"Los periódicos se hacen, en primer lugar, para que los lean los periodistas; luego los banqueros; más tarde, para que el poder tiemble y, por último e inexistente término, para que los hojee el público." Antonio Fraguas, "Forges", humorista español. * "Una prensa libre podrá ser buena o mala, pero sin libertad la prensa siempre es mala." Albert Camus, escritor francés. * "La literatura es el arte de escribir algo que se lee dos veces; el periodismo, el de escribir algo que se lee una vez." Cyril Connolly, escritor británico *







miércoles, 29 de septiembre de 2010

UNA SOLA VÍCTIMA NOS CONMUEVE MÁS QUE MILES
VICENTE VERDÚ
"EL PAÍS", 29-9-2010

¿Cuántos héroes caben en un guión de cine? No muchos, acaso uno o dos. Pero también, ¿cuántos casos personales altamente desdichados o campeones caben en el corazón de los lectores? Acaso dos o tres. Cinco ya sería demasiado.

Los 33 mineros chilenos que se encuentran sepultados a 700 metros de profundidad son, en consecuencia, una multitud inabarcable. Podría morir la mitad, las dos terceras partes de ellos y todavía serían muchos para la producción de una noticia con punta. El sensacionalismo requiere concentración, récord, primicia, contundencia y simplificación. Un espectador, un lector, un radioyente no tiene tiempo para estar recibiendo día a día noticias y más noticias del mismo suceso. Llegados a un punto se aburren o se desinteresan. Se trata del "punto muerto" y es lo que ocurre con las decenas de cadáveres que provocan a diario los terroristas suicidas en Irak o Afganistán o, el pasado agosto, las lluvias en Pakistán. La sensibilidad se embota. Y todo medio que aspire a comunicar lo sabe.

El medio sabe: a) que la noticia ha de ser "bomba", b) que la noticia no debe hacerse larga, c) que la noticia debe impactar.

Los impactos, tan asociados a la publicidad, son inseparables de cualquier media que pretenda ser eficaz. Es decir, que intente explotar la materia prima de la información y obtener el beneficio más sustancioso al publicarla.

Un campeón, un héroe o una heroína, un asesino en serie o una madre de quintillizos se convierten en oro informativo si con el scoop, el medio se corona y no sigue insistiendo en la ceremonia una y otra vez. Este recurso a lo despacioso y repetitivo, característico de los programas del corazón, es la antítesis del periodismo y, en efecto, ni su género ni sus participantes son aceptados como colegas en el mundo profesional. El antiperiodismo no es lo contrario a la Historia pero sí, en buena medida, al proceso.
Los hechos de la prensa saltan y mueren sin necesidad de continuidad. No siempre es así pero para que la información circule es oportuno que una noticia reemplace a otra, un héroe sustituya al anterior, un nuevo campeón o un cataclismo deje arrumbado al que ya se conocía.

Poco a poco, de las tres funciones que en las escuelas atribuían al oficio del periodismo (informar, formar y entretener) la segunda ha caído en el abismo, la primera flota entre ahogos o escollos y la tercera -siguiendo el aire de los tiempos- ha subido hasta el primer lugar. ¿Cómo actuar por tanto para lograr entretener al receptor? No repetir, primero, innovar, siempre y focalizar, después.

El terremoto del Índico en 2004, conocido por la comunidad científica como el terremoto de Sumatra-Andamás, formó parte de este fenómeno tanto por su magnitud extraordinaria como por los casi 300.000 muertos y 50.000 desaparecidos con el tsunami. El desastre fue denominado en algunos medios internacionales -en Australia, en Canadá, en Nueva Zelanda y en el Reino Unido, entre otros- como el boxing Tsunami porque ocurrió el mismo día del boxing day, un 26 de diciembre, festivo en estos países a la manera del segundo día de Navidad español.

El día del tsunami asiático ocurrió exactamente un año después del terremoto de 2003 que devastó la ciudad iraní de Bam y dos años antes del terremoto de Hengchun, en 2006. De estos dos seísmos, anterior y posterior, apenas queda ningún recuerdo. Sería de un lado pedir demasiado a la memoria entretenida pero, además, solo uno, como en los guiones de cine merece el galardón de ser calificado como histórico, glorioso, dantesco o devastador.

Esta regla de la información sensacionalista -toda la información hoy- es la misma que operó muy bien con el Katrina, tanto por su magnitud como por el insólito lugar del desastre. Y casi lo mismo puede decirse de la fuga del pozo petrolífero en el golfo de México donde se implican tanto Gran Bretaña como Estados Unidos, dos grandes figuras protagonistas que solo acepta el cine cuando son efectivamente extraordinarias a la manera de Paul Newman y Robert Redford en El Golpe.

Fuera de estos dos excepcionales componentes con golpe, la información referida a muchos seres humanos tiene grandes probabilidades de zozobrar una vez que ha consternado. Grandes probabilidades de marchitarse si el protagonista es solo la masa. La enorme destrucción que causó el terremoto en Haití, por ejemplo, el país más pobre del continente americano y donde perdieron la vida 200.000 personas y quedó sin hogar a más de la quinta parte de su población, se ha olvidado relativamente pronto. "Y no te olvides de Haití", escribe Forges todos los días ante la evidencia de que esa noticia ya se encuentre amortizada. Amortizada en las redacciones y amortizada en el corazón del público.

Ante una desgracia o una proeza particular, se trate de la lapidación de una mujer iraní o el cambio de cara de un quemado, la emoción personal se dispara enseguida y se alarga en los comentarios de meses después. Frente a la tragedia colectiva, las decenas o centenares de muertos, la compasión dura menos. En el primer supuesto el caso individual crea empatía entre los individuos y su asunción cala pero frente al siniestro colectivo, numeroso hasta ser incontable, inmenso pero inmensurable, la capacidad de solidaridad se apaga en días. Una gran afluencia de ayudas llega al principio y de pronto la caridad decae y se agota.

Esta es la paradoja de la información. Más protagonistas del suceso no aumentan la escala de la noticia. Es el grado de intensidad la que multiplica su escala. De ahí que si unos cuantos en torno a Terry Jones prepararon la quema del Corán su grado de intensa provocación diera la vuelta al mundo.

El lector, el espectador, el público en general ama la gran tragedia pero entre las víctimas de cualquier adversidad importante solo tiene dispuesto el corazón para recrearse con uno o dos damnificados. O con cada uno entre 10 si se presentan uno a uno, tal como se hace en los reportajes sobre los miles de jóvenes parados o con los mineros chilenos contando su situación, cuento a cuento.

La muerte de la muchedumbre debía sobrecoger duraderamente pero sobrecoge efímeramente. En La muerte en occidente, Philipe Ariès expone cómo, debido a la frecuencia de guerras y epidemias fatales, la muerte se hallaba colectivizada hasta el siglo XII. Se moría como un acto comunal. Desde entonces, sin embargo, la muerte ha venido a privatizarse cada vez más y a privatizarse tanto que si, por ejemplo, en el siglo XIX era el sexo y no la muerte el tabú, ahora el tabú es la muerte y el sexo es un explícito recreo.
En el XIX se moría rodeado de familiares y amigos, el pueblo entero participaba en los llantos y responsos del funeral. Por el contrario, el sexo que durante los siglos XVII y XVIII fue descarado y gozoso, en el XIX se sometió a disciplina y vigilancia estrictas. El sexo se encerraba oscuramente en la alcoba y la alcoba se abría de par en par en la agonía.

Actualmente y siguiendo la evolución del siglo XX el sexo ha ido perdiendo celajes mientras la muerte fue ocultándose tras las mamparas del habla y los hospitales.

Publicar la muerte de una figura, contar su existencia extraordinaria atrae poderosamente la atención. Poco importa que ese sujeto ejemplar y representativo deba su fama a la política o al arte. O que, en el caso de las grandes sevicias, sea el representante de una colectividad que muere de hambre, de enfermedad o de frío. Ese representante queda investido de la historia colectiva que en él se condensa como una apretada traducción que entiende la gente, el sensacionalismo y nosotros los consumidores de su sabor.

De esta manera, ya sea la erupción del Nevado del Ruiz, ya sea el hundimiento del Titanic, ya sea el desembarco de Normandía, el periodismo o el cine lo resumen en la estampa de una niña agonizante, una pareja de jóvenes amantes o una patrulla que busca al soldado Ryan.

Lo individual gana a lo colectivo no ya en señal de que el podrido individualismo gana al colectivismo y cosas así sino que la Historia desde siempre y hasta hace poco se valía de Atila, Carlos V, Lenin o Franco para explicar todo lo que había que entender.

Otras escuelas de historia aparecidas en el último medio siglo cambiaron este punto de vista tradicionalmente concentrado en los líderes pero al periodismo no le caben los discursos de la historiografía y lo que le encaja mejor es la cara y la peripecia de uno o pocos más. Esta es la razón, la crítica de la razón práctica, que hace a la noticia ser lo que es. Esta es la práctica que con el tiempo, en plena era de la información, nos vuelve a todos tan emocionales como olvidadizos, tan prêt-à-porter como intelectuales y amantes efímeros.

VICENTE VERDÚ es articulista y ensayista.
CONTRA EL CRIMEN PERFECTO
JUAN TORRES LÓPEZ
"PÚBLICO", 299-2010


Jean Baudrillard escribió hace unos años un ensayo titulado El crimen perfecto (Anagrama, 1996) en el que mantenía la tesis de que en nuestra época se producía el asesinato de la realidad.

La crisis que estamos viviendo no es la única ni la más grande de la historia, ni los factores que la han desencadenado (la ingeniería financiera, la desigualdad, la plena libertad de movimientos de capital…) nos pueden resultar novedosos. Quizá sí haya sido la primera auténticamente global, pero tampoco esto es un hecho del todo nuevo en un planeta como el nuestro afectado por el cambio climático o por crisis alimentarias que tienen que ver con lo que ocurre en cada una de sus esquinas.

Pero me parece que está empezando a ser singular porque las respuestas que se les están dando no podrían llegar a ningún lado si no se estuviera produciendo al mismo tiempo el “exterminio progresivo del mundo real” del que hablaba Baudrillard.

Cada vez menos de lo que dicen y hacen los gobiernos y los grandes organismos internacionales es verdad. Han logrado convertir la crisis en una gran excusa. Haciendo creer a la ciudadanía que luchan denodadamente contra ella, toman en realidad medidas que van a provocar dentro de poco otra semejante a la que aún estamos sufriendo.

Afirman que ponen fin a la avaricia bancaria y al desorden regulatorio de las finanzas, pero no mueven ni una coma de las normas que han dejado y siguen dejando hacer a su antojo a la banca, que continúa sin utilizar los billones de recursos que se han puesto a su disposición para financiar a empresas y consumidores mientras se dedica a jugar al Monopoly sobre el tablero del mundo.

Dicen que desean relanzar la economía y favorecer la creación de empleo, pero lo que hacen es limitar el gasto y aplicar medidas de austeridad que van a volver a reducir el crecimiento. Y afirman que así debe ser para limitar el impacto negativo de los déficits y la deuda, cuando lo más probable es, como han demostrado recientemente Mark Weisbrot y Juan Montecino, del Center for Economic and Policy Research de Washington, que la nueva desaceleración que están provocando limite a medio y largo plazo las posibilidades de obtener ingresos y, por tanto, de reducirlas efectivamente.
El Gobierno español insiste en mostrarse como un adalid de las políticas de igualdad, pero acaba de presentar un proyecto de presupuestos en los que se reducen las prestaciones por maternidad, paternidad, riesgo durante el embarazo y lactancia natural y las ayudas a las familias con escasos recursos, y que incluso incumple la ley recién aprobada el año pasado que determinaba la ampliación del permiso de paternidad de las dos a cuatro semanas a partir del 1 de enero de 2011.

Hablan de que es imperioso obtener recursos para salir adelante y huir así de la amenaza de la crisis y, sin embargo, se dedican a remover el chocolate del loro que más daño hace a los trabajadores mientras pasan de soslayo por las inmensas fortunas de los poderosos o de los multimillonarios gastos militares.

Y con la reforma laboral que ha motivado la huelga general se alcanza, de momento, la cima del argumento falsario.

Ni siquiera les resulta necesario a quienes la promueven ponerse de acuerdo en los argumentos con que justificar el mayor recorte de derechos laborales de nuestra historia democrática. Sea una medida o su contraria, afirman sin rubor que es imprescindible para crear empleo, aunque a su lado el otro promotor diga que es para aumentar la productividad por lo que se adopta, o el de más allá afirme que es para reducir la temporalidad, y el de acullá sostenga que es para favorecer a los jóvenes desempleados. Y siempre, eso sí, porque sin tales medidas no podremos salir de la crisis, cuando la realidad indica que la teoría económica más solvente no es la que reduce los problemas del empleo a lo que ocurre en los mercados de trabajo, sino la que pone el acento en los mercados de bienes y servicios. Y los efectos que sin lugar a dudas va a provocar en ellos esta reforma es su nuevo y progresivo deterioro. Es decir, el empeoramiento de todo eso que dicen que van a mejorar.

No hay ni una experiencia histórica que muestre que reformas de este tipo traen consigo más bienestar, mejores salarios, empleos más numerosos y de mejor calidad, o derechos más potentes para los débiles. Todo lo contrario. Pero los gobiernos y quienes les han escrito la partitura articulan su discurso para convencer a la gente de que son estas normas las que muestran la perfecta correspondencia de los verdaderos progresistas con los nuevos tiempos. Y la derecha, mientras tanto, que hizo exactamente lo mismo al gobernar, aunque quizá con menos ditirambo, se autoproclama de seguido como el partido de los trabajadores. Puro teatro.

Los ajustes y reformas que se están llevando a cabo y las que van a venir enseguida para poner a disposición de la banca una mayor parte del ahorro que los trabajadores dedican a financiar las pensiones públicas y para proporcionar nuevas fuentes de rentabilidad privatizando servicios públicos no nos llevan al final de la crisis sino a las puertas de otra. Y las razones que se dan para poner todo esto en marcha no son argumentos, sino la forma de colocar a la ciudadanía en el “ombligo de los limbos”, al que se refirió Baudrillard.

Por esta huelga general no es sólo una prevención frente al daño de la reforma laboral, o la que viene de las pensiones, sino una imprescindible defensa frente al crimen perfecto, mucho más peligroso, que las acompaña.

JUAN TORRES LÓPEZ es catedrático de Economía Aplicada de la Universidad de Sevilla
ESOS SABERES IRRELEVANTES
JAVIER MARÍAS
"EL PAÍS", 29-11-2009

En algún lugar vi la noticia, un breve, una curiosidad, una anécdota sin importancia. Lamenté que fuera tan escueta, me habría gustado conocer más detalles del asunto, no tan baladí para mí como para quienes lo recogieron. Al parecer, una joven española, aspirante a ganar el certamen "Reina Hispanoamericana 2009", al preguntársele por el año en que Colón descubrió América, contestó que "en 1780". Da curiosidad saber por qué diablos eligió esa fecha disparatada, en vez de responder "No lo sé", que habría resultado más disculpable. ¿Por qué 1780? ¿Cómo creerá la joven que era el mundo en ese año? ¿Sabrá que pertenece al siglo XVIII o ni siquiera le habrán enseñado cómo calcular los siglos? ¿Sabrá lo que es un siglo? Si hubiera dicho "1789", podríamos pensar que se confundió de fecha célebre. Pero, ¿1780? En verdad un arcano. La noticia añadía algo, quizá más sintomático y revelador todavía: se conoce que a la muchacha le quisieron sacar los colores por su metedura de pata en un programa de TVE, pero ella se defendió con desparpajo y afirmó: "Es irrelevante saber eso".
      Es fácil no conceder importancia a la cosa y consolarse con la asentada idea de que todas las misses y aspirantes a tales son ignorantes por definición y tontas de baba. Sus grititos, sus llantos y sus obviedades han sido parodiados hasta la saciedad en películas y programas de humor. ¿Qué se puede esperar de una miss? Ya se sabe. Pero la joven en cuestión era probablemente una chica normal hasta hace cuatro días. Habrá ido al colegio como cualquiera, y quién sabe si no habrá terminado su bachillerato o su ESO o como quiera que se llame ahora. Habrá llegado a sus dieciocho o veinte años con alguna instrucción, y la prueba es que le viene a la cabeza la palabra "irrelevante", algo que en nuestro tiempo no está al alcance de todos. Yo me temo que sus dos respuestas, la de 1780 y la de la irrelevancia, las podrían haber dado numerosos jóvenes que nada tuvieran que ver con concursos de belleza y no pocos adultos actuales, entre ellos, sin duda, algunos de los periodistas televisivos que le quisieron sacar los colores, sólo que a ellos no se les hacen esas difíciles preguntas con cámaras delante.

      "Es irrelevante saber eso". En cierto sentido no le falta razón a la candidata a "Reina", porque lo mismo opinaron, a buen seguro, cuantos profesores tuvo en su vida y los responsables de Educación -gubernamentales y autonómicos- de las últimas dos o tres décadas, que han hecho todo lo posible por convertir a España en una sociedad de iletrados, de ignorantes ufanos de su ignorancia, de primitivos duchos en tecnología; así como un buen número de progenitores, que se han dedicado a exigir a los docentes que enseñen a sus vástagos "cosas prácticas", que les sirvan para ganarse la vida en el futuro, y no pierdan el tiempo con lo "irrelevante". ¿Sirve de algo el latín, una lengua cadáver? ¿Sirven las matemáticas, cuando tenemos calculadoras que nos dan el resultado de cualquier operación en el acto? ¿Sirven la gramática, la sintaxis y la ortografía, si da lo mismo cómo se hable y se escriba? ¿Sirve conocer la historia, si basta con buscar en Internet para averiguar al instante quién fue tal personaje o qué pasó tal año? ¿Sirve la geografía, si cogemos aviones que nos trasladan a cualquier sitio en unas horas y nos trae sin cuidado el trayecto? ¿Sirve algo de algo? ¿Y qué es, pues, "lo práctico"? Tal vez sólo aprender a manejar el ordenador y la calculadora. En realidad, ¿para qué es necesario ir a la escuela? ¿Para tener una idea del mundo, del pasado de la humanidad, de la historia del arte y de las religiones, de la evolución de las ciencias, de nuestra anatomía, de los textos que se han escrito, de la multiplicación y la división y la suma y la resta, del círculo y el triángulo? Nada de eso es "práctico" ni ayuda a ganarse la vida, no digamos a ser Reina Hispanoamericana. Y sin embargo ...

      La educación no son sólo conocimientos y datos. Es parte esencial de lo que solía llamarse "formación", esto es, la conversión de los individuos en personas, no en seres animalescos que caen en el mundo sin tener noción de lo que hubo antes que ellos, incapaces de asociar dos hechos, de distinguir entre causa y efecto, de articular dos frases inteligibles, de pensar y razonar, de comprender un texto simple. Esta es la clase de ser que cada día abunda más en nuestra sociedad intelectualmente rudimentaria. El problema es que, por algún misterio, a la postre esos seres no resultan "prácticos" ni se pueden ganar la vida, la vieja aspiración de sus ya embrutecidos padres. No es raro ver en la televisión a jóvenes y no tan jóvenes que dicen en estos tiempos de crisis: "Yo no quiero estudiar, lo que quiero es que me den un trabajo para ganar dinero". A menudo tienen tal pinta de cabestros que me descubro pensando con pena: "Pero, hombre de Dios, ¿cómo te va a dar nadie un trabajo si es obvio que no te han enseñado nada y que aún no sirves ni para pegar un sello? Si yo fuera un empresario, no te contrataría". Me temo que los que lo sean pensarán otro tanto: "No necesito a un animal tecnológico, que sepa darle a las teclas según se le ordene, pero sin tener ni idea de lo que hace. No necesito a una persona incompleta. Tráiganme a alguien civilizado, con conocimientos irrelevantes, de los que permiten desenvolverse en el mundo".

      JAVIER MARÍAS es articulista y escritor.

      martes, 28 de septiembre de 2010

      Gasto sanitario: No es la vejez

      ENRIQUE COSTAS LOMBARDÍA

      "EL PAÍS", 27-9-2010

      Es un lugar común señalar el envejecimiento de la población como el principal acelerador del gasto sanitario, ya casi insostenible. Los viejos, efectivamente, requieren más asistencia médica y por individuo consumen más recursos, varias veces más, que los no viejos. En 2004, el gasto sanitario en Estados Unidos por persona de 65 o más años fue de 14.500 dólares (10.752 euros) y de 25.700 (19.000 euros) el de un octogenario, el triple y el quíntuplo, respectivamente, del de un norteamericano de entre 19 y 64 años: 4.500 dólares -3.337 euros- (web Health Affairs 27.1-2:1, 2007). En las restantes naciones industrializadas se producen también, con distintas cifras de gasto, análogas diferencias que llevan enseguida a una fácil deducción: cuantos más viejos haya en un país, mayor será el gasto sanitario total y, sin duda, el número de viejos aumenta continuamente. Así que basta con hacer algunos cálculos sencillos para ver el futuro cercano que amenaza con ahogar las ya muy apuradas finanzas de los sistemas públicos de salud.

      Los hechos, sin embargo, no confirman esta lógica aritmética. En un riguroso análisis de una larga serie de 29 años de las tasas de envejecimiento y de gasto sanitario de 20 naciones de la OCDE, el economista Thomas E. Getzen observó (Journal of Gerontology: Social Science, 47.3:598, 1992) que en los países más envejecidos el gasto sanitario total no era más alto, ni había crecido con mayor rapidez en los que habían envejecido más deprisa. Es decir, no pudo encontrar correlación alguna entre los datos de gasto y de vejez. Getzen explica que la extrapolación del mayor gasto por persona vieja al mayor gasto nacional encierra una "falacia de composición": asume que aquello que es verdad para un individuo también ha de ser verdad para el conjunto. La realidad que deja ver una sección transversal de la población en un momento dado, añade otro economista, Uwe Reinhardt, no es una guía fiable de lo que sucede en un país cuando su población entera envejece a lo largo del tiempo. Cuentas que parecen bien hechas conducen al error. Naturalmente, el trabajo de Getzen ha dado lugar a una abundante y sólida bibliografía que lo refrenda y desarrolla.

      Esta desconexión entre el gasto médico y el envejecimiento de la población de un país puede percibirse incluso a simple vista -no, claro, con la precisión y seguridad de un método científico, pero sí con indudable valor indicativo- examinando a la vez las estadísticas internacionales demográficas y las de gasto sanitario en porcentajes del PIB. En las más recientes (OCED StatExtrac Internet 2010 y OCED Health Data 2009) son muchos los casos de divergencia y uno de ellos, llamativo: la nación más envejecida, Japón, está entre las de gasto más bajo (ocupa el lugar 21 de 30) y la nación de gasto más alto, Estados Unidos, es una de las menos envejecidas (puesto 23). Otros países en la primera línea de envejecimiento también se sitúan en lugares muy inferiores de gasto: Italia, 3ª en vejez y 16ª en gasto; Suecia, 5ª y 14ª; Grecia, 4ª y 11ª; Finlandia, 11ª y 20ª; España, 12ª y 18ª, todas respectivamente. Y al revés, naciones poco envejecidas soportan un elevado gasto, como Canadá, 20ª en envejecimiento y 6ª en gasto; u Holanda, 16ª y 9ª; o Islandia, 26ª y 12ª.

      En prácticamente todos los estudios de proyección del gasto sanitario anual de países diversos (Australia, Canadá, Estados Unidos, etc.), el envejecimiento de la población resulta ser una variable de escasa influencia, secundaria. En una tasa de crecimiento compuesto anual del 8,48 (estimada para Estados Unidos de 1990 a 2030), el envejecimiento solo explica un 0,5%, un dieciseisavo, proporción en la que coinciden diferentes proyecciones.

      Son otros los factores que avivan la demanda de asistencia médica y, por tanto, el gasto sanitario total, como el aumento de la renta per cápita, el incesante progreso de la tecnología (los dos principales), el aumento de la población, el mayor uso de los servicios médicos por todos los grupos de edad, la inflación adicional de los precios de la asistencia, la oferta de médicos y personal sanitario, y la gestión y la estructura de incentivos del sistema.

      Los datos son concluyentes pero el mito de la "vejez gastadora" es tenaz y crece. En cualquier ocasión se insiste en el peligro de la longevidad para las finanzas de la sanidad pública. Según Robert Evans, porque el mito proporciona una "ilusión de necesidad": si el gasto sanitario es impulsado por inevitables fuerzas externas, la necesidad de disponer de más fondos cada día es indiscutible y está justificada. Es algo que viene impuesto y de lo que, además, nadie puede ser responsable, ni los médicos, ni los gestores, ni los políticos, ni los gobernantes. El mito del envejecimiento de la población permite, pues, exigir más recursos y anular la responsabilidad. Sin duda, es muy útil para muchos.

      ENRIQUE COSTA LOMBARDÍA es economista.

      lunes, 27 de septiembre de 2010

       EUROPA XENÓFOBA

       MANUEL CASTELLS


      "LA VANGUARDIA", 25-9-2010



      La cuestión no es que Sarkozy deporte a gitanos sin respetar sus derechos legales y humanos, sino que el 82% de los franceses le aplauden. Al igual que los marselleses, en una ciudad con el 25% de musulmanes, apoyando la prohibición de las llamadas de los muecines a la oración, algo así como prohibir repicar las campanas. Los suizos fueron más directos al aprobar en referéndum la prohibición de nuevos minaretes. A alemanes y franceses les hubiera gustado imitarlos. El veto al burka en la calle (Francia, Italia) o en edificios públicos (Catalunya) aprobado por la ciudadanía es expresión de racismo e intolerancia disfrazada de protección de la mujer olvidándose de preguntarles a ellas. Aunque los racistas explícitos son minoría, indicadores de xenofobia (asociada al racismo) muestran su rápido incremento hasta constituir una actitud mayoritaria en toda Europa.

      En España, en el 2000, el 36% quería leyes más restrictivas sobre la inmigración; en el 2004, el 56%, y actualmente, el 75%. Estudios muestran que la xenofobia tiene trasfondo racista. Porque la percepción de extranjero está ligada a inmigración y esta a culturas y etnias diferentes. Pero lo que se rechaza son ciertas culturas y ciertas etnias. En España no hay hostilidad, sino respeto, por alemanes, ingleses, franceses y otras gentes de buen vivir, mientras que los gitanos nacionales siguen sufriendo discriminación y hostilidad popular. En Francia, haber nacido en el país y haber sido naturalizado a los 18 años no garantiza seguir siendo ciudadano, según otra ley de Sarkozy (¿qué piensa ahora la humanitaria Carla Bruni?) por la cual pierden la nacionalidad si tienen un incidente violento con la policía, sanción desproporcionada que en ningún caso podrían sufrir franceses de pura cepa. En Italia ser inmigrante ilegal conlleva cárcel, aunque sus empleadores apenas se arriesgan a una multa. En este cóctel de intolerancia el antiislamismo es el principal ingrediente, ahora asociado al estigma de terrorismo potencial. El 55% de los musulmanes europeos se sienten cada vez más discriminados. Con 25 millones de musulmanes en países de la UE, concentrados en las grandes ciudades, el enfrentamiento religioso-cultural prefigura la violencia bajo todas sus formas. Las élites políticas azuzan o toleran la xenofobia por intereses electorales de baja ralea. Unos para ganar votos, otros para no perderlos. Y esto va con casi todos los partidos y en todos los países salvando a unos pocos políticos que no traicionan valores fundamentales aunque les cueste perder apoyos de una ciudadanía exacerbada en sus miedos. Incluso el progre Zapatero apoya públicamente a Sarkozy en contradicción con la posición de los europarlamentarios de su partido. Es así como las deudas con según quiénes le llevan a olvidarse de aquellos a quienes prometió que no les fallaría. Ya se lo recordarán llegado elmomento.Las causas de este subidón de xenofobia son conocidas porque hay abundante investigación sobre el tema. La primera es la crisis económica y el aumento del paro.

      Muchos creen que los inmigrantes les quitan el empleo y contribuyen a bajar sus salarios. En otro plano, el deterioro de la escuela pública se atribuye a la multietnicidad de sus alumnos. La delincuencia, pequeña o grande, se asocia con la inmigración. Cada uno de estos motivos no tiene apenas base empírica.

      Por ejemplo, la inmigración fue un factor muy positivo en el crecimiento español entre 1995 y 2005 porque contribuyó a aumentar la oferta de trabajo, con salarios moderados, y a incrementar la demanda de bienes y servicios para los nuevos residentes. La tasa de delincuencia es más alta entre la población autóctona que en la inmigrante, una vez se controla el efecto de la edad. Pero no insistiré en contraponer datos a emociones pues no se trata de un problema de conocimiento, sino de sentimiento. Y ese sentimiento está dominado por el miedo, miedo a una globalización incontrolada, a una identidad cultural amenazada, a una economía desarticulada, a la inseguridad del empleo y a la desconfianza en los políticos.

      Pero ¿por qué usted y yo tendríamos que preocuparnos por la ola de racismo e intolerancia que recorre Europa?

      Como lo que nos quedaba de moral cristiana de amor al prójimo se lo llevó el viento de la perversión (palabra del Papa) en el seno de la Iglesia y como los principios de derechos humanos quedan para los pudientes que se los pueden permitir, ¿por qué no atrincherarnos en lo nuestro, hacer respetar nuestras leyes y costumbres y reservar para nosotros los puestos de trabajo, la educación pública y la sanidad asistencial? Primero porque no podemos, porque no hay economía europea (salvo las escandinavas) que lo resistiera, tanto por la necesidad cuantitativa de mano de obra como porque los inmigrantes son más baratos y más dispuestos a aceptar cualquier trabajo por su vulnerabilidad. Cuanto más ilegales, más vulnerables y más apetitosos para explotarlos. Segundo, porque ya están aquí y sin mejorar las condiciones en sus países de origen se quedarán si pueden. Por eso deportar gitanos podría prefigurar deportaciones masivas de ilegales que ya practican Italia y Francia. Tercero, porque no se trata sólo de inmigrantes, sino de minorías étnicas y culturales ya enraizadas en Europa. Obligarles a renunciar a su identidad es una provocación que enfrentaría a millones de personas e incitaría reacciones extremas ¿En nombre de qué se declara alienígena la religión islámica? ¿Volvemos a una guerra de religiones?

      En fin, el romper con la tolerancia y el respeto del otro que nos enorgullecían como europeos es un viaje sin retorno. En un mundo interdependiente, con una economía de capa caída, cuando buscamos inversores chinos para salvar el automóvil y capitales árabes para reflotar bancos, en un planeta donde Europa es un 15% de la población, lo que nos queda es el respeto a unos valores de tolerancia y paz que nos hagan sentirnos bien en un entorno competitivo y violento. A las malas, perdemos. Nuestra última esperanza está en ganarnos el respeto del nuevo mundo por nuestra altura moral.

      MANUEL CASTELLS es profesor universitario de Sociología y autor de numerosos libros.

       LA TECLA, EL HUMO, EL WHISKY

       ELVIRA LINDO

       "EL PAÍS", 26-9-2010



      Novelas de ordenador. Es una expresión que acuñó Paco Umbral a finales de los ochenta para definir a esos jóvenes novelistas que le estaban pisando los talones con unas novelas que, al parecer, se escribían solas. El ordenador del novelista al que las novelas se le escribían solas era enorme, de un futuro ya pasado de moda como de Star Trek o Perdidos en el espacio. El novelista vivía sin despegarse de una chuleta en la que alguien le había escrito qué teclas había que pulsar para no perder el documento. El novelista le tenía pánico a aquel chisme entre futurista y cromañónico: en alguna ocasión el ordenador se le había tragado un artículo. El escritor se había quedado mirando un rato la pantalla, conteniendo las ganas de tirar aquel chisme por la ventana. Una vez, el escritor le pidió a uno de sus niños que le pusiera un whisky. El crío vino atolondrado, como todos los críos, y al ir a posar el vaso sobre la mesa se tropezó y el líquido se derramó por debajo del ordenador. El ordenador murió. El novelista se sujetó a la mesa, no sabiendo si tirar por la ventana al ordenador o al crío. Durante tres días la máquina de escribir novelas estuvo en manos de un mago (experto) que consiguió recuperar las cien páginas de la nueva novela que el novelista estaba escribiendo. O por decirlo a la manera umbraliana, que le estaba escribiendo el ordenador. La idea de Umbral no era tan peregrina, respondía a la vieja creencia de que todo lo que entrañaba una dificultad física acababa siendo más auténtico: la letra, con sangre entraba; el suelo quedaba más limpio si una mujer lo fregaba de rodillas; el cocido en olla colorada, nada de olla a presión; las cartas, a mano y por correo regular, y las novelas, a máquina pero con múltiples correcciones a mano para que los estudiosos pudieran teorizar en un futuro sobre el misterio de la creación. Cuidado, máquina de escribir, pero nunca eléctrica, sino con el tracatrá fundamentalista del teclado; flotando en el aire y adherido a los muebles, el humo y el olor del tabaco, y en un rincón, la papelera, a fin de encestar los folios frustrados. Para completar el cuadro, el whisky, ese liquidillo mágico que, a su manera, también consiguió que algunas páginas se escribieran solas. Así salieron. Ah, la mítica de la escritura. Cierto es que a algunos escritores les pareció que el proceso enojoso de aprender a manejar un ordenador, el silencio del teclado, el dejar de fumar o el mantener el whisky a una distancia prudencial acabaría con la magia de la literatura. No ocurrió así. Para desgracia de los que afirmaban que si se prohibía fumar en los clubes de jazz se perdería el encanto de la música en directo, el swing no abandonó a los músicos, incluso, a menudo, aun siendo fumadores, gozaron de un aire más limpio para realizar un trabajo que requiere un gran esfuerzo físico; tampoco la falta de ruido de las máquinas de escribir restó talento al que lo tenía, ni la comodidad de borrar sobre la pantalla consiguió que los libros o las columnas se escribieran solas. A los novelistas por ordenador, decía Umbral, les resultaba tan fácil escribir novelas que tendían al novelón. Qué ironía en quien escribió tanto y de manera tan compulsiva. Pero entiéndaseme, no recuerdo aquellas afirmaciones con antipatía, son tan de época que resultan útiles para hacer recuento de cómo ha cambiado nuestra vida en veinte años. Uno de los ritos obligados cuando viajabas al extranjero era buscar un quiosco céntrico en el que vendieran algún periódico de tu país. Tu país está ahora metido en un aparato diminuto. De la misma forma que se ha revitalizado la relación epistolar cuando se creía que daba sus últimos suspiros. El resultado es que uno no se siente tan solo si, estando lejos, puede encender la mágica pantalla y leer algunos correos, maldecir algunas noticias, departir con algunos amigos con la misma gloriosa superficialidad con la que se toma un café a media mañana en un bar y conocer textos de gente interesante que nunca accede a los grandes medios. En realidad, esa voz de Umbral atacando a los primeros escritores que se pusieron tecnológicamente al día es algo muy antiguo, no ya en la negación de la modernidad, sino en la defensa de uno mismo frente a un mundo que no se acaba de comprender. A mí me costó dejar el tracatrá, me costó amoldarme al silencio, a la pantalla y a la navegación. Lo que ahora es natural fue en su momento tan abstracto, tan difícil de comprender como un logaritmo. Hoy, mi pequeño ordenador contiene miles de voces, las de amigos, las de conocidos, las de gente que muerde también. Con el tiempo he aprendido a bucear por sitios seguros, evitando las aguas emponzoñadas. Por eso me extraña cuando mi colega Carlos Boyero, que dice negarse a navegar por estos mares virtuales, añora esos folletos en los que se informaba a los críticos de las películas. Y es que una vez que te acostumbras a este medio tan limpio eres más consciente del papel derrochado y de lo que el aparatito ha facilitado nuestro trabajo. Eso sí, no te escribe novelas ni artículos. Ay. Pero como bien debía de saber Umbral por un buen amigo suyo, eso era más antiguo que la tecnología virtual, eso te lo hacían los negros de toda la vida.
      ELVIRA LINDO es periodista y escritora.

      domingo, 26 de septiembre de 2010

       "YO NO LEO, YO ESCRIBO"
        IGNACIO ECHEVERRÍA
        "EL CULTURAL", 4-6-2010

      Dice Umberto Eco que cuando le preguntan, a menudo con insistencia, si ha leído tal o cual libro, contesta siempre:
      “Mire usted, es que yo no leo, yo escribo”.
      Y de este modo consigue que todos se callen.
      Lo cuenta en su entretenidísima conversación con Jean-Claude Carrière, publicada hace poco bajo el disuasorio título Nadie acabará con los libros (Lumen, 2010).

      La frase de Eco es una boutade, sin duda, pero como toda boutade concede un cierto margen a la verosimilitud. Al fin y al cabo, llegado a ciertos niveles, no es raro que un estudioso como Eco tienda a hacer un empleo cada vez más instrumental de sus lecturas. No es raro, tampoco, que, conforme el tiempo pasa, la relación entre lectura y escritura termine por invertirse, supeditándose la primera a la segunda, a veces hasta sucumbir casi.

      Pero ocurre, además, y con sorprendente frecuencia, que haya personas que no sólo escriben, sino que además quieren dedicarse a escribir -es decir, ser escritores- sin apenas leer, o con muy escasa afición a la lectura. Con ellas se cumple literalmente lo que Umberto Eco suelta a modo de boutade: “Yo no leo, yo escribo”.

      El caso ha sido siempre más o menos habitual entre adolescentes y muy jóvenes, en los que es fácil reconocer el impulso de escribir -de inventarse- desligado de toda pasión por la lectura. Pero la "nueva era alfabética" (Eco dixit) que ha florecido con Internet parece estar alentando semejante impulso en capas mucho más amplias.

      No, quizá no sea tan verdad aquello que decía Jaime Gil de Biedma cuando le preguntaban por qué había dejado de escribir:
      “Al fin y al cabo -respondía-, lo normal es leer.”
      Puede que fuera lo normal hace apenas dos o tres décadas. En la actualidad, sin embargo, se diría más bien que lo normal es escribir, habiéndose dispuesto para ello nuevos y amplísimos cauces. Por supuesto que todo aquel que escribe también lee; pero ya no se cumple regularmente el presupuesto conforme el cual la vocación de escribir deriva, por lo común, de una afición previa a leer.

      Cabe hablar del surgimiento masivo, y más o menos reciente, de una nueva especie de escritor que lee principalmente por reciprocidad, en la medida en que sus lectores son asimismo escritores. Parece chocante pero no lo es tanto si se piensa en el funcionamiento de los blogs y de las redes sociales.

      Observa Eco que si “alguna vez pensamos que habíamos entrado en la civilización de las imágenes, el ordenador nos ha vuelto introducir en la Galaxia Gutenberg y todos se ven de nuevo obligados a leer”. Pero, tanto como a leer -y repito aquí una idea que ya expresé en otro lugar, y a otro propósito-, Internet y la nueva galaxia digital obligan a escribir, y del hábito de hacerlo se desprende el placer de hacerlo, que deriva fácilmente en compulsión a hacerlo; placer y compulsión ligados, por lo demás, a los que procura el ser leído, experiencia esta última que antaño, con la escritura epistolar, se limitaba a un número muy restringido de interlocutores, pero que internet permite que se multiplique, potenciando la labilidad entre escritura privada y escritura pública, y propiciando de este modo la fantasía de instituirse uno mismo en escritor.

      La descripción de este mecanismo -susceptible, por supuesto, de infinitas variantes y gradaciones- permite imaginar esa figura no tan improbable del escritor que no lee sino que escribe (restringiendo ahora la acepción de leer a su sentido más convencional o, si se quiere, culto).

      No es extraño que, en este contexto, gocen de particular bonanza las fórmulas metaliterarias y lo que cabe entender por “épica del escritor”. Hace ya mucho -pero nunca como ahora- que la literatura contemporánea se ha poblado de escritura ensimismada o futuroide, de héroes que son ellos mismos escritores y para los cuales las vicisitudes de la propia escritura -mucho antes que la lectura- constituye el horizonte de toda aventura posible.

      La invención de la imprenta, hace más de cinco siglos, impulsó un proceso de democratización de la lectura que conformó la llamada Galaxia Gutenberg, en la que libros y escritores aglutinaban comunidades más o menos numerosas de lectores. Puede que Internet esté alterando radicalmente esa ya vieja proporción entre lectores y escritores. Que entre las transformaciones más profundas a que está dando lugar se cuente la de democratizar la escritura hasta el extremo de que empieza a vislumbrarse una archirrepleta república de autores más o menos virtuales que escriben más que leen. Es decir que no leen, -para qué-, sino que escriben.


      IGNACIO ECHEVARRÍA es crítico literario.
      LOS RICOS IRACUNDOS
      PAUL KRUGMAN                             

      "EL PAÍS", 26-9-2010





      La ira está barriendo EE UU. Es cierto que esta cólera candente es un fenómeno minoritario, no algo que caracterice a la mayoría de nuestros conciudadanos. Pero la minoría iracunda, constituida por personas que sienten que les están arrebatando cosas a las que tienen derecho, está realmente iracunda. Y clama venganza.
      No, no me refiero a los conservadores del Tea Party. Hablo de los ricos.
      Estos son tiempos terribles para mucha gente en EE UU. La pobreza, especialmente la pobreza extrema, se ha disparado durante la crisis económica; millones de personas han perdido su hogar. Los jóvenes no pueden encontrar trabajo; los cincuentones despedidos temen no volver a trabajar nunca más.
      Pero si quieren ustedes encontrar auténtica cólera política -la clase de cólera que hace que la gente compare al presidente Obama con Hitler o lo acuse de traición-, no la encontrarán entre estos sufridos estadounidenses. En cambio, la encontrarán entre los muy privilegiados, gente que no tiene que preocuparse por perder su trabajo, su casa o su seguro médico, pero que se siente indignada, indignadísima, ante la idea de pagar impuestos ligeramente más altos.
      La cólera de los ricos ha ido creciendo desde que Obama asumió el cargo. Al principio, sin embargo, estaba en su mayoría restringida a Wall Street. Así, cuando la revista New York publicó un artículo titulado The wail of the 1% [El gemido del 1%], hablaba sobre los chanchulleros financieros cuyas empresas habían recibido ayudas con el dinero de los contribuyentes, pero que se indignaban ante las insinuaciones de que el precio de dichas ayudas debía incluir una limitación temporal de los bonus. Cuando el multimillonario Stephen Schwarzman comparó la propuesta de Obama con la invasión nazi de Polonia, la propuesta en cuestión habría corregido una laguna fiscal que beneficia específicamente a gestores de fondos como él.
      Ahora, sin embargo, cuando se acerca la hora de tomar una decisión respecto al destino de los recortes de impuestos de Bush -¿volverán las tasas impositivas más altas a los niveles de la época de Clinton?-, la rabia de los ricos se ha intensificado y también, en ciertos aspectos, ha cambiado de carácter.
      Por un lado, la locura se ha vuelto la norma. Una cosa es que un multimillonario despotrique en una cena de gala y otra es que la revista Forbes publique una noticia en portada en la que se afirme que el presidente está tratando de hundir adrede a EE UU como parte de su plan “anticolonialista” keniano, y que “EE UU está siendo gobernado de acuerdo con los sueños de un miembro de la tribu Luo de los años cincuenta”. Por lo visto, cuando se trata de defender los intereses de los ricos, las reglas normales de la retórica civilizada (y racional) ya no son válidas.
      Al mismo tiempo, la autocompasión entre los privilegiados se ha convertido en algo aceptable, e incluso se ha puesto de moda.
      Antes, los defensores de las rebajas de impuestos fingían que lo que les preocupaba principalmente era ayudar a las familias estadounidenses medias. Hasta las subvenciones fiscales para los ricos se justificaban aludiendo a la economía en cascada, la teoría de que unos impuestos más bajos en la cúspide harían la economía más fuerte para todos.
      Ahora, sin embargo, los partidarios de los recortes fiscales apenas se molestan siquiera en defender el argumento de la cascada. Sí, los republicanos insisten en que subir los impuestos a los de arriba perjudicaría a las pequeñas empresas, pero no parecen poner su corazón en ello. En lugar de eso, se ha vuelto habitual escuchar negaciones vehementes de que personas que ganan 400.000 o 500.000 dólares al año sean ricas. Es decir, fíjense en los gastos de la gente que tiene ese nivel de ingresos: los impuestos sobre la propiedad que tienen que pagar por sus carísimas casas, el coste de enviar a sus hijos a colegios privados de élite, etcétera, etcétera. Vamos que apenas pueden llegar a fin de mes.
      Y en el caso de los innegablemente ricos, se ha apoderado de ellos un beligerante sentido de lo que les corresponde por derecho: es su dinero y tienen derecho a conservarlo. “Los impuestos son lo que pagamos por una sociedad civilizada”, decía Oliver Wendell Holmes (pero eso era hace mucho tiempo).
      El espectáculo de los estadounidenses acaudalados, las personas más afortunadas del mundo, regodeándose en la autocompasión y la superioridad moral sería divertido si no fuese por una cosa: es perfectamente posible que se salgan con la suya. Da igual que el precio de ampliar las deducciones fiscales de las rentas altas sea de 700.000 millones de dólares: prácticamente todos los republicanos y algunos demócratas corren al rescate de los adinerados oprimidos.
      Es que, verán, los ricos no son como ustedes y yo: tienen más influencia. En parte tiene que ver con las contribuciones a las campañas, pero también con la presión social, ya que los políticos pasan mucho tiempo frecuentando a los adinerados. Así que cuando los ricos se enfrentan a la perspectiva de pagar un 3% o 4% adicional de sus ingresos en impuestos, los políticos sienten su dolor; lo sienten mucho más intensamente, está claro, de lo que sienten el dolor de las familias que están perdiendo sus trabajos, sus casas y sus esperanzas.
      Y cuando la batalla de los impuestos haya terminado, de una manera u otra, pueden estar seguros de que la gente que actualmente defiende los ingresos de la élite volverá a pedir recortes en la Seguridad Social y en las ayudas a los parados. EE UU debe tomar decisiones difíciles, dirán; todos tenemos que estar dispuestos a hacer sacrificios.
      Pero cuando dicen “todos”, quieren decir “ustedes”. Los sacrificios son para la gente humilde.

      PAUL KRUGMAN es profesor de Economía en Princeton y premio Nobel de Economía 2008.

      martes, 21 de septiembre de 2010

      EMOCIÓN
      ROSA MONTERO
      "EL PAÍS", 21-9-2010

      Ya sé que hoy en España la cosa de votar parece poco menos que una nadería. La falta de veracidad y de contenido del juego político nos mueve a la desgana, y para muchos los días de elecciones son una responsabilidad tediosa y poco sustanciosa. Pero yo, a pesar de todo, sigo sintiendo una emoción especial cada vez que puedo depositar mi voto. Supongo que es algo que nos pasa a todos los que vivimos un tiempo bajo Franco anhelando ese derecho básico.

      Ahora he sentido algo parecido ante las elecciones en Afganistán. La democracia en esa tierra trágica no es más que un ínfimo brote; los comicios presidenciales de hace un año fueron un fraude, Karzai es un impresentable, el país está en guerra, su sistema electoral no permite partidos políticos... Y aun así, ¡cuántas esperanzas! Y cuánta valentía. Ya saben que esos feroces locos criminales de los talibanes decretaron un boicot a las urnas, y que el día de las elecciones se dedicaron a asaltar colegios electorales y a matar gente. Al menos 389 colegios sufrieron ataques graves o cierres forzosos, murieron 21 civiles, hubo decenas de heridos. Y, sin embargo, parece ser que el 40% de los afganos acudieron a votar (en las europeas de 2004, por ejemplo, solo participamos el 45% de los españoles). ¿No es una cifra asombrosa? Aunque les podían rebanar el cuello, pegar un tiro, partir las piernas a bastonazos, ellos siguieron saliendo de sus casas para construir el futuro con su voto. Sé que las elecciones afganas han estado llenas de irregularidades y manipulaciones fraudulentas. Pero, aun así, conmueve ver a esas mujeres envueltas en el burka que acudieron a las urnas desobedeciendo el boicot talibán, quizá con la esperanza de un mañana más libre para sus hijas. Solo es una pequeña semilla protodemocrática en mitad del caos, pero ese 40% de afganos tiene razón. Así se cambia el mundo.

      ROSA MONTERO es periodista y escritora.

      LECTURA, ANÁLISIS Y COMENTARIO:

      1. Rosa Montero publica semanalmente una COLUMNA en el diario EL PAÍS. Busca información sobre este género periodístico y explica sus características principales.

      2. ¿Qué diferencias establece la autora entre las votaciones en España y Afganistán?

      3. ¿A qué problemas se enfrentan quienes quieren ejercer en Afganistán su derecho al voto? ¿Tienen las mujeres de ese país problemas específicos?

      4.  El texto de Rosa Montero termina con una afirmación contundente y esperanzadora: "Así se cambia el mundo". ¿Qué quiere expresar con ella? ¿Estás de acuerdo? ¿De qué otras formas crees tú que puede cambiarse el mundo?

      lunes, 20 de septiembre de 2010


      LOS SECRETOS DE LA NATURALEZA Y EL PLANETA
      JOSÉ MÚJICA
      "EL PAÍS", 19-9-2010:


      Nos ha tocado vivir un tiempo de aprendices de brujo. Hemos puesto en marcha una civilización que ha logrado incesantemente mejorar la vida de muchísima gente, pero tal vez apresuradamente. No podíamos medir las consecuencias de tantas cosas que estábamos haciendo en el planeta. Esta nave con la cual andamos por el universo tiene sus propias complejidades y ahora estamos aprendiendo, con dolor, que tenemos que modificar muchos aspectos de nuestro comportamiento para que la Tierra se mantenga sostenible.

      Esto es indispensable para el sostenimiento de todas las formas de vida, y con ello, la nuestra.

      No somos tan poderosos ni tan sapientes como a veces lo creemos. En verdad, los juegos profundos de interrelación de la naturaleza y de las actividades humanas entrañan una hondura de misterios. En este sentido, tenemos que agradecer en primer término a los científicos que han dedicado su vida a indagar los secretos de la naturaleza. Esta es una dedicación que solo puede explicarse por una pasión por la causa humana.

      Hoy en día, nadie puede desentenderse de los desafíos de convivir y de hacer sostenible el medio ambiente. Todos somos corresponsables.

      Sin embargo, y paradójicamente, existe una responsabilidad mucho más grande por parte de aquellos que primeramente accedieron a los dones de la civilización moderna y contemporánea. Pero esta no es una causa nacional, es una causa universal. Nadie está exento. Ningún país, por poderoso que sea, puede asegurar la continuidad de lo que está en juego.

      Por eso los acuerdos de carácter mundial son cada vez más necesarios. Estos acuerdos deben poder contar con la fidelidad de su cumplimiento por parte de todos los integrantes de la comunidad mundial, con sostenibilidad de recursos, con una preocupación latente pero organizada, y, especialmente, con un trabajo concertado de los hombres y mujeres de ciencia para poder hacer frente a desafíos como el de una gran ampliación del extensionismo agrícola.

      Hoy sabemos muchas cosas que deberíamos hacer, pero que no sabemos aplicar en masa. Por ello, educar y formar gente es decisivo.

      Necesitamos investigar mucho más y necesitamos elaborar un tipo de conocimiento que sea propiedad de la humanidad y que esté al servicio deliberado de toda la humanidad, es decir, que sea accesible a todos los pueblos

      En esta parte de América tenemos desafíos que bien valdría la pena investigar con profundidad. Por ejemplo, nos hace falta saber enormemente más sobre el ciclo del fósforo; no solo nos envenenamos con mercurio, tenemos también graves problemas de plombemia y contaminantes tóxicos. Y esto sucede en esta región del mundo donde se halla una de las grandes reservas agrícolas en materia de alimentos de la humanidad y donde tendremos que duplicar la productividad para responder a la creciente demanda mundial de alimentos. Sin embargo, la forma de fertilización que aplicamos es impropia en relación con el respeto del medio ambiente. Y no sabemos dominar todavía vastísimos fenómenos de nutrición vegetal.

      En este momento, el Uruguay tiene en el horizonte la angustia de lo que pase o no pase en el lejano Océano Pacífico. Un fenómeno como el del llamado El Niño puede repercutir en este país con una eventual sequía y esto sucede cada vez con más frecuencia.

      Necesitamos que la ingeniería genética nos permita desarrollar vegetales mucho más fuertes para resistir la sequía. Pero todavía no tenemos la capacidad de hacerlo. A las grandes gramíneas, les tenemos que trasladar la resistencia que tiene el sorgo, pero tampoco sabemos hacerlo. Estas respuestas nos las tiene que proporcionar una investigación al servicio de la humanidad y no se trata de un sueño, pues es perfectamente posible.

      El extensionismo agrícola es por un lado fundamental, pero no es suficiente.

      Hay que incorporar intensivamente la investigación no solo con un sentido de actualidad, sino también para prever lo que va a venir. Para esto necesitamos de la ciencia. Todos estos esfuerzos tienen que ver con sustentar el medio ambiente para que el hombre pueda mantener y mejorar su vida, siempre con conciencia social, por lo menos en este continente, que es uno de los más ricos del planeta en recursos naturales.

      Pero es también el más injusto en la Tierra porque distribuye mal los frutos de su riqueza. Y la vida nos ha enseñado que cuando hay penuria, los sectores más débiles de la sociedad son los que terminan pagando.

      JOSÉ MÚJICA es el Presidente de Uruguay.

      EL CUARTO GÉNERO
      EUGENIO SUÁREZ
      "EL PAÍS", 20-9-2010


      Alcanzada la proporción suficiente, se llega al quórum para proclamar sobre los géneros conocidos uno de nueva y populosa composición. Al femenino, masculino y el otro habría que incorporar el que, provisionalmente, podemos apellidar género provecto, el que reúne a la gente vieja, numerosa legión que consume, piensa y vota, aunque sea en ambulancia. Ahí los tenéis, por todos los rincones de Madrid.

      Formo parte de esa patética tropa, de la que nunca puede excluirse el empleo de la imaginación, que, aunque mortecina, sigue siendo refugio mental y teorema de nostalgias. Hemos retrocedido a la primera parte de las ansias del salaz trotaconventos y de forma vergonzante: la mantenencia. El afán de sobrevivir tasa el decaído apetito y raros son los viejos que todavía se anudan al cuello la servilleta con gula, remoto pecado capital que se ha ido retirando del gusto, degradado por la dentadura postiza.

      Me estoy refiriendo a los avanzados octogenarios, los que caminan por los 90 recibiendo, cada mañana, la incomparable recompensa de un sol que puede ser el último. Es terrible y un punto obscena la terquedad con que nos aferramos a la vida, cada vez con menos exigencias, con mayor conformidad, donde lo más temible es el dolor, ya que la decrepitud, en general, es despaciosa y la memoria describe un amplio arco que borra los años inmediatos. Suele instalarse en los tiempos gloriosos, donde nos vemos como extraños seres capaces de heroicas empresas que barajan y confunden la realidad y la fantasía.

      Muchos vivimos solos desde hace tiempo, ligados a los más hondos afectos familiares por las vías rápidas del teléfono o de Internet. Amamos de otra manera a los prójimos cercanos, con el doble temor de disgustarles y de que rompan la rutina que nos mantiene. Peinamos canas escasas, siguen creciendo las uñas y, si podemos, es preciso el concurso del pedicuro, porque la cintura ya no da para que podamos recortarlas por nosotros mismos. Nos gusta el verano, quizás porque libera de la obligación y necesidad de ponernos los calcetines. Los jóvenes que esto lean, si el disgusto no les ha hecho desviar la vista, quizás encuentran chocante que se vendan varios tipos de máquinas precisamente para ponerse los calcetines, algo sencillo, nunca fácil de manejar, pero que nos manumite de la humillación para solicitar ayuda. El aseo personal plantea nuevas cuestiones, resueltas con adminículos específicos que confiamos unos a otros en voz baja. Nos vamos pareciendo cada vez más, como los bebés son prácticamente iguales en el paritorio, con una incómoda diferencia: el compañero superviviente, el amigo del colegio, el vecino de los últimos tiempos, si es tonto será un viejo tonto, a veces temible, porque hay que soportarle, para que, en correspondencia, nos puedan aguantar a nosotros. Podría ser cierto el chiste del que refiere a la esposa el encuentro con un compañero de instituto: "He visto hoy a Fulano: gordo, calvo, decrépito, arrastrando los pies. Fíjate si estará estropeado que no me ha reconocido". Vamos a sus entierros y asistimos a los monótonos funerales con la remota esperanza de que asistan a los que nos deparen, si es que algo hemos maquinado al respecto y pudiera importarnos un ardite.

      El egoísmo y la necesidad de la liberada gente joven ha rescatado a los abueletes como guardianes y cuidadores de los hijos pequeños. Antaño los mayores tenían su silla baja al sol, la escudilla en la mesa y una cama en el cuarto interior, pero continuaba el hilo afectuoso que venía de lejos. Ahora, según las posibilidades económicas, la elección se encuentra entre la residencia, a veces inhumana, y la explotación en las faenas domésticas. Hay un soterrado drama entre las antiguas costumbres heredadas y la permisividad y descuido actual en la educación y comportamiento de las criaturas, algo que no se trasluce cuando la cámara de televisión enfoca a una persona anciana que interrumpe la partida de mus o la tertulia de amigas para buscar a la gente menuda al cole o a la clase de taekwondo.

      Un sindicalista andaluz arriesgó la propuesta de que los abuelos cooperaran a la inminente huelga del 29 negándose a llevar a los nietos a la escuela. Propuesta tan estúpida que nos hace pensar que ahí se esconde un prometedor político al uso, pero que encierra cierto deliberado desprecio hacia quienes desempeñan una tarea las más de las veces ingrata y forzosa. Solo una arraigada costumbre y el concepto de obligatoriedad y amor al prójimo más cercano -sin hablar de la cortedad de las jubilaciones- han creado ese oficio no remunerado y de gran responsabilidad.

      A título personal, que imagino compartido, algo nos machaca a los apuntados a este cuarto género: "¡Hay que ver lo bien que anda usted de cabeza! Ya me gustaría encontrarme así a su edad", cuando lo que a uno le encantaría es estar cuidado, mimado, soportado y medio inconsciente. Para eso, en términos generales, hay que tener bastante dinero. Como para todo bien y regocijo, caramba.

      EUGENIO SUÁREZ es periodista.

      domingo, 19 de septiembre de 2010


      ROM
      JON JUARISTI
      "ABC", 19-9-2010


      Yo alcancé a verlos. A finales del invierno, llegaban a los alrededores de Bilbao tribus de gitanos húngaros con carromatos y furgonetas. Los contrataban en los altos hornos para reparar las calderas. Tenían fama de excelentes lañadores y, que recuerde, no levantaban recelo alguno en el vecindario. En San Sebastián sus apariciones anuales iban asociadas a la inminencia del carnaval («Caldereros somos de la Hungría/ que venimos a San Sebastián./El dios Momo sólo nos envía/ a deciros que pronto vendrá/ y formamos la vanguardia/ del alegre Carnaval»). En otras partes de España he oído decir que los caldereros traían las lluvias primaverales, pero lo mismo se creía de los amoladores, de los colchoneros y de los que arreglaban paraguas, y es comprensible, porque todos ellos se echaban a los caminos cuando pasaba el frío. De los húngaros, me he preguntado más de una vez si vendrían exactamente de Hungría, que era en aquellos días de mi infancia un país comunista del que no se salía con facilidad. Probablemente recorrían a lo largo del año otros países occidentales, trabajando en lo suyo. Húngaro o zíngaroera una denominación imprecisa, porque había gran proporción de población húngara en la Transilvania rumana y en la Voivodina serbia, donde siguen viviendo muchos gitanos.
      Sería absurdo pretender que los payos mirábamos entonces con estima a los gitanos. En general, se les trataba con desconfianza y menosprecio. En algunos casos, sobre todo de comunidades estables, con una especie de deferencia paternalista.. La prevención era mucho mayor hacia los nómadas, los andarríos o canasteros, y está de sobra mencionar el tipo de delitos que la leyenda popular les ha imputado durante muchos siglos. Con todo, las relaciones entre payos y gitanos eran, creo yo, menos tirantes. Se volvieron más conflictivas a causa de unas políticas de integración que mezclaban en los espacios suburbiales más deprimidos a familias indigentes de ambas cepas. A los gitanos se les fue acotando rápidamente el campo de sus oficios tradicionales, y la delincuencia aumentó entre ellos. También entre los payos pobres, pero los gitanos siempre han sido más visibles.
      Este factor, la visibilidad de los gitanos, tendría que haber reforzado las cautelas morales de los gobiernos, dado lo fácil que ha resultado siempre convertir a aquéllos en chivos expiatorios en épocas de crisis y anomia social. No parece que éste haya sido el caso. Tampoco va a resolver nada su idealización exculpatoria y permisiva. El hecho es que una gran cantidad de gitanos del este de Europa han ido afluyendo a los países occidentales, incrementando la marginalidad, como no podía ser menos al tratarse de comunidades culturalmente desestructuradas. Existe un problema, y es absurdo negarlo alegando que recuerda al «problema judío». Identificarlo como «problema gitano», cuando es obvio que forma parte del problema general de una miseria creciente y fatalmente criminógena, suscita resonancias siniestras. Las medidas francesas de deportación no son fascistas, de acuerdo (también Stalin deportaba poblaciones incómodas). Pero es que los totalitarismos nunca han tenido la exclusiva de la indecencia.

      JON JUARISTI es poeta, novelista y ensayista.

      TORNOS DE INSTITUTO
      JOSÉ MARÍA ROMERA
      "EL NORTE DE CASTILLA",
      17-9-2010


      Un instituto de Secundaria gerundense ha instalado en sus puertas tornos que controlan las entradas y salidas de los estudiantes. Con una tarjeta identificativa provista de un código de barras el alumno puede acceder a las aulas y pasar el control electrónico que en caso de inasistencia comunica de inmediato la falta a sus padres mediante un mensaje de móvil. Así de sencillo. ¿No es prodigioso? Además, el centro cuenta con detectores de movimiento en los servicios y sensores en las verjas del patio, un sofisticado sistema de seguridad que habría hecho las delicias de Norton, el alcaide de la penitenciaría de Shawshank en 'Cadena perpetua'.
      La ensoñación tecnológica nos hace creer que vamos hacia adelante cuando a veces estamos retrocediendo. Vale que los padres, secuestrados por sus propios miedos, reclamen de la escuela mano dura y ojos despiertos antes que buena calidad de enseñanza. Se comprende también que los profesores y la dirección de los colegios traten de cubrirse las espaldas ante posibles denuncias por negligencia como las que engendra esta cultura de la queja en la que todos chapoteamos de una u otra manera. Pero tratar al estudiante como sospechoso por definición no es muy pedagógico que digamos. Hay un punto en el que el exceso de celo en el control se convierte en antipedagógico, un punto en que la escuela acaba traicionando el cometido que se le encomienda y, en vez de instruir, deforma. Si a alguien se le reconoce por su código de barras antes que por sus anhelos, ilusiones, capacidades o proyectos de futuro, no debe extrañar que luego no se haga responsable de sus actos. Si a unos muchachos se les transmite el mensaje del recelo, lo más seguro es que ellos también desconfíen de quienes dicen querer educarlos.
      Que los tornos sean unos instrumentos de probada eficacia en los accesos al metro y en las cajas de los hipermercados no los hace válidos para todos los lugares, del mismo modo que los cuchillos cebolleros, tan valiosos en la cocina, no son recomendables para zanjar pleitos personales fuera de ella. Ni dentro, por supuesto. En una cosa hay que estar de acuerdo con la melonada de Zapatero cuando pontificó esta semana en Oslo acerca de la crisis: en lo pernicioso de la pérdida de confianza. Un chaval que todas las mañanas ha de pasar por el torno recibe el mensaje implícito de que ha de poner los cinco sentidos en buscar la manera de sortearlo. Su sentido del bien y del mal tenderá a confundirse con el de la ley y la trampa, de tal modo que no aprenderá a hacer lo correcto, sino a no dejarse cazar haciendo lo incorrecto. Algo muy nuestro, por otra parte. Pero en esta materia sería un error tomar como ejemplo las tradiciones. Ni la novela picaresca ni la filosofía de estacazo y tentetieso propia de los títeres de cachiporra son los mejores modelos de educación para la ciudadanía.

      JOSÉ MARÍA ROMERA es periodista.

      DIRECCIÓN GENERAL DEL ALMA
      TOMÁS VAL
      "EL NORTE DE CASTILLA", 17-9-2010


      Defender la alegría. Se murió Mario Benedetti no hace tanto; tampoco hace tanto, aunque nos parezca una eternidad. Los muertos que fueron vivos imprescindibles viajan siempre en alta velocidad, nuestras memorias se quedan en el andén diciendo adiós, prometiendo un recuerdo que se ha disipado en la primera curva que toma la barca de Caronte.
      Defender la alegría, gritaba Mario en las plazas abarrotadas de jóvenes cuando daba esos recitales multitudinarios. Él era un hombre triste, un exiliado eterno. Hizo hermosos versos. Una mujer desnuda es un enigma y siempre es una fiesta descifrarlo. Defender la alegría. ¿Cuánto hace que nadie la defiende? El mundo es cada vez más oscuro, más triste, más inquietante. Vivir es cada vez más difícil y entiendo el acto de vivir como un oficio, como un proceso de aprendizaje, como algo que puede desaprenderse o no adquirir nunca.
      La mayor causa de muerte no natural en España es el suicidio. Más de tres mil personas se quitan la vida cada año. Hasta no hace mucho, cuando más a menudo nos visitaba la muerte era en las carreteras, nos matábamos en las cunetas, en los cruces, en las autovías… Pero esas muertes no son baratas. Más allá de las tragedias familiares, del insoportable derroche vital que eso supone, hay mucho dinero en juego. Compañías de seguros, indemnizaciones, costosos tratamientos médicos, lesiones permanentes, pensiones… Son muertes ruidosas las de la carretera mientras que las de los suicidas son silenciosas, clandestinas, baratas… Por eso nadie se decide a defender la alegría; no hay una Dirección General del Alma -como la Dirección General de Tráfico- que se imponga como tarea urgente disminuir esos accidentes mortales que acarrea la tristeza. Alfredo Pérez Rubalcaba, ministro del Interior, nos fríe a multas si no nos ponemos el cinturón de seguridad, si sobrepasamos los límites de velocidad, si excedemos el límite de alcohol… Tres mil suicidas al año pero no hay un ministerio de la vida, un encargado político de advertir a sus colegas que están entristeciendo la existencia; que diez personas diarias suspenden en el oficio de vivir y se buscan la muerte con sus propias manos.
      Puede dar la impresión de que son menos. Por seguir con la comparación con las víctimas de tráfico, todos tenemos cerca algún muerto en la carretera, pero nos da la impresión de que el suicidio es algo lejano, perteneciente a otras latitudes. Son desapariciones discretas, casi vergonzosas, que se mantienen ocultas porque la tristeza, la incapacidad para vivir, es como la peste, la lepra… Ya sé que ver y oír a un triste enfada, afirmaba otro gran poeta, también olvidado.
      Me atrevo a reclamar, desde aquí, la presencia de esa legión de fugados para exigir a quien corresponda que destinen fondos a arreglar las carreteras del alma. Que dejen de entristecer la vida a la gente. Que promulguen la esperanza. Que abandonen ese empeño de pintar de gris casi negro el mundo. Que si en las escuelas existe la asignatura de educación vial, creen también la de educación vital. La mayor causa de muerte no debida a enfermedad, aunque qué mayor enfermedad que la de no aprender a vivir. Defender la alegría, no abrir esas trincheras de desesperanza que nos rodean y que amenazan con tragarnos a todos.

      TOMÁS VAL es periodista.

      GENERACIÓN CASTIGADA
      EDITORIAL
      "EL PAÍS", 19/09/2010

      Sin trabajo, sin ingresos, sin casa propia y sin proyecto de vida independiente. Esa es la frustrante realidad que castiga a una gran parte de los jóvenes españoles y que a partir de hoy retrata EL PAÍS con una serie de reportajes y debates. La tasa de paro entre los menores de 25 años es del 42%, el doble de la media nacional y la más alta de Europa. A principios de semana, en una reunión de la Organización Internacional del Trabajo y el Fondo Monetario Internacional celebrada en Oslo, el director de este último organismo, Dominique Strauss-Khan, alertó sobre un problema dramático y urgente: el paro juvenil, de enormes costes económicos y sociales, que está produciendo una "generación perdida". Para la OIT, la situación del paro juvenil en España es sencillamente crítica y de consecuencias devastadoras.

      Las apreciaciones de ambos organismos no son exageradas. La crisis está castigando con especial saña a los jóvenes, a esa generación en la que la sociedad ha invertido más que nunca en términos de educación para ofrecerle después un empleo que requiere una menor cualificación o enviarlo directamente a la precariedad laboral o el paro. Es una generación sumida en la cultura del consumismo y el icono del dinero a la que se está negando un derecho fundamental, el trabajo, y todo lo que ello arrastra. Ya el año pasado, la crisis y el miedo a perder la oportunidad de trabajar se tradujeron en una reducción en el número de nacimientos por primera vez en una década. También en el número de matrimonios y divorcios. España se asoma al abismo de una generación desaprovechada y condenada a perder todos los trenes.

      Lamentablemente, la elevada tasa de paro juvenil no es ni siquiera un problema coyuntural que afecte a una sola generación y cuya solución se pueda confiar a la salida de la crisis. Las tasas de paro juvenil españolas, como los niveles de empleo precario, han estado siempre por encima de la media europea y, por supuesto, de las grandes potencias mundiales. Es un problema estructural del mercado laboral español que lastra el presente y el futuro del país y reduce su competitividad. Son razones poderosas para aplicar urgentemente políticas de empleo que faciliten el acceso a un primer trabajo y lograr que los jóvenes -los más preparados de la historia- puedan incorporarse cuanto antes y en condiciones dignas y equitativas al sistema productivo.

      LECTURA, ANÁLISIS Y COMENTARIO:

      1.- Este texto es un artículo EDITORIAL del periódico EL PAÍS. Busca el significado en este contexto de la palabra "editorial" y di qué características reune este tipo de artículo.

      2.- ¿Quíén es la "generación castigada" de que se habla en el artículo? ¿Qué características tiene esta generación?

      3.- Este texto es de tipo expositivo-argumentativo porque por un lado ofrece información y datos, y por otro argumenta a favor de una idea o "tesis". ¿Qué datos podemos extraer del texto? ¿Cuál es la "tesis" que se defiende es este editorial?

      4.- ¿Qué opinión personal te sugiere este texto? ¿Crees que ofrece una visión optimista o pesimista de la situación en nuestro país?

      sábado, 18 de septiembre de 2010


      LA CABEZA BAJO EL ALA
      RAFAEL ARGULLOL
      "EL PAÍS", 17-9-2010

      El verano, propicios siempre para ser informados de noticias que olvidamos durante el invierno, ha dejado constancia de que, según las últimas valoraciones, ninguna universidad española está entre las 200 más importantes del mundo. En la anterior lista había una -la Universidad de Barcelona-, pero en la actualidad también ha desaparecido. Hubo unos cuantos comentarios en los periódicos, aunque no creo que esta información haya amargado las vacaciones a demasiada gente. Unos días después de esa noticia La Vanguardia dedicaba una doble página al negocio de la prostitución en España y, además de indicar las fabulosas ganancias que implicaba para las mafias, ofrecía, no sé bien a través de qué medios, un cálculo de las prestaciones anuales requeridas por los varones españoles: 15 millones, un récord en Europa y todo un índice de la salud sexual, y no sexual, de la sociedad española.

      En la misma doble página, en un recuadro, los periodistas advertían que la prostitución era el segundo negocio con más volumen de beneficios, únicamente por detrás del de las armas, pero por delante del de las drogas. No me quedó claro si por “armas” se entendía la fabricación y exportación legal o directamente el tráfico ilegal de armamento; de ser esto último la capacidad recaudatoria del pobre Estado quedaría aún más mermada, tras no sacar provecho alguno del dinero negro procedente de las drogas y la prostitución. De todos modos no hay ningún indicio de que la alarma suscitada en la comunidad sea particularmente grave. Negocios tan rentables, al fin y al cabo, no son fruto de un verano, sino la consecuencia de delitos perpetrados a lo largo de años y a la vista de todos. Nadie puede escandalizarse, más allá de cuatro comentarios fugaces.

      Sin embargo, como pueden comprobar, el panorama es bastante coherente. Un país que asiste impávido a la sedimentación del delito, como ocurrió también, durante décadas, con la especulación inmobiliaria, ¿para qué necesita buenas universidades? Si lo que prevalece es la corrupción y la ganancia fácil por encima del mérito, ¿a qué viene rasgarse las vestiduras cuando las estadísticas incordian con sus fríos números señalando a tantos jóvenes predispuestos a la apatía a falta de otras posibilidades? ¿Cuántos españoles se sienten responsables del desastre educativo?

      Creo que necesitaríamos muy pocas manos para contarlos con los dedos. Evidentemente, los culpables son siempre los otros. En especial hay dos figuras que son vistas como monigotes del pim-pam-pum sobre los que lanzar las reacciones airadas cuando emerge un problema: el maestro y el político. Esteúltimo, protagonista de un paisaje utilitarista y sin ideas, incorpora a su profesión el riesgo de ser señalado constantemente; los italianos, que saben bastante de estas cosas, ya hace mucho que han asociado el mal tiempo con el porco governo. Por su parte, el maestro, como está en la primera línea del frente, es el depositario directo del colapso educativo.

      Lo grave, e hipócrita, de esta concepción es ignorar que, en realidad, se trata de un fracaso ciudadano que implica la entera percepción de la democracia. Treinta y cinco años después de la muerte de Franco, y con la octava economía del mundo -según se ha alardeado-, España es incapaz de tener una universidad de prestigio mundial. Y hay algo peor. A casi nadie parece importarle. O bien se trata de un fracaso de la democracia, tal como históricamente se ha entendido este modelo político, o bien hemos instaurado una democracia de otro tipo, innovadora y vanguardista, para la cual es mucho más decisivo tener una selección de fútbol campeona del mundo que una universidad entre las primeras del planeta. Si se hacen encuestas a este respecto es casi mejor no saber los resultados. Aunque también podría ser que nos estuviéramos adelantando a todos al ensalzar la ignorancia y despreciar el conocimiento, y constituyamos la vanguardia del siglo XXI.

      Pero si hay que entender la democracia tal y como la entendieron humanistas e ilustrados el fracaso es evidente, y no atañe solo a los políticos y a los maestros, sino a todos los ciudadanos. Hay unanimidad en que el sistema educativo es un desastre, pero lo insólito sería que tuviéramos buenas escuelas y universidades en medio de la indiferencia general. Es cierto que gran parte de la Universidad española se halla en caída libre como consecuencia de sucesivas reformas ineficaces y de una burocratización sin límites que acaba premiando a los mediocres, pero no es menos cierto que los buenos -o excelentes- profesores que sobreviven lo hacen en un ambiente descorazonador en el que la falta de estímulos procede, en primer lugar, del escaso interés y prestigio del conocimiento en el seno de la comunidad.

      A través de la sempiterna pantalla de televisión -con un consumo medio de tres horas diarias por habitante- los adolescentes son informados puntualmente de que los héroes son deportistas multimillonarios, los especuladores, los tertulianos gritones, las prostitutas de lujo y toda esa chusma que se pasa el día juzgando y sentenciando a los demás. Este esperpento permanente transmite un mensaje claro: ¿para qué sirve la cultura?; para nada, pues lo que sirve es la palabra hueca, la neurona lenta y la rapiña veloz. Y frente a esa invasión la resistencia de los ciudadanos, hay que reconocerlo, es escasa. La conciencia crítica disminuye hasta casi anularse, empezando por la que atañe a la vida política, pero con repercusiones en todos los estratos de la sociedad. Con estar atentos a la pobreza del lenguaje utilizado por los españoles, desde el que se usa en los Parlamentos hasta el que se puede escuchar en los restaurantes, uno puede formarse una idea bastante nítida de la situación.

      No nos engañemos. Políticos sin grandeza y profesores desorientados solo son responsables secundarios de la escasísima formación media de los jóvenes; el responsable directo es el ciudadano-avestruz, el protagonista de una democracia fraudulenta en la que se enfatizan los derechos y se rehúyen los deberes, siempre mirando hacia otro lado o con la cabeza bajo el ala. El ciudadano-avestruz nada quiere saber de la destrucción del litoral mientras esto no vulnere sus intereses; nada le afecta la corrupción mientras no se grave su bolsillo; en nada le concierne el asentamiento de las mafias mientras él pueda ir tirando; le importa un comino tener o no tener buenas universidades mientras la diversión esté asegurada. Siempre podrá acusar a los políticos -reclutados a su imagen y semejanza- de sus errores. Porco governo. El espantapájaros.

      Lo malo es que finalmente se consigue una democracia de avestruces; todos con la cabeza bajo el ala y, por supuesto, sin mirar nunca de frente.

      RAFAEL ARGULLOL es filósofo y escritor.

      LAS DROGAS Y YO
      MARTÍN VARSAVSKY
      "EL MUNDO", 16-9-2010


      Mi actitud hacia las drogas es peculiar, por un lado me desagradan a nivel personal y por otro estoy a favor de que se liberalicen.

      Mi razonamiento:

      - No creo que la legalización de las drogas aumente su consumo. Aquí en España ya están disponibles en abundancia, aunque más caras que si fueran legales. Al venir a vivir a España descubrí que muchas cosas que en USA (donde vivía antes) eran ilegales aquí son legales, o casi legales, y no por eso la sociedad se ha colapsado. Lo que más me sorprendió es que robar algo de menos de 300 euros no es punible en España, lo que significa que es como si fuera legal. Que si alguien se roba algo de una tienda, el dueño le tiene que pedir por favor que lo devuelva. Que al final la gente en España no roba por miedo al castigo, sino por educación. Con las drogas tendría que pasar lo mismo: Más tratamiento, más educación, menos policía. Las drogas son un problema de salud mental, no un crimen.

      - Creo que hay gente que consume drogas sin por ello ser adictos, y en general estoy a favor de la libertad de elección. No veo mal que la gente consuma drogas, siempre que no pongan en riesgo a nadie. Lo que hay que legislar son cosas como conducir drogado, pero eso ya está legislado. También habría que diferenciar las drogas blandas de las drogas duras, porque no produce el mismo efecto fumarse un porro que esnifar una raya de coca.

      - Que alguien se muera de sobredosis es terrible, pero peor aún es que que alguien mate para comprar drogas. La prohibición de drogas repercute en gente que no tiene nada que ver con el tema. Consumir o no consumir es cosa de cada uno, pero si se consume hay que ser responsable y no poner la vida de nadie en peligro, ni la propia ni la de los demás.

      - La droga criminalizada termina diseminando enfermedades como el SIDA. Si la droga fuera legal, el control sobre ella permitiría que la gente se drogara en condiciones más higiénicas y además aseguraría su pureza, que es muy importante: La droga adulterada (que es demasiado común) provoca muchos daños permanentes e incluso la muerte.

      - Combatir la droga sube el precio de la misma, y le termina dando dinero a gente horrible que mata y corrompe. La enorme cantidad de dinero que se usa en combatir las drogas se podría usar en tratar a los drogadictos, que al final sufren de una enfermedad como cualquier otra pero con pocos recursos para combatirla.

      - El tabaco y el alcohol son las drogas más letales y, curiosamente, son legales. Esto supone que todos sufrimos sus efectos negativos aunque nos las consumamos.

      Lo curioso del tema de las drogas es que, así como estoy a favor de su legalización controlada y con impuestos, a título personal mi experiencia con ellas ha sido una total "desilusión". Como no soy candidato a ningún puesto político y vivo en un país muy tolerante como es España, puedo decir contar en este blog que durante mi vida he probado casi todas las drogas y que paradójicamente, ninguna me gustó. Es más, muchas no solo no me gustaron, sino que me causaron mucho rechazo. Concretamente he probado tabaco, marijuana, hachís, cocaína, opio, todo tipo de bebidas alcóholicas, café, mate, té y puros. De toda esta lista lo único que me gusta algo es el vino (solo Rioja y Ribera del Duero y en blancos Albariño y Rueda) y bastante el café. Las demás, nada.

      Creo que la "apetencia" de las drogas debe tener algo de genético, o si tienes una personalidad adictiva o no. En mi caso no debo tener los genes que hacen que necesites o te gusten las drogas, algo que no considero una desventaja. Mi experiencia con casi todas las drogas fue siempre la misma: "No puedo creer que esto sea cocaína", o "no puedo creer que esto sea el tabaco y que la gente se desespere por él", y así con el resto. Se supone que la cocaína es súper adictiva, pero está claro que yo no tengo el gen para que me guste. Me pareció como tomarme 10 cafés de golpe. Yo soy normalmente bastante activo y positivo, así que es como que ya tengo los efectos de la coca, pero sin que me pique la nariz. El alcohol tampoco me gusta nada. Odio la cerveza, detesto la ginebra, el vodka, el whisky y todo ese tipo de bebidas. No me he emborrachado nuna porque antes de hacerlo vomito, algo que descubrí a los 13 años. No tengo tolerancia por el alcohol, y hasta hace unos años no bebía nada de nada hasta que empecé con el vino, y solo porque me lo recomendó el médico. El tabaco ni hablar de él, detesto el humo, me arruina una comida y dificulta amistades. Para mí es como si los que fuman se tiraran pedos delante mío, del asco que me da el olor. Además el humo me hace toser. No entiendo como alguien puede querer fumar, y directamente me voy si un sitio tiene mucho humo. Me da rabia vivir en la única ciudad europea en la que aún se puede fumar en casi todos los sitios, y espero con ansiedad que se prohíba. Así como no me importaría entrar a un sitio y que la gente esté esnifando cocaina, sí me molesta el tabaco, porque lo que me molesta es el humo, no la "droga" en sí. Los porros me parecen quizás lo más simpático, pero hace años que no fumo uno y tienen la pega de que se fuman, y yo no sé fumar. El efecto es algo muy liviano y que puede ser agradable en ciertos momentos, por ejemplo navegando. Me cuesta entender que esté prohibido fumar porros en casi todos lo países (en España el consumo no está penado pero sí pueden poner una multa de unos 450€ si te cazan fumando, y además requisarte la droga), y que esté permitido el vodka o las bebidas de mucho alcohol, ya que el efecto es mucho más potente.

      Conclusión: A mí no me gustan las drogas y, aunque respeto que otros las tomen, no termino de comprender su atractivo. Me pasa lo mismo que con muchas otras cosas: Estoy a favor del matrimonio gay pero no soy gay; estoy a favor de legalizar la prostitución pero me parece triste e innecesaria; detesto la violencia pero entiendo que los ejércitos a veces son necesarios y la policía también; estoy en contra de las armas pero si alguien las quiere tener y realmente no pone en peligro a los demás, que las tenga. En la vida no te tienen que gustar las cosas para aceptar que a otros le gusten. Con las drogas me pasa lo mismo.

      MARTÍN VARSAVSKY es un empresario hispano-argentino fundador de empresas como Jazztel y Ya.com-