"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







sábado, 27 de noviembre de 2010

VERANOS DE LECTURA

ESTRELLA DE DIEGO

 
BABELIA, 14-8-2010


Pasear por las salas de las civilizaciones extinguidas de un museo es leer un libro de misterio: relatos inesperados, protagonistas legendarios... Aunque los museos son ahora tan populares que los visitantes se agolpan entre los ajuares mesopotámicos y los sarcófagos egipcios -hasta se apoyan en ellos para hacerse la foto- o comen un sándwich en la gran rotonda presidida por Asurbanipal. En medio de ese ruido, las historias intensas que vienen de otro tiempo dejan de oírse: la lectura necesita sosiego.

Lo encuentra no muy lejos, en la cafetería. Allí, un joven de apenas trece años lee ensimismado un libro que apoya sobre la mesa. No consigo descifrar el autor ni el título: da lo mismo. A esa edad se lee todo que cae en las manos porque sobra la curiosidad y el tiempo corre lento -"trece años aún", ha pensado quizás con fastidio esa misma mañana al levantarse y recordar la obligada visita al museo.

Sentada frente a él, su madre -debe de serlo, pues comparten el idéntico perfil elegante- se concentra en la taza de té: no le interrumpe. Ha debido de arrastrarle hasta las salas, pienso de pronto, en medio de su lectura de verano que, como ocurre en la adolescencia, atrapa igual que las urgencias del amor: no es posible dejar de leer. Han debido de pasear por las salas que el joven, seguro, ha mirado sin prestar atención, con el pensamiento fijo en el libro dentro de la mochila, la única vida real mientras duran las páginas. Lo demás, lo que ocurre fuera del texto, es solo un trámite incómodo: dormir porque hay colegio a la mañana siguiente, la hora de comer, apagar la luz cuando nos llaman la atención en casa -quién fuera mayor para poder pasarse la noche leyendo...-. Es igual que el mundo fuera se derrumbe. Es igual que se derrumbe dentro -y sucede con frecuencia en la juventud: la lectura termina por acompañarnos en cada momento importante de la existencia, historias que nos hacen diferentes, vivir en tránsito igual que el niño del museo-. Ahí está, solemne, en medio de tantos turistas que comen sin prestar atención al joven lector cuyo gesto me ha devuelto a mis veranos de juventud: leer como si nos fuera la vida en ello.

Y nos va. Nos van las vidas que vamos viviendo, insomnio que nos corteja desde la infancia como un virus incurable. Luego, la edad pone orden en las lecturas -igual que en el resto de las cosas- y el tiempo echa a correr sin que nadie entienda cómo ha ocurrido. Los veranos se hacen cortos y las grandes novelas, las de muchas páginas que nos bebíamos de un trago, permanecen más rato en la mesilla. Miro de nuevo al niño que no ha apartado los ojos ni un instante de ese libro cuyo título no puedo ver y vuelven decididos los veranos largos de lectura incansable. Las páginas pasaban deprisa sin límite de tiempo ni de tema y siento una nostalgia agridulce hacia aquellos meses solo para leer. Los recuperaré este verano. Cogeré mis libros ya leídos y leeré hasta caer rendida, como entonces; a destiempo, sin horario, sin prestar atención al mundo exterior aunque sea Egipto o Mesopotamia, igual que el joven lector del Museo Británico que levanta su libro de la mesa y se lo acerca al rostro. "Henry James", creo ver a punto de salir de la cafetería, dispuesta a volver a sumergirme en aquellas sesiones voraces de hace tanto. Leer como si me fuera en ello la vida.

ESTRELLA DE DIEGO es profesora de Arte de la Universidad Complutense. Por este artículo la autora ha recibido el premio Germán Sánchez Ruipérez de Fomento de la Lectura.

domingo, 21 de noviembre de 2010

LA FALACIA POLÍTICA


JAVIER CERCAS

"EL PAÍS", 21-11-2010

El mercado de las ideas es como el otro: hay productos que de golpe se ponen de moda y de golpe, tras envejecer rápidamente y demostrar su inoperancia o su tosquedad, desaparecen; lo curioso es que, a veces, algunos vuelven a aparecer, igual que si se hubieran hecho un lifting y su juventud artificial ocultara su olvidada tosquedad, o su inoperancia. Es lo que puede pasar ahora mismo, en el mercado de las ideas estéticas, con lo que yo llamaría la falacia política, un error que circuló con profusión a mediados del siglo pasado y que parece prosperar de nuevo.

Pocos la habrán formulado últimamente con mayor claridad que Slavoj Zizek. En Boinas verdes con rostro humano (EL PAÍS, 29-3-2010), Zizek oponía las dos grandes candidatas al Oscar del año pasado: Avatar, de James Cameron, y En tierra hostil, de Kathryn Bigelow; según Zizek, mientras Avatar toma partido contra el complejo industrial-militar mundial, "retratando al Ejército de la superpotencia como una fuerza de destrucción brutal al servicio de grandes intereses industriales", En tierra hostil no solo ignora el debate sobre la intervención militar de Estados Unidos en Irak sino que, mediante la humanización de los soldados protagonistas, pretende borrar el trasfondo político del conflicto -qué demonios hace el Ejército norteamericano en aquel país-, y se convierte así en una acrítica declaración de solidaridad con los combatientes estadounidenses y poco menos que en una apología encubierta de la guerra de Irak, tomando partido en favor de los malos donde Avatar tomaba partido en favor de los buenos. El resultado casi inevitable de esta argumentación es que Zizek postula que Avatar es una película superior a En tierra hostil. Casi inevitable, pero disparatado. De entrada, porque se antoja harto inverosímil preferir una película efectista, intrascendente y derivativa como la de Cameron a una película considerable como la de Bigelow (considerable y, como tantas películas considerables, provocadora y considerablemente peligrosa). Pero, además, y sobre todo, si aceptamos el argumento de Zizek y negamos el valor de una película que parece defender una causa injusta y humaniza a los malvados, no solo no podríamos gozar de En tierra hostil quienes consideramos que la guerra de Irak fue un error; tampoco podríamos gozar de las películas de John Ford quienes sabemos que los norteamericanos cometieron un genocidio contra las tribus indias de su país, ni podríamos gozar de El padrino quienes consideramos que los mafiosos son unos indeseables y que habría que meterlos a todos en la cárcel. El error de Zizek consiste en identificar sin más arte y política; también, por decirlo a la manera aristotélica, en identificar poesía e historia. Como recordarán, Aristóteles sostenía que poesía e historia se guían por fines distintos: la historia trata de lo concreto, de lo particular, de lo que les ocurre a determinadas personas en determinado momento y lugar; por el contrario, la poesía (o, añado yo, el arte) trata de lo general, de lo universal, de lo que les ocurre a todas las personas en cualquier circunstancia y lugar. Visto así, es absurdo exigirle a En tierra hostil que describa la realidad concreta de la concreta guerra de Irak, no digamos que la denuncie; su obligación, si la tiene, consiste en indagar qué hay de universal en esa guerra concreta, qué hay en esa guerra particular que la iguala con todas las guerras; del mismo modo, la obra de Ford no es una crónica de la conquista del Oeste (o no solo) sino un canto épico y virgiliano a las armas y al varón, y El padrino no es una crónica de la mafia italoamericana (o no solo) sino la tragedia de un hombre incapaz de escapar a su destino.

No hay arte serio que no aspire a cambiar el mundo. Pero la forma en que el arte cambia el mundo es distinta -más lenta, más compleja y más sutil, tal vez más profunda- de la forma en que lo cambia la política; de hecho, a lo que el arte aspira no es exactamente a cambiar el mundo sino a cambiar nuestra percepción del mundo: esa es su forma de cambiar el mundo. He dicho que la forma en que lo hace es distinta de la de la política; quizá es opuesta. El político busca cambiar el mundo simplificando problemas complejos con el fin de resolverlos; el artista busca lo contrario: toma un problema complejo y lo vuelve todavía más complejo, para, reinventándola, mostrar la realidad tal y como es (por eso el arte de verdad siempre humaniza a los malvados: porque, aunque sean malvados, o precisamente porque lo son, también son humanos). Esta es una de las razones por las que arte y política mezclan mal y por las que, salvo excepciones, los artistas son pésimos políticos y los políticos pésimos artistas. Todo lo cual no significa, casi sobra decirlo, que no haya un gran arte político, ni siquiera que toda obra de arte no admita una lectura política; significa solo que identificar sin más los fines del arte con los de la política es hacerle un flaco favor al arte. Y, de paso, a la política.

JAVIER CERCAS es escritor.

sábado, 20 de noviembre de 2010

EL ORGASMO

MANUEL RIVAS

"EL PAÍS", 20-11-2010

Las declaraciones de Duran i Lleida sobre la natalidad son un insulto a la inteligencia. En primer lugar, a la inteligencia de Duran i Lleida, que no es poca. El político nacionalista, que profesa el humanismo cristiano, emitió días atrás el extraño lamento de que las "pocas criaturas" que nacen en Cataluña, en comarcas con crisis demográfica, son de madre inmigrante. Pues, ¡qué suerte! Una suerte que nazcan criaturas. Y otra suerte que sean de madres inmigrantes. El señor Durán y los que piensan como él deberían estar contentos como humanistas e incluso como nacionalistas. En ese proceso doloroso que suele ser la emigración, una deriva que lleva de la pérdida a la incertidumbre, el lugar donde la gente se posa y anida recibe un injerto afectivo, un bien incalculable. El de ser elegido como Tierra Prometida. Si nadie emigrase, si nadie naciese, estaríamos hablando de un locus horroris o, en el mar, de una Marca del Miedo, allí donde no van ni los tiburones. Conozco unos cuantos lugares horrorosos, bien bonitos por cierto. En uno de ellos, una aldea de Ancares, recuerdo la conversación con su único habitante, un anciano enfermo de tristeza, al que intenté animar con una verdad paisajista: "¡Esto es un paraíso!". Él me miró con una mueca de humor desolado: "Sí, ¡pero está desadornado de gente!". Ni siquiera se veía como un superviviente, sino como un muerto todavía vivo. Que en Cataluña, cuna del movimiento solidario, y en la España de hoy se hable de la inmigración como un problema principal es algo más que una injusticia con aquellos que cuidan a nuestros viejos, que limpian la mierda, que recogen los frutos, que aportan mucho más de lo que reciben. Es el signo de una corrosión moral, que ha tenido su expresión más vil en el programa virtual de los cachorros políticos de doña Alicia. Así las cosas, ¡bienvenidos los votos con orgasmo!

MANUEL RIVAS es periodista y escritor.

jueves, 18 de noviembre de 2010

ELLOS BEBEN Y TÚ PAGAS


BENJAMÍN PRADO
"EL PAÍS", 18-11- 2010

¿Se puede multiplicar increíble por dos? Sin duda, diga lo que diga la gramática. Y sobre todo en Madrid, donde los ciudadanos viven acorralados por policías municipales, recaudadores, grúas, cámaras, parquímetros o radares, cuya función no es solucionar el problema del tráfico sino llenarle la caja fuerte al Ayuntamiento, y donde el asalto de guante blanco no tiene límites. Para demostrarlo, acaban de inventarse otro camino a la extorsión, por si nos quedaban algunas monedas sueltas en el fondo del bolsillo: a partir de ahora, los padres serán responsables solidarios de las juergas de sus hijos menores de edad en la vía pública, de manera que cuando se junten a beber alcohol en una plaza, los padres serán sancionados como mínimo con 300 euros por vulnerar la ley antibotellón y con otros 300 por el ruido, que incumple la normativa medioambiental. Si además tienen la mala suerte de que los muchachos hagan un grafiti, tendrán que poner más dinero, pagar otra multa la reparación de la fachada, lo cual puede salirles por una cantidad que va de los 3.000 euros a los 12.000.

"La verdad es que no hay atajo más corto que el que va de la incompetencia a la desvergüenza", dice Juan Urbano, aterrorizado por lo que sin duda va a costarle uno de sus hijos, un adolescente ingobernable que le tiene afición al coñac con refrescos y es un prototipo de cierta clase de jóvenes educados en la irresponsabilidad, tal vez por pertenecer a un mundo en el que ya se han inventado el tenedor a pilas que te enrolla los espaguetis y, en los últimos tiempos, la cuchara que suelta aire para enfriar la sopa.

"O sea, que esta gente que jamás asume sus responsabilidades, que está rodeada de escándalos y no dimite o paga un precio político por muchos concejales o tesoreros que los jueces les sienten en el banquillo, ¿ahora viene a hablar de culpables solidarios?". Tiene razón, y ojalá haya alguien que les pare los pies a estos hombres y mujeres del frac disfrazados de legisladores, que nunca tienen más solución que la represión y que se lavan las manos para tenerlas limpias al contar el dinero.

¿Qué culpa tienen los padres de que sus hijos se beban una botella de ron barato con Coca-Cola en una acera? ¿Qué pueden hacer para impedirlo? ¿Ir detrás de ellos a todas partes? ¿Para qué pagamos entonces a la Policía Municipal? ¿Se les castiga por no saber inculcarles los valores de la convivencia? Tal vez entonces deberían de ponerle otra multa a sus profesores. Y, en cualquier caso, ¿cómo es posible que los que hablan de responsabilidad solidaria sean los mismos que se han opuesto con uñas y dientes a la asignatura de Educación para la Ciudadanía? Aunque tal vez tenga razón Juan Urbano: para qué perder el tiempo con tantas preguntas, si se puede resumir con una sola: ¿Cómo pueden tener tanta cara dura?

O a lo mejor esto es fantástico porque inaugura un nuevo camino, el de la responsabilidad solidaria. Si es así, para mañana Rajoy y Aguirre ya habrán dimitido por los escándalos de sus subordinados en Valencia o en Madrid.

BENJAMÍN PRADO es periodista y escritor.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

LA CONSTRUCCIÓN CULTURAL DEL FASCISMO

JOSEP RAMONEDA

"EL PAÍS", 16-11-2010

El biopic de Belén Esteban que presentó Telecinco empezaba intercalando planos de momentos estelares de la vida de la protagonista y de episodios de agitación de masas de Eva Perón. En el contexto de exaltación hiperbólica de la figura de la homenajeada, la primera reacción era pensar en una exageración más, en otra pasada de frenada en la mitificación de la llamada princesa del pueblo. Sin embargo, intencionadamente o no, la comparación daba mucho de sí.

Por un lado, insinuaba que el plató de televisión ha venido a sustituir a las grandes explanadas para la concentración de masas, como lugar propio de la demagogia populista. Y en este sentido podría parecer tranquilizador: mejor que las masas deslumbradas por la estrella estén apaciblemente sentadas en el sofá de su casa y no codo a codo en la calle, dispuestas a lo que manden. Sin embargo, la comparación nos llevaba inevitablemente a pensar que el realizador veía en Belén Esteban un potencial fenómeno político de masas. Lo cual venía corroborado por el hecho insólito de que Telecinco difundiera una encuesta de opinión en la que Belén Esteban aparecía como contrincante de los distintos partidos políticos del arco parlamentario español.

Conocida la naturaleza del peronismo, sabiendo lo muy roída que está la democracia argentina por no haberse liberado nunca de este fenómeno populista, me pregunté si el director del documental quería curarse en salud y nos advertía de que lo que venía a continuación era un fenómeno típico de la construcción cultural del populismo fascista.

Ciertamente, Fermín Bouza explicaba muy bien el éxito de Belén Esteban como eco de las conversaciones de pueblo, o de escalera de vecinos, que en la cultura urbana actual tienden a perderse. Vivimos tiempos de individualización creciente y de desocialización avanzada: que los “famosos” publiciten, o aparenten publicitar, su vida privada, satisface las pulsiones voyeuristas de parte de la población.

Pero el caso de Belén Esteban parte de aquí y va algo más allá: por la continuidad del relato y por el papel de heroína que le han hecho asumir. El argumento de la construcción de la princesa del pueblo es tan simple como las expresiones que le han hecho famosa: mujer pobre que alcanza, por amor, un sitio en las élites de este mundo a través de un torero de renombre, y que es maltratada y expulsada por un poder de clase y masculino, que no soporta a una chica del pueblo que sigue fiel a los suyos hasta el último momento, y en especial a su hija, para la que está dispuesta incluso a matar.

Como toda construcción de un mito mediático, tiene evidentemente sus secretos. Y en este caso hay uno principal, que no puede pasar desapercibido, pero que en un ejercicio de amnesia voluntaria, compartido por el público y por el coro de figurantes que vive de esta historia, se convierte en tabú. Lo podemos formular en forma de pregunta: ¿por qué la imagen física de Belén Esteban se deteriora tanto a pesar de la cirugía estética aplicada? Responder a esta pregunta probablemente acabaría con el mito y, por tanto, con todo el dinero que circula a su alrededor. Se trata, por tanto, de convertir los hechos -las operaciones- en acontecimientos, sin ahondar nunca en las causas. Todo personaje hiperexpuesto al público corre riesgos: el día que la gente se pregunte por qué la operaron será el principio del fin de Belén Esteban. Querrá decir que el público se habrá quitado la venda de los ojos, que la pose de gritona mujer indignada habrá acabado su recorrido. Todo cansa en el mundo de la televisión.

La estructura narrativa de la historia del personaje es, por tanto, simple y responde a un patrón perfectamente conocido: la humilde víctima de una familia poderosa convertida en heroína popular. El personaje es de una transparencia meridiana: vista una vez, vista siempre. Sus recursos: gritar, llorar, gesticular, indignarse, hacer de la ordinariez hortera un estilo, se repiten en una espiral inacabable. Cuantos más chillidos, más entusiasmo. Se conoce el poder de la simplicidad y de la repetición. La eterna repetición de lo mismo es una vieja técnica de seducción colectiva. Y sobre ella se funda tanto el personaje Belén Esteban como el cuento construido sobre su biografía.

Mi interés iba decayendo por momentos cuando una idea que pronunció Cristian Salmon me sacó de la modorra: esta mujer no suple el silencio de las clases populares, al contrario, lo alimenta. He aquí una definición del populismo fascistoide en la época de la televisión. No se trata de dar la voz a las clases populares, se trata de enardecerlas para que sigan calladas. Para que cedan su palabra al agitador que promete representarlas. Un medio frío, como la televisión, parece garantizar que la abducción de las mentes no tenga consecuencias mayores en la calle: fascismo de sala de estar más cultural que político.

El repertorio básico de la cultura fascista está condensado en la frase estrella de Belén Esteban: “Yo, por mi hija, ma-to”, mil y una veces repetida por ella y coreada por sus admiradores, los de verdad, y los que viven del cuento. No hay complejidad. Todo es simple. Un problema, una respuesta. Me tocan a mi hija, mató. La muerte y la sangre: la muerte legitimada por la sangre. Por mi hija mato, por mi patria mato. Pura sonoridad fascistoide.

El esquema de esta frase es el que utiliza Belén Esteban cada vez que descalifica a los políticos y que asegura que ella tendría solución para todo. No conocen al pueblo, solo piensan en ellos, en vez de soluciones nos crean problemas, yo tengo respuesta para todo… Y por mi hija mato. Da grima. La proximidad de la cámara subraya la furia a través de un rostro desencajado. La secuencia se repite una y otra vez, venga o no a cuento. Cuanto más la repita más aplausos arrancará, más subirá la temperatura. Los distintos estratos del coro la repiten con ella: en el plató, en la prensa, en la calle. La estructura del “Por mi hija mato” es del mismo tipo de “por los míos hago lo que haga falta”, “los inmigrantes fuera”, o “eso se acaba metiéndoles en la cárcel”.

Desprecio a las élites, desprecio a las leyes, desprecio a las instituciones: la solución es el pueblo en estado puro que ella pretende representar. Apoteosis de la ignorancia convertida en virtud.

Belén Esteban ha encontrado el medio y el momento adecuado para alcanzar cuotas de reconocimiento con las que, probablemente, nunca había soñado. Hoy, probablemente, ya no es ni siquiera dueña de un destino que le sobrepasa y que cambiará bruscamente el día en que deje de funcionar como máquina de hacer dinero. Es la lógica de la mercancía mediática. Los mismos que la han encumbrado, la tirarán cuando no dé dinero. Hoy, ya es solo una mercancía, que su pueblo consume. Y consumir es el modo de instalarse en el silencio.

Pero el éxito de Belén Esteban hay que mirarlo en doble dirección: los peligros de un discurso que extiende todos los tópicos antipolíticos y antidemocráticos; el estado de unos sectores de la sociedad que se sienten completamente desatendidos por la política, que buscan contacto, roce, espacio compartido: es decir, los espacios comunitarios perdidos. Para muchos de ellos el encuentro en la tele con Belén Esteban es, para así decirlo, el momento del reconocimiento: al identificarse con ella se sienten alguien en este mundo. Sin otra exigencia que aplaudir y sentirse solidaria coreando el perverso mensaje: “Yo, por mi hija, ma-to”. El éxito de Belén Esteban es una crítica a los que dirigen las instituciones democráticas, que cada vez dejan más espacios fuera de la representación y del reconocimiento. Belén Esteban es la mercancía con la que algunos avispados han intentado ocupar un espacio que además puede ser negocio. Hipotecándose en esta mercancía, estos ciudadanos, que ella llama pueblo, se convierten en turba virtual. Carne de aplauso, ¿quién les devolverá la palabra?

JOSEP RAMONEDA es periodista.


LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

1. Clasifica y analiza el texto anterior según la tipología.

2. Resume en un párrafo la tesis que defiende el autor del texto.

3. Da tu opinión crítica sobre el personaje de Belén Esteban y su papel social y mediático.

FILOSOFÍA Y EDUCACIÓN DE LA HUMANIDAD


VÍCTOR GÓMEZ PIN

"EL PAÍS", 17-11-2010

Hace cinco años la Conferencia General de la Unesco instituyó el día mundial de la filosofía, y este año, en la sede parisiense de la organización, los actos arrancan mañana con un debate en el que se reivindica la potencialidad de esta disciplina, concretamente en el combate por hacer compatible la diversidad de las culturas con irrenunciables exigencias de universalidad. La Unesco viene desde hace años instando a otorgar a la filosofía un papel en la formación general de la ciudadanía, empezando por conferirle un mayor peso en la enseñanza secundaria y hasta primaria.

Y alguno se preguntará: ¿en razón de qué la filosofía? La carencia en los programas educativos afecta a múltiples disciplinas científicas o humanísticas, y la propia filosofía está interesada en denunciarla. Interesada, por ejemplo, en que se fortalezca la enseñanza de la matemática pura o de la música, materias vinculadas a la filosofía desde el origen y de las que nunca puede prescindir. Y, sin embargo, la filosofía reivindica una singularidad en el seno de las disciplinas del espíritu, en razón de que, aunque tenga sus dominios de especialización, la filosofía no apunta a alcanzar un sector específico del saber, sino un saber de cuya ausencia se queja implícita o explícitamente todo ser humano, un saber que a todos concierne.

La filosofía tiene emblema en la declaración con la que Aristó-teles abre su Metafísica, según la cual se da en todos los seres humanos un deseo desinteresado de conocimiento. Y ello en razón de que la facultad de lenguaje y la capacidad de razonar constituyen la expresión mayor de nuestra especificidad en el seno del mundo animal. La tendencia a fertilizar estas capacidades es, pues, la forma que adopta en nosotros la pulsión de todo animal a realizar plenamente su naturaleza específica, siendo tal tendencia lo que cabalmente recibe el nombre de filosofía, disposición emparentada a la que lleva al arte y a la ciencia, en los que la filosofía reconoce común origen, y en los que encuentra fundamental alimento.

Que Aristóteles tenga o no razón, que quepa o no atribuir a la naturaleza humana como tal una predisposición a la lucidez, se convierte entonces en una cuestión central que concierne, entre otras cosas, a la educación, lo que llevó hace 10 años en Boston a dar al cíclico congreso mundial el título de La filosofía educadora de la humanidad. Afirmar o negar la universalidad de la filosofía es casi una cuestión de confianza en una común disposición de los seres de razón, disposición que sería consecuencia de la riqueza esencial del lenguaje, más allá de las diferencias contingentes que separan a pueblos, culturas y civilizaciones. Incluso más allá de la diferencia entre adultos y niños. Esta pretensión de universalidad plantea obviamente el problema del lugar institucional en el que ha de enmarcarse la filosofía.

Es muy antiguo el debate sobre si la filosofía ha de practicarse allí mismo donde se realiza el trabajo científico o artístico, o debe seguir teniendo anclaje en una facultad específica. Una alternativa válida sigue siendo, a mi juicio, la propuesta kantiana de un departamento de filosofía que, siendo administrativamente uno entre otros, constituyera, sin embargo, "toda la Universidad". Ello pasa naturalmente porque la filosofía esté abierta al trabajo especializado, concretamente al científico.

La filosofía se reconoce en interrogaciones elementales de las cuales surge la necesidad de análisis de fenómenos, descripción de los mismos, y eventual ordenación en conjuntos, a todo lo cual denominamos ciencia. De la ciencia pueden surgir problemas teóricos, que no conciernen directamente a lo que se planteaba en el origen de la misma. Mas también puede ocurrir que la reflexión de la ciencia sobre sí misma enlace directamente con lo que desde el principio se formulaba, y entonces estamos de lleno en la filosofía. Este es exactamente el caso de la mecánica cuántica, disciplina que subvierte alguno de los principios que (desde el pensamiento primitivo hasta Einstein) han sido la base de nuestra concepción de la naturaleza, lo que aboca irremediablemente al físico a convertirse en metafísico. Y el filósofo que con el científico se reencuentra ha de estar en condiciones de dialogar efectivamente con él, sin que la dificultad técnica pueda eximirle al menos de un esfuerzo para estar en condiciones de determinar aquello que en las interrogaciones del científico le concierne directamente.

Un último apunte: si la filosofía tiene pretensiones de universalidad, si se aspira a la "filosofía como educadora de la Humanidad", entonces es imprescindible preguntarse por qué tiene tan liviano peso en la formación básica de los ciudadanos. La verdadera causa de la ausencia de universalidad de la filosofía no puede ser sino de orden social. En condiciones materiales en las que la lucha por la subsistencia sigue siendo el primer imperativo, no hay posibilidad de educación general conforme a la exigencia filosófica. Por ello, la filosofía tiene efectivamente un carácter militante, en consecuencia con el ideario humanista que ve en cada ser humano un potencial de riqueza espiritual y denuncia todo aquello que coarta esta potencialidad.

VÍCTOR GÓMEZ PIN es catedrático de Filosofía la Universidad Autónoma de Barcelona.

jueves, 11 de noviembre de 2010

LA EDUCACIÓN DEL TALENTO

JOSÉ ANTONIO MARINA 

"EL MUNDO",9-11-2010

Leo en la revista Forbes un artículo sobre «la próxima industria del billón de dólares». Su producto: la inteligencia. Hemos entrado, dice el articulista, en la «economía del CI», del cociente intelectual. La nueva industria se constituirá alrededor de todo lo que pueda hacernos más listos. «Eso incluye cualquier cosa que podamos ingerir -drogas para mejorar el rendimiento, implantes de chips, y cosas parecidas- y herramientas cada vez más inteligentes, como motores de búsqueda en la web y bancos de datos». Más CI, más creatividad y más energía mental: esa es la consigna. Vivimos en una sociedad del conocimiento acelerado, en la que se supone que triunfarán los individuos hiperinteligentes, los que puedan utilizar más información con mayor rapidez y mayor eficiencia. Como en tantas otras ocasiones en la Historia, la tecnología bélica ha ido por delante. Las anfetaminas se utilizaron masivamente en los ejércitos en épocas de guerra, y los equipos de los soldados actuales incluyen múltiples sensores y enlaces con bases de datos que les hacen vivir en una realidad aumentada.

La industria de la inteligencia tiene dos zonas de desarrollo próximo: los fármacos potenciadores de la cognición y la tecnologías de la información. Hay una tercera posibilidad -la utilización de la ingeniería genética- de la que no voy a ocuparme por su extraordinaria complejidad. La inteligencia es un rasgo poligenético, que resulta de la combinación de centenares de genes. Todas forman parte de un colosal movimiento para mejorar la evolución. Este proyecto puede parecernos monstruosamente soberbio, un demoníaco afán de convertirnos en dioses, pero no es más que el último avatar del destino humano: prolongar la evolución biológica con la evolución cultural.

Por esta razón, lo más sensato es intentar saber lo que está sucediendo. Con frecuencia nos perdemos en la actualidad y no prestamos atención a los grandes movimientos de fondo que son los que acaban dirigiendo nuestra Historia. Parte del futuro se gesta en laboratorios y centros de estudio, al abrigo de los focos. Basta recordar lo que ha supuesto la creación de internet, un invento que durante años pasó discretamente oculto para el gran público.

Los potenciadores del cerebro son sustancias estimulantes que aumentan la capacidad de atención y disminuyen la sensación de cansancio. En algunas universidades americanas, hasta una cuarta parte de los alumnos reconoce que utiliza ese tipo de fármacos, lo que ha planteado un problema parecido al del dopaje en el deporte. ¿No estarán en condiciones de superioridad los estudiantes que usen esas sustancias? El Ritalín, un fármaco usado en EEUU para tratar la hiperactividad, produce en los niños normales un aumento de 100 puntos en los test de evaluación académica (SAT). ¿No deberían, entonces, tomarlo todos nuestros alumnos? Por otra parte, se busca con ansiedad productos que sirvan para evitar los trastornos de la memoria. Las pruebas hechas con donepezil ofrecen resultados prometedores. Sin embargo, no aumentan el conocimiento, sino, en todo caso, la capacidad de utilizar mejor los que ya se tienen, o de aprender más.
Problemas de este tipo tienen revuelto al mundo científico, y han dado nacimiento a una nueva ciencia, la llamada neuroética.

El otro camino para ampliar la inteligencia sería la simbiosis de inteligencia y mecanismos electrónicos. No hace falta pensar en las máquinas espirituales que augura Ray Kuzweil, un injerto de hardware electrónico en estructuras cerebrales. El acceso inmediato a gigantescos bancos de información, en línea continua, con motores de búsqueda semánticos perfeccionados, con gran capacidad operativa, permiten una nueva gestión de mecanismos cerebrales como atención y memoria.

Otra posibilidad es la realidad aumentada, que consiste en enriquecer nuestra entrada de datos. Imagínense que según pasean por una calle están recibiendo no sólo los datos que reciben sus sentidos, sino los proporcionados por otros sensores o bancos conectados. Podrían tener información de las personas con que se cruzan, conocer la historia de los monumentos por donde pasan, estar continuamente en contacto con su red social…

Estas dos ampliaciones de la inteligencia plantean un problema a los educadores. La educación no es ya sacar las mejores posibilidades de cada persona, sino integrarla debidamente en un mundo donde parte de su inteligencia va a estar fuera de él. Cada vez es más evidente que al hablar de educación estamos tratando de la estructura básica del ser humano. La última gran mutación del cerebro sucedió posiblemente hace 200.000 años. Nuestros bebés nacen con un cerebro del pleistoceno, que al cabo de 10 o 12 años se ha transformado completamente. Han asimilado en ese breve lapso lo que la humanidad tardó en elaborar decenas de miles de años: lenguaje, capacidad de modular las emociones y controlar la conducta, normas de convivencia. El problema principal es: ¿qué tipo de cerebro vamos a configurar en el niño mediante la educación? No debemos olvidar que la educación es la actividad fundadora de la humanidad, que la más verdadera definición de nuestra especie es la que educa a sus crías, y que, por lo tanto, la evolución está pendiente de estas decisiones.

Soy consciente de la dificultad de decir algo sensato sobre una realidad tan compleja, múltiple y acelerada, pero la educación no puede esperar, tenemos que tomar decisiones aunque sea con teorías provisionales. Tal vez se están tomando ya, sin que nos demos cuenta, movidos por la propia inercia científico- técnica.
Voy a limitarme a contarles el modelo con el que trabajo, con el principal propósito de llamar la atención y despertar el debate sobre estos asuntos. La noción central es la definición de inteligencia humana. La brillante tradición que la identificaba con el conocimiento nos está pasando una elevada factura. La función principal de la inteligencia no es conocer, sino dirigir bien el comportamiento, aprovechando la información necesaria. Nuestra gran creación no es el cerebro cognoscitivo, ni el cerebro emocional, sino el cerebro ético. En último término, la acción es lo decisivo, y la acción es un fenómeno individual. Es esta capacidad de pensar críticamente, evaluar, decidir, actuar, la que debemos potenciar.

Por eso pienso que la educación del talento es nuestra meta más inmediata y con mejor futuro. Llamo talento a la inteligencia triunfante, a la que se enfrenta eficientemente a los problemas prácticos y teóricos. La felicidad es un problema, la convivencia y la justicia también. La tarea de esta inteligencia triunfante es elegir bien las metas y ser capaz de alcanzarlas. Integra, pues, información, sentimientos, motivaciones, hábitos ejecutivos, criterios de selección. «De nada vale que el entendimiento se adelante si el corazón se queda», decía Gracián. Nuestro cerebro es una gigantesca fuente de posibilidades que podemos aprovechar mediante el debido entrenamiento. La neurociencia da base científica a muchas cosas que conocíamos de forma práctica. La primera de ellas es que nuestros pensamientos, sentimientos, preferencias, decisiones conscientes son el producto de complejas operaciones mentales no conscientes, y que la finalidad de la educación, como decían los viejos maestros zen, es «adiestrar el inconsciente»; dicho en términos científicos, diseñar el propio cerebro.

No se trata de hacer superbebés, sino de ayudar a todos los niños para que desarrollen los recursos intelectuales, afectivos, volitivos y morales necesarios para dirigir su vida. Pero ante la complejidad de los temas, espero que los investigadores se centren en estos estudios que son mucho más que el negocio de un billón de dólares.

JOSÉ ANTONIO MARINA es filósofo y escritor.

domingo, 7 de noviembre de 2010

AVATARES DE LA MARIHUANA

MARIO VARGAS LLOSA

"EL PAÍS", 7-11-2010


Los electores del Estado de California rechazaron el martes 2 de noviembre legalizar el cultivo y el consumo de marihuana por 53% de los votos contra 47%, una decisión a mi juicio equivocada. La legalización hubiera constituido un paso importante en la búsqueda de una solución eficaz del problema de la delincuencia vinculada al narcotráfico que, según se acaba de anunciar oficialmente, ha causado ya en lo que va del año en México la escalofriante suma de 10.035 muertos.
      Esta solución pasa por la descrimi-nalización de las drogas, idea que hasta hace relativamente poco tiempo era inaceptable para el grueso de una opinión pública convencida de que la represión policial de productores, vendedores y usuarios de estupefacientes era el único método legítimo para acabar con semejante plaga. La realidad ha ido revelando lo ilusorio de esta idea, a medida que todos los estudios señalaban que, pese a las astronómicas sumas invertidas y la gigantesca movilización de efectivos para combatirla, el mercado de la droga ha seguido creciendo, extendiéndose por el mundo y creando unos carteles mafiosos de inmenso poder económico y militar que, como se está viendo en México desde que el presidente Calderón decidió enfrentarse, con el Ejército como punta de lanza, a los jefes narcos y sus pandillas de mercenarios, pueden combatir de igual a igual, gracias a su poderío, con Estados a los que tienen infiltrados mediante la corrupción y el terror.
       
      Los millones de electores californianos que votaron por la legalización de la marihuana son un indicio auspicioso de que cada vez somos más numerosos quienes pensamos que ha llegado la hora de cambiar de política frente a la droga y reorientar el esfuerzo, de la represión a la prevención, cura e información, a fin de acabar con la criminalidad desaforada que genera la prohibición y los estragos que los carteles del narcotráfico están infligiendo a las instituciones democráticas, sobre todo en los países del Tercer Mundo. Los carteles pueden pagar mejores salarios que el Estado y de este modo neutralizar o poner a su servicio a parlamentarios, policías, ministros, funcionarios, financiar campañas políticas y adquirir medios de comunicación que defiendan sus intereses. De este modo dan trabajo y sustento a innumerables profesionales contratados en las industrias, comercios y empresas legales en las que lavan sus cuantiosas ganancias. Esa dependencia de tanta gente de la industria de la droga crea un estado de ánimo tolerante o indiferente frente a lo que ella implica, es decir, la degradación y desplome de la legalidad. Ése es un camino que conduce, tarde o temprano, al suicidio de la democracia.

      La legalización de las drogas no será fácil, desde luego, y, en un primer momento, como señalan sus detractores, traerá sin duda un aumento del consumo, sobre todo, en sectores juveniles. Por eso, la descriminalización sólo tiene razón de ser si viene acompañada de intensas campañas informativas sobre los riesgos y perjuicios que implica su consumo, semejantes a las que han servido para reducir el consumo del tabaco en casi todo el mundo, y de esfuerzos paralelos para desintoxicar y curar a las víctimas de la drogadicción.

      Pero el efecto más positivo e inmediato será la eliminación de la criminalidad que prospera exclusivamente gracias a la prohibición. Como ocurrió con las pandillas de gánsteres que se volvieron todopoderosas y llenaron de sangre y de muertos a Chicago, Nueva York y otras ciudades norteamericanas en los años de la prohibición del alcohol, un mercado legal acabará con los grandes carteles, privándolos de su cuantioso negocio y arruinándolos. Como el problema de la droga es fundamentalmente económico, económica tiene también que ser su solución.

      La legalización traerá a los Estados unos enormes recursos, en forma de tributos, que si se emplean en la educación de los jóvenes y la información del público en general sobre los efectos dañinos para la salud que tiene el consumo de estupefacientes puede tener un resultado infinitamente más beneficioso y de más largo alcance que una política represiva, la que, aparte de causar violencias vertiginosas y llenar de inseguridad la vida cotidiana, no ha hecho retroceder un ápice la drogadicción en ninguna sociedad. En un artículo publicado en The New York Times el 28 de octubre, el columnista Nicholas D. Kristof cita una investigación presidida por el profesor de Harvard Jeffrey A. Miron en la que se calcula que sólo la legalización de la marihuana en todo Estados Unidos haría ingresar anualmente unos 8.000 millones de dólares en impuestos a las arcas del Estado, a la vez que le ahorraría a éste una suma equivalente invertida en la represión. Esa gigantesca inyección de recursos volcada en la educación, principalmente en los colegios de barrios pobres y marginales de donde sale la inmensa mayoría de drogadictos, reduciría en pocos años de manera drástica el tráfico de drogas en ese sector social que es el responsable del mayor número de hechos de sangre, de la delincuencia juvenil y el desquiciamiento familiar.

      Nicholas D. Kristof cita también la conclusión de un estudio realizado por ex policías, jueces y fiscales de Estados Unidos, donde se afirma que la prohibición de la marihuana es la principal responsable de la multiplicación de pandillas violentas y carteles que controlan la distribución y venta de la droga en el mercado negro obteniendo con ello "inmenso provecho". Para muchos jóvenes pobladores de los guetos negros y latinos, ya muy golpeados por el desempleo que ha provocado la crisis financiera, esa posibilidad de ganar dinero rápido delinquiendo resulta un atractivo irresistible.

      A estos argumentos pragmáticos a favor de la descriminalización de las drogas sus adversarios suelen responder con un argumento moral. ¿Debemos, pues, rendirnos, alegan, al delito en todos los casos en que la policía se muestre incapaz de atajar al delincuente, y legitimarlo? ¿Esa debería ser la respuesta, por ejemplo, ante la pedofilia, la brutalidad doméstica, la violencia de género, fenómenos que, en vez de disminuir, aumentan por doquier? ¿Bajar los brazos y rendirnos, autorizándolas, ya que no ha sido posible eliminarlas?

      No se debe confundir el agua y el aceite. Un Estado de derecho no puede legitimar los crímenes ni los delitos sin negarse a sí mismo y convertirse en un Estado bárbaro. Y un Estado tiene la obligación de informar a sus ciudadanos sobre los riesgos que corren fumando, bebiendo alcohol o drogándose, por supuesto. Y de sancionar y penalizar con severidad a quien, por fumar, emborracharse o drogarse causa daños a los demás. Pero no parece muy lógico ni coherente que si ésta es la política que siguen todos los gobiernos en lo que concierne al tabaco y al alcohol, no la sigan también en el caso de las drogas, incluidas las drogas blandas, como la marihuana y el hachís, pese a estar más que probado que el efecto pernicioso de estas últimas para la salud no es mayor, y acaso sea menor, que el que producen en el organismo los excesos de tabaco y de alcohol.

      No tengo la menor simpatía por las drogas, blandas o duras, y la persona del drogado, como la del borracho, me resulta bastante desagradable, la verdad, además de cargosa y aburrida. Pero también me disgusta profundamente la gente que en mi delante se escarba la nariz con los dedos o usa mondadientes o come frutas con pepitas y hollejos y no se me ocurriría pedir una ley que les prohíba hacerlo y los castigue con la cárcel si lo hacen. Por eso, no veo por qué tendría el Estado que prohibir que una persona adulta y dueña de su razón decida hacerse daño a sí misma, por ejemplo, fumando porros, jalando coca, o embutiéndose pastillas de éxtasis si eso le gusta o alivia su frustración o su desidia. La libertad del individuo no puede significar el derecho de poder hacer solo cosas buenas y saludables, sino, también, cosas que no lo sean, a condición, claro está, de que esas cosas no dañen o perjudiquen a los demás. Esa política, que se aplica al consumo de tabaco y alcohol, debería también regir el consumo de drogas. Es peligrosísimo que el Estado empiece a decidir lo que es bueno y saludable y malo y dañino, porque esas decisiones significan una intromisión en la libertad individual, principio fundamental de una sociedad democrática. Por ese camino se puede llegar insensiblemente a la desaparición de la soberanía individual y a una forma encubierta de dictadura. Y las dictaduras, ya lo sabemos, son infinitamente más mortíferas para los ciudadanos que los peores estupefacientes.

      MARIO VARGAS LLOSA es escritor y Premio Nobel de Literatura 2010.

      sábado, 6 de noviembre de 2010

      ABROCHADO A LA DULZURA DE VIVIR


       JAVIER GOMÁ LANZÓN


      "BABELIA", 6-11-2010


      Conducimos nuestro coche y vemos a cierta distancia, en una curva, a una pareja de policías en actitud vigilante. Con una maniobra arriesgada, nos apresuramos a abrocharnos el cinturón de seguridad. En España, la ley impone multas a quien circula en un coche sin el cinturón abrochado. Yo creo que esta sanción constituye un uso totalitario de la ley y, como excusa para meditar sobre la esencia del derecho, en este artículo me propongo explicar por qué.

      El derecho regula las relaciones interpersonales. Y no todas. Hay algunas demasiado importantes para confiarlas a la ley, como el amor o la amistad. Así, el amor es una realidad extra legem incluso en caso de matrimonio, el cual se perfecciona válidamente sin él; y, por otro lado, ningún Parlamento se atrevería a aprobar un "estatuto del amigo" con una lista de derechos y deberes amicales bien definidos. En un Estado de derecho, la ley tiene competencia para regular un número tasado de interacciones humanas, sólo aquellas que por su naturaleza son exigibles coactivamente activando la máquina represora del Estado, y el amor o la amistad ciertamente no son de esa clase.

      Pues bien, si ya sería una extralimitación que la ley regulase relaciones sociales de ámbito personal, la obligatoriedad del cinturón de seguridad va aún más lejos porque la norma que lo impone busca protegerme a mí... contra mí mismo. En el Antiguo Régimen, durante el absolutismo monárquico, si en la propia casa, guardado bajo llave en una arqueta, el alguacil real sorprendía un manuscrito íntimo donde su autor, por ejemplo, hacía profesión de ateísmo, el desgraciado podía ser torturado y llevado al patíbulo. No sólo lo que uno escribía sino lo que pensaba constituía delito: la red jurídica se introducía en el fuero interno de las personas y las sometía a servidumbre amenazando con castigos al mero flujo interior de la conciencia. Era aquélla una época en la que los príncipes ponían la felicidad de sus amados súbditos entre sus deberes de gobierno. Las democracias liberales, por el contrario, reconocen a cada ciudadano, cuando alcanza su mayoría de edad, autonomía moral y competencia cognitiva suficiente para buscar la felicidad a su manera sin obligación de aceptar tutela alguna, pública o privada, sobre las decisiones relevantes atinentes a su estilo de vida.

      ¿Qué bien social está reglamentando la norma que declara ilícito el incumplimiento del deber de abrocharse el cinturón de seguridad? Ninguna: está velando exclusivamente por mí y no pretende proteger interés general alguno, pues no hay aquí atisbo de mundo interpersonal. Otras normas viales -como las señales de tráfico- se enderezan a facilitar una conducción segura; pero el cinturón no previene de accidentes con terceros sino, una vez producidos éstos, sólo de lesiones propias. Si únicamente mi vida corre peligro, ¿por qué me multan? El consumo de droga no es infracción y el intento frustrado de suicidio tampoco, pero circular desabrochado sí. Las leyes sanitarias que hoy restringen severamente el consumo de tabaco se fundan en la protección de la salud de terceros. ¿Qué perjuicio de terceros trata de evitarse con la obligatoriedad del cinturón?

      Se me dirá, con el cervantino maese Pedro: "Muchacho: sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sutiles". Es decir: puede que tengas razón en un plano teórico, pero el cinturón positivamente salva vidas, ahí están las estadísticas. Lo cual es sin duda cierto, como también lo es que el descenso del número de víctimas sería aún mayor si la ley nos prohibiera conducir, o por qué no, fumar, beber, subir en ascensor o amar desesperadamente, todo lo cual ha sido fuente de innumerables muertes. Este aparente paternalismo, que cuida de nosotros como menores de edad incapaces de elegir lo que nos conviene y nos lleva de la mano al recto comportamiento, es en realidad una modalidad de esos totalitarismos cuyo lema se resume en el protervo dictum de Goethe: "Prefiero el orden a la libertad". El utilitarismo de los números no debería nunca prevalecer sobre la alta dignidad de ser libres. Si nos obligan a ser felices malgré nous, podría sucedernos lo que dice Juvenal en su verso: que "por amor a la vida perdamos lo que la hace digna de ser vivida".

      Se me dirá también: no es cierto que el cinturón sólo proteja bienes privados porque el herido en accidente de tráfico genera gastos al sistema público de salud. ¡La órdiga! -replico yo-, si el título habilitante del Estado para interferir en mi esfera privada es la hipótesis de un gasto público evitable, entonces no sólo el uso del cinturón sino la vida en su totalidad debería sujetarse a la ley, porque la ausencia de hábitos saludables -echarse la siesta, ir al gimnasio, beber con moderación- aumenta el riesgo de contraer enfermedades que requieren tratamiento médico soportado por la Seguridad Social; y cultivar sentimientos y pensamientos insanos también podría redundar en perturbaciones mentales causantes de bajas laborales con cargo a los presupuestos públicos: en el actual Estado de bienestar, todo tiene repercusión potencial en el gasto público y, si aceptamos el principio, aun las relaciones sexuales abiertas a la procreación deberían estar minuciosamente reglamentadas, como en China, porque quizá produzca yo con un cómplice un pequeño acreedor de prestaciones públicas futuras. Imagino el día en que, tras cortarme un dedo en la cocina y acudir a un centro de salud, el facultativo dé parte a la policía de mi comportamiento bajo la sospecha de un uso negligente de los caudales públicos. No: si mi libertad genera perjuicios, incurriré en la responsabilidad que proceda, pero cuando no hay daño de terceros, el Estado no está autorizado a evitar el daño propio convirtiendo una conducta privada en ilícita y punible.

      Y ahora, un consejo: abróchate el cinturón, no por temor a la multa, sino por la douceur de vivre.

      JAVIER GOMÁ LANZÓN es filósofo y escritor.