"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







domingo, 31 de octubre de 2010

EL SUICIDIO DEL "BOTELLÓN"


RICARDO CANTALAPIEDRA

"EL PAÍS", 31-10-2010

No creo que el botellón se haya esfumado por la acción policial ni por las prohibiciones de la autoridad. Simplemente se ha matado a sí mismo. Lo han abandonado sus habituales, hartos de vomitonas, cacas, micciones por doquier, imbéciles que no saben beber y coñazos insoportables de esos que te dan los borrachos y los colocados locuaces. La mayoría de los jóvenes que se acercaban por allí lo hacían por curiosidad y porque salía más barato beber y cantar. Por otra parte, es intolerable que algunas personas mayores identificaran a la juventud con el dichoso botellón.
      Parece que ahora se lleva botellín: reuniones al aire libre de grupitos de colegas bien avenidos que charlan tranquilamente, beben, hacen unas risas y luego se va cada mochuelo a su olivo. Se acabó el desdichado botellón, de igual modo que antes lo había hecho su madre, la golfa litrona de nuestra juventud.
      Se dice por ahí que ahora se bebe mucho más en Madrid. Mire usted, lo que se bebe ahora es una broma comparado con lo que se bebía en pleno siglo XVIII, en plena Ilustración. Un desmesurado discípulo de Quevedo, el salmantino Diego de Torres Villarroel, en su obra Visiones y visitas de Torres con don Francisco de Quevedo por la Corte, dice así: "Nuestro tiempo es tan infeliz que bendicen a Noé tan afectuosas las mujeres como los hombres. En nuestra era los infantes se crían a los pechos de las cubas, los jóvenes repiten el vino como el agua, y las mujeres lo cuelan como chocolate. Así se demandan los antojos del animal, así se desenfrena el apetito, así son más intensos los ardores de la carne".

      Seguro que no era para tanto, don Diego, pero cuando usted lo dice por algo será. Desde luego, le aseguro que ahora los jóvenes no beben tanta agua. La cerveza es otra cosa. Dicen que la juventud actual permanece estática ante lo que ocurre en el mundo. No se lo crea usted. La juventud está expectante ante lo que le espera a corto y medio plazo.

      Madrid ha cambiado mucho, creo que para bien. Al menos se erige una estatua en el Retiro a Miguel Delibes y se dedicará una calle al gran Marcelino Camacho, que se nos fue el otro día.

      RICARDO CANTALAPIEDRA es periodista y escritor.
      UTILIDAD DE LA FICCIÓN


      CARLOS GARCÍA GUAL

      "BABELIA", 30-10-2010

      Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir, "escribió T. Todorov en el prólogo a su libro La literatura en peligro. Y añadía luego: "La literatura, más densa y más elocuente que la vida cotidiana, pero no radicalmente diferente, amplía nuestro universo, nos invita a imaginar otras maneras de concebirlo y de organizarlo". En esa misma línea, Alberto Manguel subraya la importancia de los relatos de ficción para una comprensión auténtica y panorámica del mundo y de nuestra accidental existencia. Ya que vivimos en un tiempo y un espacio histórico muy limitados, la lectura de textos literarios nos abre ventanas a experiencias y mundos de otros horizontes; nos invita a entender, imaginar, y convivir otras aventuras, dramas y realidades, y así ahondar en el conocimiento de lo humano, es decir, de nosotros mismos, más allá de nuestra casual y exigua circunstancia. El encuentro con esas ficciones estimula nuestro imaginario, educa nuestra conciencia y habla de cuán interesante y múltiple es la condición humana.

      Sobre la utilidad vital de las ficciones escribe Manguel: "Las ficciones pueden ayudarnos, aliviarnos, iluminarnos y mostrarnos el camino. Sobre todo, pueden recordarnos nuestra condición, traspasar la apariencia superficial de las cosas... pueden alimentar nuestra conciencia... para saber qué somos, un conocimiento esencial que nace de la confrontación con la voz de otro. Soñar historias, contar historias, escribir historias, leer historias, son artes complementarias que otorgan palabras a nuestro sentido de la realidad...". (También Vargas Llosa, con claro estilo, ha comentado cómo ese mundo ficticio de la literatura, con "la verdad de las mentiras", paradójicamente, nos ofrece una verdad más honda que la de la limitada experiencia personal). Para ilustrarlo, Manguel evoca ficciones y fantasmas familiares: Gilgamés, Casandra, Don Quijote, Kafka, y otros, que nos sugieren propuestas audaces de un mundo interesante y mejor.

      Lector, autor y personajes de ficción configuran un triángulo esencial en ese proceso de comunicación. En el capítulo 'Los ladrillos de Babel' recuerda el espectacular progreso de los medios de la difusión de la escritura "desde los tiempos de las tablillas mesopotámicas hasta los medios electrónicos de hoy, bancos de memoria más vastos y fiables que el cerebro humano" (abrumadora e infinitamente más vastos). Pero a la par advierte que, tras tantos avances, "leer no es dominar un texto, y (como bien sabían los antiguos bibliotecarios de Alejandría) la acumulación de saber no equivale a conocimiento". Leer bien e interpretar a fondo los textos aún requiere siempre tiempo, memoria e inteligencia. (Aunque sea una tarea, en efecto, bastante más cómoda que en Babilonia o Alejandría). Los impactantes avances electrónicos mejoran el instrumental, pero no cambian el encuentro: la verdadera lectura sigue siendo un desafío intelectual y un arte y una educación sentimental. Moraleja: "Para ello (leer bien) necesitamos prescindir de las tan cacareadas virtudes de lo rápido y lo fácil y recuperar el valor positivo de ciertas cualidades casi perdidas: la profundidad de la reflexión, la lentitud del avance, la dificultad de la empresa".

      En su conocido ensayo sobre La experiencia de la lectura ya C. S. Lewis insistía en que los buenos libros, los que proporcionan una ampliación de nuestra conciencia, se diferencian de los otros en que "proponen una buena lectura", y necesitan lectores críticos y con gusto. "El valor de la literatura se verifica cuando tiene buenos lectores". Ser buen lector no requiere ser pedante, docto, erudito, ni nada parecido. Leer bien requiere atención, agudeza y tiempo. Y ese educado hábito es lo que ahora, con la proliferación de publicaciones y la literatura de consumo rápido y entretenimiento fácil, parece muy amenazado. Este es el asunto central del último capítulo de Manguel: la comercialización de la literatura, que se hace trivial y banal para el consumo de una sociedad masiva y mediática. "Las cadenas de librerías venden el espacio de sus escaparates y mesas al mejor postor, de forma que lo que ve el público es aquello que la editorial paga para que se vea. En consecuencia, pilas de libros que anunciados como best sellers ocupan la mayor parte del espacio físico de la librería y todos ellos, como las salchichas, llevan una fecha de caducidad implícita que garantiza una producción constante". Novelas superficiales inundan el mercado, gozan de amplia publicidad bien pagada, y con lenguaje facilón e intriga trepidante ofrecen saciar las ansias lectoras de un público espeso, vasto, apresurado y unánime. La publicidad es engañosa; la crítica a menudo negligente. No es fácil, en mi opinión, definir qué es buena literatura; hemos de recurrir al juicio de los raros buenos lectores. Aún quedan; incluso entre los viajeros en metro. Como los buenos relatos, amigas voces de alerta, a contrapelo de las modas, siguen ahí, incorruptibles. La ciudad de las palabras, razonado y ameno elogio de la ficción, lo demuestra.

      CARLOS GARCÍA GUAL es catedrático de Filología Griega en la Univ. Complutense de Madrid, escritor, traductor y crítico.

      miércoles, 27 de octubre de 2010

      ¿TIENE QUE SER RENTABLE LA EDUCACIÓN?


      KIRSTEN MEYER

      "EL PAÍS", 27-10-2010

      Con la crisis económica, ha habido un nuevo llamamiento a invertir en educación. El motivo está muy claro: la educación es rentable. Sin embargo, en épocas de confusión económica, tendemos a olvidarnos de los intereses y valores que no son monetarios. De modo que debemos preguntarnos: ¿tiene que ser rentable la educación desde el punto de vista económico? ¿O es el conocimiento en sí un valor?

      Educar a nuestros hijos en física, química y otras ciencias es una inversión por adelantado en futuros avances tecnológicos. Dichas inversiones pueden acabar dando réditos económicos, pero además ofrecen unos beneficios no monetarios. Por ejemplo, en la protección ambiental: la educación, además de fomentar la sensibilidad hacia los problemas ambientales, puede estimular los conocimientos científicos y las aptitudes que hacen falta para resolver esos problemas. Por tanto, es conveniente despertar la sed de conocimientos en los jóvenes. Si, de niños, quieren saber qué función tiene el Sol, más tarde quizá se dediquen a la investigación científica sobre el uso de la energía solar.

      Hemos llegado así a una primera respuesta a la pregunta sobre el valor de la educación y el conocimiento: es un medio para contribuir al progreso tecnológico y, por tanto, una forma de contribuir a resolver acuciantes problemas ambientales. Pero esta respuesta está incompleta. También buscamos el conocimiento por el conocimiento. No todas las investigaciones tienen que tener un resultado práctico. Y esta es una actitud que se ve, sobre todo, en los niños. Desean saber cómo calienta el Sol y cómo se genera la energía, pero ese interés por saber es independiente de la necesidad de soluciones técnicas a cualquier problema concreto como el calentamiento global.

      ¿Qué relación tiene este interés en el conocimiento con el valor del conocimiento? Sin duda, el conocimiento posee un valor instrumental para quienes lo adquieren; por ejemplo, contar con determinados conocimientos y determinadas aptitudes facilita las oportunidades de empleo. Pero, al margen de ese valor instrumental, ¿de qué forma mejora la vida directamente? Centrémonos en la perspectiva de quienes buscan el conocimiento, es decir, en la calidad de sus experiencias. ¿En qué consiste adquirir conocimientos? La atención y la concentración necesarias para adquirir conocimientos proporcionan experiencias valiosas. Los momentos concretos de aprendizaje pueden ser enormemente enriquecedores. Es estimulante ver cómo los pequeños detalles, los fragmentos de información y los conocimientos aislados forman de pronto un cuadro completo; de repente podemos explicar un fenómeno, aunque no por ello deje de ser asombroso. Estas experiencias son valiosas en sí mismas, al margen de su valor instrumental. Es decir, la búsqueda del conocimiento crea la posibilidad de un tiempo bien aprovechado.

      Este punto de vista saca a la luz aspectos importantes de la educación en las artes. La apreciación estética, por ejemplo, explorar la profundidad de una obra de arte y admirar su dimensión, también va acompañada de experiencias valiosas. Ese es un motivo importante para fomentar la comprensión del arte y la música mediante la educación. A primera vista, parece que la educación estética es más difícil de justificar que la educación científica. Se pone más a menudo en tela de juicio y se cuestiona su valor. Incluso se recortan temporalmente materias como el arte y la música. Algunos defienden la educación estética explicando que la educación musical mejora las aptitudes matemáticas y, como estas son necesarias para futuros inventos técnicos, la educación artística queda justificada por su aportación al progreso técnico. Pero este no es más que un resultado marginal de esa educación. A lo que debemos prestar más atención es a las valiosas experiencias que permite la educación estética. Como hemos visto, incluso en la educación científica, debemos centrarnos en las experiencias valiosas que acompañan a la adquisición de conocimientos. No debemos quedarnos con el valor instrumental de ciertas aptitudes y ciertos conocimientos.

      Conocer y comprender mejor nuestro mundo tiene unos beneficios no monetarios. Si solo prestamos atención al valor instrumental del conocimiento, un conocimiento que dé rendimientos económicos, pasamos por alto una faceta importante de lo que enriquece nuestra vida. La crisis económica debería empujarnos a una reflexión sobre los aspectos no monetarios de una buena vida. Una reflexión que nos ayudará a no perder de vista los aspectos no monetarios de la educación.

      KIRSTEN MEYER es profesora de la Universidad Humboldt de Berlin. Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.

      martes, 26 de octubre de 2010

      MIEDO A (NUESTRAS) MENTIRAS

      AGUSTÍN GONZÁLEZ

      "LA VANGUARDIA", 24-10-2010

      “Una proposición es verdadera si los hechos son como ella dice, y falsa si los hechos no son como ella dice”. Esa es la definición de verdad más universal. Ya desde Aristóteles – Metafísica-, toda definición de la verdad se complementa con la definición de lo falso, de la mentira. En este ejercicio tan elemental damos por supuesto que podemos decir verdades y mentiras. Esta capacidad de afirmar cosas que no tienen correspondencia con los hechos que afirman es propia del ser humano. Los demás animales no tienen esa posibilidad, no pueden decir mentiras, “viven completamente sumidos en la realidad concreta de su actual presente”, como afirma Max Scheler. Saben o no saben, solucionan o no solucionan situaciones. El ser humano es el único animal que tiene creencias. Puedo decir mentiras porque sé que el otro puede llegar a creerlas como verdad. “No hay verdad al margen de las formas como se interprete esa verdad, por eso es frecuente confundir verdad con una determinada interpretación”, como nos recordaba Hans-Georg Gadamer.

      Es en esta capacidad originaria donde radica el valor de la mentira: conseguir presentarla como verdad. Porque la verdad es el “compromiso que la sociedad establece para existir: ser veraz”. La verdad como lo útil, lo provechoso, como lo moralmente correcto. Sólo mentimos si somos capaces de ser creídos como veraces. El primer miedo a la verdad se da en el sujeto mentiroso, porque la verdad acabará desnudándole ante sí mismo y ante los demás. Las estafas personales de todo tipo tienen su razón de ser en esta confusión: “Dijiste ser, tener, pensar, lo que no eras, lo que no tenías, lo que no pensabas”. Aquí, miedo a la verdad es, siempre, miedo al descrédito, al deshonor personal.

      El miedo a la verdad también proviene del uso que de la mentira hacemos para orientar la acción social: económica, ideológica, política, histórica. Ahora el miedo a la verdad es miedo a la libertad. Y por eso, los que tienen el poder utilizarán todos los medios a su alcance para impedir el acceso a la verdad. La crisis bancaria del 2008 es un claro ejemplo: los bancos ocultaron que no tenían el dinero que decían tener y que sus productos no valían lo que decían que valían. Todos creímos su verdad. La mentira se generalizó, y acabamos viviendo con ella y de ella. El poder económico tenía miedo a la verdad, pues, como ha sucedido, conocida la situación verdadera, su hundimiento ha sido inmediato. La economía global sigue un mandamiento no escrito: la información puede ser manipulada, pero la información que no es rentable debe ser eliminada. Si, como afirman, información es poder, el miedo a la verdad comporta la necesidad de controlar la información.

      El miedo a las propias mentiras está instalado en quienes las utilizan para ejercer cualquier tipo de poder. Estados Unidos calculó que la información sobre la guerra de Vietnam – 1956-1975-no le había sido rentable ni política ni socialmente. En la guerra del Golfo de 1991, decidió eliminar o poner toda clase de trabas a los medios informativos. Fabricaron su guerra televisiva. El miedo a la verdad alumbró una verdad fraudulenta. Todas las dictaduras, antes y ahora, tienen algo en común: poner los medios de comunicación – científicos, culturales, económicos, académicos-al servicio de su verdad-mentira. La censura, la prohibición, la persecución, el desprestigio son sus medios. Son obsesivas en el control de los medios, antes, incluso, que el control político-policial, que también. Información y libertad inseparables de la verdad.

      El miedo a la verdad está latente en toda clase de fundamentalismos: ideológico, religioso, político. No es miedo a que se descubra la mentira, la verdad construida desde datos falsos, sino a que la creencia en una verdad trascendental, la Verdad, pueda ser puesta en cuestión. Miedo a perder credibilidad, miedo a discutir. Pero si “no hay verdad al margen de las formas como se interprete esa verdad”, si toda verdad es temporal, epocal, como afirma Michel Foucault, esa Verdad puede formar parte de nuestras creencias, pero no de nuestro saber. El conocimiento de la trascendencia es ajeno a los protocolos con que construimos nuestro conocimiento. En estos casos la intransigencia (el miedo) se manifiesta de dos maneras: miedo a los que abandonan la ortodoxia y miedo a los que desde fuera puedan poner en duda el valor de su Verdad.

      Los conservadores, o manipuladores, de la Verdad tienen en la crítica razonable, en la discusión contrastada, sus peores enemigos. La violencia con que combaten a todos los que osan discutirla es patente manifestación de sus temores. Miedo a la verdad que es, una vez más, miedo a la libertad de buscar la verdad.

      AGUSTÍN GONZÁLEZ es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona.
      AMAR LA DUDA

      MANUEL CRUZ

      "EL PAÍS", 26-10-2010

      Al ignorante, por su condición de tal, todo debería sorprenderle y, sin embargo, nada parece venirle de nuevas. Pensaba en esta sencilla idea hace algún tiempo, mientras veía distraídamente un programa de la televisión pública catalana dedicado a las novedades semanales de la cartelera cinematográfica de Barcelona. Tras informar de una película (juraría que sobre vampiros) dirigida primordialmente al público adolescente, el programa incluía un reportaje realizado a la salida del cine en el que se proyectaba el filme en cuestión. Las opiniones que, en caliente, manifestaban los espectadores no llamaron mi atención hasta que terminé por darme cuenta de algo que tendía a repetirse, y que me desconcertó levemente. Los espectadores de mediana edad eran proclives a destacar de lo que acababan de ver los aspectos que habían encontrado diferentes o nuevos. Los más jóvenes, en cambio, no paraban de repetir -con un cierto aire de suficiencia, no exenta de un rictus de ligero fastidio (ya saben: elevación del labio superior por uno de sus extremos)- la expresión "lo típico", para resaltar el escaso impacto que les había causado la película.
          Descartada la hipótesis de que todos aquellos jóvenes fueran rematados cinéfilos con un profundo conocimiento de la historia del séptimo arte (hipótesis que debería complementarse con la de que los adultos habían sido seleccionados por su entusiasta ignorancia acerca del mismo asunto), la pregunta que de forma casi inevitable parecía surgir era la del origen de lo que daba toda la impresión de ser una tenaz resistencia por parte de los adolescentes entrevistados a dejarse sorprender. Resistencia que parecía contradecir el tópico de la infatigable curiosidad como rasgo constitutivo de las edades más tempranas, de igual modo que pone en cuestión el que considera el resabio escéptico como la determinación más característica de la madurez.
          Confieso que me entristeció la imagen de aquellos jóvenes empeñados en mostrarse como si estuvieran de vuelta de todo. Quizá hubieran mudado su actitud de saber que un joven resabiado es lo más parecido a un anciano que apenas hubiera vivido, que tuviera un pasado perfectamente vacío, y que, sin embargo, no dejara de apelar a la autoridad de la experiencia acumulada a sus espaldas. Pero vivir significa tener una determinada relación con lo que nos va ocurriendo, y eso no es algo que nos venga dado, con lo que podamos contar de antemano: necesitamos la colaboración de quienes nos precedieron en el uso del pensamiento y de la vida, y que tuvieron la generosidad de dejarnos el regalo del destilado teórico de su experiencia. Y, es curioso, casi todos, desde Sócrates, coincidieron en algo: la pasión teórica es la chispa que salta cuando entran en contacto la conciencia de nuestra oceánica ignorancia y nuestra inagotable curiosidad. Con otras palabras: la desesperada avidez por entender lo que nos pasa constituye, sin duda, uno de los mejores legados que les podemos dejar a las generaciones futuras.

          Todo lo contrario, como fácilmente se deja ver, de ese modelo de joven modelado con la forma de lo existente, diseñado para enfundarse en lo real como en una segunda piel (ya saben: eficiente y eficaz, rentable, competitivo, ambicioso, seguro de sí mismo, etcétera.), que al gunos parecen empeñados en intentar producir. Perfectamente insustancial e irreprochablemente adaptativo.

          ¿Son estas las personas que podrían mejorar lo que ahora hay? Se equivocan nuestros responsables políticos (tanto nacionales como autonómicos, por descontado) y todos aquellos que tienen poder para tomar decisiones acerca de lo que deben saber y cómo deben ser quienes hereden nuestro mundo si piensan semejante cosa. Así solo conseguirán niños-viejos como los aludidos al principio: tan satisfechos consigo mismos como incapaces del menor estupor, de la más mínima perplejidad.

          Pero si tales responsables aspiran a algo diferente, si conservan algo de aquel anhelo de transformación que antaño declaraban que constituía el norte de sus vidas -y que ahora, cuando son invitados a echar la vista atrás, evocan como el motivo fundamental de su dedicación a la política- lo tienen muy fácil: lean filosofía y promuevan su lectura entre los jóvenes. Por un motivo bien sencillo: no van a encontrar gente tan sólidamente ignorante como los filósofos. Por eso son de fiar.

          Obsérvese que intento no reincidir en la retórica, tan cara a muchos de mis colegas, según la cual constituimos algo parecido al último baluarte del pensamiento crítico occidental ante la ofensiva homogeneizadora del mundo globalizado y la imparable banalización de la sociedad de consumo. Hace mucho que recelo de las enfáticas proclamas a favor de la capacidad del discurso filosófico para impugnar la totalidad de lo existente, sobre todo cuando las escucho en boca de según quienes, tan poco implicados hasta el presente en transformaciones radicales de ningún tipo.

          Me conformaría con que los filósofos fuéramos capaces de difundir actitudes más favorables hacia el pensamiento, hacia la reflexión, o hacia la duda sin más. Y que lo hiciéramos movidos por la clara conciencia de que es mucho lo que se encuentra en juego en esta batalla.

          Nadie se llame a engaño respecto al signo de las afirmaciones precedentes. No hay en ellas sombra alguna de corporativismo, ni, menos aún, de esa específica variante de deformación profesional que es la querencia por lo especulativo como un fin en sí mismo. Horkheimer, en su momento, nos advirtió de una inquietante posibilidad que ha terminado por tornarse en amenazante peligro o, tal vez peor, en cruda descripción del lugar en el que estamos. Escribió esta sencilla máxima: "El desprecio por la teoría es el inicio del cinismo en la práctica".

          Los llamados a decidir me admitirán el consejo: presten menos atención a asesores que les reafirmen sistemáticamente en sus convicciones y escuchen más a quienes tienen dudas. Seguro que aprenderán de ellos, entre otras cosas porque no hay otra manera de aprender.

          De lo contrario, corren el peligro de terminar como los adolescentes de la anécdota inicial y acabar repitiendo "ah, lo típico" respecto a todo lo que les venga de nuevas. Sin entusiasmo ni curiosidad alguna. Y, en esas condiciones, ni entenderán el presente ni podrán ayudar a construir un futuro que merezca la pena ser vivido.

          MANUEL CRUZ es catedrático de Filosofía de la Universidad de Barcelona y premio Espasa de Ensayo 2010 por su libro Amo, luego existo. Los filósofos y el amor.

          domingo, 24 de octubre de 2010

          DE BECARIO A JUBILADO
          CLARA SÁNCHEZ

          BABELIA, 24-10-2010

          "Durante aquel octubre final -el último que pasaría en su casa- esperaba día tras día, con angustiosa y febril esperanza, una carta mágica. Era una de esas cartas maravillosas que aguardan los jóvenes -una carta que deberá traerle de la noche a la mañana la fortuna, la fama y el triunfo-, pero que no llegan jamás". Son palabras leídas al azar en uno de mis libros preferidos, Del tiempo y el río, un novelón al puro estilo de los grandes narradores del siglo XX, del norteamericano Thomas Wolfe (Asheville, Carolina del Norte, EE UU, 1900-Baltimore, 1938). Ser joven es tan difícil. Tener deseos, expectativas, ganas de hacer algo y que te dejen hacerlo. Es difícil encontrar el camino y alguna puerta que no esté cerrada con cerrojo y candado. Y esas cartas que no llegan jamás son las que nos van agriando el carácter y pueden convertirnos en mala gente si no nos empeñamos en tener un espíritu grande.

          Lamentablemente vivimos tiempos de caracteres agriados, turbios y maniacos y de puertas cerradas. No hay trabajo, no hay futuro. Vivimos tiempos de desánimo, de sálvese quien pueda y de zancadillas muy feas que nos rebajan al nivel de las alcantarillas. A esos hijos que hemos criado inculcándoles un -quizá desmesurado- respeto al prójimo, ahora tenemos que reprogramarlos para que piensen solo en sí mismos si queremos que sobrevivan. Y tenemos amigos, conocidos, vecinos que están viviendo situaciones muy duras en los centros de trabajo porque la solidaridad, el compañerismo y una mínima generosidad son obstáculos en una competitividad demencial que no está sirviendo para reflotar la economía.

          Ahora a nadie le da vergüenza comportarse como un cerdo o cerda, no está mal visto. El mundo laboral está enfermo. Y lo peor es que los comportamientos que desarrollamos en los centros de trabajo no se quedan ahí, sino que salen a la calle y se meten en las casas y en nuestras almas. Qué falsa es la separación de trabajo y vida privada, todo es lo mismo porque todo lo vive una misma persona y está en una misma cabeza y desencadena unas emociones que no se pueden meter en el cajón de la mesa del despacho.

          En el fondo, cuando los empresarios se reúnen y toman determinados acuerdos, cuando han consentido que un personaje como Díaz Ferrán haya sido su presidente durante tanto tiempo, no deben olvidar que están marcando un tipo de ética y de forma de vida que alcanza a toda la sociedad. Este portento decía con simpleza aplastante antes de su destitución que "solo se puede salir de la crisis trabajando más y ganando menos". Solo hay que ver cómo ha gestionado sus empresas. Cuando además es un hecho comprobado que superamos a otros países europeos en horas laborales y que, sin embargo, nuestra productividad es mucho más baja.

          A discriminar a alguien por el color de la piel se llama racismo. A discriminar a alguien por su procedencia social y no por sus conocimientos y preparación: clasismo. Discriminar a una mujer por cuestión de sexo o género: machismo. Discriminar a los homosexuales: homofobia.

          ¿Y cómo se llama rechazar, discriminar, apartar e infravalorar al prójimo por su edad? A los 50 años, en esta sociedad de viejos que es España, ya se es viejo, lo que no deja de ser una paradoja. Estamos creando tanta frustración, tanto jubilado prematuro y tanta ansiedad por aprovechar el corto tiempo activo laboralmente hablando (con suerte a los 30 se puede dejar de ser becario y a los 50 ya se está sentado en un banco del parque), que nadie se va a tomar la molestia de aprender nada en serio porque cuando ya esté en posesión plena de tales conocimientos le darán una patada en el culo.

          Así que si eres joven y emprendedor, no esperes ni desesperes para que te den un empleo, créatelo tú. Estos días se ha celebrado en Madrid el Tatúan Valley Startup School, un curso dirigido a fomentar la iniciativa, seguridad, el fortalecimiento de la autoestima, la confianza, la oratoria para que puedas autoemplearte. Esto es una muestra de que, como consecuencia de todo lo que ya sabemos, hemos pasado de intentar aprender bien un oficio, de saber hacer algo bien en la vida, a aprender cómo ir pisando fuerte y a creernos los dueños del mundo. No todo el mundo quiere ser emprendedor, ni héroe, ni empresario, ni uno de esos chavales que a los 15 años ya se ha hecho rico con Internet. Los hay que solo quieren hacer bien lo que saben hacer bien.

          CLARA SÁNCHEZ es escritora.

          LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

          1. Resume brevemente en una oración el contenido de cada párrafo del artículo de Clara Sánchez. Luego haz un resumen global del mismo.

          2. Clasifica este texto según la tipología  que ya conoces.

          3. La autora emplea en ocasiones expresiones propias del lenguaje coloquial. ¿Cuáles son? ¿Qué puede pretender con ello? Explica dichas expresiones.

          4. En el penúltimo párrafo la autora formula una pregunta de tipo léxico. Anímate a contestarla, con ayuda de tus conocimientos morfológicos o, si lo necesitas, del diccionario.

          5. Comenta críticamente el artículo de Clara Sánchez. Utiliza para apoyar tu propia opinión algún ejemplo concreto que conozcas.
          CIBERPROGRESO, MITO CRECIENTE
          MARGARITA RIVIÈRE

          "EL PAÍS", 24-10-2010

          Un potente mito crece, sin darnos cuenta, ante nuestros ojos: la tecnología aparece cada vez más como sinónimo de inteligencia, de progreso y de panacea capaz de solucionar todos nuestros problemas. ¿En qué consiste ya esa "sociedad del conocimiento" salvo en equiparar a un niño que maneja un ordenador con un sabio y en establecer que un adulto que se mueve entre Facebook y Twitter pertenece a una clase social con oportunidades infinitas de prestigio y consideración mientras quien no acepta estas premisas es excluido del futuro colectivo?

          Esta religión contemporánea es más un hecho comercial que inteligente
          Es obvio que ordenadores, móviles y toda la panoplia de instrumentos digitales que se utilizan en medicina, automovilismo y en las industrias imprescindibles para mejorar la vida humana son parte decisiva en el progreso humano. Quede claro. Quien esto escribe no está en contra de la tecnología per se porque sería una estupidez. Hay que aclararlo: parte del mito tecnológico se construye contra los diplodocus que se atreven a levantar la voz advirtiendo de los cambios sociales que toda innovación tecnológica conlleva.

          Umberto Eco me dijo hace más de 10 años que "el exceso de información cambia nuestra cabeza". La avalancha tecnológica ya se percibía entonces y Eco pronosticaba que se transformaría en "naturaleza". Eso es lo que ha sucedido: la tecnología es ya nuestro hábitat hegemónico y el dulce dictador de lo socialmente correcto.

          Datos recientes del Instituto Nacional de Estadística, publicados en EL PAÍS -2 de octubre de 2010-, aseguran que a los 10 años un 78% de los niños españoles navega por Internet y el 68% de los de 12 años tiene móvil. Nadie dice qué hacen esos niños con el móvil o Internet. Son nativos digitales, generaciones aptas para que el cibermito presuma de avance: cierto, para según qué manejos, como cambiar la melodía del móvil o controlar un DVD, los hijos enseñan a los padres. De lo cual, este mito de la maravilla digital, saca la conclusión -precipitada- de que las generaciones anteriores y una mayoría de adultos no pueden enseñar nada a sus hijos y hay que prescindir de sus reticencias ante el monopolio del progreso que exhibe lo tecnológico.

          La tecnología requiere -nadie discute hoy su poder y atractivo- individuos entregados, gente que prefiera el ciberespacio a la vida real. Los 500 millones de usuarios que reivindica Facebook -cuyo propietario, de 27 años, uno de los hombres más ricos del mundo, da pie a una polémica película Millonarios por accidente, se jactó en Davos (2009) de que trabajaba en "la industria de la intimidad" y es, por sí mismo, parte del mito-, los millones de compradores de iPad, e-book y demás gadgets de "lo último de lo último" de la industria digital, son una realidad que confirma el poder de las Tics. No vamos a discutir eso a estas alturas: mucha gente, fascinada como todos, quiere jugar.

          El programa Escuela 2.0, ahora en vigor en España con desigual aplicación, es una iniciativa del Gobierno de Zapatero dedicada a dotar con portátiles a 400.000 estudiantes, instruir a 20.000 profesores y digitalizar no menos de 14.400 aulas. Excelente idea, cuyo desarrollo precipitado e improvisación -¿nos encontramos ante un "profesorado envejecido" como asegura el responsable del máster de formación del profesorado de la Complutense de Madrid?, ¿a partir de qué se considera envejecido a un profesor?- no ha hecho sino fomentar el mito en su forma más brutal: niño + ordenador = sabio. ¿Serán estos pequeños monstruos digitales la crema de la sociedad del conocimiento del siglo XXI? ¿Excluirá esta cibercultura todo lo demás? ¿Serán estos sabios grandes ignorantes de lo que hasta ahora se ha entendido como patrimonio civilizatorio?

          Siempre pongo un ejemplo ante este tipo de incógnitas: ¿quién sabe hoy coser, que era un saber común en las culturas anteriores y un patrimonio civilizador de importancia decisiva? Me temo que a pocos preocupa que estas habilidades desaparezcan: hoy cosen robots y la ropa es de usar y tirar. Eso sí, mucha más gente tiene acceso a un vestido digno, si no, no existiría un fenómeno como Inditex. Y ahí está la madre del cordero: el mito tecnológico, religión contemporánea con millones de seguidores, es más un fenómeno comercial que inteligente.

          Estamos en la época del hombre centauro -mitad máquina, mitad persona- como dice Paolo Fabbri. Y la industria de las cibermáquinas tiene todas las de ganar, pone todas las condiciones -véase la devaluación de la propiedad intelectual- en cuanto a los contenidos que transmiten. Una de las condiciones imprescindibles es que la máquina entretenga. No se trata de aprender, sino de pasar el rato.

          El mito permite el control de los individuos por métodos muy sofisticados -en Francia llevan tiempo trabajando sobre el "derecho al olvido digital"- y promueve la educación de un ciberindividuo de perfil estremecedor por su analfabetismo sobre la vida no virtual. Pero eso no se discute, simplemente se acata. Y se suele descalificar a quien pone objeciones: un estilo tiránico.

          MARGARITA RIVIÉRE es periodista y escritora.

          martes, 19 de octubre de 2010

          FAMA
          ROSA MONTERO

          "EL PAÍS", 19-10-2010

          Supongo que a estas alturas de machaque informativo sabrán de sobra quién era Antonio Puerta: exacto, el agresor del profesor Neira. La verdad es que, cuando falleció hace unos días, yo no recordaba su nombre. Ah, sí, el de Neira, caí cuando leí la noticia. Ya saben que, a las pocas horas de la muerte del hombre, la chica que estaba en la casa junto a él ya tenía un representante para negociar con la prensa el pago de sus confidencias de testigo. Aunque el negocio no le ha ido muy bien. Por lo visto ahora andan dando vueltas por ahí unas fotos de la muerte de Puerta que tan solo cuestan 2.000 euros. Casquería barata. Los medios parecen haber reaccionado a la baja en la compraventa de los menudillos de esta chica, pero no crean que es por respeto o por un prurito moral. No, no, nada de eso. Es mera chulería, arrogancia, soberbia. A los medios les ha fastidiado que a esta novata se le haya ocurrido cogerse a toda prisa un representante. Por Santa Belén Esteban, ¡si no es más que la testigo anónima de la muerte de aquel tipo que atacó a Neira! La secundaria de un secundario. Hay que ser más modesta, nena, parecen decirle los medios; hay que vender muchas lonchas de hígado para ir ascendiendo al cielo del famoseo.

          Muy mal lo tenemos que estar haciendo todos para que esa desalmada (para hacer algo así hay que estar hueco por dentro) busque un representante a las pocas horas de ver morir a alguien. Debemos de estar haciéndolo fatal para que el mayor peligro que aguarde a los mineros chilenos sea el paso por la trituradora mediática, con sus secuelas de enajenación, vaciamiento, envilecimiento. Desde siempre la gente ha asesinado por amor, por el poder o (casi es lo mismo) por el dinero. Pero ahora también están dispuestos a matar por sus 15 minutos warholianos de celebridad. Es el brillo negro y venenoso de la infame fama.

          ROSA MONTERO es periodista y escritora.


          LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

          1.  Este es un ejemplo de texto de opinión que toma como pretexto un hecho informativo. ¿De qué hecho se trata? También alude a otro suceso, ¿cuál? ¿Qué pueden tener de común ambos acontecimientos?

          2.Según la tipología de textos (fotocopia y entrada de este Blog de 9 de octubre), clasifica este texto en un tipo (línea horizontal de arriba) y analiza los seis aspectos que lo definen (columna de la izquierda).

          3. La autora critica ásperamente la conducta de una persona. ¿Por qué lo hace? ¿Qué calificativos emplea? ¿Qué valoración ética le merece dicha conducta?

          4. Rosa Montero también valora la actuación de los medios de comunicación. ¿Qué dice de ellos?

          5. El texto no está exento de humor y de sarcasmo. ¿Qué expresiones concretas lo expresan? ¿Qué tienen en común algunas de esas expresiones? ¿Qué idea general pretenden transmitir al lector?

          6. ¿Qué opinión te merecen a ti tanto la actuación de los personajes individuales o colectivos involucrados en este asunto? Expresa tu opinión en un  texto argumentativo (de un mínimo de diez líneas).

          miércoles, 13 de octubre de 2010

          LA VIDA DEL TORO BRAVO
          DAVID MENÉNDEZ ÁLVAREZ
          "EL PAÍS" (Cartas al Director), 10-10-10

          Recoge EL PAÍS del día 7 de octubre unas declaraciones del senador del Partido Popular Pío García-Escudero durante el debate sobre la declaración de las corridas de toros como Bien de Interés Cultural. Dice García-Escudero: "Si yo fuera toro, preferiría mil veces morir después de 20 minutos en una plaza de toros luchando y combatiendo antes que sufrir una larga agonía, como sufren en los correbous".

          Es un argumento muy común estos días: que el toro de lidia vive de maravilla comparado con otros animales. Lo que bien pudiera ser cierto, dado el trato en general que damos a los animales y del que el toro es sangriento símbolo.

          La falacia de este argumento es que suele implicarse que el toro vive de maravilla; en general y sin más, porque además tiene un fin digno. García-Escudero, en su deseo de ser toro, quizás olvida que otro aspecto de la dignidad del fin es la no aceleración del mismo, y que el toro más viejo en la plaza muere con seis años; cuando su esperanza de vida natural ronda la veintena. Esto, en un cálculo aproximado, es el equivalente de unos 25 años de vida humana.

          Pío García-Escudero cumplirá este mes los 58 años. Aprovecho para felicitarle sinceramente, y para preguntarle con la misma sinceridad si quizás también "preferiría mil veces" llevar 33 años muerto (desde 1977 aproximadamente), o si por el contrario elegiría poder seguir vivo, en el Senado, afilando esa oratoria con la que alaba al toro como "símbolo de fortaleza, valentía y fecundidad".

          DAVID MENÉNDEZ ÁLVAREZ vive en EE.UU.
          A CADA CUAL SEGÚN SU TRABAJO
          MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA

          "EL PAÍS", 13-10-2010

          El profesor marca la diferencia: eso dicen la investigación, ya abundante, y la experiencia, que todos tenemos. No los recursos, ni el centro, ni programas y textos, aunque sean importantes, sino el profesor, ante todo y sobre todo, determina la eficacia de la escolarización, lo que aporta al alumno, que combinado con sus características se traduce en un resultado académico y un abanico de oportunidades vitales.
            Es la consecuencia del carácter altamente imprevisible y, por tanto, no normalizable de la relación pedagógica. Sin embargo, las políticas educativas en España y los actores colectivos del sector se empecinan en ignorarlo, tratando a todos los docentes por igual.

            España destaca negativamente en esto. Según el informe TALIS de la OCDE, que compara 23 países, nuestros profesores reciben menos información sobre los resultados de su trabajo, tienen menor sensación de eficacia personal, sus centros no son evaluados y, si lo son, no tiene efectos sobre su carrera ni provoca rectificaciones. Somos el segundo país en impuntualidad y cuarto en absentismo, pues ni siquiera se evalúan los mínimos estatutarios. Es difícil no relacionarlo con las altas tasas de fracaso y abandono y los grises resultados en pruebas internacionales. En compensación, nuestros docentes son los que más participan en desarrollo profesional (formación, redes, etcétera).

            La mayoría apoya la evaluación individual. Según una encuesta de la Fundación Hogar del Empleado (FUHEM) entre el 68% y el 75% la creen importante, un 75% que debería ser obligatoria y casi la mitad que debería repercutir en sus condiciones laborales, si bien no llegan a los tres cuartos partidarios de que lo hagan la formación, la antigüedad, las responsabilidades organizativas o la innovación.

            Aquí empiezan los problemas, pues, por encima de cierto umbral de formación (que nuestros profesores tienen) y experiencia (3-4 años) todo indica que influyen poco en los resultados, pero el colectivo y sus organizaciones aceptan mejor la evaluación y los incentivos asociados a aspectos más burocráticos. Se comprende, pues debe de resultar duro decir en el claustro que unos lo hacen mejor y otros peor y que eso debería ser evaluado y determinar la carrera o las compensaciones.

            No está en la agenda de los sindicatos asumir que una profesión con tal autonomía individual deba ser tratada de modo distinto que un colectivo operario. Pero así como en este el lema fue "A igual trabajo, igual salario", en aquella debería ser: "A igual salario, igual trabajo", es decir, rendición de cuentas, y pronto: "A cada cual según su trabajo", es decir, recompensar a quienes hacen más y mejor.

            MARIANO FERNÁNDEZ ENGUITA  es catedrático de Sociología en la Universidad Complutense.

            lunes, 11 de octubre de 2010

            EL RETABLO DE LOS HORRORES

            CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS

             "ABC", 11-10-2010

            Belén Esteban, Fran, Isabel Pantoja, Muñoz… Pertenecen a la otra crisis, la que seduce al común y lo retiene ante los televisores. Ni Estatutos, ni reformas laborales, ni deudas públicas …Lo que interesa al personal es el drama de la princesa del pueblo, los gozos y las sombras de esta «madre coraje» que desconoce a Bertolt Brecht. Con pasión similar millones de parados, de congelados, de expulsados de la Sociedad del Bienestar necesitan vivir al minuto el drama de la tonadillera que hasta ahora había venido jugando a ser la «viuda de España» al tiempo que, supuestamente, se entregaba a blanquear el dinero que, supuestamente, robaba el alcalde de Marbella. ¿Por qué a estos mismos ciudadanos les resultan menos interesantes las crónicas sobre la trama Gürtel, los caballeros del Palau o los contratistas del tres por ciento? Ciertamente carecen del glamour (es un decir) de la Pantoja pero, sobre todo, sus delitos afectan a las siglas del PP, del PSOE, de CiU… en las que todavía se confía para hacer la reforma laboral o para deshacerla, para colocarse como «guardias de la hora» o para subvencionar el cine… No atraen tanto las corrupciones de los partidos porque, al fin y al cabo, tienen que ver algo con uno mismo aunque sólo sea por el odio que se tiene al del otro. Y desde luego resulta inexplicable el hecho de que nuestras mafias sean tan sofisticadas cuando nuestro modelo económico es tan improductivo y tan poco competitivo….

            Hemos sabido que «Fran» habría podido ganar en unas horas tanto como Vargas Llosa con el Nobel si hubiera contado en una emisora que sólo «engañó» a Belén durante su separación. Un triunfo de la moral tan grande que a uno le permite irse a dormir no sin conocer el último crimen de género. Lo dije hace unos días: la única hornacina digna en este retablo del horror, que son las grandes emisoras de TV, es la dedicada al deporte.

            CÉSAR ALONSO DE LOS RÍOS es periodista.
            CAMPAÑA ENGAÑOSA
            GEMMA RODRÍGUEZ

            "EL PAÍS" (Cartas al Director),
             8-10-2010

            El cinismo que alcanza la Comunidad de Madrid con la nueva campaña publicitaria de apoyo al profesorado no tiene límites. Quien primeramente no apoya ni respeta al profesorado de la enseñanza pública es el Gobierno de esta Comunidad. En este nuevo curso, los alumnos están hacinados en las aulas y superan las ratios hasta ahora establecidas. Se ha dejado de contratar a 2.500 profesores, enviándoles directamente al paro, cuando el número de alumnos ha aumentado. Se ha decidido no pagar los meses de verano al profesorado interino, y por tanto estos alumnos en septiembre serán evaluados por otros profesores y no por los que les han dado clase a lo largo del curso. Se ha aumentado el número de horas lectivas a todo el profesorado de los centros públicos. Se han eliminado desdobles y prácticamente los apoyos con los que hasta ahora se contaba para atender a la diversidad, y un largo etcétera de recortes que la Comunidad de Madrid está llevando a cabo en toda la enseñanza pública. Los docentes de esta Comunidad vivimos en este momento una situación de precariedad camuflada con campañas publicitarias engañosas. ¿Esto es respeto y apoyo al profesorado? ¿A quién pretenden engañar?

            GEMMA RODRÍGUEZ es profesora de Educación Secundaria.

            jueves, 7 de octubre de 2010

            LA CONVIVENCIA LINGÜÍSTICA ES POSIBLE
            FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO

            "EL MUNDO", 6-10-10

            Admiro a los italianos. Hasta me da vergüenza pensar en ellos, por lo peores que somos los españoles. No me refiero, por supuesto, al gusto político de nuestros vecinos mediterráneos. Al lado de Berlusconi, nuestro presidente de Gobierno parece ser un modelo de honradez y sagacidad. No se trata de la música de los italianos, que en su día era sumamente exportable pero que hoy en día no tiene gran cosa de especial; ni de sus artes visuales, que, a pesar de su insuperable trayectoria histórica no llevan gran ventaja sobre las de España; ni de su comida espléndida, ya que actualmente la cocina española también brilla por su renombre internacional. Tampoco tengo envidia de sus paisajes, por bellos que sean, porque son un don de Dios y no reflejan los méritos del pueblo. Ni es cuestión de proeza moral, porque todos tenemos los mismos -muchos- vicios y las mismas -mínimas- virtudes.

            Lo que tienen los italianos, y que nos hace falta en España, es una actitud racional hacia su propia diversidad lingüística, una antorcha que para ellos ilumina orgullo entre escritores y habladores, mientras que para nosotros enciende conflictos entre políticos.

            Italia, tanto como España, o tal vez aún más, es un país de varios idiomas. Yo lo sabía ya por mis lecturas de literatura italiana, y por haber sido redactor, hace ya años, de Los hijos de Zeus, un libro sobre las comunidades históricas europeas. Pero acabo de darme cuenta de la importancia del hecho por haber asistido a un festival literario en Italia, y por tropezarme allí con la diversidad asombrosa no sólo de las hablas y dialectos que se emplean por escritores en Italia en la actualidad, sino por la enorme riqueza de lenguas tradicionales que se distancian, en ciertos casos, aún más del italiano que el catalán o el gallego del castellano, y casi tanto, en un par de instancias, como el euskara de los otros idiomas españoles. Pero casi nadie en Italia insiste en el carácter nacional de tales idiomas, ni procura imponer su uso en sus conciudadanos, ni los explota como motivo de aumentar los poderes de élites regionales o provinciales, ni de socavar la Constitución, ni de conmocionar el Estado.

            Leyendo las novelas policiacas de Andrea Camilleri, que dan sabor a su escenario siciliano por emplear palabras y frases típicamente sicilianas, me enteré de lo diferente que es ese idioma; ahora he tenido la ocasión de escucharlo. Suena distinto. Cavour, el forjador de la unidad política italiana en el siglo XIX, creía, o fingía creer, que los sicilianos hablaban árabe. No es así, pero su lengua tiene sonidos únicos que no existen en otros idiomas romances, y un vocabulario curiosísimo que refleja la historia de Sicilia como isla clave del mundo mediterráneo. Su literatura es más antigua que la italiana, ya que se estableció como medio de expresión política en tiempos de los trovadores en el siglo XII. Pero el partido independentista siciliano se disolvió en los años 40 del siglo pasado y en la mayoría de los sitios web de los varios partidos autonomistas en la actualidad ni se menciona el idioma.

            En los Juegos Olímpicos de 1920 en Amberes se tocó O sole mio en lugar del himno nacional de Italia porque la orquesta no pudo hallar la música correcta. Pero esa canción no es en italiano, sino en napolitano, otro idioma distinto a los demás románicos, que ni se enseña en las escuelas de la región ni viene en la política de los partidos regionalistas del sur de Italia.

            De niño, yo escuchaba en casa la colección de discos de ópera italiana de mi abuelo, en uno de los cuales venía una versión de O sole mio cantada por el gran Caruso. No me podía explicar por qué me resultaba más difícil entender la letra. Ahora sé que era porque mi oreja se había acostumbrado a los sonidos del italiano. Si Caruso hubiera cantado, Ma c´é un altro sole ch´é piu bello que questo en lugar de Ma n´atu sole cchiù bello oje ne, me habría enterado, más o menos.

            Al otro extremo del país, la Lega Nord es el movimiento autonomista más fuerte de Italia, pero su política no se empeña en ninguno de los idiomas históricas del norte, tales como el véneto, el liguro o el piamontés, todos los cuales son distintos unos de otros, con largas historias de diferenciación y propias tradiciones literarias. El Gobierno regional reconoce el piamontés como el idioma principal de los ciudadanos, pero hace relativamente poco para promoverlo y nada para imponerlo.

            La Constitución italiana reconoce 12 hablas como lenguas de comunidades indígenas históricamente distintas del italiano. Algunas de ellas, como el catalán de Alguero en Cerdeña, o el alemán del Tirol, o el francés del valle de Aosta, o el esloveno de ciertas zonas de Friuli, son hablas fronterizas que siguen siendo idiomas mayoritarios en países vecinos. Pero el sardo, el friulano y el ladín son 100% idiomas italianos. Existen documentos y obras literarias en los que se reconocen como idiomas más antiguos que el italiano, que no se conoce por ningún documento anterior al siglo XIII. Pero los que los hablan no insisten en que las escuelas de su región exijan su uso ni obliguen a los forasteros a que los aprendan. Existen cursos de friulano en colegios situados en zonas de fuerte uso del idioma tradicional, pero no son obligatorios. Oficialmente, los Gobiernos regionales «promueven e incentivan» su uso, pero en términos prácticos no van más allá de permitirlos en cartas dirigidas por ciudadanos a las autoridades, sin enojar a nadie.

            El único idioma italiano que tiene algo de la resonancia política que, en el caso español, tienen el catalán, el euskara y el gallego, es el sardo, que destaca por la inmensidad del bache que lo separa de otros idiomas romances. En Cerdeña el sardo goza de la misma categoría jurídica que el italiano y se emplea al lado del italiano en el sistema educacional. Pero su vindicación no lleva el mismo timbre de odio y conflicto como en los casos análogos españoles. Porque la dinastía de los reyes de Italia, hasta la proclamación de la república en 1946, era de procedencia sarda, el antiguo himno nacional italiano se cantaba en sardo, que posibilitaba la identificación de los sardoparlantes con el Estado.

            Hoy en día, el Estado patrocina el esfuerzo de las autoridades locales de promocionar una versión normalizada del idioma para facilitar su uso administrativo y educacional. Existe un movimiento autonomista y separatista en la isla, pero la política lingüística no juega un papel primordial en su ideología.
            Y a pesar del hecho de que todas esas hablas son lenguas auténticas, con sus propias rutas de procedencia del latín, o en algunos casos del griego, o de idiomas eslavos o germánicos, y con sus literaturas respetables o honrados, casi nadie se fastidia si se los llama dialectos. Y por regla general los que los hablan no los citan como prueba de derecho a soberanía nacional ni de nada por el estilo.

            Objetivamente, sería comprensible que la diversidad lingüística desatara entre los italianos una lucha aún más fervorosa que la que sentimos los españoles. Sus comunidades históricas y naciones constituyentes llevan mucho menos tiempo compartiendo un mismo espacio político, ya que el Estado italiano sólo se estableció en los años 60 del siglo XIX, mientras que los españoles ya tenían la experiencia de vivir bajo el cetro de una sola dinastía desde tiempos de Carlos I.

            La represión de los idiomas tradicionales por un estado centralista, que se cita a menudo entre quienes abogan por un uso extremista del catalán, el euskara o el gallego, era tan fuerte en Italia como en España. Según el Cambridge Companion to Modern Italian Culture, hace un siglo sólo el 20% de los italianos sabían hablar italiano. Hasta en 1921, el gran dramaturgo Luigi Pirandello creía que el italiano no existía como habla auténtica del pueblo, sino solamente como un artífice literario y burócrata. El Estado reaccionó poniendo todo su empeño en difundir el italiano y eliminar a sus rivales. En algunas regiones, el prejuicio a favor del italiano sigue justificándose como medida a favor de los inmigrantes extranjeros, que tendrían en todo caso que aprender italiano. La UNESCO reconoce más de 30 idiomas en peligro de desaparecer en la península transalpina.

            Tenemos que darnos cuenta de que ni siquiera en este apartado España es diferente de otros países. Todos los que intentaban convertirse en estados nacionales según las normas decimonónicas, experimentaban problemas semejantes con lenguas regionales. Gracias a Dios, esa fase de nuestra Historia se acabó con la Constitución actual. Aquel pasado conflictivo no nos condena a odiarnos en la actualidad.

            Sigamos el ejemplo italiano. Celebremos nuestros idiomas, cultivémoslos, no dejemos de emplearlos en cuanto podamos ni a invitar a nuestros conciudadanos a aprenderlos, apreciarlos, y a compartir la riqueza cultural de sus tradiciones y literaturas. Pero, sobre todo porque históricamente sufrimos por la política lingüística autoritaria de los gobiernos centralistas, no convirtamos nuestras lenguas tradicionales en instrumentos de tortura de niños y sus padres -como se hacía antes con el castellano-, en pretextos para agarrar privilegios políticos, ni en cachiporras para aplastar a España y hacerla pedazos.

            FELIPE FERNÁNDEZ-ARMESTO es historiador.

            EL RUIDO Y LA FURIA

            RAFAEL ARGULLOL

            "ELPAÍS", 7-10-2010

            Al vivir en el centro de Barcelona, el pasado día 29 de septiembre tuve el oscuro privilegio de presenciar algunos de los incidentes que se produjeron alrededor de la plaza de Catalunya. De camino a casa tuve que refugiarme, junto a otros transeúntes, en un bar, cuyo dueño daba asilo a los que huían pese a que la persiana metálica estaba semicerrada. A través del ventanal, sin embargo, podían observarse fragmentos de los acontecimientos; y lo que se veía era, la verdad, bastante asombroso, puesto que, al parecer, una furia incontenible se había apoderado de decenas de individuos (luego supe que eran centenares, más allá de la panorámica que permitía el cuadro de la ventana). Lo que más llamaba la atención era la extremada violencia de los gestos, como si los que quemaban contenedores y tiraban todo tipo de objetos a la policía hubieran decidido no acabar su actuación hasta haber arrasado toda la ciudad. Algunos iban enmascarados y en los ojos de quienes iban a cara descubierta era difícil adivinar si prevalecía la rabia, el odio o el goce provocado por una diversión extrema. Pese al caos, los protagonistas de la escena actuaban con una notable -y sospechosa- disciplina, que contrastaba con la actitud vacilante de los policías y la torpeza de movimientos de algún que otro turista que de vez en cuando corría despavorido entre los alborotados.
                En el bar, donde permanecí no menos de una hora, el dueño intentó imponer la normalidad; no obstante, de repente, tenía demasiados clientes para la capacidad de su local. Desistió de hacer un buen negocio y se limitó, como el resto de los que estábamos encerrados, a esperar. A esperar y a contemplar lo que sucedía. Todos estábamos como paralizados, aunque en ningún momento se produjo el menor indicio de pánico. Mucho silencio sí, interrumpido en ocasiones con comentarios en voz baja. A mi lado había un hombre de mediana edad con una pegatina de Comisiones Obreras sobre la camisa. Seguramente se había desplazado hasta el centro de la ciudad para sumarse a la manifestación convocada con motivo de la huelga general, y todo aquel desastre le impedía cumplir su objetivo. De tanto en tanto exclamaba: "¡Increíble!", pero más elocuente era cuando callaba y movía la cabeza, pues entonces su expresión denotaba una mezcla de incredulidad e impotencia que resumía, probablemente, el sentir de muchos otros forzados clientes del bar.

                Como el encierro se prolongaba, sin cambios aparentes, y como incluso aquella teatral brutalidad se convertía en rutina, tuve tiempo suficiente para darle vueltas a lo que estaba sucediendo. Había mucho ruido en el exterior, en la calle, aunque no había duda de que el ruido de fondo debía escucharse en el páramo de las promesas incumplidas que habían herido de muerte a segmentos enteros de la sociedad. El ruido ensordecedor que ahora oíamos era, paradójicamente, la manifestación de la indiferencia y apatía nihilistas que se habían apoderado de una parte de la juventud, no ahora, en la crisis económica, sino antes, en los años de bonanza, especulación y dinero fácil. Esa violencia, servida ahora en dosis concentradas, mezclaba en un cocktail peligrosísimo la frustración de los que han perdido toda esperanza y la degradación de los que han sido adiestrados en una vida simplista y estúpida por parte de aquellos engranajes que siempre sacan partido de las vidas simplistas y estúpidas. (De hecho, sobre las cabezas de unos chicos que arrastraban un contenedor en llamas lucía, en la pared del fondo, una consigna publicitaria: Be stupid).

                De ahí que sea tan difícil separar los componentes de ese turbulento combinado humano al que los medios de comunicación, con increíble irresponsabilidad, llaman "los antisistema". Sería erróneo, creo, descartar la presencia de una desesperación que de súbito lanza al precipicio de la ira. Pero, junto a los airados con causa -aunque no con justificación- se hallan otros elementos aborrecibles que no solo no son "antisistema", sino que, por acción u omisión, siempre son los aliados del poder. Una parte importante de ellos son los que Marx denominó lumpemproletariado o lo que antes, cuando no había tanto miedo a la corrección -o coacción- política, se denominaba "la chusma": un abigarrado conjunto en el que el robo, la picaresca y el resentimiento social compiten para proporcionar las conductas más indignas. La chusma siempre se moviliza para nutrir las cloacas del poder. Y no hay duda de que muchos de los energúmenos que asaltaban los comercios y ahuyentaban a los ciudadanos aquel 29 de septiembre pertenecían, por así decirlo, a la "chusma clásica", a la de siempre, la escoria que trata de pescar en río revuelto.

                Sin embargo, en Barcelona, al lado del lumpen tradicional, actuó asimismo un tipo de chusma genuino de nuestro tiempo y que, precisamente, parece haberse apoderado de esa ciudad como sede favorita, si bien se trata de un fenómeno que afecta a todas las grandes ciudades. En este caso, el violento sujeto dispuesto a incendiar edificios enteros con tal de satisfacer sus ansias de diversión es el fruto de sucesivas "simpatías": el simpático participante en las borracheras colectivas del fin de semana; el simpático hooligan que vive para vociferar; el simpático conductor de aspecto patibulario que ensordece a los vecinos con sus ruidos favoritos. En otras palabras: las diversas especies que han alimentado nuestro lumpenhedonismo contemporáneo, para los cuales, al parecer, la diversión -su diversión- es una suerte de derecho divino y a las que se ha alentado con miedos vergonzosos y tolerancias desenfocadas. "En Barcelona todo cabe, pero no todo vale", rezaba este verano un eslogan publicitario del Ayuntamiento. El día 29 de septiembre se demostró que asimismo todo valía, para desánimo de mi compañero de encierro en el bar, el militante de Comisiones Obreras que se había propuesto acudir a la manifestación.

                En realidad no sé qué pensaba este hombre ante la furia desencadenada que contemplaba. Quizá, como yo, pensó que todo aquello se habría podido atajar si se hubiera actuado a tiempo. Quizá pensó que nuestros dirigentes, además de carecer de altura política, jamás reconocen sus errores a través de dimisiones, y que los ciudadanos los imitan no confesándose la verdad por miedo y apatía. Y que entre unos y otros hemos conseguido que la bola se hinche y amenace con aplastarnos. Mientras los que al día siguiente los medios de comunicación llamarían "antisistema" campaban a sus anchas, solo me faltó ver en el periódico atrasado la famosa foto de Zapatero dando explicaciones, como un dócil pupilo, a los magnates de Wall Street, otros "antisistema", aunque de traje y corbata.

                Hubiera podido mostrársela a mi compañero de encierro. Pero ya estaba suficientemente atribulado. Repetía: "¡Increíble!".

                RAFAEL ARGULLOL es escritor.

                LECTURA, ANÁLISIS Y COMENTARIO:

                1. Este texto, aunque de tipo expositivo-argumentativo, tiene una base narrativa cuyo argumento es una experiencia vivida por el autor. Resume dicha experiencia en un texto de aproximadamente diez líneas.

                2. Clasifica este texto de acuerdo con los parámetros que figuran en la TIPOLOGÍA que manejamos en clase. (BLOG. estrellas fugaces / fotocopia).

                3. El autor argumenta que los considerados individuos "antisistema" son en realidad una amalgama de tres diferentes colectivos. Enuméralos y describe sus principales características.

                4. En este texto la tesis de autor no es tan evidente como en otros textos expositivo-argumentativos. Trata de definir esa tesis con la mayor claridad posible.

                5. En un texto de unas veinte líneas trata de de exponer tu propio pensamiento -sin cortapisas ni censura previa de tipo ideológico, político, etc. - sobre la actuación de estos grupos, que suelen provocar algaradas violentas al término de muchas manifestaciones pacíficas. Argumenta a favor o en contra de la misma o, si lo prefieres, argumenta a favor o en contra de esos grupos, de la actuación policial, de la postura del resto de los ciudadanos.

                En todo caso, ten en cuenta que aunque NO se juzgue tu texto desde el punto de vista de la "corrección política", SÍ se va a juzgar desde el punto de vista de la corrección gramatical, ortográfica y literaria. En otras palabras: ESCRIBE LO QUE QUIERAS, PERO ESCRÍBELO BIEN.

                lunes, 4 de octubre de 2010

                AL FINAL, YO TAMBIÉN VOY
                JOSÉ Mª GONZÁLEZ-SERNA
                BLOG "LAS LETRAS Y LAS COSAS", 28-9-2010

                No pensaba hacer huelga mañana.
                Porque no me siento representado por los sindicatos; porque me estaba pareciendo un paripé mal disimulado; porque soy demasiado individualista y poco comprometido; porque no quería perder el dinerito del día; porque no me gusta faltar al trabajo; porque no creo que un jornada de huelga vaya a resolver los problemas del país; por muchas otras razones que me da pereza pararme a pensar y a exponer aquí.

                Sin embargo, después de leer el artículo de Salvador Sostres en su blog de El Mundo, donde reduce la situación a un enfrentamiento entre el Bien y el Mal, me he decido y he cambiado de opinión.
                El periodista me abre los ojos al escribir que las gentes decentes serán las que mañana vayan al trabajo y tengan que apechugar con la violencia general orquestada por los sindicatos demoníacos. La lectura de su texto me hace reflexionar: ¿soy gente decente?

                Como no me siento capaz de afirmar mi decencia más allá de toda duda razonable, cambio de opinión y me quedaré en casa.

                Eso sí, aplicaré mi día de huelga por mis intenciones, que es una cosa buena que tienen las huelgas, los analgésicos y las misas de toda la vida. “Me voy a tomar esta pastillita porque me duele la pierna”, y el dolor se va; “voy a misa por mi tatarabuela, que en gloria esté”, y la susodicha recibe mi recuerdo y oración; “hago huelga para manifestar mi individual desacuerdo con la situación económica actual, los gestos gubernamentales, sindicales, patronales y de los mercados, así como por el circo mediático y político en que han convertido esta España nuestra”.

                JOSÉ Mª GONZÁLEZ-SERNA es profesor de Lengua y Literatura y autor de numerosas obras de su especialidad.

                LECTURA, ANÁLISIS, COMENTARIO:

                1. Lee los dos artículos que figuran en esta entrada, el que le da título y el del enlace que figura en su interior.
                Después resume la tesis de ambos artículos y di en qué se diferencian entre sí.

                2. El artículo de González-Serna es una refutación del otro artículo. Explica por qué.

                3. El humor negro y sarcástico tiene una gran importancia en el artículo "Al final, yo también voy". Di en qué expresiones se manifiesta y qué uso hace del lenguaje coloquial.

                4. ¿Crees que la "decencia" de una persona depende de su participación en una huelga? Razona la respuesta.

                5.Trata de ofrecer tu propia postura sobre el asunto de la tan traída y llevada huelga del 28-N. Considera argumentos a favor y argumentos en contra.

                domingo, 3 de octubre de 2010

                EL MAL

                VÍCTOR GÓMEZ PIN

                "EL PAÍS", 3-10-2010

                En setiembre de 1991 Umberto Bossi anunciaba la creación de la "República de Padania independiente y soberana". Las regiones septentrionales recubiertas por el nombre de Padania no tenían lengua común que hubiera que defender frente a la primacía del italiano, ni excesivo vínculo cultural e histórico que las singularizara en el seno de Italia. Tampoco lo necesitaban, pues el programa se sustentaba simplemente en el rechazo. Rechazo a la unidad interterritorial que vinculaba el Norte a un Mezzogiorno al que Bossi se refería como indigente e intrínsecamente parasitario. De ahí la actitud de distancia frente a la causa padana manifestada entonces en partidos nacionalistas que, con mayor o menor retórica, reivindicaban idearios de izquierda. Simplemente en aquellos años la relación de fuerzas imperante en el mundo no permitía todavía (aunque ya se había iniciado el camino) que la reivindicación de la libertad de pueblos y culturas se sustentara en el repudio impúdico de comunidades menos favorecidas por el modelo de civilización fabril y el desarrollo capitalista. Gigantescos pasos se han dado desde entonces.
                    El político sueco Jimmie Aakesson ha convencido a casi un 6% de sus compatriotas de que las ayudas sociales están siendo acaparadas por parásitos procedentes de la inmigración, particularmente musulmana, lo que privaría a los laboriosos suecos de adecuada protección. Recuperando los contenidos del "nuestro pueblo primero", lema del Bloque Flamenco ilegalizado en 2004 por su carácter xenófobo, el NVA, victorioso en las últimas elecciones belgas, además de la estigmatización de inmigrantes tiene como objetivo prioritario el liberar a Flandes del indeseable vínculo con la Valonia sureña, denunciada por el carácter parasitario de su economía. Hace unas semanas en un gran diario barcelonés el directivo de una consultoría económica madrileña, defensor de un "federalismo competitivo", tras afirmar que "en el sur hay quien se pasa la tarde jugando tranquilamente al dominó gracias al subsidio del Estado", reducía el problema catalán al hecho de que "las masivas transferencias de renta al sur son hoy injustas". Sin duda se curaba en salud precisando que no estaba "diciendo que los andaluces y los extremeños sean unos holgazanes".
                    Obviamente, 20 años atrás, programas políticos de este cuño y declaraciones tan impúdicas hubieran sido de inmediato objeto de repudio. Hoy no lo son, en razón de que la gestión del prejuicio y el resentimiento se ha convertido en un expediente trivial de la confrontación política. Por ceñirme a nuestro país, la relación entre quienes se sienten españoles y quienes se sienten ante todo catalanes, envenenada por columnistas de Madrid que tildan a Montilla de "charnego acomplejado" y lacayo de los nacionalistas, tiene contrapunto en una cronista barcelonesa que se refiere a Cataluña como a la "vaca que todo el mundo ordeña", víctima de "los vampiros que nos rondan". Y a la par que el concepto de España vuelve en ciertos periódicos a adoptar connotaciones que siempre dieron miedo al propio pueblo español, en los discursos de ciertos políticos catalanes se intercalan declaraciones despectivas que efectivamente aluden a los trabajadores del campo andaluz como parásitos subvencionados de los que conviene despegarse, por ser una rémora en la lucha por abrirse paso en la brutal competición que hoy enfrenta a individuos, culturas, lenguas, y naciones (con Estado y sin Estado).

                    En un artículo de opinión publicado hace unos meses, Carme Chacón y Felipe González lamentaban la proliferación de reivindicaciones económicas por parte de regiones septentrionales, que calificaban de "groseras" y contraponían a una tradición progresista. El argumento sería más convincente si los autores abordaran las causas de que ello sea así, y que no son otras que la imposibilidad de que el sistema económico-político universalmente imperante posibilite la menor sombra de fraternidad entre pueblos.
                    Aquí mismo he evocado alguna vez con nostalgia los tiempos en que el Norte, a través de los ojos lúcidamente militantes del Visconti de La Terra Trema, se acercaba al Mezzogiorno de los trabajadores de un pueblecito pesquero, a fin de denunciar las razones contingentes de su postración económica, reivindicando la dignidad en la confrontación de aquellos hombres con la naturaleza, y mostrando en los rasgos de su vida cotidiana el espejo de una profunda civilización. Simplemente el gran Visconti se aproximaba al sur con mirada abierta y fraterna, y ello en razón de que tal mirada constituía un corolario del sistema de valores que entonces regía y que marcaba la concepción de los lazos entre pueblos e individuos.
                    Para desgracia de todos ese fantasma de fraternidad que recorría Europa ha sido reemplazado por un nuevo espectro: el del miedo, la conservación a cualquier precio y repudio de todo aquel que, desde la perspectiva de los pretendidos logros propios, ofrezca imagen de indigencia. Fantasma de derrota de las aspiraciones a la dignidad y a la libertad inherentes a la naturaleza humana; fantasma, en suma, del Mal.

                    A este fétido estado de cosas no se escapa con sermones ni buenos sentimientos. Habrá fraternidad entre pueblos cuando la máxima subjetiva de la acción política vuelva a incluir objetivos de universal liberación, cuando la causa del hombre (abstracta si no plantea las condiciones sociales de posibilidad de realización de la naturaleza humana) vuelva a ser simplemente la causa final.

                    VICTOR GÓMEZ PIN  es catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.

                    viernes, 1 de octubre de 2010

                    EL ERROR DE LEGALIZAR

                    LA VENTA DE DROGAS

                    BERNA GONZÁLEZ HARBOUR

                    "EL PAÍS", 1-10-2010

                    Se dice estos días que poco mérito tiene que unos ex presidentes defiendan ahora medidas como la legalización de las drogas cuando no tienen responsabilidades de gobierno, cuando nadie les recuerda propuestas semejantes durante su etapa en el poder y cuando no deben someterse al higiénico ritual de las urnas. Hace un año fueron César Gaviria, Ernesto Zedillo y Fernando Henrique Cardoso, ex presidentes de Colombia, México y Brasil, los que proclamaron el fracaso de la estrategia contra el narcotráfico y la necesidad de afrontar fórmulas distintas. Y hace pocos días fue Felipe González, ex jefe de Gobierno español, quien apeló a una Conferencia Internacional para abordar una legalización del consumo y la posesión de forma coordinada y eficaz entre todos los países. Es fácil hoy, sin tarea de gobierno en sus manos, decíamos. Pero el debate sobre la legalización como la forma de aniquilar las mafias y el narcotráfico que desangran México, por ejemplo, debe ser bienvenido y es, sobre todo, necesario. Nos sirve para volver a poner las cifras y argumentos sobre la mesa. Y para recordar por qué están prohibidas y deben seguir estándolo.
                        El debate se ha situado como una colisión entre dos utopías que llevan rumbo opuesto: la utopía de un mundo sin drogas y la utopía de un mundo sin narcotráfico. Vamos a analizarlas.

                        Sobre la primera: la ambición de un mundo sin drogas o que logre una reducción sustancial de ellas es la estrategia que adoptó la ONU en 1998, para lo que se dio 10 años antes de reevaluar el estado de la cuestión. Pasado el plazo, en 2008, la ONU pudo constatar el fracaso del modelo de represión ante una sociedad que cada vez consume más, ante unas mafias que encuentran nuevas vías cada vez que se cierran otras y, sobre todo, que han hallado nuevos mercados en áreas que hasta el momento parecían en cierto modo inmunes a la adicción: Latinoamérica ha pasado de ser productor a productor-consumidor, por ejemplo. Y el opio procedente de Afganistán va dejando un reguero creciente de adictos en Pakistán, Irán, Turquía y otros países de paso antes de llegar a su mercado mayoritario: Europa.

                        Aquel fracaso, puesto sobre la mesa en 2009, llevó a Gaviria, Zedillo y Cardoso a proclamar la verdad: esto no funciona, busquemos nuevas vías. Y ahí es donde llega la segunda utopía.

                        Sobre la segunda: ya que eliminar la drogodependencia es imposible, como es imposible luchar contra el deseo natural de buena parte de los jóvenes y mayores de desafiar los límites con dosis inciertas de sustancias ilegales, legalicémoslas. Asumamos que la droga existe, está ahí y démosle un marco legal que evite los infames productos letales que llegan al mercado. Y, sobre todo, serremos las patas del trono en el que se sientan los capos de la droga, un negocio ilegal que mueve más de 250.000 millones de dólares al año y que abastece a 250 millones de usuarios en el mundo. Que esto provoque un aumento esporádico del consumo, como reconocen incluso los que defienden la legalización, no debe frenarnos ante una ambición que creen superior, que es la de evitar las miles de muertes que la droga deja en el camino (hoy en México, sobre todo) o la inestabilidad explosiva que está provocando en los países de paso (el mismo México o Guinea-Bissau, la ruta alternativa que ha encontrado la droga americana para saltar hacia Europa).

                        Y si llamamos a ambas cosas utopía (que no es otra cosa que el "plan, proyecto, doctrina o sistema optimista que aparece como irrealizable en el momento de su formulación", en definición de la RAE), es porque lo son: la primera, porque es impensable un mundo que renuncie a sustancias que permiten evadirse, alucinar, divertirse, funcionar o, en términos médicos, deprimir o estimular el sistema nervioso central al ritmo deseado. Y la segunda, por tres razones: a) porque es impensable una sociedad indiferente que admita la posibilidad de ver destruirse a una buena parte de sus miembros de forma legal; b) porque ninguna hiperregulación podrá quitar del mapa las fórmulas ilegales (mafias) que hagan llegar la droga a los menores, por ejemplo; y c) porque ningún consenso sobre el férreo control estatal que implicaría podrá ser afrontado por la mayoría de países, con gobiernos débiles y escasos recursos para imponerlo.

                        Pero como en toda utopía ("que aparece como irrealizable en el momento de su formulación") nada dice que no haya que tender hacia una de ellas como expresión de intenciones, como espejo ideal en el que toda sociedad desea verse reflejada. Y es ahí donde los defensores de la segunda se equivocan al colocarse en ese rumbo opuesto a la primera.

                        Porque nuevos datos están añadiendo nuevos elementos al debate. El Informe Mundial de 2010 de la Oficina contra la Droga y el Delito de Naciones Unidas (www.unodc.org) recoge, al fin, buenas noticias en la lucha contra la producción y el consumo de sustancias: la superficie total de cultivo de cocaína ha caído un 13% desde 2007, debido sobre todo a la eliminación del 58% de los cultivos de Colombia gracias a la política de Álvaro Uribe, que no se ha visto compensada por un crecimiento en igual cantidad en Perú (donde creció un 38%) y en Bolivia (donde creció un 112%). EE UU, el mayor comprador, ha reducido el consumo al ritmo en que se destruían plantaciones en Colombia: de 10,5 millones de consumidores que llegó a tener en los ochenta ha pasado a 5,3 en 2008. Europa, sin embargo, que se abastece de cocaína de Perú y Bolivia, duplicó sus consumidores de 2 a 4,1 millones en solo 10 años. El ejemplo colombiano indica que la represión tiene consecuencias y que la menor oferta, como prueban los expertos, incide en una menor demanda.

                        Otra noticia positiva: desde que en 2004 el Plan Nacional de Drogas pasó del Ministerio de Interior a Sanidad, para reflejar un enfoque sanitario y no solo policial en el tratamiento del problema en España, el consumo de cannabis cayó del 11,2 al 9,2 de cada 100 adultos que lo han consumido en el último año. Del 36,6% al 29,8% en menores

                        Es decir, la combinación de la represión -luchar por destruir los cultivos, apoyar y presionar a los países productores para que lo hagan- y la prevención del consumo, la educación para aumentar la percepción del riesgo entre la población, dan frutos innegables. Y ningún Gobierno puede claudicar ante una lacra que contribuye con fiereza al fracaso escolar, que perjudica la salud y que sume a una buena proporción de población en la apatía social.

                        En el otro lado, los defensores de la legalización suelen alegar un argumento, cuando menos, endeble: si el alcohol y el tabaco, que causan profundos daños, son legales, por qué no lo va a ser la marihuana, las pastillas o la cocaína. ¿Qué las diferencia? Obviando que el consumo está legalizado en España y otros países y centrando por tanto la discusión en la legalización de la venta, conviene que no nos equivoquemos y partamos de una premisa básica que no por obvia parece que haya que dejar de recordar: las drogas no son sujetos de derecho, merecedores de un tratamiento de igualdad que cimiente su lucha por una legalidad universal. Y tampoco drogarse parece que sea un derecho reconocido en Cartas ni Constituciones. Sí lo es, sin embargo, la atención sanitaria a personas adictas que merecen terapias y tratamientos en condiciones de dignidad.

                        Y sí lo es, como aspiración legítima, que una sociedad avanzada trabaje para un control creciente de las sustancias legales que dañan la salud. Las limitaciones de alcohol a menores y de consumo de tabaco van en este sentido. Y la ley antitabaco que impulsa el Gobierno Vasco introduce un elemento nuevo interesante en el debate: ya no se trata solo de prohibir fumar en zonas cerradas para no perjudicar la salud, sino también de limitar el hábito en zonas infantiles por una razón de ejemplaridad, y no solo sanitaria.

                        Si hay una colisión entre dos utopías, la obligación de los Gobiernos debe ser navegar en el rumbo hacia la que garantice mejor salud e integridad de su población. Y en la lucha por ese objetivo se debe afinar para que, gracias a la represión del narcotráfico y la presión internacional contra los países que permiten su producción -y el caso de Afganistán es una vergüenza para Occidente-, la ambición de un mundo sin narco también quede incluida en el camino.

                        BERNA GONZÁLEZ HARBOUR es periodista.