"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







viernes, 12 de agosto de 2011

NO ES LA LUCHA FINAL


FRANCES-MARC ÁLVARO

LA VANGUARDIA, 12-8-2011

Si Marx, el que está enterrado en Londres, volviera del otro mundo este agosto, le costaría distinguir al nuevo sujeto histórico heredero del proletariado que debía hacer la revolución. Los gamberros de las barriadas inglesas, los turistas borrachos de Lloret y los okupas de Barcelona nos regalan imágenes fascinantes, muy codiciadas por cualquier funcionario del pensamiento dispuesto a anunciar la llegada de la lucha final. Ante automóviles y contenedores incendiados hay quien se frota las manos y, en su miopía y cinismo, ve, quizá, alguna ventaja electoral. Hay una cierta izquierda que, de manera automática, siente simpatía por todos los que se enfrentan a las fuerzas policiales de los países democráticos mientras es experta en callar sobre la represión en Siria, Irán o Libia. La cosa todavía es más tramposa cuando la izquierda oficial no gobierna, porque entonces sale gratis decir cualquier tontería.

El tío Baixamar no está de acuerdo con algunas palabras utilizadas por los medios a la hora de describir el origen de estos disturbios: “Veo la palabra rabia en todas las crónicas, pero aparece poco la palabra aburrimiento, que es más importante. Cuando yo era pequeño, los chicos de la playa nos peleábamos a pedradas por simple y puro aburrimiento y, durante las vacaciones, cuando el tedio nos convertía en reptiles, todavía nos peleábamos más”. No sé si estoy completamente de acuerdo, porque, detrás de todo eso, acostumbra a haber un malestar de base socioeconómica. Baixamar, sigue con su argumento, mientras agita el gin-tonic de las siete y media: “Mira, en casa éramos siete hermanos y no sobraba nada, pero mi adolescencia estaba dominada por el aburrimiento más que por la sensación de ser un humillado o un excluido del gran banquete, y eso que mi padre había hecho la guerra con los perdedores y que el clasismo primario y rancio dominaba todo tipo de relaciones en el pueblo, sobre todo las laborales”. Dos hermanos de mi amigo pescador completaron estudios superiores y él mismo pasó por la universidad, aunque no acabó ninguna de las dos carreras que empezó. Se lo recuerdo para advertirle que hoy, en cambio, en ciertos barrios, el ascensor social sufre una avería que reclama reparación urgente. Me mira, sonríe y apunta, con un tono algo fatigado: “Hoy, hay más plazas universitarias, más protección social, más becas, más intercambios con el extranjero y más alternativas para la juventud que hace medio siglo, pero también hay más aburrimiento y más desprestigio del saber como camino de emancipación personal”. El tío Baixamar vierte un culito de tónica en su copa.

No se me va de la cabeza: los gamberros de las barriadas inglesas, los turistas borrachos de Lloret y los okupas de Barcelona son los grandes aburridos de nuestro tiempo. Confundirlos con el hombre nuevo no es un error, es una obscenidad.

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