"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







sábado, 22 de enero de 2011

DEL DISCURSO A LA AGRESIÓN
CARMEN MAGALLÓN

PÚBLICO, 22-01-2011

En la polémica sobre la responsabilidad de los hechos violentos cometidos contra varios políticos, Gabrielle Giffords en Estados Unidos y el consejero de Cultura en Murcia, se debate sobre el papel que juegan algunos de los discursos de confrontación política que circulan en las respectivas sociedades. ¿Son los discursos los que desencadenan la violencia? ¿Qué otros factores influyen? El modelo de Galtung sobre la violencia permite dar una primera respuesta de trazo grueso. Según este pionero de la investigación para la paz, los acontecimientos de violencia directa, como agredir o matar, reciben un impulso legitimador desde otros nichos de violencia estructurales y simbólicos. Para llegar a la agresión directa, hay que perder las inhibiciones que tenemos para atacar a un semejante y una vía es dejar de considerarlo como tal, deshumanizarlo. Algo que generalmente se logra a través de un discurso.

Algunos discursos establecen abismos insalvables por motivos ideológicos, creencias, preferencias políticas; en suma, por una diferencia que es convertida en desigualdad esencial y motivo para ubicar al diferente en un grupo subhumano y despreciable. En la historia, la violencia directa con mayúsculas, las grandes matanzas, fueron precedidas por discursos de odio que deshumanizaban al otro. No podemos quitar responsabilidad a los discursos de los que se alimentan los agresores.

Por eso es grave que la política sea ocupada por insultos y discursos de agresiva descalificación del contrario. Por la vía legitimadora de la deshumanización o demonización de las posiciones del otro, se alienta la violencia, pervirtiendo con ello la principal razón de ser de la política, que no es otra que la cancelación del uso de la fuerza a la hora de dirimir las diferencias y tensiones entre intereses.

La vida pública necesita urgentemente serenar las palabras. Tengo muy presente la sabiduría de mis abuelas, labradoras del Bajo Aragón de Teruel, a las que muchas veces escuché decir que en las discusiones había que cuidarse de no decir “una palabra más alta que otra”, metáfora de un respeto por la palabra que ha impregnado la cultura popular y que constituye una herencia de inestimable valor. Es lo menos que podemos pedir a quienes ocupan los foros políticos y mediáticos. La contundencia de las posiciones encontradas no está reñida con la integridad y salvaguarda de la dignidad, propia y ajena.

CARMEN MAGALLÓN es Directora de la Fundación Seminario de Investigación para la Paz


LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

1. Explica brevemente por qué este texto es de carácter argumentativo.

2. Di cuál es el asunto o tema de esa argumentación y qué tesis defiende al respecto la autora del texto.

3. ¿En qué sucesos se apoya para desarrollar la argumentación? Completa informativamente esos sucesos.

4. El texto hace referencia a  matanzas sucedidas en la Historia. Trata de explicitar con dos o tres ejemplos concretos ese punto de la argumentación.

5. Comenta críticamente la posición de la autora y argumenta en un texto de unas diez o quince líneas tu propia opinión favorable o desfavorable.
UN PINGANILLO PARA EL ANDALUZ

CONCHA CABALLERO

EL PAÍS, 22-01-2011

Ahora que el Senado ha repartido pinganillos para que los representantes puedan seguir las intervenciones en las diferentes lenguas del Estado, no estaría de más inventar un adminículo para que se dejara de despreciar la forma de hablar de los andaluces y, de paso, a nuestra tierra. Claro que el cacharrito habría que distribuirlo entre millones de españoles que consideran su forma de hablar el castellano más culta y correcta que la de los andaluces.

De momento me conformaría con que el mencionado pinganillo se repartiera entre los medios de comunicación -especialmente sus directores, guionistas y presentadores-, así como entre aquellos políticos que consideran una superioridad moral la pronunciación de las "eses" finales de las palabras.

Mi propuesta tiene base legal, no se crean. En la Constitución, en el mismo artículo 3 que establece el castellano como lengua oficial y la cooficialidad del resto de las lenguas aparece este apartado que naufraga en el mar del olvido: 3.3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.

Los que piensan que el andaluz es una forma incorrecta de hablar castellano, no hacen sino mostrar su propia incultura y desconocimiento histórico. El andaluz es una evolución histórica del castellano que ha tenido una fuerte influencia en la mitad sur de la península y en el español de América. Fue, además, la lengua que generó la primera gramática y que a punto estuvo, si no hubiera sido por los azares históricos, de ser la norma oficial del castellano. El segundo argumento contra el andaluz suele ser su falta de uniformidad y su diversidad de hablas. A los que esgrimen estos argumentos les recomiendo una lectura atenta de los manuales iniciales de lingüística, preferentemente Saussure, para comprender que tan importantes son los rasgos presentes de la lengua como los ausentes. Es decir, no importa si la s final se aspira o se abren las vocales, lo importante es que ningún andaluz tiene la "ese" final castellana. Por eso, aunque unos aspiremos y otros no, aunque unos seseemos, otros ceceemos y otros distingan c y s, cuando salimos de nuestra tierra somos reconocidos inmediatamente como andaluces.

Pero, el argumento más miserable contra el andaluz, es confundirlo el uso vulgar de la lengua. Un andaluz inculto introduce los mismos vulgarismos que un vallisoletano de su nivel y muchos menos que un madrileño inculto porque rara vez comete errores sintácticos. Sin embargo, un andaluz culto hablará sin asomo alguno de vulgarismos en su lenguaje. Pero, los prejuicios consiguen que se perciban como más correctas las barbaridades gramaticales y sintácticas de Belén Esteban o el acento gutural e impreciso de los catalanes cuando hablan castellano, que la forma de hablar de los andaluces. En este caso, es la historia reciente de Andalucía la que nos condena porque se asocia el uso del andaluz al subdesarrollo.

Algunos andaluces han interiorizado la idea de este desprestigio y apenas ascienden en la escala social se apresuran a pronunciar unas "eses" esperpénticas, verdadero testimonio de su complejo de inferioridad. Los que se atreven a exhibir la cuidada y hermosa forma de hablar andaluza muestran a todos la riqueza de nuestro patrimonio lingüístico y su capacidad de comunicación.

Y es que tiene el andaluz una riqueza singular, una gran vitalidad expresiva y creativa , un vocabulario rico y, sobre todo, una eficaz modernidad. Como se sabe, el idioma tiende a la economía, y a largo plazo triunfan las opciones más ligeras. Por eso, rasgos típicos del andaluz como la relajación de las consonantes finales e intervocálicas o el yeísmo se van imponiendo soterradamente en los últimos años. Los que ahora se ríen, a largo plazo hablarán un castellano fuertemente influido por el andaluz. Mientras tanto, que les coloquen de una vez el pinganillo del respeto a Andalucía y a nuestra hermosa forma de hablar.

CONCHA CABALLERO es portavoz de IU en el Parlamento de Andalucía.
ORTOGRAFÍA

AGUSTÍN GARCÍA-CALVO

EL PAÍS, 22-01-2011

Me ha tocado estas semanas pasadas enterarme de un gran despliegue de páginas, ondas y pantallas, en torno a los arreglos de la Academia con la ortografía del español. Tanto descaro, que las mayorías (no lo que quede de gente o pueblo) admiran, tragan y se callan, me obliga a volver aquí a soltar cuatro perogrulladas sobre el asunto, ya que no las sueltan otros.

La ortografía del español no es mala por esos melindres de si se autoriza o no a escribir el acento de este o solo ni porque a la y se le llame y griega o ye: esta ortografía es mala y detestable porque, por ejemplo, desde que el español oficial perdió el fonema H (que algunos dialectos mantienen hasta casi hoy en uso, cuando dicen "hambre", "hondo" o "ahogar"), los doctos del XVII o ya académicos del XVIII quedaban con las manos libres para jugar con la letra h y mandar que lo que en castellano se venía escribiendo omre o aver se escribiera hombre y haber, en vista de que en latín (como doctos que eran, sabían su poquito de latín) se había escrito homine y habere; o porque, una vez que en castellano se hubo anulado la oposición de fonemas que hacía distinguir en la escritura lo que en la lengua se distinguía, cavar (o, lo que era lo mismo, cauar) y lavor, pero caber y sabor, las letras b y v (cuando en el XVIII acabó de distinguirse de u) quedaban abandonadas a las decisiones de los cultos, que ordenarían escribir boca o hierba, no por nada, sino porque en latín eran bucca o herba, pero vaca y cuervo, porque en latín habían sido uacca y coruo, y los imperfectos de la 1ª, que durante siglos, habían sido en castellano y se habían escrito con ava, cuando ya la distinción de las letras b/v no respondía a nada en la lengua, mandarían que se escribieran con aba, porque así se escribían en latín.

Puede que estas te parezcan un par de inocentes pedanterías de los cultos, pero, ah lector, como la cultura es el poder, han acarreado que la gente, a la que se ha hecho perder el don de escribir como se habla, no sepa a qué atenerse con la h, la b o la v, y deba, para "escribir bien", o sea demostrar su cultura, recurrir a la autoridad, necesite manuales de ortografía y, en el colmo del progreso, el tocho de 800 páginas de Ortografía de la Academia.

Y no digamos (EL PAÍS, 16 de diciembre de 1991, Esplicando trasgresiones de ostáculos subcoscientes) de los casos en que, introduciéndose más y más cultismos en la lengua, la ortografía académica se atenía sin reparo a lo que en la lengua de origen se escribiera, llegando a producir cosas como extraño, obscuro o transporte, que nadie había jamás oído en castellano, pero que, por fuerza de la cultura, algunos locutores concienzudos hasta llegaban a pronunciarlas.

En una palabra: la ortografía del español es mala, y casi tan mala como la del inglés o la del francés, en el sentido de que es una constante traición a lo que hay de veras en la fonémica y prosodia de la lengua, y costituye así una serie sin fin de tropiezos y de trampas para la gente, que habla así de bien como habla gracias a que no sabe cómo lo hace y que, puesta a escribir, desearía que le dejaran escribir sencillamente como se habla.

Y eso era tan fácil... No tiene usted más que ver cómo, para escribir lenguas que no se habían escrito nunca, se han inventado escrituras decentes, con más o menos acierto, y menos o más intromisión de pedanterías de poca monta, pero que responden a lo que era la vocación de la escritura misma, y de la alfabética en especial, que era reproducir visualmente todos (o al menos los principales) y solos los entes y reglas que en la lengua hubiera; así, para los cientos de lenguas, africanas, amerindias, polinesias, australianas, que desde hace un par de siglos han venido a escribirse por obra de lingüistas, doctos, pero con sentido común de lo que era la función de una escritura; o ahí cerca tienen el caso de la lengua vasca, en sus dialectos o ya unificada, para la que los entendidos honestos han establecido una escritura normal, que no tiene por qué tenderle al lector trampas graves para entrar al menos a la fonémica de la lengua.

Y aun para las lenguas cargadas con una manipulación eclesiástica y cultural como las eslavas o las germánicas, se crearon escrituras (la cirílica para escribir en antiguo búlgaro la Biblia o en gótico la de Ulfilas, o las que se usaron para escribir los cantos nórdicos de la Eda o el Beowulfo en antiguo inglés) que respondían sin duda a las lenguas vivas, y que, por varios avatares, han venido a dar en escrituras de lenguas nacionales, como la del ruso o la del alemán, que, pese a algunas complicaciones engorrosas como la de juntar dos y hasta tres letras para escribir un fonema (al. sch), dan cuenta debidamente, si no de la prosodia, al menos de la fonémica de sus lenguas; y, lo que es más y bien cercano, cuando se hizo precisa para el italiano una "revolución desde arriba" de las escrituras, no fue tan difícil establecer una que, salvo las mismas torpezas o engorros ocasionales, no engaña tampoco mayormente al lector sobre lo que haya de veras en la lengua.

Me queda solo por hoy razonar un poco de por qué es que puedan o deban alcanzar tan gran atención, propaganda y esplendor, las naderías de las reglas de ortografía: es que para el poder, para sus Estados y capitales, es de primera importancia procurar que se confunda la lengua con la escritura (y con la cultura en general), ya que la escritura (lo mismo la tradicional que sus versiones informáticas y digitales) es algo que se puede manejar desde arriba, por leyes y por escuelas, que se compra y se vende y vale dinero y promoción en la sociedad y el régimen, mientras que la lengua es la sola máquina que se le da a cualquiera gratuitamente, que no es de nadie y nadie puede mandar en ella, que tiene sus propias leyes, secretas, en las que autoridad ninguna puede intervenir (como puede en la escritura) y tampoco en los cambios que una lengua realice en sus leyes de vez en cuando, sin que nadie personalmente lo decida, sino una asamblea anónima que bulle ahí por debajo de las almas. Y claro está que una cosa como esta es un peligro constante para el orden, que necesita que eso no exista o, si tal ideal no acaba de cumplirse, que por lo menos se oculte y se confunda con otras cosas manejables, y que no se sepa que la hay y que sigue viva.

AGUSTÍN GARCÍA-CALVO, filósofo y poeta, es catedrático emérito de Filología Clásica de la Universidad Complutense de Madrid.

viernes, 21 de enero de 2011

LOS DE SIEMPRE

JUAN JOSÉ MILLÁS

EL PAÍS, 21-01-2011


Esto parece un juego de mesa siniestro en el que a medida que avanzas aumentan las posibilidades de caer en la casilla de la muerte, en la casilla de la indigencia, en la de la inmigración, en la de las drogas, en la de la cárcel, en la del paro, en la de volver a empezar... Se da además la circunstancia de que cada uno de los jugadores utiliza un folleto de instrucciones distinto. Este señor de 55 años, por ejemplo, acaba de caer en la casilla del paro, de la que no es previsible que salga en mucho tiempo. Este de aquí también, pero este de aquí es diputado, de modo que el Congreso se hará cargo de sus cuotas de la Seguridad Social hasta que sea menester. ¿Por qué esa diferencia entre unos y otros? Ya se ha dicho: porque no juegan con las mismas reglas. A esta mujer, por poner otro ejemplo, le han caído ocho años de inhabilitación por prevaricadora, pero según su folleto de instrucciones tiene derecho a la protección del partido político al que pertenece. Ese otro individuo es un ladrón, pero juega con una carta secreta por la que le prescriben los robos antes del juicio. Y no nos importa nada, nada, porque en los juegos de mesa jamás llega la sangre al río.

Si la realidad fuera auténtica, y no este sucedáneo, las iniquidades en curso provocarían motines, huelgas, asonadas, revueltas, levantamientos ciudadanos... La realidad artificial, en cambio, produce mayormente resignación, de modo que cuando nos tienden una trampa los jugadores nos culpamos a nosotros mismos de lo ocurrido: esto me pasa por negro, o por pobre, o por ingenuo, o por inmigrante, o por alto, o bajo, o listo, o tonto, o escritor, o fontanero... No sabe uno con qué folleto de instrucciones educar a los vástagos. Es como si el horno viniera con mil normas de uso, todas contradictorias entre sí. El problema es que los que se asan son siempre los mismos.

JUAN JOSÉ MILLÁS es articulista y escritor.

miércoles, 19 de enero de 2011

ARCHISILABEANDO

AURELIO ARTETA

EL PAÍS, 19-O1-2011

Para reparar el mal uso de la lengua española hay unas tareas más urgentes que otras, lo sé, y ésta que ahora vuelvo a proponer sería de escasa envergadura. La cruzada contra los archisílabos quizá sea incluso una batalla perdida, pero hay que darla como si fuéramos a salir vencedores de ella. Si no es tan decisiva como el combate contra la mala ortografía (y contra la peor sintaxis, una dolencia mucho más grave), tampoco parece un síntoma menor del maltrato hacia la lengua común. Y, desde luego, nos informa de cuánto necesitamos aumentar la estatura de nuestras ideas a costa de prolongar nuestras palabras sin necesidad alguna. De modo que, por si algún día la Academia Española se pone a preparar un compendio de archisílabos, con esta última hornada ya le habremos suministrado algunos centenares de ellos. No son muchos, pero le salen gratis.

Se recordará que unos cuantos archisílabos no son tan solo por eso rechazables, pues figuran en el diccionario. Lo preocupante es que con demasiada frecuencia resultan escogidos frente a términos más cortos de igual significado. O sólo parecido, y en tal caso suelen concentrarse en esas palabras que casi siempre nombran la acción cuando el sujeto pretende más bien nombrar su efecto. Es decir, como si importara menos la cosa misma que el proceso de hacerla o de que llegue a ser. Y así se dirá especialización en lugar de "especialidad", experimentación por "experimento", capacitación como "capacidad" o programación en lugar de "programa". Cabe incluir muchas más, tales como exterminación cuando quiere decirse "exterminio", vinculación para "vínculo", tal vez teorización por "teoría", derivación por "deriva", sustentación por "sustento", expoliación por "expolio" y otras del mismo corte. Hoy se leen más comunicaciones que "comunicados", se nos pide la numeración de la cuenta bancaria antes que su "número" y nos pasamos los días en tramitaciones que vienen a ser "trámites".

Pero la muestra mayor de este estirado palabreo se compone propiamente de neologismos, aunque de neologismos sobrantes. Y ya que hablamos de los acabados en -ción, empecemos por indagar los archisílabos provistos de tal desinencia. Dejemos a un lado esos que rondan en el mercado verbal, pero que por fortuna aún no han sido acogidos por el hablante común. Me refiero a novedades como desjudicialización, calendarización, inferiorización, desambiguación, bancarización, securización o titulización (de créditos), cuyos hondos sentidos dejo adivinar a los lectores. A diferencia de tales engendros, muchos ya han admitido sin embargo la presencialización del pasado, en vez de su sencilla "presencia", la conceptualización que tiene por mejor nombre"conceptuación", la regularización que nada añade a "regulación" salvo dos sílabas o -añadiendo una sola- la periodificación equivalente a "periodización" y la desertificación que sólo es una "desertización". Y hay personas que tienen la constatación, no la "constancia", de que los hechos fueron como los cuenta.

Más extraño se antoja, según resalté en anteriores entregas de esta serie, la irresistible tendencia de los hablantes a la abstracción. Como si fuera un signo de diferencia que nos elevara a nuestros ojos, a menudo designamos las cosas con la palabra que menta sólo la cualidad abstracta de la cosa. De manera que una carretera no se distingue por sus "accidentes" sino por su accidentalidad, al volante del coche no hay que mantener la "dirección" sino su direccionalidad y el teléfono móvil nos ofrece -más que "funciones"- múltiples funcionalidades. Ha de saberse así que canciones de bella "armonía" deslumbran más bien por su armoniosidad, igual que ser cristiano ya no es una "confesión" sino una confesionalidad y los hombres "célebres" han pasado a ser celebridades. Conozco revistas que publican exclusividades y no tanto "exclusivas", así como comercios que no venden una marca "en exclusiva" sino en exclusividad. ¿Por qué la llaman prueba de selectividad, cuando sería más propio llamarla de "selección"? Seguramente por lo mismo que la complementariedad suena más solemne que el "complemento" y el "pasmo" aumenta sin duda de grado en cuanto roza la pasmosidad.

La archisilabización -si me permiten el trabalenguas- no hace ascos a nada y puede afectar a cualquier parte de la oración. A los sustantivos ya recogidos podríamos añadir renovados hallazgos, como el de ver anunciada una aparatología que designa un conjunto de "aparatos" (de ortodoncia, por más señas) o transformada la "lista" en listado. ¿No les parece encantador que, en paralelo al visionado del partido de fútbol, hayamos descubierto que el ángulo de visionado es el mismo que el ángulo de "visión"?

Los adjetivos ofrecen mucho juego al estiramiento lingüístico. Ahí está el preferencial (léase cia-al) frente al "preferente", el resistencial frente al "resistente" y hasta los mecanismos lesionales respecto de los "lesivos". Si antes acudíamos a médicos "generales", ahora visitamos a médicos generalistas, de igual modo que el candidato "oficial" hoy suele llamarse oficialista. En cuanto dispone de una forma breve y otra más larga, aun siendo ambas válidas, el hablante se inclina por lo general hacia la más extensa. Prefiere derivativa a "derivada", reiterativo a "reiterado", inoperativo a "inoperante" y despreciativo a "despectivo"; imaginen el placer de pronunciar una dinámica confrontativa, en lugar de un "proceso conflictivo". Y ello por idéntico mecanismo por el que prefiere capacitado a "capaz", continuado a "continuo", desesperanzado a "desesperado" y profesionalizada o internacionalizada a "profesional" o "internacional". La atención "individual" será mucho más atenta si es una atención personalizada, no me lo negarán, y el documento adjunto llega a su destino mejor anexado que simplemente "anexo". Habría que calificar algo de "vehículo" u "obstáculo", pero ¿cómo sustraerse al encanto del vehiculizador y del obstaculizador?

Si el lector no está aún del todo aburrido (o abrumado), me acompañará a hacer un recorrido final por nuevos archisílabos cuyos protagonistas son verbos. Fíjese entonces que hay sucesos que centralizan, y no "centran", la atención popular (es decir, que ésta los focaliza y no los "enfoca"); que a menudo nos solicitan cumplimentar un impreso o un cuestionario que bastaría "rellenar" o "responder"; que se habla de subalternizar, como si desconociéramos "subordinar" o "subalternar". Elija el legitimizar a fin de sustituir con más empaque el pobre "legitimar" o ese precioso objetualizar que suplanta al "objetivar". Repare ese lector en que hay gentes que se residencializan, mientras otras tan sólo "residen" en algún lugar, o se prestan a minimalizar lo que bien podrían "minimizar". Apresúrese a hacer su oído al descontextualizar tanto como al desmotivar, para así ahorrarse el esfuerzo de reponer los viejos verbos que aquéllos han desplazado. No le importe ser incapaz de "redirigir" todo este fenómeno, si al fin y al cabo puede redireccionarlo en su provecho. Y, si no, tómeselo al menos con indiferencia: no "indiferentemente", por Dios, sino indiferenciadamente.

Uno ya aceptaba aquí mismo que una lengua, al fin producto histórico y cosa viva, por fuerza tiene que evolucionar y cambiar. Pero añadía que no está mandado transformarla sólo a golpes de ignorancia, pedantería, pereza o memez de sus usuarios. Quince años después, y con muchos más archisílabos a cuestas, aún toca decir lo mismo.

AURELIO ARTETA es catedrático de Filosofía Moral de la Universidad del País Vasco.

martes, 18 de enero de 2011

LOS BENEFICIOS DE ILEGALIZAR LAS DROGAS

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN

EL PERIÓDICO,17-01-2011

La ilegalización de las drogas no beneficia a los adictos a su consumo, a los que envuelve en un drama que les sume en un estado de marginación social y les convierte en casi seguros reos de delitos que un sistema, fracasado de forma clamorosa, les lleva a la doble condición de enfermos y delincuentes arrojándolos fuera del sistema de convivencia social, dificultando, salvo heroicas excepciones, cualquier posibilidad de curación e integración.

No beneficia a su entorno. Los daños y estragos no limitan sus efectos a los drogadictos. Se extienden a los familiares y amigos cercanos convirtiendo la convivencia en un verdadero infierno. El drama alcanza su punto culminante cuando la incapacidad para procurarse las dosis necesarias les lleva a extorsionar a las personas que les son más cercanas, exigiéndoles violentamente dinero para obtener una dosis.

No beneficia al Estado de derecho y a la estabilidad de los sistemas democráticos. Todos los encuentros internacionales que han abordado la compleja posibilidad de encontrar alternativas han coincidido en la necesidad de reaccionar ante el fracaso endémico del sistema penal. Después de más de 40 años de ensayos basados en el incremento de las penas y la rebaja de las garantías se ha constatado que el fiasco ha sido estrepitoso. Un seminario internacional celebrado en Lima en febrero de 1990 rechazó de forma tajante las propuestas que emanan de la Convención de Ginebra para la lucha contra la droga. Este organismo ha derribado límites infranqueables del derecho penal como la propuesta de criminalizar el consumo. Su tarea consiste en celebrar innumerables reuniones cuyas conclusiones han sido inanes. Podemos preguntarnos cuánto nos ha costado desde su creación en diciembre de 1988. Si la transparencia es un valor esencial de la democracia alguien debe publicar las cifras sobre el funcionamiento de ese organismo.

No beneficia al sistema penitenciario, que se ha visto superado por el aumento espectacular de reclusos condenados por trafico de drogas. Pocos jefes de grandes cárteles, algunos más de los escalones intermedios y numerosos distribuidores a escala media o menor que intensifican nuestra ya saturada población carcelaria. La droga forma parte de la vida penitenciaria, crea luchas por el poder, origina víctimas y llega a corromper a funcionarios relacionados con su entorno.

Beneficia a determinadas reacciones desproporcionadas. En el seminario de Lima se advirtió que enfrentarse a la lucha contra la droga con un enfoque bélico y la militarización tiene grandes posibilidades de incrementar la violencia y muy pocas posibilidades de contribuir a la resolución de este problema. La guerra es un negocio para los productores de seguridad. Siempre necesitan un enemigo, pero, como ya les advirtió Nils Christie, hace muchos años que no engañan a todos. Se trata de una guerra sin combatientes enemigos. Se les presenta como lo suficientemente fuertes para movilizar toda la energía de una nación, pero al mismo tiempo son lo suficientemente débiles para no ser nunca realmente peligrosos y así poder seguir la guerra mientras los dirigentes necesiten una guerra.

Beneficia el enriquecimiento desmesurado de los que controlan el tráfico a gran escala. Los estudios sobre el valor añadido de la transformación de la hoja de coca son científicamente irrebatibles. La hoja se vende en los mercados andinos como un producto agrícola de bajo coste. Machacada en una especie de mortero y mezclada con aditivos baratos multiplica su valor por mas de cien. Esa pasta básica se lleva a unos laboratorios rudimentarios que, con un escaso coste, la convierten en clorhidrato de cocaína dispuesto para ser consumido. El transporte masivo hasta los lugares de donde parte en cargamentos que superan la tonelada implica riesgos que encarecen su precio hasta cotas que no alcanza ningún otro producto o materia prima. El paso sucesivo hasta que llega a manos del distribuidor al por menor incrementa exponencialmente su precio. Mientras no se rompa esta inercia, es difícil, por no decir imposible, que el derecho penal resulte lo suficientemente disuasorio.

Algunas propuestas alternativas. Un grupo de profesores universitarios y magistrados firmamos en 1991 un manifiesto por una nueva política. Nos rebelábamos frente a la nefasta política sobre drogas que padecemos desde hace unas décadas. ¿Por qué esta machacona resistencia a intentar vías alternativas? La propuesta alternativa partía de la base legal que proporcionaba la ley del medicamento. En ella se considera que los estupefacientes y las sustancias psicotrópicas son medicamentos. La ley fue modificada en el 2006 eliminando estas sustancias. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud (OMS) viene equiparando el tabaco y el alcohol a los estupefacientes, por lo que están abiertas las vías para un tratamiento que permita un sistema de distribución controlado.

JOSÉ ANTONIO MARTÍN PALLÍN es magistrado del Tribunal Supremo.

lunes, 17 de enero de 2011

GRAN METÁFORA


FERNANDO VALLESPÍN

EL PAÍS, 17-01-2011

Cualquiera con un mínimo de sensibilidad intelectual, incluso estética, no puede dejar de sentir un sobresalto cada vez que pasa zapeando por donde estuvo en su día CNN+ y se encuentra con lo que ahora ocupa su lugar. Este malestar seguramente deriva del hecho de que sabemos que aquí se ha producido algo más que un mero intercambio de canales. Estamos ante un caso de libro de la fagocitación de una cadena de información seria y de rigor por parte de una de las manifestaciones más burdas de la novedosa "cultura popular". Es difícil encontrar un ejemplo tan gráfico de la lucha darwinista por las audiencias bajo el signo de la nueva sociedad de masas. Lo que hemos perdido y lo que lo ha sustituido se ha convertido, de golpe, en una metáfora extraordinaria de lo que de una forma más pausada ha venido pasando en nuestro país -y no sólo- a lo largo de los últimos años: la progresiva e implacable banalización del espacio público.

El problema es que cuando estos escasos oasis mediáticos se secan, como acaba de ocurrir con CNN+, ya nada o casi nada puede impedir la propagación del desierto. Con la digna excepción de algunos medios públicos, si consiguen sobrevivir. Como muestra la oferta que encontramos en la multiplicidad de canales de TDT, la nueva pluralidad televisiva no ha aumentado un ápice el acceso a algún programa que fomente el desarrollo de una cultura pública crítica y exigente. Como en su día ocurriera en Italia, este proceso de gradual banalización se ha ido implantando de forma silenciosa y en nombre de valores tan dignos como el entretenimiento y la diversión. Poco a poco, sin embargo, se ha logrado laminar las fuentes que mantenían viva lo poco que quedaba de la cultura política tradicional, casi de la cultura a secas. En una deliciosa ironía del destino, y por seguir en ese mismo país, el empresario que se encargó de empujar a los márgenes mediáticos a quien no participara de su filosofía acabó de primer ministro, e incluso se permitió gobernar como un entertainer, con velinas incluidas.

El resultado, lo sabemos también por Italia, es la progresiva infantilización y despolitización de la sociedad. Es una sociedad de la distracción, en su doble sentido, el de esparcimiento, y el de la falta de atención, sobre todo hacia lo que debiera importarnos como ciudadanos. Lo público, nuestro mundo común, ya no gira predominantemente en torno a la discusión de las cuestiones políticas, sino hacia personajes populares que exhiben impúdicamente su vida privada. El escenario público se llena de trivialidades; se fomentan los tópicos y todo lo que alimenta el morbo. Lo malo es que, por el camino, estas lógicas del espacio público televisivo acaban colonizando al final a la discusión política misma. Lo importante es captar la atención de estos ciudadanos distraídos, aunque para ello haya que ir a La Noria. Es el signo de los tiempos.

Se dirá, y no es un argumento baladí, que esto es lo que la gente quiere ver, y que quiénes somos nosotros, sus críticos elitistas, para imponer nada. Ahora que tanto se habla de los mercados, esta sería otra de sus manifestaciones: el ajuste perfecto entre oferta y demanda televisiva. Lo malo, como ya observaría Tocqueville cuando se refería a la "tiranía de la mayoría", es que esta siempre tiene la tendencia a arrogarse la razón, a presentarse como el poder moral supremo. Y la consecuencia es la presión hacia la conformidad, con las elecciones de los muchos, la anulación del juicio individual diferente, la homogeneización de los gustos y la imposibilidad de imaginar algo distinto de lo dado, de lo que se nos ofrece como normal.

Tampoco cabe confiar demasiado en el sistema educativo como factor de resistencia y como esperanza en un cambio de tendencia. Entre otras cosas porque hoy los valores, el conocimiento y la visión general de la realidad nos los transmiten sobre todo los medios de comunicación. El papel de la educación sigue siendo central, pero no debe ser nada fácil para los educadores competir con un mundo en el que aquello que enseñan a sus alumnos y se supone importante apenas tiene después algún reflejo en el espacio público más amplio. Ocurre más bien al revés: aquello de lo que allí se empapan, de lo que allí consumen, condiciona después su rendimiento escolar. La distracción acaba predominando también aquí sobre el esfuerzo, el esfuerzo de pensar. Y la creación de individuos autónomos y críticos con capacidad para resistirse a las pulsiones de la masa se convierte en un recurso más escaso cada vez.

FERNANDO VALLESPÍN es catedrático de Ciencia Política en la Universidad Autónoma de Madrid.


LECTURA, ANÁLISIS Y COMENTARIO:

1. Explica de una forma clara y sencilla el significado de las siguientes expresiones del texto. La palabra clave está subrayada.

a. ...fagocitación de una cadena de información... (párrafo 1º)

b. ...lucha darwinista por las audiencias... (párrafo 1º)

c....banalización del espacio público. (párrafo 1º)

d. ...acaban colonizando al final a la discusión política misma. (párrafo 3º)

2.  ¿Cuál es el suceso mediático que provoca la reflexión del autor? ¿Qué consecuencias se derivan de él  en su opinión?

3. ¿Por qué el autor titula el texto como "La gran metáfora?

4. ¿Cuál es la tesis principal que defiende Fernando Vallespín en el texto?

5. ¿Qué pais utiliza como referencia en esta reflexión? ¿Por qué razones?

6. ¿Qué opina Fernando Vallespín sobre la capacidad del sistema educativo para cambiar las cosas?

7. Escribe un texto argumentativo comentando las opiniones del autor y exponiendo tu propio punto de vista.

viernes, 14 de enero de 2011

EL DISCURSO DEL ODIO

ESTEBAN IBARRA

PÚBLICO, 14-1-2011


La matanza de Arizona ha conmocionado al mundo. El ataque criminal con 6 muertos y 14 heridos, entre ellos la congresista demócrata Gabrielle Giffords –militante contra el racismo y afiliada a la Liga Antidifamación, activa defensora de los derechos humanos frente a la legislación xenófoba en Arizona y de leyes progresistas–, ha puesto en primer plano un debate que ella misma significaba: la relación entre el discurso del odio y la violencia. Señalada en una web de la líder del Tea Party, Sarah Palin, que marcaba 20 mujeres demócratas con una diana como objetivo a abatir (políticamente) por su progresismo, Gifford fue víctima de una matanza indiscriminada. ¿Fue obra de un loco o hay algo más?

Aunque es pronto para saberlo, hay indicios e interpretaciones que se deben considerar. Por la documentación encontrada, Loughner, el criminal de 22 años, parece tener una personalidad racista, antiabortista y filonazi. Algunos tratan de confundir explicando que, junto a Mi lucha, en su domicilio se encontró el Manifiesto Comunista, sin embargo, esto es habitual en una corriente ideológica que se expande, también en Europa, como “nacional bolchevismo”, una de las variantes actuales del neonazismo. No quiere decir nada. Sin embargo, el sheriff demócrata de Tucson señaló que esta decisión criminal estaba tomada con antelación y añadió que el lugar se estaba convirtiendo en la “Meca del odio y la intolerancia”. En esa misma línea explicó el director del FBI la amenaza que supone el “discurso de odio” cuando se producen ataques cometidos por “lobos solitarios”. A

Loughner lo defenderá un abogado que llevó el caso de otro “lobo solitario”, Timoty Mac Veight, autor de la matanza de Oklahoma, en la que murieron 168 personas.

No hay por qué descartar la lógica expresada en la web neonazi stormfront.org por Tom Metzger, líder del White Aryan Resistance, que descansa en la idea de resistencia a la democracia y militancia como “lobo solitario”, referencia nazi hacia aquellos que asumen el combate sin manifestaciones, conciertos, reuniones o líderes. Lo explica perfectamente señalando que sólo pueden decir cinco palabras en un interrogatorio: “No tengo nada que decir”. De momento, el asesino de Tucson cumple el guión. Además, los psicópatas del odio necesitan alimento emocional y lo encuentran en la retórica agresiva de la intolerancia con su tríada maligna de odio, discriminación y violencia. Los “lobos” pistoleros, “solitarios” o acompañados, interiorizan los mensajes-fatuas antes de cometer su ejecución. Es el discurso que precede a la acción. En un contexto fanático contra el adversario y con libre acceso a las armas, como le gusta al Club del Rifle. Un discurso que no sólo alimenta el movimiento ultra del Tea Party, ya que en

Arizona hay16 grupos de odio, como denuncia el Souther Powerty Law Center (SLPC), desde los xenófobos American Bordel Patriol hasta los nazis del poder blanco de Free American, pasando por el KKK y los Hammerskin, Blood & Honour y Voksfront. Estos ultrapatriotas se benefician de la Constitución norteamericana, que interpreta la libertad de expresión sin límites, salvo la acción directa a la violencia, alientan el prejuicio, practican el insulto, siembran odio e incluso señalan objetivos de “guerra”, como hicieron miembros del Tea Party con Giffords en Take Back The 20. A Loughner le encontraron en su domicilio escritos del movimiento Patriot, ideas de la teoría de la conspiración mundial judía y otros que apuntan a algún vínculo con la American Renaissance, según el Departamento de Seguridad Nacional. Puede que esté loco, pero indudablemente es un asesino alimentado por el odio que decide y selecciona su objetivo.

En Europa las facilidades son menores. Por estos motivos, la Unión Europea aprobó en 2008 la Declaración Marco de Derecho Penal contra el Racismo y la Xenofobia que obliga a todos los países a armonizar su ordenamiento penal para perseguir por estos motivos la “incitación” al odio y la negación del Holocausto, entre otros temas. España todavía tiene pendiente su cumplimiento riguroso y lo ha olvidado en su última reforma del Código Penal. La Convención Europea de Derechos Humanos y el Tratado de la Unión, entre otras normativas, decidieron poner límites a la libertad de expresión para que no se permita transgredir los derechos fundamentales de las personas, algo que ahora parece normalizarse en internet.

La pregunta que debemos hacernos ante esta realidad es si el ius puniendi del Estado ha de actuar contra estas expresiones del discurso del odio. Desde hace tiempo, en nuestro país, el populismo xenófobo encierra el peligro de alimentar la intolerancia y el odio. No debemos olvidar a Lucrecia Pérez, primera víctima del racismo en nuestra historia reciente, y a las decenas de homicidios que siguieron después. El Estado debe procurar la garantía de los valores democráticos que identifican a una sociedad abierta, entre los que se encuentran la tolerancia y los derechos humanos, y no debe permitir la difusión de ideas contrarias a valores como la dignidad, libertad e igualdad que la Constitución garantiza formalizando su penalización conforme a los acuerdos democráticos de las instituciones europeas. Como afirmaba Glucksmam en su perturbador análisis sobre la inquietante presencia del odio en nuestro siglo, aunque creíamos haberlo superado, existe, y lo vemos a pequeña y a gran escala. Hoy el reto es sobrevivir al odio.

ESTEBAN IBARRA es presidente de Movimiento contra la Intolerancia
WIKIPEDIA O EL SABER DE PASAR EL RATO

VICENTE VERDÚ

EL PAÍS, 13-1-2011

Es chocante. Cuando parecen más ignorantes los alumnos y las escuelas se hallan en franco descrédito, la gente no cesa de querer saber. ¿Una consecuencia de que institucionalmente no les enseñaron nada? Puede ser. El hecho clamoroso es que jamás habían logrado más éxito las obras orientadas a suplir las lagunas históricas, matemáticas o filosóficas, y los libros con aportaciones para completar el conocimiento sobre los egipcios, los romanos o los hombres de las cavernas se convierten en best sellers junto a los opúsculos sobre Sócrates, Platón, la ética o el hedonismo, las matemáticas o el misterio de los números.

De esta popular demanda de saber no es una consecuencia sino su colofón la Wikipedia y los diversos sitios en la Red donde se responde a las preguntas de las masas tenidas por ignorantes, suspendidas en el colegio, expulsadas de los institutos, fatalmente maleducadas.

Este mismo periódico informaba ayer (Miguel Ángel Méndez desde San Francisco) del éxito de Ask.com que suda tinta china para responder incesantemente a las cuestiones de casi 100 millones de usuarios. La gente, como decía el programa de Mercedes Milá, quiere saber y quienes saben, con o sin título, desean enseñar.

Las contestaciones automáticas de Ask.com comprenden el 60% de su oferta, el resto provienen de las respuestas que procura la gente alrededor. La gente o el coro colectivo que, congregados como aficionados, hacen de la sabiduría una provisión sabrosa, divertida y oportuna.

Nunca antes hubo en el mundo una enciclopedia tan vasta como Wikipedia, fundada en 2001 por Jimmy Wales y Karry Sanger, dos tipos norteamericanos de los supuestamente simplones e ignorantes. Antes de Wikipedia el primer puesto enciclopédico fue obra de los chinos (efectivamente), que bajo la dinastía del emperador Ming Cheng Zu, en el siglo XV, redactaron el Yongle Dadien -Gran Colección de la era Yongle-. En torno a 1408, 2.100 redactores llegaron a concluir un monstruo omnívoro del saber total, según contaba Paolo Fabri, hace unos dos años en Revista de Occidente.

Esta obra china contaba con 11.000 volúmenes que comprendían 22.817 capítulos, cada uno correspondiente a un ideograma, clasificado a su vez por claves. La disposición era fonética, no sistemática. Es decir (por decir algo): las entradas estaban dispuestas de acuerdo a las 76 sílabas finales. Este mamotreto gigantesco a cuyo lado la Enciclopedia Británica, el Larousse o la Encyclopédie son meros libros de bolsillos terminó en cenizas, como tantas obras chinas, durante la loca y pintoresca guerra de los boxers. Pero los chinos son así para casi todo: inventan la pólvora y la gastan en fuegos artificiales, inventan el papel y lo dedican a los retretes, introducen el timón y no son capaces -en el pasado- de salir bogando del siglo XVIII.

Hoy China es ya otra cosa. Otra cosa aprendida del saber occidental y, probablemente, de obras mundializadas tan democráticamente como la Wikipedia, un monumento del conocimiento que no brota del sabio excepcional, sino de millones de sabihondos, una realización universal que no sigue el rigor de la universidad ni la severa fiabilidad de sus tremendos postulados.

En Wikipedia conviven la verdad con la falsedad, la certeza con el desatino, el grupo de los "inclusionistas" partidarios del todo vale y el de los "tachadores", enemigos de la lasitud. En Wikipedia la enciclopedia se abandona -como Fabri apuntaba- el prurito de la enciclo-pedia (el ciclo del saber) para inaugurar la Espiropedia. Una espiral del conocimiento que se vuelve sobre sí, habla contra sí y contra otros, se muestra a favor o en contra de esto o de aquello, exalta el saber horizontal sobre el saber piramidal, allana el conocimiento.

Los chinos, los egipcios, los griegos vivían el gran pathos de la sabiduría. Hoy, desordenadamente, patológicamente, el saber es ya una divertida y multitudinaria manera de gozar, jugar, amar y pasar el rato.

VICENTE VERDÚ es periodista y escritor.

jueves, 13 de enero de 2011

AHORA, PERSECUCIÓN A LOS FUMADORES

FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO

EL MUNDO, 10-1-2010

Esos desgraciados son sucios. Huelen mal. Evenenan el aire. Perjudican la salud de sus vecinos. Amenazan la salud pública. Ofenden a la mayoría. Sus costumbres son asquerosas. Se obstinan por ser diferentes y descartar los consejos de sus superiores. Su presencia en el país es una ofensa inaguantable. Hay que echarles, marginarles o forzarles a conformarse con las normas vigentes de la sociedad que les rodea y de las elites. Para lograr tener una sociedad pura, limpia, y casta hay que suprimir sus prácticas contaminantes. Mientras tanto, hay que perseguirles y someterles a leyes discriminatorias, campañas de denigración, y actos de humillación. Hay que animar a los ciudadanos a que denuncien a esos repugnantes, como hacían en su día los benditos familiares de la Inquisición.

Todas las persecuciones históricas de minorías disponen del mismo vocabulario y siguen el mismo rumbo. Ocurrió así en España en la Edad Media con los leprosos y judíos. Luego pasó algo parecido con los moriscos. A nivel mundial, los judíos, las supuestas brujas, los negros y los homosexuales han sufrido injusticias parecidas. Ahora casi no nos queda a quien maltratar de víctima. Ya no nos permitimos perseguir – por lo menos abiertamente – a los judíos ni a los negros ni a los leprosos ni a los homosexuales. Acabamos con los moriscos y las brujas hace siglos. Las campañas actuales en contra a los musulmanes carecen – gracias a Dios – de apoyo oficial. Por lo visto, empero, nos hace falta enemistarnos con alguna minoría indefensa para aprovechar de la satisfacción de imponerle la miseria. Ahora parece que hemos encontrado a las víctimas perfectas: los fumadores. Debo confesar mi propio interés en el tema. No soy fumador, pero mis valores son de tolerancia y de libertad. Me da vergüenza pertenecer a una sociedad que sancione a un ciudadano por seguir practicando una costumbre tradicional, o que intenta negar a una minoría disidente, por exasperante o desconforme que sea, su derecho a existir.

Por tanto, me empeño en no contribuir a la persecución de los fumadores. Pido cuartos de fumador en los hoteles, para que mis convidados tengan la libertad de encender un pitillo o gozar de un buen puro. Guardo ceniceros en casa e invito a mis huéspedes a fumar si quieren. No permito que nadie les haga sentir avergonzados por su hábito, y si siguen la malvada costumbre moderna de disculparse, saliendo a la calle, para fumar solitariamente y con tristeza en la acera, como exiliados de la compañía de gente supuestamente civilizada, les ruego que se queden dentro del seno familiar y al lado del hogar, como personas apreciadas y normales.

Todas las persecuciones empiezan de la misma forma: con campañas publicitarias inspiradoras de odio y miedo. En los casos de los judíos medievales y los moriscos de la Edad Moderna, los encargados eran los curas, que dedicaban sermones a difundir insultos rutinarios contra la suciedad y el mal olor, a maldecir su condición y a denunciar el peligro de la impureza, que hoy en día equivale a la indiferencia de los fumadores al ideal de la salud perfecta y su supuesta tendencia a estropear el medioambiente. Ahora la campaña es a cargo del Gobierno, que emplea los medios informativos -el clero de la sociedad secular- para difundir imágenes negativas de los fumadores. En todos los casos las campañas pretenden tener bases científicas, pero su auténtico punto de partido es el prejuicio irracional.

La gran ofensa de los fumadores, que enciende el miedo y el odio de los demás, es el fumar pasivo. La teoría de que el humo destroza la salud de los no fumadores se expresó de manera trinchante en la tan citada opinión del cirujano general estadounidense, Richard Carmona, que dijo que morían 49.000 personas cada año en su país por los efectos del humo de tabaco ambiental. Pero esa cifra sorprendentemente alta procedió de su imaginación. Por ahora, seguimos sin disponer de ningún caso concreto, verificado por autopsia, de una persona muerta por tales efectos. Pero no se citan tanto las conclusiones del Congressional Research Service (Servicio de Investigación del Congreso de los Estados Unidos) de 1995, según las cuales la evidencia no apoya la conclusión de que existen problemas de salud sustanciales provocados por el humo de tabaco ambiental.

Mientras tanto, en 1992, el humo de tabaco ambiental fue clasificado por la Environmental Protection Agency (Agencia de Protección del Medioambiete de los EE UU) como una sustancia que causa cáncer de pulmón y es responsable de la muerte de 3.000 americanos cada año. No se ha explicado nunca el aumento repentino de la cifra a 49.000 muertes en la opinión del cirujano general, sólo una década más tarde. La agencia clasificó el humo de tabaco ambiental como cancerígeno a causa de las «similitudes químicas» entre el humo de tabaco inhalado y el humo de tabaco ambiental. Pero esa similitud es muy poca, ya que la constitución química del humo viene afectada por otros factores medioambientales, y sobre todo por la dilución masiva del humo en el aire. Los que encontramos unas volutillas de humo de tabaco en la calle o en un bar, si no somos fumadores, no las inhalamos profundamente, que es la práctica que expone a los fumadores al deterioro de su salud.

No quiero decir ni que los efectos pasivos no existen, ni que no hayan casos nocivos. Por supuesto, se puede imaginar que una persona -una pareja, por ejemplo- sometida a continuas e intensas nieblas de humo de tabaco, sin ser fumador, ingesta algunos de los mismos venenos como un fumador a ultranza. Pero no hace falta perseguir a los fumadores en general para arreglar tal situación. Por motivos sencillos de decencia y de respeto mutuo, los fumadores no deben infligir el olor de su tabaco en los que se fastidian por ello o que tiene miedo, por irracional que sea, de los posibles efectos en su propia salud. Hay que contar también con el problema de personas no fumadoras que sufren efectos de salud, menos graves que el cáncer, pero incómodos, por lo menos, debidos al humo ambiental. La solución equitativa es la que España seguía hasta imponerse la nueva ley: que existan lugares de fumadores y otros de no fumadores, según el gusto de la clientela y de la gente de servicio.

El auténtico motivo de la nueva ley no es, evidentemente, proteger a las supuestas víctimas del fumar pasivo, ya que tales víctimas son muy pocas y se encuentran en su inmensa mayoría entre parejas, en casas particulares, donde la ley no llega. En cambio, la ley sí sirve a exigir a los fumadores que se conformen con normas y valores dictados por las doctrinas oficiales. O sea, el caso se parece, aún más, a los de los judíos, moriscos y brujas. Lo que realmente se pretende con la ley actual es que los fumadores dejen de fumar, o se trasladen a otro país más tolerante. Ahora bien, sería fenomenal que los fumadores abandonen por su propia voluntad una práctica que, si no influye gravemente en la salud de los demás, sí es probable que les hace daño a sí mismos. Pero la decisión debe ser suya. Si admitimos la pluralidad de valores, hay que reconocer que una persona 100% racional prefiera seguir con una práctica peligrosa que le guste -tal como el fumar, o el beber alcohol , o jugar al rugby, o conducir un coche o una moto, o cruzar en rojo la calle, o respirar aire lleno de emisiones carbónicas que proceden en su mayor parte no de los pitillos de los fumadores sino de los medios de transporte – a intentar prolongar su vida.

Pero en lugar de respetar la capacidad de todo ciudadano de ejercer su voluntad y aplicar los criterios que le correspondan, lanzamos campañas de envilecimiento en contra a los fumadores. Les expulsamos a ghettos, literalmente al margen de la sociedad, casi tan exclusionistas como cualquier aljama judía o colonia de leprosos de la Edad Media. Les negamos oportunidades de tener lugares propios, en bares que admiten a fumadores, para gozar del tabaco sin molestar a los demás. Bajo el pretexto de mejorar su salud, les infligimos las enfermedades más características de nuestros tiempos, que son las enfermedades mentales de estrés y de aislamiento social. Les humillamos. Les despojamos su sentido de bienestar. Total que les perseguimos.

Soy, repito, de los que no fuman. Pero no soy partidario de la doctrina de la superioridad moral ni intelectual de los no fumadores. Por lo contrario, los fumadores gozan, en general, de un nivel crítico superior, ya que no les convencen los excesos ridículos de la teoría del fumar pasivo, que tienen engañados a tantos de sus conciudadanos no fumadores. Ni me gustan mucho los valores de personas intolerantes y convencidas de la superioridad de sus prejuicios. Ni me atrae la idea de que la salud sea el valor supremo. Más vale, digo yo, ser bueno que sano. El culto de la salud es una muestra de la falta de sentido moral en la sociedad de hoy, la única religión consensual en un mundo laicista. Si yo tuviera que encerrarme entre paredes con otro ser humano durante una temporada larga, elegiría a un fumador modesto y generoso, y le inhalaría el humo pasivo con todo gusto, más bien que a un no fumador arrogante y perseguidor.

Ver cómo se aplica esta nueva ley ha sido una desilusión profunda. Yo solía pensar que España era un país liberal, hasta amablemente anárquico, donde toda persona tenía la libertad de seguir sus propios hados, y donde la gente, aún la más conformista, se enorgullecía de la pluralidad de costumbres. El hecho de que se permitiera que existiesen bares de fumadores al lado de los de no fumadores me pareció la expresión perfecta de lo español, de su magnanimidad, de su respeto a la dignidad de las personas, de su rechazo al autoritarismo. Espero que las autonomías y los ayuntamientos actúen con tolerancia hacia los fumadores a pesar de la nueva ley. Pero al fin de cuentas, no se trata de cosas que atañen a España sino a la humanidad entera. Si queremos ser parte de sociedades decentes y habitables, debemos resistir la tentación de perseguir a las minorías. Concedamos, por favor, a los fumadores, la misma indulgencia como, tras tantas luchas y tantos sufrimientos, hemos logrado conceder a las víctimas de nuestras persecuciones históricas.

FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO es catedrático de Historia  y autor de numerosas obras históricas.


LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

1. Clasifica este  texto de acuerdo con la tipología ya conocida.

2. Resume el texto. Ten en cuenta que un resumen no es un mero acortamiento ni un "cortapega" de algunos párrafos, sino una síntesis personal de sus ideas fundamentales.

3. Identifica en el texto los párrafos en los que se alude a:

         a. Persecuciones históricas de otra minorías.
         b. Los  rasgos negativos que identifican a los fumadores.
         c. Los peligros reales o supuestos del tabaquismo pasivo.
         d. La verdadera causa según el autor de la persecución a los fumadores.
         e. Las peculiaridades del caso de España.

4. Define con las propias palabras del autor la TESIS que defiende en el texto.

5. Comenta críticamente este texto, en sentido favorable o desfavorable a las ideas del autor, y fija tu opinión personal sobre el asunto tratado.

martes, 11 de enero de 2011

QUIZÁ NI SEQUEDAD NI DILUVIO

JOSEP MARÍA ESPINÁS

EL PERIÓDICO, 11-1-2010

En una entrevista, Miquel Pairolí, un escritor por quien siento un gran respeto, dice que yo defiendo «una prosa seca». No dudo de que hay escritores más jugosos y algunos son, incluso, brillantes. Quizá una cierta incomodidad que siento ante el lucimiento puede explicar que alguien me considere un escritor seco. Pienso que algunos artículos y libros míos no lo confirmarían, pero el derecho personal al gusto literario es innegable.

Es verdad que no estoy inclinado a la verborrea ni a añadir gratuitamente palabras a un texto. Soy un gran admirador de Josep Pla, y soy igualmente sincero cuando digo que no me gusta cuando se dedica a añadir palabras que significan lo mismo. Por ejemplo, «una evidencia visible». ¿Es que puede haber evidencias que no sean visibles? Quizá soy seco si no soy capaz, como el maestro, de ensartar una serie de adjetivos similares: «una fredor glacial, gebrada, frigorificada». Y en la misma página: «El romànic és un estil humà, cordial, íntim i calent». No soy partidario del abarrocamiento efectista. Aspiro a encontrar las palabras precisas, a la flexibilidad natural de las frases, a evitar el riesgo de enamorarse de la propia prosa para no caer en la pirotecnia verbal.
Lluís Llort, en el diario Avui, avisa de que hay poetas que añaden una confusión innecesaria para dotar a su poesía de un pedigrí artificial. Y recuerda un poema de Rubén Darío que empieza así: «Qué púberes canéforas te ofrenden el acanto». Y dice que García Lorca, al escucharlo, dijo: «Por favor, vuelve a empezar, que sólo he podido entender el qué».

Más espectacular es un poema de Dylan Thomas que se tradujo al castellano con estas palabras: «Las rosas resfriadas mueren en la destornillada tarde del beso hierático de un adiós azul, luengo y uniforme torpe y que bebo abrazos de cartón». No sé qué lenguaje defendía Thomas, quien decía de sus poemas: «No los entiende ni mi madre». En cualquier caso, no he defendido nunca una prosa seca. De hecho, me guardaré de defender ningún tipo de prosa. Siempre es un poco arriesgado juzgar el estilo de los otros a partir del propio. La calidad se puede descubrir en todas partes. Lo único que espero encontrar en cualquier texto-como digo en el libro que cita Pairolí- es que esté cocinado con acierto, con el punto justo de cocción para que no llegue a ser indigesto.

Si defendiera la sequedad, no podría creer en la calidad de la prosa de Pairolí, a quien deseo éxito con su último libro.

JOSEP MARÍA ESPINÁS es periodista y escritor.
TEORÍA Y REALIDAD DE LA LEY CONTRA EL FUMADOR

FRANCISCO RICO

EL PAÍS, 11-1-2010

Quizá no por entero, pero en aspectos importantes la "Ley 42/2010, de 30 de diciembre, por la que se modifica la Ley 28/2005, de 26 de diciembre, de medidas sanitarias frente al tabaquismo", etcétera, etcétera, es un golpe bajo a la libertad, una muestra de estolidez y una vileza. Vayamos, brevísimamente, por partes, y en cada una con solo un par de calas.

Golpe bajo. Dejemos de lado que no pocos de los argumentos contra el tabaco carecen de rigor científico y son simple fruto del desconocimiento, por las actuales insuficiencias de la investigación. (Como cuando hace unos años el aceite de oliva se consideraba malo para el colesterol y se excluía de la "sana dieta mediterránea" en la que hoy tanto se ponderan sus virtudes). Concedamos asimismo que la prohibición de fumar en muchos lugares públicos es una medida juiciosa. En muchos, sí, bien está, pero ¿en todos?


A los fumadores en ejercicio se les veta la entrada en multitud de sitios, mientras a nadie se le fuerza a ir a los bares o restaurantes que aquellos elijan. ¿Cuál es el problema para que los fumadores -clientes, dependientes y dueños- dispongan de lugares en que los no fumadores sean libres de no entrar? Cada uno puede hacer de su capa un sayo: contra su voluntad no hay por qué protegerlo de vagos peligros. Más de las tres cuartas partes de los españoles da por buena la existencia de locales para fumadores. La ley de marras es una efectiva restricción de la libertad y un estorbo a la conllevancia.

Estolidez. Los redactores de la ley confirman clamorosamente la opinión que de los políticos tiene la mayoría de los ciudadanos. La torpeza preside en especial la lista de espacios vedados al tabaco. Es patente que el legislador ha ido señalándolos a voleo, según se le pasaban por la cabeza, sin ninguna preocupación por el orden y la congruencia.

El artículo séptimo, así, cataloga los tales espacios desde la letra a hasta la equis. Al llegar a la erre menciona las "Estaciones de servicio y similares". A continuación, en la ese, introduce una disposición universal y omnicomprensiva: "Cualquier otro lugar en el que, por mandato de esta ley o de otra norma o por decisión de su titular, se prohíba fumar". Parece que ahí debiera acabarse la cosa. Pero no, el inventario vuelve a la enumeración particular: "Hoteles, hostales y establecimientos análogos", etcétera, etcétera. Para acabar majestuosamente: "En todos los demás espacios cerrados de uso público o colectivo". En comparación, la enciclopedia china de Borges es un modelo de lógica: "Los animales se dividen en a/ pertenecientes al Emperador, b/ embalsamados, c/ amaestrados, d/ lechones...".

De las luces que exhiben los parlamentarios reos del texto baste solo otro espécimen: según el artículo octavo, quien en un hotel quiera el desayuno en su habitación de fumador tendrá que salir de ella para que el camarero se lo sirva y que volver a entrar cuando el camarero salga.

Vileza. Domina la ley el espíritu persecutorio, en un horizonte de entredichos y busca de culpabilidades ("incluso en los supuestos de infracciones cometidas por menores"), de aliento a la intolerancia y la discordia, y de cerrazón sectaria a la realidad de la vida y de los hombres.

En la España de otros tiempos se llamaba malsín al que "de secreto avisa a la justicia de algunos delitos con mala intención y por su propio interés". Es un hecho que la ley y las incitaciones de la ministra de Sanidad están abriendo ya la puerta a los malsines. Nada tan fácil como la delación movida por conveniencias innobles, inquinas o malhumores, y anónima o presentada con una falsa identidad: no hay más que enviarla a cualquiera de las diligentes webs que le darán curso sin comprobar (así lo pregonan) "la veracidad de los datos expuestos por el denunciante". No se trata de una presunción: insisto, es ya un hecho.

Donde la actitud inquisitorial y el celo puritano se precipitan vertiginosamente hacia la vileza es en el nuevo artículo 7 c, que generaliza la interdicción en los "centros, servicios o establecimientos sanitarios, así como en los espacios al aire libre o cubiertos comprendidos en sus recintos". En ningún otro sitio estaría más justificado que ahí fijar lugares y excepciones para fumar (también marihuana). Pero los padres de la patria, hijos de moralinas abstractas y huérfanos de toda comprensión humana, desprecian las personas y las situaciones reales.

En las cárceles y en los psiquiátricos está autorizado fumar "en las zonas exteriores" o en "salas cerradas habilitadas al efecto". A los viejos y discapacitados se les permite en las áreas ad hoc de los asilos, aunque de ningún modo al aire libre ni en sus habitaciones. Con los enfermos hospitalizados no hay la mínima complacencia. A los padecimientos que comporta verse en tal situación, el legislador añade, ensañándose, la tortura de la abstinencia. "¡Qué escándalo -debe de juzgar-, satisfacer los bajos apetitos de un paciente terminal -de cáncer de pulmón, pongamos- que no piensa en otra cosa que en echarse unos pitillos!". Con absoluta desestima de los datos, de la voluntad y el sufrimiento ajenos, sacrifica al individuo cercano en el altar de un remoto ideal genérico. Líbrenos Dios de los altos principios.

P.S. En mi vida he fumado un solo cigarrillo.

FRANCISCO RICO, filólogo e historiador de la Literatura, es miembro de la Real Academia Española.

lunes, 10 de enero de 2011

40 MILLONES DE ADOLESCENTES CIUDADANOS

ANA Mª SEGOVIA FERNÁNDEZ

EL PAÍS (Cartas al Director), 10-10-2011

Decía hace poco un paisano tras la muerte de un niño arrastrado por la riada de un arroyo, que "es que los caminos no tienen puentes", es decir, que "alguien" debería hacer un puente en cada uno de los arroyos de este país para evitarnos riesgos. También los vecinos a los que se les han inundado sus casas por las crecidas de ríos dicen que "alguien" debió decirles que allí no se podía construir. Los afectados por la estafa de Afinsa pedían que el Estado les devolviera el dinero que ellos en su afán de cobrar más habían invertido en juegos poco seguros. Los ciudadanos que ven cómo embargan sus casas después de haberse hipotecado irresponsablemente, se quejan de la especulación y de que los intereses tan bajos les han llevado a esta situación. Los empresarios españoles que han amasado fortunas con la corrupción, especulación y arruinando empresas dicen que han perdido sus negocios por culpa del Gobierno. Cuando las jóvenes se quedan embarazadas sin desearlo se habla de que las instituciones no les informan. Los honrados padres de este país dejaron que sus hijos abandonaran la formación para trabajar en puestos temporales y no cualificados y ahora están en paro.

Es decir, los españoles no sabemos si debemos o no cruzar un arroyo con una fuerte corriente, o si es seguro hacer una casa en la ribera de un río, o si es conveniente invertir nuestro dinero en negocios oscuros, o si debemos hipotecarnos hasta los ojos, o si tenemos que ser empresarios honrados, o si debemos o no usar preservativo y, por supuesto, nosotros, los padres de familia de España, no podemos saber si es bueno que nuestros hijos estudien y se formen para que tengan un futuro mejor.

Evidentemente, somos ciudadanos adolescentes sin ninguna responsabilidad de nuestros actos.

ANA Mª SEGOVIA FERNÁNDEZ