"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







jueves, 13 de enero de 2011

AHORA, PERSECUCIÓN A LOS FUMADORES

FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO

EL MUNDO, 10-1-2010

Esos desgraciados son sucios. Huelen mal. Evenenan el aire. Perjudican la salud de sus vecinos. Amenazan la salud pública. Ofenden a la mayoría. Sus costumbres son asquerosas. Se obstinan por ser diferentes y descartar los consejos de sus superiores. Su presencia en el país es una ofensa inaguantable. Hay que echarles, marginarles o forzarles a conformarse con las normas vigentes de la sociedad que les rodea y de las elites. Para lograr tener una sociedad pura, limpia, y casta hay que suprimir sus prácticas contaminantes. Mientras tanto, hay que perseguirles y someterles a leyes discriminatorias, campañas de denigración, y actos de humillación. Hay que animar a los ciudadanos a que denuncien a esos repugnantes, como hacían en su día los benditos familiares de la Inquisición.

Todas las persecuciones históricas de minorías disponen del mismo vocabulario y siguen el mismo rumbo. Ocurrió así en España en la Edad Media con los leprosos y judíos. Luego pasó algo parecido con los moriscos. A nivel mundial, los judíos, las supuestas brujas, los negros y los homosexuales han sufrido injusticias parecidas. Ahora casi no nos queda a quien maltratar de víctima. Ya no nos permitimos perseguir – por lo menos abiertamente – a los judíos ni a los negros ni a los leprosos ni a los homosexuales. Acabamos con los moriscos y las brujas hace siglos. Las campañas actuales en contra a los musulmanes carecen – gracias a Dios – de apoyo oficial. Por lo visto, empero, nos hace falta enemistarnos con alguna minoría indefensa para aprovechar de la satisfacción de imponerle la miseria. Ahora parece que hemos encontrado a las víctimas perfectas: los fumadores. Debo confesar mi propio interés en el tema. No soy fumador, pero mis valores son de tolerancia y de libertad. Me da vergüenza pertenecer a una sociedad que sancione a un ciudadano por seguir practicando una costumbre tradicional, o que intenta negar a una minoría disidente, por exasperante o desconforme que sea, su derecho a existir.

Por tanto, me empeño en no contribuir a la persecución de los fumadores. Pido cuartos de fumador en los hoteles, para que mis convidados tengan la libertad de encender un pitillo o gozar de un buen puro. Guardo ceniceros en casa e invito a mis huéspedes a fumar si quieren. No permito que nadie les haga sentir avergonzados por su hábito, y si siguen la malvada costumbre moderna de disculparse, saliendo a la calle, para fumar solitariamente y con tristeza en la acera, como exiliados de la compañía de gente supuestamente civilizada, les ruego que se queden dentro del seno familiar y al lado del hogar, como personas apreciadas y normales.

Todas las persecuciones empiezan de la misma forma: con campañas publicitarias inspiradoras de odio y miedo. En los casos de los judíos medievales y los moriscos de la Edad Moderna, los encargados eran los curas, que dedicaban sermones a difundir insultos rutinarios contra la suciedad y el mal olor, a maldecir su condición y a denunciar el peligro de la impureza, que hoy en día equivale a la indiferencia de los fumadores al ideal de la salud perfecta y su supuesta tendencia a estropear el medioambiente. Ahora la campaña es a cargo del Gobierno, que emplea los medios informativos -el clero de la sociedad secular- para difundir imágenes negativas de los fumadores. En todos los casos las campañas pretenden tener bases científicas, pero su auténtico punto de partido es el prejuicio irracional.

La gran ofensa de los fumadores, que enciende el miedo y el odio de los demás, es el fumar pasivo. La teoría de que el humo destroza la salud de los no fumadores se expresó de manera trinchante en la tan citada opinión del cirujano general estadounidense, Richard Carmona, que dijo que morían 49.000 personas cada año en su país por los efectos del humo de tabaco ambiental. Pero esa cifra sorprendentemente alta procedió de su imaginación. Por ahora, seguimos sin disponer de ningún caso concreto, verificado por autopsia, de una persona muerta por tales efectos. Pero no se citan tanto las conclusiones del Congressional Research Service (Servicio de Investigación del Congreso de los Estados Unidos) de 1995, según las cuales la evidencia no apoya la conclusión de que existen problemas de salud sustanciales provocados por el humo de tabaco ambiental.

Mientras tanto, en 1992, el humo de tabaco ambiental fue clasificado por la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección del Medioambiete de los EE UU) como una sustancia que causa cáncer de pulmón y es responsable de la muerte de 3.000 americanos cada año. No se ha explicado nunca el aumento repentino de la cifra a 49.000 muertes en la opinión del cirujano general, sólo una década más tarde. La agencia clasificó el humo de tabaco ambiental como cancerígeno a causa de las «similitudes químicas» entre el humo de tabaco inhalado y el humo de tabaco ambiental. Pero esa similitud es muy poca, ya que la constitución química del humo viene afectada por otros factores medioambientales, y sobre todo por la dilución masiva del humo en el aire. Los que encontramos unas volutillas de humo de tabaco en la calle o en un bar, si no somos fumadores, no las inhalamos profundamente, que es la práctica que expone a los fumadores al deterioro de su salud.

No quiero decir ni que los efectos pasivos no existen, ni que no hayan casos nocivos. Por supuesto, se puede imaginar que una persona -una pareja, por ejemplo- sometida a continuas e intensas nieblas de humo de tabaco, sin ser fumador, ingesta algunos de los mismos venenos como un fumador a ultranza. Pero no hace falta perseguir a los fumadores en general para arreglar tal situación. Por motivos sencillos de decencia y de respeto mutuo, los fumadores no deben infligir el olor de su tabaco en los que se fastidian por ello o que tiene miedo, por irracional que sea, de los posibles efectos en su propia salud. Hay que contar también con el problema de personas no fumadoras que sufren efectos de salud, menos graves que el cáncer, pero incómodos, por lo menos, debidos al humo ambiental. La solución equitativa es la que España seguía hasta imponerse la nueva ley: que existan lugares de fumadores y otros de no fumadores, según el gusto de la clientela y de la gente de servicio.

El auténtico motivo de la nueva ley no es, evidentemente, proteger a las supuestas víctimas del fumar pasivo, ya que tales víctimas son muy pocas y se encuentran en su inmensa mayoría entre parejas, en casas particulares, donde la ley no llega. En cambio, la ley sí sirve a exigir a los fumadores que se conformen con normas y valores dictados por las doctrinas oficiales. O sea, el caso se parece, aún más, a los de los judíos, moriscos y brujas. Lo que realmente se pretende con la ley actual es que los fumadores dejen de fumar, o se trasladen a otro país más tolerante. Ahora bien, sería fenomenal que los fumadores abandonen por su propia voluntad una práctica que, si no influye gravemente en la salud de los demás, sí es probable que les hace daño a sí mismos. Pero la decisión debe ser suya. Si admitimos la pluralidad de valores, hay que reconocer que una persona 100% racional prefiera seguir con una práctica peligrosa que le guste -tal como el fumar, o el beber alcohol , o jugar al rugby, o conducir un coche o una moto, o cruzar en rojo la calle, o respirar aire lleno de emisiones carbónicas que proceden en su mayor parte no de los pitillos de los fumadores sino de los medios de transporte – a intentar prolongar su vida.

Pero en lugar de respetar la capacidad de todo ciudadano de ejercer su voluntad y aplicar los criterios que le correspondan, lanzamos campañas de envilecimiento en contra a los fumadores. Les expulsamos a ghettos, literalmente al margen de la sociedad, casi tan exclusionistas como cualquier aljama judía o colonia de leprosos de la Edad Media. Les negamos oportunidades de tener lugares propios, en bares que admiten a fumadores, para gozar del tabaco sin molestar a los demás. Bajo el pretexto de mejorar su salud, les infligimos las enfermedades más características de nuestros tiempos, que son las enfermedades mentales de estrés y de aislamiento social. Les humillamos. Les despojamos su sentido de bienestar. Total que les perseguimos.

Soy, repito, de los que no fuman. Pero no soy partidario de la doctrina de la superioridad moral ni intelectual de los no fumadores. Por lo contrario, los fumadores gozan, en general, de un nivel crítico superior, ya que no les convencen los excesos ridículos de la teoría del fumar pasivo, que tienen engañados a tantos de sus conciudadanos no fumadores. Ni me gustan mucho los valores de personas intolerantes y convencidas de la superioridad de sus prejuicios. Ni me atrae la idea de que la salud sea el valor supremo. Más vale, digo yo, ser bueno que sano. El culto de la salud es una muestra de la falta de sentido moral en la sociedad de hoy, la única religión consensual en un mundo laicista. Si yo tuviera que encerrarme entre paredes con otro ser humano durante una temporada larga, elegiría a un fumador modesto y generoso, y le inhalaría el humo pasivo con todo gusto, más bien que a un no fumador arrogante y perseguidor.

Ver cómo se aplica esta nueva ley ha sido una desilusión profunda. Yo solía pensar que España era un país liberal, hasta amablemente anárquico, donde toda persona tenía la libertad de seguir sus propios hados, y donde la gente, aún la más conformista, se enorgullecía de la pluralidad de costumbres. El hecho de que se permitiera que existiesen bares de fumadores al lado de los de no fumadores me pareció la expresión perfecta de lo español, de su magnanimidad, de su respeto a la dignidad de las personas, de su rechazo al autoritarismo. Espero que las autonomías y los ayuntamientos actúen con tolerancia hacia los fumadores a pesar de la nueva ley. Pero al fin de cuentas, no se trata de cosas que atañen a España sino a la humanidad entera. Si queremos ser parte de sociedades decentes y habitables, debemos resistir la tentación de perseguir a las minorías. Concedamos, por favor, a los fumadores, la misma indulgencia como, tras tantas luchas y tantos sufrimientos, hemos logrado conceder a las víctimas de nuestras persecuciones históricas.

FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO es catedrático de Historia  y autor de numerosas obras históricas.


LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

1. Clasifica este  texto de acuerdo con la tipología ya conocida.

2. Resume el texto. Ten en cuenta que un resumen no es un mero acortamiento ni un "cortapega" de algunos párrafos, sino una síntesis personal de sus ideas fundamentales.

3. Identifica en el texto los párrafos en los que se alude a:

         a. Persecuciones históricas de otra minorías.
         b. Los  rasgos negativos que identifican a los fumadores.
         c. Los peligros reales o supuestos del tabaquismo pasivo.
         d. La verdadera causa según el autor de la persecución a los fumadores.
         e. Las peculiaridades del caso de España.

4. Define con las propias palabras del autor la TESIS que defiende en el texto.

5. Comenta críticamente este texto, en sentido favorable o desfavorable a las ideas del autor, y fija tu opinión personal sobre el asunto tratado.

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