"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







miércoles, 8 de septiembre de 2010


INCERTIDUMBRES DE UN PROFESOR DE BACHILLERATO
LUIS LANDERO,

"EL PAÍS", 24-12-1995



Soy profesor de lengua y literatura en el bachillerato y, no hace mucho, me encontré en la calle con un colega, que me agarró del brazo y me urgió con un susurro apasionado: «¿Has empezado ya a renovar el currículo?». «¿El currículo?» «Sí, hombre, que si has empezado a reciclarte.» «Bueno», me disculpé yo, «he leído últimamente algunos libros. No sé si te referirás a eso.» «¿Por ejemplo?» «Pues, por ejemplo, La condición humana de Hannah Arendt. Me ha hecho ver claras algunas cosas que tenía confusas, y al revés.» «¿Arendt? ¿Una profesora universitaria quizá?» «Pues sí.» «¿Discípula de?» «Creo que de Heidegger y de Husserl.» «Me lo temía. Veo que sigues tan clasista e higiénico como siempre. A un lado, Carrascal; al otro Schopenhauer. Aquí el bolero, allá la sinfonía. Cada cosa en su sitio, ¿eh? En la época de Internet y de la cultura babélica, y tú todavía con la tiza, el encerado y tu tablita de valores», y yo hube de bajar los ojos, avergonzado ante el vislumbre de mi ineficacia.

Luego, poco a poco, confundido con las duplicidades de mi condición y acosado por la modernidad educativa, me he ido convenciendo de que, en efecto, soy un profesor clasista y anacrónico. Hasta hace unos meses yo abjuraba, por ejemplo, de la idea de que la lectura es una forma como otra cualquiera de placer. Un acto lúdico, como suele decirse. Y argumentaba que yo he conocido a mucha gente eufórica cuando grita: «¡Me voy para el fútbol!», pero no he visto todavía a nadie que, ante la perspectiva de una tarde consagrada a la lectura, diga: «¡Hala, a engolfarse en La Celestina», o, frotándose las manos con fruición: «¡Y esta noche… Unamuno!». No, yo pensaba más bien que hay cierta cultura que no se nos regala por obra y gracia de las experiencias espontáneas, como tampoco se nos da de balde la adquisición de un idioma o el manejo de un instrumento musical. De modo que a mí no me importaba que mis alumnos, esos angelitos, se me aburrieran a veces en las clases. Era inevitable: aprender cuesta, y supone una disciplina, un entrenamiento y un esfuerzo, por más que a la enseñanza se le quiera aplicar también esa norma de oro de la publicidad según la cual un anuncio no debe contener nada susceptible de ser rechazado por el consumidor. Yo era, en fin, de los que temían que la cultura de masas acabara invadiendo ese último reducto de las humanidades que son las escuelas. Pero ahora sé que eso fue en otros tiempos, que ya no existe un referente cultural único, y que la idea de imponer la autoridad del viejo canon escolar sobre los otros no sólo es estéticamente rancia, sino que esconde además el rejón venenoso de una mentalidad reaccionaria que no se aviene a claudicar: un nuevo y sutil modo de elitismo y de dominación. Así que, finalmente, después de vencer no pocos escrúpulos, también yo he decidido reciclarme.

Mis últimas clases, por ejemplo, han versado (y espero que nadie esboce una sonrisa jactanciosa) sobre esa insólita figura cultural que es Chiquito de la Calzada. Les he explicado a mis alumnos que, antes que cómico, Chiquito fue palmero y cantaor flamenco y que alcanzó a vivir el submundo del señoritismo andaluz. Con su cante y sus palmas, entretenía a los señoritos, que le ponían rancho aparte, junto con el guitarrista, y luego en la sobremesa los reclamaban para la diversión. Eran criados, parte de la servidumbre, y supongo que descendientes de los antiguos bufones de la corte. Pero Chiquito no era un bufón cualquiera. Chiquito estuvo de gira por Japón y allí aprendió a caminar con pasitos celestiales de geisha. Como Bertolt Brecht, Chiquito se quedó fascinado con el laconismo gestual y ceremonioso del Oriente. Por eso él no hace gestos completos: sólo los esboza. O los inicia y enseguida los suspende y se echa atrás, como asustado o maravillado de ellos. Chiquito es un artífice del asombro: los gestos maquinales, de los que no somos conscientes, él los interpreta como si los acabara de inventar. Chiquito de la Calzada utiliza, por lo mismo, expresiones extrañas en sus obras. No dice «papá», sino «papal»; dice «nor» por «no»; se inventa palabras y frases como «finstro» y «pecador de la pradera». El asombro ante los gestos se corresponde también con el asombro ante el lenguaje.

A mí se me ha ocurrido que se puede hacer una interpretación cultural de todo esto: deconstruir el discurso de Chiquito para volver a ensamblarlo audazmente en otro ámbito intelectual. Podría decirse, por ejemplo, que el éxito de Chiquito se deba a la nostalgia de los léxicos privados que hay en nuestra sociedad frente al lenguaje sagrado de la tribu: esto es, la nostalgia de las vanguardias que se fueron. Ya se sabe que el posmodernismo es precisamente eso: lo que está más allá de la modernidad, o, lo que es lo mismo, más allá de las vanguardias. Según Italo Calvino, las vanguardias comienzan a decaer porque las sociedades del bienestar se vuelven conservadoras y sienten horror a todo experimentalismo, a todo cuanto amenaza con traer algún cambio. Calvino dice que esto se produce durante esa segunda belle époque que fue la explosión económica de los sesenta. Desaparecen entonces las utopías, desaparece el espíritu vanguardista, pero quizá queda la añoranza de los viejos sueños, del coraje de la novedad, y en el rescoldo de esos viejos ímpetus es quizá donde Chiquito encuentra la razón de su éxito. Chiquito, o la nostalgia de las vanguardias.

Eso es, más o menos, lo que les he explicado a mis alumnos, esos angelitos, bajo el epígrafe de Un vanguardista rezagado o de Bertolt Brecht a Chiquito de la Calzada, y ya ven ustedes con qué naturalidad he conciliado la cultura escolar con la de masas. Y recuerdo que, antes de abordar académicamente el tema, entré en clase imitando el modo de caminar del autor: «¿Quién es?», pregunté. «¡¡Chiquiiitooo!!», contestó el alumnado a coro. Creo que es la primera vez que ha habido en clase una participación unánime. Desde entonces, desde que me he reciclado, hasta mis colegas me miran con más respeto, y hasta es posible que también con un poco de envidia. Ahora estoy explicando unas letras de La Polla Records donde antes comentaba a san Juan de la Cruz, y la verdad, es tanta la expectación con que me escuchan mis alumnos, que a veces pienso si la enseñanza no se me estará quedando pequeña y no debería dar el salto definitivo a la televisión o a la política.

No hay comentarios:

Publicar un comentario