"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







miércoles, 28 de septiembre de 2011

MEJOR SOL QUE TOTTENHAM, ¿VERDAD?
MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA
EL PAÍS, 28-9-2011
Cuando media España celebraba y la otra media se alarmaba por las movilizaciones iniciadas el 15-M, un proceso no menos importante se desarrollaba en Chile, protagonizado por estudiantes de todos los niveles en demanda de una educación pública y más igualitaria, en un país cuya escuela, la más onerosa para las familias en la OCDE tras Estados Unidos, nació de la aplicación del neoliberalismo extremo bajo la bota militar. Bien lejos de ambos, Israel, siempre cohesionado por su implacable guerra contra los palestinos, nos sorprendía en julio con la salida de cientos de miles de manifestantes por la justicia social, ante todo contra la carestía de la vivienda y general. Menos de un mes después, a principios de agosto, era Inglaterra la que ocupaba los titulares con el inesperado estallido de Tottenham, pronto extendido al Gran Londres.
Como antecedente e inspiración, claro, las manifestaciones en que, de Túnez a Siria (por ahora), una juventud aparentemente encerrada entre la desidia y el fundamentalismo luchaba de forma masiva, valiente y pacífica hasta resquebrajar el muro autoritario del mundo árabe. Con la diferencia, obvia, de que estos se manifestaban haciendo frente a las armas para reivindicar la libertad y la democracia y aquellos desde el disfrute y desde cierto hartazgo de ambas, cuestionando su autenticidad y su capacidad para aportarles una vida digna. Pero, entre tantas movilizaciones y disturbios, hay dos modelos que representan la disyuntiva de los jóvenes del mundo desarrollado: Inglaterra y España, o Tottenham y Sol.
Lo surgido este verano en Tottenham sucedió ya en Brixton en 1981; en ambas en 1985; en Saint-Denis y Clichy-sous-Bois en 2005; en España hubo amagos en Amate y Los Pajaritos (Sevilla) en 2002; en Estados Unidos podrían buscarse paralelos con Newark en 1967 o Los Ángeles en 1992. Un déjà vu, un guion con pocas variaciones. Una acción policial vivida como provocación por jóvenes de un barrio particularmente castigado por la crisis, el desempleo y la falta de oportunidades. El incidente en sí no importa mucho: puede tener todos los visos de un crimen policial, como el acribillamiento de Mark Duggan; puede ser todo lo contrario, como el malentendido en torno a la prestación de socorro por la policía a Michael Bailey, herido en una pelea, en Brixton en 1981; o puede tener mucho de fatalidad, como la electrocución accidental de tres jóvenes (dos muertos) huyendo de un control policial en Clichy-sus-Bois, en 2005.
En última instancia, los detalles -aparte del drama humano- importan poco, tanto si son reales como si son maniqueamente desfigurados, pues lo que hace de ellos la gota que colma el vaso es un escenario continuado de arbitrariedad policial. En 1981 fue la Operación Ciénaga (swamp... ¡ay, las palabras!) de la policía inglesa contra la delincuencia juvenil, amparada por la sus law (por suspected), que permitía parar, registrar y arrestar a cualquier sospechoso de violar ¡la sección 4 de la Ley de Vagabundeo de 1824! En Francia, Sarkozy, entonces ministro del Interior, acababa de proclamar la tolerancia cero, anunciando que usaría la kärcher (limpiadora de agua a presión) contra la racaille (escoria, chusma), a raíz de unos incidentes previos en Saint-Denis, y la policía había aumentado los controles preventivos (o abusivos) sobre los jóvenes de las periferias urbanas.

En Tottenham no se daba la brutalidad policial de 1981, aunque sí un aumento de los controles; la historia que se repitió fue más bien la de 1985, cuando Cynthia Jarret murió de un golpe durante un registro policial en su domicilio; una semana antes otra mujer había recibido un disparo policial en Brixton, cuando buscaban a su hijo en el domicilio familiar. En ambos casos, la policía no supo en los primeros días dar una explicación convincente de lo sucedido, como demandaban la familia y la comunidad, y el clima se enrareció hasta estallar. En Tottenham, la policía ni siquiera confirmaba la muerte de Duggan a la familia cuando los titulares de prensa y los informativos no hablaban de otra cosa, lo que se interpretó como desconsideración y racismo (es norma de Scotland Yard no comunicar una muerte a la prensa antes que a los familiares).
Otro aspecto es el recorte de los servicios y prestaciones dirigidos a los jóvenes. En 1981 y 1985 campaba por sus fueros Margaret Thatcher, estrenando políticas neoliberales. En 2005 gobernaban Francia Chirac y Villepin. Ahora gobierna el Reino Unido una coalición conservadora-liberal dedicada a recortar los servicios sociales, sobre todo los no asociados a la necesidad abyecta y demostrable que suele requerir el modelo británico de bienestar. Aunque esto ha sido ignorado y hasta negado por la prensa y eludido por los políticos británicos, es indiscutible. Se ha suprimido, por ejemplo, la EMA (Education Maintenance Allowance), pequeña asignación para jóvenes de familias pobres que siguen estudiando más allá de la edad obligatoria (como las becas-salario andaluzas, pero más modesta), a la vez que han subido fuertemente las tasas académicas. Recientemente, el condado de Haringey (donde está Tottenham) cerró ocho de sus 13 clubes de juventud, dejando a muchos jóvenes en la calle: una semana antes de los disturbios, un vídeo (The Guardian: http://goo.gl/rvKA4) mostraba a varios vaticinando el aumento de la actividad de las bandas y advirtiendo, proféticos: "Habrá disturbios".

En suma, una fórmula infalible: menos servicios sociales, más presión policial y un detonante. Faltan los alborotadores, pero siempre los hay, en acto y en potencia, como hay gente extremadamente pacífica y otros muchos que se inclinarán por una u otra actitud según sople el viento o según las opciones en presencia. El trasfondo más amplio a nadie se le oculta: una juventud que no ve futuro en una sociedad que ofrece incontables atractivos pero los traduce en pocas oportunidades, lo que en términos inmediatos se llama abandono escolar, desempleo juvenil, dependencia familiar, pobreza... Podemos ver lo afortunada que está siendo España de que este descontento, enmarcado aquí por una crisis más profunda, tasas de paro escandalosas, niveles de abandono alarmantes, precios de la vivienda exorbitantes, proliferación de los ni-nis e imposibilidad de independizarse se haya traducido en el 15-M, una revuelta política no violenta enfocada a cambiar constructivamente la política, la economía y la sociedad.
Esperemos que aprendan también en cabeza ajena -si es que son capaces- quienes no han dejado de lanzar o reclamar actuaciones policiales contundentes, sean los mercaderes de las plazas ocupadas, los Gobiernos autónomos de Cataluña y Madrid o la caverna mediática. El 15-M ha optado desde el principio y con claridad por la no violencia, hasta el punto de arrastrar a esa posición, de buena o mala gana, a los amigos de las emociones fuertes, que aquí tampoco faltan. En el fondo, y aunque sus consignas sean muy críticas con la economía de mercado o las instituciones y los grupos políticos, nuestros indignados creen profunda y mayoritariamente en la convivencia y en la democracia, quizá por influencia de sus padres, la generación de la transición. Algo habrá que agradecer también a los centros educativos y a los profesores que hoy se ven en la picota, incluso a la controvertida Educación para la Ciudadanía (¿o serán los culpables de tanta inquietud?).
Los trabajadores y activistas comunitarios ingleses no se han cansado de repetir que están espantados, pero no sorprendidos por los disturbios. Los jóvenes españoles del 15-M han adoptado claramente una vía constructiva ante una situación que los acogota, pero podrían haber optado también por una vía destructiva, como lo han hecho sus coetáneos y contemporáneos británicos. Ambas respuestas son racionales y comprensibles, aunque una sea aceptable y hasta encomiable y la otra no, pero ninguna era inevitable ni vino dictada por el clima. Aunque algunos siempre preferirán el orden o la violencia, para muchos la opción por una u otra respuesta depende de la percepción de su viabilidad y sus costes. El problema del Reino Unido es ahora apartar a esos descontentos de su respuesta desesperada ofreciéndoles oportunidades individuales y vías de participación colectivas; el de nuestro Reino Desunido consiste en que no terminen cansándose de no ser escuchados y pasen a prestar oídos a los voceros de desesperación y la destrucción; y el de ambos, por supuesto, regenerar la política y controlar la economía que nos han traído aquí. Haríamos mejor en escuchar sus críticas y sus propuestas, incorporándolas al debate político, y en respetar su espacio de expresión, incluida su presencia en la calle.
MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense.

domingo, 25 de septiembre de 2011

NO ME CONTÉIS MÁS CUENTOS


LUIS GARCÍA MONTERO


PÚBLICO, 25-9-2011



Vivimos un tiempo de descrédito. La sospecha domina, cualquier diálogo se convierte en un ejercicio de prevención y los debates se anulan con actos de desprecio. Sospechamos del profesor que nos educa, del médico que nos cuida, del político que procura mejorar nuestra vida, del sindicalista que defiende nuestros derechos laborales, del periodista que nos informa, del intelectual que medita sobre la realidad. La actualidad, ese vértigo de los instintos, no invita a la ilusión, sino al rencor.
Las barras de los bares, la conversación de los taxis, el eco de las radios, el postre de las familias y el monólogo de los paseantes han aprendido de memoria un poema de León Felipe titulado “No me contéis más cuentos”. En forma de estribillo que cancela cualquier tentación de alternativa, las voces cotidianas repiten: cuentos, cuentos, yo no quiero cuentos…
Pero el ciudadano contemporáneo lee el poema de León Felipe con una sequedad literal y descarnada. Después de la derrota en la guerra y en la vida, necesitado de energía, el poeta leyó Rendición de Espíritu de Juan Larrea y quiso darle sentido a la transformación del gusano en mariposa. Buscó la metamorfosis en el paso de los cuentos al sueño. Su negativa al relato con el que se mece la cuna del ser humano se debía al deseo de volar en el viento. El descrédito cívico no tiene hoy tantas alas. El desconfiado tampoco quiere soñar, teme los grandes vuelos, no duda en confundir los cuentos y los sueños. Y eso agrava el problema. Ya sabemos que muchos relatos se convirtieron en pesadillas al diluirse en el argumento totalitario de los sueños.
¿Qué hacemos entonces con el relato? Es una pregunta que nos impone esta cotidianidad sobrecargada de injusticias y carente de cuentos o de sueños. Una respuesta ingenua es peligrosa e improcedente. No podemos olvidar los errores del siglo pasado, esa narración esperanzada que acabó en el campo de concentración, el gulag o la bomba atómica. Los sueños de la modernidad conviven con el crimen. Pero la rutina pacífica convive también con la pena de muerte. No podemos olvidar tampoco que la renuncia forma parte de la respuesta equivocada. El cinismo no es más que la manipulación de la ingenuidad, una parálisis disfrazada de inteligencia.
El relato propone planteamientos, nudos y desenlaces. Escribir y contar no significa sólo la reunión de bellas palabras, sino un argumento soportado en cálculos de estructuras. El descrédito de los relatos históricos se debe en parte a que, con la coartada del desenlace futuro, se han admitido muchos crímenes en los nudos del presente. Sí, nos sabemos ya todos los cuentos del comisario político que en nombre de la felicidad prometida degrada los planteamientos y llena sus decisiones de cadáveres. ¿Pero eso implica la renuncia definitiva, el olvido del relato, la negación inmovilizadora del deseo de contar? Una mirada al mundo evidencia la gravedad de esa negativa. El mayor fracaso de los sueños, más incluso que la descomposición criminal de alguno de ellos, ha sido su incapacidad de transformar un mundo también criminal, hambriento y con una soberanía cívica muy desdibujada ante poderes cada vez más invisibles.
La rutina del descrédito no soluciona nada. La voluntad de relato, por ejemplo, se avergüenza ante los países que, en nombre de un poder absoluto, de un futuro sagrado, de una verdad política severa, persiguen a un periodista y le niegan la palabra. Pero la rutina de la normalidad sin futuro es vergonzosa también cuando pone la información en las manos interesadas de los grandes poderes invisibles o cuando confunde la representación política con la ambición partidista de controlar el trabajo de los profesionales. La vigilancia democrática sirve para asegurar ámbitos de libertad individual y colectiva, no para imponer el acuerdo egoísta de las élites.
Hubo un tiempo en el que las amenazas mayores venían de cuentos ruidosos que humillaban el presente. Hoy convivimos con el peligro de un sigilo: la renuncia al porvenir, el descrédito de todos los relatos. Este mundo es injusto, necesitamos transformarlo, y para eso debemos aprender a confiar, a unir de nuevo la palabra nosotros y el érase una vez… Podemos escribir y contar el relato de otra manera.

jueves, 22 de septiembre de 2011

LA VERDAD DE LOS MENTIROSOS

RAFAEL ARGULLOL

EL PAÍS, 22-9-2011

Lo que sea la verdad es algo bien difícil de dilucidar. No solo los filósofos se han aplicado durante siglos a tratar de averiguarlo sino que, de creer al Evangelio de San Juan, Poncio Pilatos hubiera debido pasar a la historia, no tanto por lavarse las manos ante la sentencia de muerte a un inocente, sino porque, en un acto de desesperación escéptica, le espetó a Cristo: ¿qué es la verdad? Quid est veritas? Una pregunta con una respuesta difícil, quizá la más difícil de todas las que podemos plantearnos. Y, sin embargo, en los últimos tiempos estamos cansados de escuchar a personajes públicos que, ante cualquier dificultad, responden machaconamente: "Nos limitamos a decir la verdad". Y también los derivados más crudos de esta afirmación: "Es lo que hay" o "así es la realidad".

No pasa día en que alguna de estas tres frases -y a menudo las tres- sea pronunciada por consejeros, alcaldes, presidentes autonómicos, ministros y jefes de Gobierno. A partir de ahí el dominio de lo que es la verdad, presentada asimismo como revelación de lo que era la mentira, justifica cualquier acción, pues el responsable público, amparado por lo inevitable de la situación, acaba presentándose, ya no como un servidor sino como un salvador de la comunidad o, para los que prefieren una mayor grandilocuencia, como salvador de la patria. Una de las más grotescas paradojas de la situación actual es que la "verdad sobre lo que hay" (arcas vacías, deudas insostenibles) sea el argumento para agredir los dos territorios más sensibles de la sociedad, la educación y la salud.
El embuste implícito a esta verdad con que ahora se nos abruma está originado, cuando menos, en dos fuentes: quiénes son los albaceas de aquella supuesta verdad y cómo se forjó la mentira de la que ahora quieren liberarnos. No obstante, ambas fuentes confluyen en el hecho de que quienes ahora dicen revelarnos la verdad son los mismos que estaban en condiciones, durante años, de desentrañar la mentira. Me cuesta encontrar un solo responsable político actual de envergadura que no haya estado comprometido con aquella ocultación, ni en el partido del Gobierno ni en los principales de la oposición. Esta complicidad en la mentira o, si se quiere, en el mantenimiento de una opacidad culpable, es la que ha creado un clima moralmente inquietante, en el cual no solo hemos contemplado la corrupción de políticos sino de amplias capas de la ciudadanía, que han premiado la corrupción con vergonzosos respaldos electorales. En las próximas elecciones la mayoría de los candidatos están atrapados en aquella complicidad pues, a pesar de los desastres económicos de los que venimos hablando desde hace unos tres años -pero no antes, el detalle es importante-, no se ha producido autocrítica real ni catarsis colectiva. Es fácil tener la verdad hoy; lo auténticamente difícil era denunciar la mentira ayer.

Y no denunciaron la mentira. Este verano, y como noticia de un par de días y sin seguimiento, apareció la información de que España no estaba en condiciones de pagar lo que había adquirido en material militar en los últimos 15 años, primero con Aznar y luego con Zapatero: creo recordar que eran unos 30.000 millones de euros, los suficientes quizá, de no haber sido gastados, para que ahora no hubiera que recortar el presupuesto de educación. De acuerdo con la información, lo peor y lo más frívolo es que no estaba claro en absoluto el destino de estos productos más bien siniestros por los que habíamos contraído una deuda tan abultada. No recuerdo ninguna explicación de Zapatero o Rubalcaba, de Aznar o de Rajoy. Ni las recuerdo ni las espero porque forman parte de la omertà en la ocultación de la mentira por parte de los que en la próxima campaña electoral se nos presentarán como fervientes amantes de la verdad. Y, sin embargo, por ese lado hubiéramos podido salvar nuestros presupuestos educativos.

Y acaso también podrían salvarse los presupuestos sanitarios si el Estado español presentara una demanda masiva contra la banca por negligencia, como ha hecho Estados Unidos. La Agencia Federal de la Vivienda espera una indemnización multimillonaria tras su demanda contra Bank of America, JP Morgan Chase, Deutsche Bank, HSBC, Barclays y Citigroup, entre otros. Acusación: vender hipotecas de baja calidad y faltar a la obligación de comprobar la excelencia de los activos. ¿Les suena? Durante años y años asistimos al esperpéntico espectáculo de la especulación inmobiliaria, sin apenas denuncias por parte de los grandes partidos. Tuvo que ser una diputada danesa del Parlamento Europeo la que, a instancias de Greenpeace y otros grupos similares, denunciara el caso con la resistencia activa de la mayoría de los diputados españoles. También aquí funcionó la ley del silencio, a la que lamentablemente se sumaron muchos grupos de comunicación. Eran los días en que los tentadores ofrecían créditos e hipotecas de alcance casi celestial y los tentados aprendían a vivir como aspirantes a nouveaux riches en medio de un simulacro general. Primero, se educó para la estafa, y cuando la estafa ya era demasiado evidente, en lugar de castigar a los estafadores se marchó a su rescate con dinero público. Si los que ahora se presentan a las elecciones se atrevieran a pedir cuentas a los saqueadores, como intenta hacerse por parte de algunos en Estados Unidos, tal vez no sería necesario recortar en sanidad, pues la devolución del dinero del saqueo cubriría muchos déficits. Pero ninguno de los que puede ganar lleva en el programa la exigencia de la restitución. En consecuencia, nadie devolverá el dinero robado, ni los delincuentes confesos, de Roldán a Millet, ni aquellos banqueros corruptos que nunca serán declarados delincuentes.

En esta tesitura es de una hipocresía inaguantable que tantos responsables públicos, alentados muchas veces, como corifeos, por economistas sin escrúpulos, aleguen que se limitan a expresar "la verdad" que exige sacrificios, nada menos que en educación y sanidad, los fundamentos, precisamente, de una sociedad justa. Los mismos, exactamente los mismos, que cerraron los ojos y las bocas cuando la mentira crecía sin cesar.
RAFAEL ARGULLOL es escritor.

domingo, 11 de septiembre de 2011

UN CONTRATO PEDAGÓGICO


LUIS GARCÍA MONTERO

PÚBLICO, 11-9-2011


La metáfora del Contrato se aplicó al pensamiento social y político para llamar la atención sobre la autoridad de los seres humanos sobre su propio destino. El futuro no dependía de leyes divinas o naturales, sino de la capacidad de tomar acuerdos y de vivir en comunidad. Por eso el contrato social fue inseparable, desde los orígenes del pensamiento democrático, de un contrato pedagógico. La tarea de formar ciudadanos libres e informados, con conciencia crítica, capaces de denunciar los desmanes del poder y de asegurar una convivencia justa, es un compromiso irrenunciable. El pensamiento democrático no tiene por qué asumir pecados originales. Pero sí necesita recordar sus compromisos originales, los valores que están en su origen. La educación pública es uno de los más importantes. La libertad y la igualdad resultan imposibles sin ella.
Los recortes que está sufriendo la educación pública en la Comunidad de Madrid son un ejemplo iluminador del grave retroceso democrático que estamos viviendo. En realidad, pueden ayudarnos a entender con claridad el sentido de la crisis económica y la estrategia social y cultural que nos envuelve.
Se recortan 80 millones de euros en educación pública para desplazarlos a la mejora de la educación privada o privada-concertada. Eso supone una degradación inmediata de la calidad educativa que ofrece el Estado como un ámbito cívico. Se debilita la capacidad de ofrecer una enseñanza libre, no sometida a intereses ideológicos y económicos particulares, y se renuncia a equilibrar las desigualdades entre los alumnos. La pérdida de 3.000 profesores, que se suman a los 2.000 del año pasado, implica un deterioro grave en la organización docente y en la atención a los alumnos y a los padres. Pero también supone la decisión calculada de no generar sentimientos de convivencia y de vinculación a la comunidad.
¿Un problema de ahorro? La Comunidad de Madrid ha renunciado voluntariamente a una parte de sus ingresos. Cuando permite desgravar en los impuestos autonómicos el dinero invertido en educación de pago, está invitando a las familias a que se olviden de la enseñanza pública. Debemos buscar en las ofertas del mercado la educación de nuestros hijos. Este proceso irá aumentando de manera lógica en la medida en que la calidad de los centros públicos se degrade. Más que a una crisis económica, asistimos a una estrategia premeditada. Se trata de expulsar a las clases medias de los servicios públicos. Cuando el Estado sólo tenga como destinatarios a los ciudadanos más pobres, el deterioro se acentuará hasta el punto de confundir los derechos y los amparos cívicos con las instituciones de caridad. Al final de este camino, la educación y la sanidad pública están condenadas a convertirse en casas de misericordia.
Significativa e impúdica es la maniobra de utilizar la falsedad informativa para justificar la situación. Una vez más se criminaliza a la víctima. Difundir la opinión de que los profesores trabajan poco y son unos privilegiados supone una injusticia de especial gravedad. Además de las horas de clase, un profesor tiene obligaciones de tutorías, atención a los padres y alumnos, gestión en los centros y los departamentos, actividades extraescolares, preparación de sus lecciones y renovación de sus conocimientos. A lo largo de los últimos años, la sociedad española ha sufrido un verdadero cambio antropológico, pasando del subdesarrollo al capitalismo avanzado. Como hemos sido incapaces de consolidar una defensa de los valores públicos, el desprestigio de las costumbres represivas dio paso a la simple impertinencia y la falta de respeto. En la caricatura educativa, la imagen del profesor castigando con severidad torturadora es menos frecuente hoy que la de los padres o los alumnos comportándose con una agresividad indebida. Por eso resulta tan grave poner al profesorado en el ojo de huracán a través del populismo demagógico.
El deterioro de la educación pública, además de un reparto de negocios particulares, responde a la estrategia de excluir los compromisos sociales de la relación entre individuos. Al romper el contrato pedagógico, estamos poniendo nuestro futuro en manos de los mercados. Después de lo que llevamos visto, ¿no es un disparate?
LUIS GARCÍA MONTERO es poeta, articulista y profesor universitario.
DIEZ AÑOS DESPUÉS


EDITORIAL

EL PAÍS, 11-9-2011


Han transcurrido 10 años desde el desplome de las Torres Gemelas y seguimos viviendo en un mundo perfilado por los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001, incluyendo dos guerras no acabadas, en Afganistán e Irak, y por la progresiva adaptación de todos nosotros para convivir con el miedo. Es cierto que han cambiado nombres, rostros y circunstancias, pero la política exterior estadounidense y en gran medida la interior continúan marcadas por las decisiones adoptadas entonces. Y su reflejo impregna hoy una buena parte de las actitudes de los Gobiernos
Estados Unidos, que se ha anotado en esta década éxitos cruciales en la lucha contra el terrorismo, parece ahora menos vulnerable de lo que lo fue en aquellas horas que conmovieron al mundo. Osama bin Laden ha muerto y Al Qaeda es más débil y está más fragmentada, aunque es capaz todavía, en sus difusas identidad y obediencia, de ensangrentar los escenarios más dispares en nombre del delirio islamista. Los ataques del 11-S han aumentado la eficiencia de míticas agencias de seguridad (CIA, FBI) que se revelaron caóticas e incompetentes antes y después de los históricos atentados.
Pero la superpotencia ha pagado un precio muy alto, moral y político, por su mayor fortaleza. Y en sus libertades. Con la nefanda doctrina de la guerra preventiva, George W. Bush enterró la contención y la disuasión como pilares de la seguridad, y una sociedad que combatía a sus enemigos con medios proporcionados y bajo el imperio de la ley se ha ido acostumbrando a una perversa lógica en la que todo vale, desde la tortura al asesinato. En el camino, Washington ha contaminado con métodos indefendibles la política de aliados incondicionales o débiles, cuyos Gobiernos han condonado desde los vuelos clandestinos de la CIA hasta las cárceles secretas. Todavía hoy, la América de Obama, teóricamente en las antípodas de la de su antecesor, sigue manteniendo la infamia de Guantánamo y la detención indefinida sin proceso de sus presos. Y sus aviones no tripulados ejercen en lugares como Pakistán o Afganistán una ciega y mortífera represalia que no distingue culpables o inocentes.

Fractura con Europa

La imagen exterior de EE UU se ha cuarteado. La infausta invasión de Irak -el más grave y trágico error hijo del 11-S, un ejercicio de unilateralismo a expensas de la legalidad internacional- fracturó las relaciones con los aliados europeos. Todavía hoy no está claro el perfil definitivo de Bagdad, aunque es de temer que acabe acercándose más a Teherán que a Washington. Y en Afganistán, la segunda guerra lanzada por la Casa Blanca, que el doble juego paquistaní hace imposible ganar, las disensiones aliadas no han hecho sino acentuar ese distanciamiento. Lo ilustra el papel que la exhausta Alianza Atlántica libra en el país centroasiático, una batalla por su misma razón de ser. Europa, desarticulada y desbordada por la magnitud de sus propias dificultades (y fustigada por Washington por su incapacidad para proyectarse militarmente, incluso en países tan cercanos como Libia) es renuente a acompañar las expediciones armadas de la superpotencia.
La década transcurrida ha visto deteriorarse claramente la posición de EE UU en el mundo. Las prioridades estratégicas desencadenadas por el 11-S han tenido un lamentable efecto anestésico en escenarios cruciales del tablero internacional. El conflicto palestino-israelí, uno de sus ejemplos, ha sido abandonado a su suerte por Washington, pese a las solemnes declaraciones en sentido contrario. La primavera árabe, el fenómeno más alentador de nuestros días, ha estallado sin avisar. El ideal democrático regional que predicara Bush se ha encarnado mucho tiempo después, y su propagación por el norte de África y Oriente Próximo no se debe al papel de Washington o las democracias occidentales, sino a la presión incontenible de las históricas frustraciones y vejaciones sufridas por sus protagonistas.

Fin de la inocencia

El mundo de septiembre de 2011 no es el de 2001, aunque suframos la densa sombra de unos acontecimientos que liquidaron definitivamente cualquier posible inocencia. Estados Unidos, cuya hegemonía absoluta no podía durar eternamente, asiste a una evidente pérdida de influencia frente a poderes rivales en un tablero que ha dejado de ser por primera vez modelable a su antojo. China emerge como un titán imparable, económico y militar, que aspira a imponer globalmente sus condiciones más temprano que tarde. O India. Las relaciones entre Pekín y Washington no han logrado superar una invencible desconfianza mutua, acrecentada en la Casa Blanca por el desafío que supone para su dominio de un Pacífico convertido en el océano de las oportunidades. Asia es un potente imán para los intereses económicos y estratégicos de un planeta en el que una difusa y disminuida Europa tiene cada vez mayores dificultades para hacerse oír con autoridad.
A la postre, el acontecimiento más perdurable de la década, y quizá el de mayor repercusión en el día a día de los estadounidenses, podría no ser el 11-S que comienza a entrar en los libros de historia, sino el terremoto económico gestado en su propio suelo en 2008 y cuyas consecuencias distan de haberse extinguido. Las réplicas de ese monumental colapso financiero tienen y tendrán probablemente más impacto en la vida ordinaria de medio mundo que el iluminado terrorismo con vocación planetaria desatado aquel día de septiembre. Las elecciones presidenciales del año próximo en EE UU, es de esperar, se disputarán en terrenos muy diferentes de la guerra global contra el terror. Tras la experiencia de la última década, y a la luz de su astronómico déficit, Estados Unidos responderá con menos recursos a los futuros desafíos de seguridad, entre los que sería suicida descartar el protagonismo del fanatismo islamista. Pero la lección de los muchos errores y disparates cometidos debe ser aprendida por todos, no solo por Washington.

sábado, 10 de septiembre de 2011

ELOGIO DE LOS POLÍTICOS


PILAR RAHOLA

LA VANGUARDIA, 10-9-2011


Consciente de que el deporte nacional es darle en el cogote a los políticos, también soy consciente de lo contracorriente de este artículo. No hay nada que nos produzca un babeo más placentero que el decir que los políticos son unos arribistas, metidos en política para medrar, y cuyo único objetivo es ser ricos a costa del sufrido pueblo.

Este mantra repetido hasta la saciedad, está en la base del desprecio que los ciudadanos sienten hacia sus representantes públicos, y, por tanto del descrédito general que sufre la política. Por supuesto es cierto que los abusos que han perpetrado algunos políticos no han ayudado a potenciar la confianza mutua. Y también lo es que el sistema de listas cerradas no escoge a los mejores de cada casa, sino, a menudo, a los que saben moverse en las aguas opacas y revueltas de los partidos políticos. Es decir, no siempre llega el que vale, sino el que saber pelotear, zigzaguear, complotear y mantenerse siempre amigo del compañero líder. Culpas haylas, y no podemos tardar mucho en democratizar a los partidos democráticos, cuyos mecanismos internos distan mucho de ser justamente democráticos. Pero a pesar de esos pesares y culpas, el gusto por despreciar a los representantes públicos va más allá de sus errores, y arraiga en una sociedad que vivió cuarenta años de dictadura y que aún no ha madurado en su relación con las instituciones que los representan. El político es el pato de la feria, y cualquiera que dispara gana un peluche en toda reunión que se precie. Si además se hacen públicos sus bienes y podemos darle a la moviola con la hípica de Bono, o el gusto por comprar pisos de Ridao (¡qué frenesí!), o quién gana en el ranking de sus ahorrillos, entonces el babeo se vuelve orgásmico. Sin embargo, todo esto me parece innecesario y populista, y no sirve para otra cosa que para la comidilla de patio.

Personalmente no necesito saber cuánto dinero tiene Rajoy o Rubalcaba, lo que necesito es tener la seguridad de que su patrimonio no nace de forma ilícita. Y no necesito saberlo primero, porque como decía ayer Enric Juliana, la transparencia es otra cosa y tiene más que ver con determinadas operaciones de gran vuelo económico, que no con los bienes de los diputados. Y segundo, porque personalmente no me escandalizo si el patrimonio es abultado. Al contrario, no me molestaría que hubiera auténticos ricos en la política, si son grandes profesionales, porque el axioma pobre igual a honesto, me parece un cuento chino. Depende, que en todas las casas cuecen habas. Ricos, medios o pobres, lo importante es que la política tenga prestigio y lleguen a ella los mejores profesionales porque serán los que elaborarán las leyes que nos rigen. La política es demasiado importante para dejarla en manos de cualquiera, y ese es el quid. No los ahorros que tenga, sino la capacidad que demuestra para representarnos.

PILAR RAHOLA es periodista y fue diputada en el Congreso.

ALGUIEN TENDRÁ QUE COMPRAR ESCOBAS
ISAAC ROSA

PÚBLICO, 10-9-2011

En vez del millón de nuevos empresarios que promete el PP para acabar con el paro, más le valdría crear un millón de consumidores. Porque el problema hoy no es que haya pocos empresarios y haga falta un millón más, sino que los que hay no venden una escoba, así que se asfixian en sus deudas, y de paso no pagan a sus acreedores, que tampoco venden una escoba ni pagan lo suyo, en un círculo infernal que se va estrechando.
No se vende una escoba porque nadie la compra, porque estamos todos en economía de crisis: unos no consumen por no tener, y otros, teniendo, tampoco gastan por lo que pueda pasar en el futuro negrísimo que todos pintan. Así que la cosa no mejora, no hay actividad, y la insistencia en el ajuste impide levantar el vuelo. Y como hasta que inventemos otra cosa nuestra economía se basa en la demanda de bienes y servicios, las empresas siguen cerrando o recortando plantilla, y los trabajadores que no se van al paro tampoco suelen quedar con ganas de comprar escobas. (Los últimos, como ya saben, los trabajadores de este diario, a los que mando todo mi apoyo en momentos complicados).
Que las cosas funcionan así, y que con la obsesión por la austeridad y los recortes nos vamos al carajo, lo saben hasta los niños: cuando mis hijas juegan con sus amigos a que son dependientas, camareras o peluqueras, eso que tanto gusta a los niños, se reparten los papeles por turnos: unas veces les toca hacer de trabajadores y otras de clientes, porque si no, si todas quieren ser peluquera y nadie pide un corte de pelo, no hay juego posible, se quedan todas en paro.
Lo saben los niños, y cada vez más economistas y gobernantes, incluso en las filas ortodoxas. La cruzada por la austeridad está ahogando la economía mundial, y muchos ya se dan cuenta de que hace falta también poner algo de dinero para salir del hoyo. Un informe de la ONU esta semana auguraba una década de recesión mundial por unos planes de ajuste que “empujan hacia el desastre.”
Lo sabe Obama, que ha presentado un plan que, aunque modesto, va en ese camino. Lo saben quienes empiezan a pedir que la austeridad vaya acompañada de estímulos (así lo llaman, para no decir gasto público), porque sin crecimiento no cuadran las cuentas ni se pagan las deudas, y no se acaba con el problema más grave hoy, que no es el déficit ni la prima de riesgo, sino el paro.
ISAAC ROSA es articulista y escritor.

RECURSOS Y RECONOCIMIENTO PARA EL PROFESORADO

CARMEN MAGALLÓN

PÚBLICO, 10-9-2011

El comienzo del curso escolar está siendo conflictivo, bien sabemos por qué. Y es que no sólo los recortes presupuestarios están alcanzando también a la educación, sino que además, y como justificación, se están dando argumentos que erosionan la base misma en la que ha de apoyarse la tarea educativa: el respeto y el reconocimiento del trabajo del profesorado.
Valorar la educación, y no sólo defenderla de manera retórica o, como en esta atmósfera de reduccionismo económico se oye, como una inversión, empieza por conocer y reconocer la tarea del profesorado, desde infantil hasta la universidad. Los profesores no sólo preparan y dan sus clases, sino que también atienden dudas, tutorías, preparan exámenes, los corrigen, se reúnen para evaluar, afrontan conflictos dentro y fuera del aula, se relacionan con las familias, asisten a cursos y congresos para continuar formándose, escriben, impulsan actividades extraescolares… y todo ello en medio de una creciente diversidad de procedencias y contextos sociales del alumnado. Si este trabajo no es reconocido, si la Administración desconfía de sus profesores, si las familias no les apoyan, si, en suma, no hay un reconocimiento social, ¿cómo pueden los alumnos ver en sus profesores un referente de autoridad, una figura a respetar y valorar, una figura educativa? ¿Se puede acaso educar desde la desafección?
Como tantos, me hice profesora por la alta valoración y el respeto que me merecían mis profesores. En la práctica, he podido comprobar la profunda sabiduría que encierra el proverbio africano que cita a menudo José Antonio Marina, y que dice que para educar a un niño se necesita a toda la tribu. Es así. No es posible educar sin una red de complicidades sociales que reconozca, respete y apoye al profesorado.
Los profesores son el alma de la educación. No pueden ser suplidos por máquinas ni reducidos a máquinas de dar clase por horas. Necesitan recursos, condiciones de trabajo dignas y autoridad, sí, pero esta no se logra por ley o imposición. Porque se puede legislar el poder, pero la autoridad ni se impone ni se solicita. La autoridad del educador sólo puede construirse desde el reconocimiento social.
CARMEN MAGALLÓN es directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz.

viernes, 9 de septiembre de 2011


PROFESORES
JUAN JOSÉ MILLÁS
EL PAÍS, 9-9-2011

Lo lógico es que el cojo sea partidario de las muletas, el miope de las gafas y el dispéptico del Almax. ¿Quién no intenta mitigar sus carencias? Solo el ignorante contumaz se revuelca feliz en su pocilga. Si no logra disfrutar de Shakespeare, lo borra de la historia de la literatura. Si no ha podido con el Quijote, lo califica de coñazo insufrible. Si no comprende la filosofía, la tacha de entretenimiento inútil para vagos. Millán Astray, uno de los burros más notables y peligrosos de la historia de España, sacaba la pistola cuando escuchaba la palabra cultura. Nos recuerda un poco a Procusto, el célebre personaje de la mitología griega que cortaba o estiraba las piernas de los huéspedes que no se adaptaban a la longitud de su cama. El uno estaba convencido de que la medida canónica de todos los cuerpos era la de su lecho; el otro no soportaba que hubiera alguien con más conocimientos de los que poseía él.

Viene esto a cuento de la carta que Esperanza Aguirre ha dirigido a los profesores de la enseñanza pública de la Comunidad de Madrid. Plagada de faltas de ortografía, les anuncia en ella los recortes que ha decidido aplicar a la educación. La cama de Procusto. Si yo no sé colocar los acentos, que nadie de mi entorno sepa hacerlo. Es probable que Aguirre no haya escrito esa carta, quizá ni siquiera la leyó antes de darle curso (así están las cosas), pero seguro que fue revisada por la Consejería responsable de enseñar a escribir a los madrileños. No pasa nada, tenemos también un responsable de transportes que desconocía la existencia del Metrobús. Cuando saltó el escándalo, Aguirre resistió la tentación de eliminar ese billete a fin de adaptar la realidad al tamaño de su consejero, pero en lo de la ignorancia contumaz parece dispuesta a sacar la pistola. Dice que hacen falta más policías que profesores.

jueves, 8 de septiembre de 2011

LA SAÑA


MARUJA TORRES

EL PAÍS, 8-9-2011


Poco disfruté del corte informativo -tan insólito como ver a Isabel de Inglaterra rascándose los pies- que mostraba el actual presidente de la patronal lucubrando sobre si, tal vez, los más ricos podrían, o quizá deberían, pagar algo más. Poco porque lo que, estos días, apenas me deja resquicio para dar cabida a otras indignaciones es la miserable campaña que, desde la derecha central, se está lanzando contra la educación pública, en la carne de los maestros. Cuando pienso en el trío formado por Aguirre, Cospedal y Botella, concluyo que España debería convertirse en un osobucco; entonces recuerdo el Reino de Valencia, y me callo.
Cargarse la educación pública o, al menos, desasistirla, es una meta primordial de todas las derechas que en el mundo existen, y no solo para ahorrar. Su objetivo a largo plazo es prolongar la hegemonía de sus cachorros, educados en las más exquisitas escuelas e imbuidos de la noción, que se les transmite, de merecedores de la herencia por derecho natural. Este es también el propósito de la derecha española, a la que no hace falta calificar con un adjetivo, pues con poner española ya sabemos que deja en mantillas a todas las demás, con excepción de la chilena y la polaca. En esta cruzada que vienen librando los dirigentes del PP y su digna militancia para recuperar el país que consideran suyo, no pueden permitirse descuidar esa parcela, la escuela y sus maestros, a cuya sombra puede crecer el árbol de la sabiduría del que podrían alimentarse quienes se hallan en la base de la pirámide o solo un poco más arriba.
Lo que caracteriza a estos caballeros y a sus equivalentes con camisita y canesú, situándoles por encima del listón marcado, por ejemplo, por Margaret Thatcher, es la saña.



EDUCACIÓN, CALIDAD Y COYUNTURA ECONÓMICA


ABEL VEIGA COPO


CINCO DÍAS, 8-9-2011 

No juguemos con la educación. No seamos frívolos, sino consecuentes, rigurosos y serios. La educación es el pilar esencial de una sociedad. Una educación de calidad es un reto complejo, difícil de alcanzar y por los resultados que de la calidad de la educación se infieren en el informe PISA sobre nuestro país, aquí estamos muy lejos de lograr siquiera una educación buena. Reforma tras reforma de las leyes de educación, el resultado es inequívoco y desolador. El diagnóstico es claro: fracaso. La excelencia como valor es algo hercúleo, ímprobo, pero copar los últimos puestos de este informe radiografía muy fidedignamente cuál es el estado de la cuestión.
No es esta una tarea que ataña únicamente a los gobernantes, al profesorado y al sistema educativo en general, con independencia de si el ámbito es estatal o local, público, privado o concertado. Es la propia sociedad la más afectada, las familias y sobre todo el alumno. Profesores de calidad y prestigio, rigor de un sistema que no puede permitirse el trampeo y el aprobado automático. Seriedad en los contenidos, eficacia en la exigencia. Replanteamiento quizás de los sistemas de aprendizaje y estudio. No importa el ámbito, escolar, bachillerato, formación profesional, universidad. Se dice que tenemos la generación más preparada de nuestra historia. ¿Preparada en qué, sobre qué?, ¿en ámbitos genéricos y de cultura abierta al conocimiento o sumamente específicos y profesionalizados? Hoy se habla incluso de implantar una educación de excelencia en algunas comunidades autónomas a través de la antesala del bachillerato hacia la universidad, de una escuela bilingüe emponzoñada si acaso en comunidades donde la lengua oficial trata de desterrar al castellano. Pero, ¿y los contenidos de las materias?, ¿y la exigencia de los mismos?
Salta a la palestra los recortes drásticos de gastos que las comunidades se ven obligadas a realizar. Cumplir con los objetivos del déficit exigen, requieren, impelen y obligan, mas ¿también con la educación?, qué decir de la sanidad. Galicia, Castilla-La Mancha, Madrid y Navarra adoptan medidas en esta dirección. Dialéctica y confrontación partidista y politizada. Pero la realidad es la que es y como es, lejos del capricho y la galbana intelectual. La política educativa no es un mero gasto más que se atempere al socaire de la coyuntura económica. No debe serlo. Lo que no impide racionalidad y eficiencia. Antes que reducir o al mismo tiempo que se están reduciendo gastos en este ámbito, desde el frío análisis y la optimización de recursos, incluidos los humanos, haríamos bien en buscar las causas del fracaso escolar, el nivel de exigencia, el grado de capacidad cualitativa y profesional en nuestros docentes, todos, desde primaria a la universidad. Incentivos y motivación. Cada vez llegan peor preparados los alumnos a la universidad, ¿salen realmente formados de esta?, ¿en qué hemos convertido la universidad?
Siguen, porque ya empezaron el curso pasado, los recortes; recortes a sueldos, a becas, a formación de profesorado, a la investigación. Cobran un particular dramatismo cuando estos ya afectan a cientos y cientos de interinos que ven ya peligrar su puesto de trabajo. Se exige en algunas comunidades dos horas más de docencia a la semana, retribuidas. Grito en el cielo de docentes y sindicatos. Movilizaciones al comienzo del curso, anunciadas y probablemente se desarrollarán. Pero, ¿qué será y está siendo de la educación?, ¿cuál es el grado de implicación y culpa de las comunidades autónomas en los resultados académicos, sobre todo allí donde la misma se nutre de munición ideologizada por la política? ¿Somos capaces de reivindicar una educación de calidad y eficiencia?
Hasta ahora, con desidia y dejadez, hemos permitido una situación agónica y deficiente. Es el progreso de un país, pero no lo hemos tenido en cuenta. No es hora de frivolidades ni de demagogias electorales. Llegan recortes, podrán ser más racionales o no, pero no podemos jugar con la educación. Presente y futuro dependen de ella. Afligen tiempos de tribulación económica, el dilema es si hacer o no hacer mudanza. O tal vez saber simplemente qué hacer y cómo hacerlo. No podemos seguir instalados en este adanismo conformista y pasivo.
ABEL VEIGA COPO es profesor de Derecho Mercantil de Icade.