RICARDO CANTALAPIEDRA
"EL PAÍS", 31-10-2010
No creo que el botellón se haya esfumado por la acción policial ni por las prohibiciones de la autoridad. Simplemente se ha matado a sí mismo. Lo han abandonado sus habituales, hartos de vomitonas, cacas, micciones por doquier, imbéciles que no saben beber y coñazos insoportables de esos que te dan los borrachos y los colocados locuaces. La mayoría de los jóvenes que se acercaban por allí lo hacían por curiosidad y porque salía más barato beber y cantar. Por otra parte, es intolerable que algunas personas mayores identificaran a la juventud con el dichoso botellón.
Parece que ahora se lleva botellín: reuniones al aire libre de grupitos de colegas bien avenidos que charlan tranquilamente, beben, hacen unas risas y luego se va cada mochuelo a su olivo. Se acabó el desdichado botellón, de igual modo que antes lo había hecho su madre, la golfa litrona de nuestra juventud.
Se dice por ahí que ahora se bebe mucho más en Madrid. Mire usted, lo que se bebe ahora es una broma comparado con lo que se bebía en pleno siglo XVIII, en plena Ilustración. Un desmesurado discípulo de Quevedo, el salmantino Diego de Torres Villarroel, en su obra Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte, dice así: "Nuestro tiempo es tan infeliz que bendicen a Noé tan afectuosas las mujeres como los hombres. En nuestra era los infantes se crían a los pechos de las cubas, los jóvenes repiten el vino como el agua, y las mujeres lo cuelan como chocolate. Así se demandan los antojos del animal, así se desenfrena el apetito, así son más intensos los ardores de la carne".
Seguro que no era para tanto, don Diego, pero cuando usted lo dice por algo será. Desde luego, le aseguro que ahora los jóvenes no beben tanta agua. La cerveza es otra cosa. Dicen que la juventud actual permanece estática ante lo que ocurre en el mundo. No se lo crea usted. La juventud está expectante ante lo que le espera a corto y medio plazo.
Madrid ha cambiado mucho, creo que para bien. Al menos se erige una estatua en el Retiro a Miguel Delibes y se dedicará una calle al gran Marcelino Camacho, que se nos fue el otro día.
RICARDO CANTALAPIEDRA es periodista y escritor.
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