden espiar, legal o ilegalmente, a sus ciudadanos. Pero los ciudadanos no tienen derecho a la información sobre quienes actúan en su nombre salvo en la versión censurada que los gobiernos construyan. En este gran debate van a retratarse las empresas de internet autoproclamadas plataformas de libre comunicación y los medios tradicionales tan celosos de su propia libertad. La ciberguerra haempezado. No una ciberguerra entre estados como se esperaba, sino entre los estados y la sociedad civil internauta. Nunca más los gobiernos podrán estar seguros de mantener a sus ciudadanos en la ignorancia de sus manejos. Porque mientras haya personas dispuestas a hacer leaks y un internet poblado por wikis surgirán nuevas generaciones de wikileaks.

MANUEL CASTELLS, profesor de Sociología en la Universidad de Berkeley, es uno de los científicos sociales más citado del mundo.
DOPADOS TODOS

VICENTE VERDÚ

EL PAÍS, 11-12-2010

Todos vivimos dopados. Efectivamente, esta sentencia no contiene toda la verdad, pero puestos a sintetizar el diagnóstico más ajustado se puede afirmar que la pura existencia vive del doping y no puede prescindir de él. Los actuales problemas en el coste de la sanidad no los plantea el desbordante consumo de antibióticos o de laxantes sino de psicofármacos a granel. Lo que nos falta a muchos para redondear la vigencia de la actualidad es, además, ser deportistas de élite. O, incluso, ser deportistas de vez en cuando.

Tanto nuestro organismo como nuestro genoma se encuentra diseñado sin variación importante desde hace más de 50.000 años. El cuerpo de los australopitecos que llegaban a gastar hasta 3.500 calorías diarias para resolver los problemas de alimentación mediante las operaciones de caza siguen presentes en nuestro modelo orgánico. Aquellos requerimientos físicos les hacían criaturas naturalmente sanas. Pero, ahora, para gastar no ya 3.500 calorías diarias sino apenas un millar deberíamos andar unos 20 kilómetros permanentes y cada día. Es decir, cumplimentar un onírico Camino de Santiago permanente para conservar la salud.

Quienes no cumplen este itinerario son clínicamente enfermos. Y siendo clínicamente enfermos, ¿cómo rechazar las medicinas de todo género para recobrar la salud? ¿Cómo no medicarse, inyectarse, tragarse o, en fin, doparse en aras del beneficio natural?

Tomarse una pastilla, ponerse una inyección sigue estando mal visto. Pero, por contraste, la creciente organización de maratones con más de 100 kilómetros, los decatlones o los llamados ironman en evocación al hombre de hierro que aspiramos a ser -en el mundo de los superhéroes del cómic o en la ciencia-ficción- plantean pruebas no solo fuertes (en calor, húmedas, hipoxia) sino "inhumanas". Pero justamente no se acostumbra a morir en esta supercompetición.

El Ironman de Hawai se compone de tres kilómetros de natación, 180 de ciclismo y 43 de carrera a pie. ¿El corazón? ¿Los pulmones? ¿El sistema muscular? ¿El tracto intestinal? No todo oficinista tiende a inscribirse en el Ironman, pero esta sería la prueba, no muriendo en su transcurso por causas al margen, de hallarse en el punto dulce de la formación.

Muere, en efecto, más gente por no hacer nada de deporte que por hacer mucho o muchísimo. Contra la creencia de que los deportistas de élite pagan con una vida más corta su éxito (típica y maldita ecuación moral) un buen número de investigaciones desde hace decenios ha mostrado que la longevidad premia a los deportistas de élite, sean remeros, esquiadores, futbolistas o atletas, y sentencia con la muerte anticipada a la molicie.

El tópico de que el triunfo deportivo se castiga después con el fracaso orgánico ha servido de ecuación consoladora en una sociedad sedentaria nacida de la segunda revolución industrial. Con esta creencia moral nos decíamos: "Habrá coronado el Tourmalet, pero le espera el abismo de la vida breve". Pues no. Los deportistas de élite finlandeses, por ejemplo, participantes en las olimpiadas de 1920 a 1965 han vivido más años que sus mesurados vecinos. E incluso mucho más si los deportes que practicaban fueron de resistencia, con su alto consumo de oxígeno. Y no solo no morían tales campeones del corazón sino que disminuían tanto las cardiopatías como el riesgo de contraer cualquier clase de cáncer.

Born to run, decía Springsteen, nacer para correr, antes que para quedarse sentado. El doping acentúa la velocidad de la carrera, pero aceptado que vivifica correr, ellos, los velocistas -según el Colegio Americano de Medicina Deportiva-, que llevan una vida acorde con lo humano, son quienes en lugar de conformarse con un gelocatil beben la magia de un compuesto que, como australopitecos, les promueve a deportista de élite. ¿Doping? La condición maldita del doping proviene no de la sustancia en sí sino de la institución moral que distribuye prohibiciones. Tal como el peyote, el khat, el alcohol, la marihuana o la masturbación fueron estigmatizadas, según los tiempos.

Fuera de esto, doping no quiere decir otra cosa que hallarse drogado. ¿Pero qué menos que drogarse para vivir? ¿Cómo vivir, de otra parte, fuera de la farmacia? ¿Qué es interior o exterior en la farmacopea absoluta, de vivir, parir, amar, matar, enfermar, copular o morir?

VICENTE VERDÚ es periodista y ensayista.
PROHIBIDO PROHIBIR

FRANCISCO G. BASTERRA
"EL PAÍS", 10-12-2010

Acaba la primera década del siglo XXI, que comenzó con el pánico milenario de la cuenta atrás al apocalipsis que provocaría el hecho de que Internet no fuera capaz de reconocer el inicio de la centuria, colapsando infraestructuras, aeropuertos, bancos y centrales nucleares. Fuese la Nochevieja de 1999, amaneció el nuevo año y no hubo nada. De nuevo Internet domina el debate a través del sitio Wikileaks con la diseminación instantánea de enormes cantidades de datos, los cables del Departamento de Estado de EE UU, que ha provocado reacciones contradictorias. Estupor y malestar en Gobiernos de todo el mundo, en los poderes establecidos en general, y satisfacción entre muchos ciudadanos, sobre todo en la inmensa comunidad que vive ya en red, que presenta el caso como el triunfo, sin matices, de la transparencia como principal contrapeso democrático. "La primera infoguerra ha comenzado. El campo de batalla es Wikileaks. Vosotros sois las tropas". Con este llamamiento han sido llamados al combate digital los activistas de Internet; para algunos, piratas a los que habría que aplicar la máxima dureza legal, o simplemente "una conciencia viva online", como los define Anonymous, su brazo ejecutor en la revancha contra el establishment.

Asistimos a una apasionante batalla por el control de Internet, por el dominio de la información, de la que se consideran propietarios los Gobiernos, por la libertad total en la Red, y a una redefinición de la diplomacia, del concepto de secreto y de la privacidad. Las comunicaciones del Gobierno norteamericano son un queso de Gruyere. En el último número de Foreign Affairs, el vicesecretario de Defensa, William Lynn, cuenta que cada día las redes civiles y militares de EE UU son probadas miles de veces y escaneadas millones de veces para detectar fugas. A pesar de ello, la diplomacia estadounidense sufrió una insólita penetración aún no explicada.

Las filtraciones de Wikileaks demuestran cómo está cambiando el mundo. Con el nacimiento de organizaciones universales, como el sitio web subversivo de Assange, "capaz de trastornar, de revolver, de destruir, más en sentido moral" (DRAE), replicado en varios continentes por cientos de espejos clones, impidiendo así su control por Estados nacionales, sin dirección centralizada, blindado para asegurar la confidencialidad a los filtradores que depositan en él información reservada de Gobiernos, bancos, empresas y organizaciones de todo tipo. Esta batalla de tintes libertarios la están dando, sobre todo, los jóvenes y se desarrolla en la red. La prensa escrita de referencia mundial, con EL PAÍS en primera línea, actúa como dique de desagüe y puesta en contexto y explicación del tsunami de los datos en bruto obtenidos, de manera alegal, por Wikileaks. Es fascinante asomarse a la Red y a las redes sociales para seguir al instante esta lucha emprendida por miembros de una generación enganchada al ciberespacio. Los mismos jóvenes que se manifiestan en Londres contra la subida de las tasas universitarias, organizados y convocados con rapidez y extrema eficacia a través de la Red. Nuevos tipos de protesta acordes con la nueva época, que hacen viejas las huelgas generales de los sindicatos tradicionales, sus silbatos, megáfonos y pancartas. Puede que estos movimientos sean una respuesta de las nuevas generaciones a la crisis económica. Coldblood, uno de los instigadores del castigo digital a los que tratan de asfixiar a Wikileaks, describe a los activistas como "una fuerza por el bien caótico". Es de nuevo el "prohibido prohibir" del revolucionario Mayo francés del 68. Bandadas de pájaros individuales, sin conexiones políticas convencionales, que solo se pueden identificar por lo que hacen juntos.

Nos sorprende el nacimiento de una esfera pública global, a la que EE UU, por motivos de seguridad nacional, quiere controlar. La biblioteca del Congreso de EE UU bloquea el acceso a Wikileaks. Hillary Clinton, en un discurso el pasado enero, alababa la libertad de Internet, pero precisaba que "algunos Gobiernos están identificando como blancos a pensadores independientes que usan estas herramientas". Pensaba en Irán y China, regímenes represores que ahora pueden devolver por pasiva a Occidente la frase de la secretaria de Estado. Julian Assange, el fundador de Wikileaks, es para Washington el enemigo público número uno. Lo que no impide, grandeza democrática de un país libre, que la revista Time le sitúe como el segundo mejor colocado para ser la persona del año, detrás del primer ministro turco, Erdogan, y por delante de Steve Jobs, Obama o el fundador de Facebook. No sabemos aún cómo acabará esta guerra. De momento, Wikileaks ha evitado el cierre. El diario The Guardian cuestiona en un editorial si la detención de Assange en Londres es el principio o el final, y recuerda que esta fue la pregunta que se hizo Oscar Wilde al ser detenido en 1895, acusado de homosexualidad.

FRANCISCO G. BASTERRA es periodista.